Entrevistas

Alejandro García Alamán: «Es imposible ir por la vida siendo neutral a tiempo completo, acabas no gustándole a la gente»

Fotos: Alba Arias Navas

Conocí a Alejandro García Alamán (Valencia, 1972) en un foro de Internet en el año 2006. En aquella época, su nick era Agarkala y se dedicaba, como yo, a la ingeniería informática. En el foro hablaba mucho más de historia que de ordenadores y con el tiempo nos contó que estaba estudiando geografía e historia, carrera que terminó en 2013. Más tarde empezó a colaborar en Jot Down a la vez que coincidió conmigo estudiando psicología en la UOC, su tercera carrera universitaria. Obtuvo su Grado en Psicología con mención en Clínica por la Universitat Oberta de Catalunya en 2013. Posteriormente, completó un Máster en Psicoterapia Integradora Humanista en el Instituto Erich Fromm en 2015 y un Postgrado en Terapia Sexual y de Pareja en la Universidad de Barcelona en 2017. En el ámbito profesional, dirige su propio centro de psicología en Barcelona, Hylé Psicología, donde ofrece terapia individual, de pareja y familiar para adultos y adolescentes.

Con un estilo directo y sin pretensiones de academicismo, García Alamán, acaba de publicar Esto es normal (Plataforma Editorial, 2025) donde desmonta los mitos de la autoayuda tradicional y nos invita a reconciliarnos con nuestra humanidad imperfecta. Desde la omnipresente ansiedad de la vida contemporánea hasta las contradicciones del amor y las inevitables meteduras de pata, el autor nos recuerda que lo “normal” no solo es tolerable, sino que puede ser liberador. Alejandro no pretende ser un gurú ni ofrecer verdades absolutas; de hecho, se declara enemigo de los atajos y las recetas fáciles. Su libro Esto es normal es un intento lúcido y honesto de rescatar lo obvio, esa sabiduría sencilla que tantas veces ignoramos en favor de ideas grandilocuentes pero inútiles.

¿Qué opinas del impacto real de la autoayuda convencional en las personas y cómo crees que debería transformarse para ser más efectiva?

La autoayuda tal como está planteada arrastra dos losas muy grandes. La primera, que es una industria y, por tanto, orienta el mensaje hacia lo que más dinero le genera, y la segunda, que cualquiera escribe sobre autoayuda, da igual de qué campo de conocimiento venga. Va a sonar feo lo que voy a decir, pero se paga muchísimo dinero por leer halagos gratis solo por ser quién eres, por ofrecer esperanzas de cambio milagrosas, variantes diversas de la predestinación, y a la vez, que toda esta “suerte mágica” dependa de ti. Solo tienes que dar con la tecla y todo encajará. Creer en esto puede servirte durante un tiempo, pero a la larga no funciona, sobre todo cuando el Universo parece no enviarte señales de nada. Ni tampoco es útil soltar frases categóricas tipo “haz esto y se arreglará lo tuyo”. Los psicólogos sabemos o deberíamos saber que no funcionamos así, pero entiendo que cuanto más convincente suenas, más se te escucha. El impacto lo vemos en terapia, cuando te viene gente creyendo en fantasías de éxito y de evitación del malestar, que además quieren solucionar ya mismo. Personas que piensan que lo que sienten no debería estar ahí, porque lo han leído en alguna parte. Hay que ser mucho más crítico con la autoayuda y con el doble mensaje de “solución instantánea” y “hágalo usted mismo”, que además es contradictorio en el fondo.

En el libro mencionas: “La inagotable y cada vez más agresiva autoayuda no parece estar contribuyendo demasiado a mejorar la satisfacción vital de su público objetivo”.

¿Qué características de este enfoque crees que lo hacen contraproducente?

Características contraproducentes de la autoayuda hay bastantes, pero creo que la más importante es esta llamada a que todo te importe muy poco. A que no te afecte lo que te pasa, desprenderte de cosas, desapegarte … en fin, hay distorsiones del estoicismo que dan miedo, más cerca de la psicopatía que de otra cosa. Si alguien me ataca, me provoca o intenta dañarme, y sobre todo si ese alguien es importante para mí ¿cómo no me va a afectar? Te sueltan sin rubor que aportes o apartes, o que no te rodees de gente que no te haga sentir bien todo el tiempo. Eso es imposible, llamar a las personas a la evitación conduce al malestar y a la soledad. La otra es el individualismo atroz. Si evito el malestar, evito el contacto con los demás – o con los que no hagan lo que quiero en cada momento, que son todos -, y mi satisfacción con la vida depende únicamente de lo que yo decida, pues ya me dirás el panorama que te queda. Estás solo, abandonado a tu suerte y encima lo que te pase es por tu culpa. Eso es una receta segura hacia el malestar crónico.

¿Te costó mucho trabajo «pasarte Tinder»?

Jajajajaja estoy retirado de Tinder. No, en serio. Escribí el artículo como spin off del doctorado en psicología, que espero acabarlo este año. He investigado sobre auto presentaciones en Tinder, buscando patrones medibles mediante análisis de datos, y ha sido un proceso increíblemente interesante. Allá también buscamos “cerrar un trato” inmediatamente con alguien ideal que nos aporte todo lo que necesitamos, pero sin tener que renunciar a nuestra independencia … vamos, una fantasía donde ganamos todo y no pagamos nada. En ese momento creo que leí más de noventa papers y dos libros sobre el tema. Apasionante y agotador, pero muy instructivo aprender cómo nos condiciona una aplicación en esto de buscar el amor y cómo tendemos a estereotiparnos para gustar. En sesión es uno de los aspectos estrella, las relaciones de pareja.

¿Cuál crees que es el mayor obstáculo para construir relaciones auténticas en el mundo contemporáneo?

El mayor obstáculo para mí es la falta de tiempo, real y autoimpuesta. Llevamos vidas absolutamente sobrecargadas de exigencias: trabajo, estudios, familia, vida social, realización personal … todo a la vez. Para mucha gente el dedicar tiempo a conocer bien a una persona implica ir jugando al Tetris con la agenda. Este es el de fondo, pero los demás serían la inmediatez (queremos tenerlo todo ya) y la evitación de posibles experiencias desagradables, como el miedo al rechazo, la frustración de que las cosas no vayan como habíamos pensado o la renuncia a decidir unilateralmente. A esto de hacer lo que te dé la gana en cada momento sin reparar en el otro muchos lo llaman fluir. En este sentido, nos hemos vuelto más egoístas y más ansiosos en general, y te diría que la autoayuda actual tiene bastante que ver en ello.

¿El amor está, por presencia u omisión, en la base de toda actividad humana?

Sí, sin duda. Querer y ser queridos es el motor principal que mueve a los seres humanos. Las personas hacemos cosas loquísimas para ser bien vistos, valorados y amados por los demás, incluso mentir como bellacos. Hacerse pasar por lo que no eres solo para que te aprecien es un clásico eterno que no pasa de moda. Sentirme útil también es un fenómeno relacionado con el amor, en este caso en la doble vertiente interna, porque me ayuda a apreciarme, y externa, porque los demás me ven interesante y capaz. Buscamos relacionarnos con quienes nos transmiten seguridad. Es decir, con quien creemos que sabe lo que hace en la vida, nadie es tonto y en el fondo nos sabemos falibles. Fíjate si es importante sentirse útil. Por otra parte, la falta de amor nos “enferma”, esto es una obviedad en psicología. Cuando recitamos el mantra ese de que un factor de riesgo principal en salud mental es la falta de una red de apoyo, estamos diciendo eso.

¿Qué papel juegan las exigencias sociales y laborales en la epidemia moderna de ansiedad y estrés?

Esta respuesta la apuntaba antes. Como no tenemos tiempo de atender todas las exigencias profesionales y sociales que se nos piden, no solo instituciones y empresas, sino entre nosotros (solo hay que darse una vuelta por Instagram o TikTok), lo queremos todo ya mismo. En este sentido, la posibilidad no ya de error, sino de imperfección, se vuelve inaceptable. En la gente joven se ve clarísimo, vienen a terapia absolutamente aterrorizados, abrumados por lo que creen que tienen que conseguir para sobrevivir a la vida adulta. El fantasma de la falta de oportunidades y el fracaso si no se plantan antes de los treinta con dos carreras, tres masters y ocho años de experiencia. Es una locura, la “rat race” se nos ha ido de las manos. No me extraña que tantos jóvenes se bajen del tren, las exigencias son tremendas y las recompensas ridículas.

Afirmas que “La vida contemporánea es cada vez más compleja, individualista y competitiva”. ¿Qué consejos darías a alguien que siente que esta complejidad lo está sobrepasando?

Aquí voy a sonar un poco estoico, y no me gusta simplificar en una frase lapidaria, pero que suelte lo que pueda y se quede con lo imprescindible. Querer no es poder, es una frase horrible. Es un proceso doloroso, porque implica renuncias, pero examinar qué estás haciendo, para qué y qué puedes descartar al final te ayuda. Es que muchas veces no vas a poder, y aunque puedas, nos empeñamos en querer conseguir cosas que bien pensado ni nos hacen falta, ni nos hacen bien. Ah, y siempre, siempre, da igual lo que te digan sobre productividad, perseguir sueños y demás, guardarse espacio para descansar. Epicuro venía a decir que los humanos buscamos el placer, pero si por ese camino sufrimos más que disfrutamos, estamos haciendo el tonto. Bueno, más o menos. Diría que si estás bien como estás, te quedes más rato en la zona de confort. Cuando estés a disgusto, moverás el culo tú solo.

¿Por qué crees que la evitación del error se ha convertido en una obsesión para muchas personas?

Bueno, porque en esta fantasía de productividad máxima no puedes fallar. Un error te manda al vagón de cola, a la montonera de inútiles y fracasados de la que ya nunca podrás salir. Salvo si ya te has conseguido la etiqueta de exitoso, entonces da igual lo que hagas. A Elon Musk le explotan los cohetes, Zuckerberg puede cagarla con Meta y etcétera, pero a esos se les perdona todo porque ya son triunfadores. Que levante la mano el psicoterapeuta que no se eche al cuerpo cada semana al menos una decena de sesiones alrededor del error y la culpa que arrastran los pacientes por cualquier vicisitud humana. Lo asimilamos a fracaso, pero solo si el resultado es peor del esperado. Nadie lo llama error cuando la realidad mejora las expectativas, aunque lo sea.

Una de las afirmaciones más interesantes del libro es que “La mayoría de nuestras meteduras de pata son inocuas”. ¿Esto lo has tenido siempre claro?

Jajajajajaja no. No siempre, cuando te has colado y está reciente, quieres esconderte bajo tierra una temporada. Es normal sentirse fatal cuando te equivocas, solo podemos hacer una valoración más justa una vez que la emoción ha pasado. Y aún así, la mayoría hemos picado en esto de “no puedes fallar”. Pero cuando te das cuenta de que tu vida sale adelante incluso sobre un montón de errores de apreciación – somos malísimos prediciendo -, aprendes a relativizar. Cuando me dedicaba al análisis de datos, descubríamos decenas de errores de código que llevaban incluso años ahí y nadie había reparado en ellos. Se tomaban decisiones de negocio sobre datos falsos y la empresa ahí seguía, ganando dinero a espuertas. Hay varias fantasías con el error, como que es aprendizaje y no siempre es así. Tendemos a cometer errores similares, obviamente. Además, muchos errores son reparables.

¿Por qué es importante reivindicar la vulnerabilidad y las emociones menospreciadas como herramientas de conexión humana?

Aceptar la propia vulnerabilidad es el único camino hacia estar satisfecho con uno mismo. No es tanto “arreglar” lo que no me gusta de mí, hay características que no se pueden eliminar, sino asumir que tengo un flanco vulnerable, que a veces no sé qué hacer, que meto la pata, que hay cosas de mí de las que no estoy orgulloso, pero las acepto. Los celos, los deseos de venganza o la vergüenza son emociones, están ahí y las experimenta cualquiera en las condiciones adecuadas. Me pueden estafar y tomar el pelo y eso no me hace tonto. No las toleramos ni en nosotros mismos, ni en los demás. Para mejorar mi capacidad de conectar con los demás y de entenderme, necesito leerlas, comprender qué me están diciendo y después decidir mi curso de acción. O inacción, puedo no hacerles ni caso, tampoco es cuestión de endiosar mi mundo emocional. Mi cuerpo puede hacer una mala lectura de una situación, no pasa nada. Los automatismos fallan a veces.

En el libro señalas: “Una vida satisfactoria no puede basarse en la evitación de situaciones desagradables o emociones negativas”. ¿Qué estrategias propones para lidiar con estas experiencias inevitables?

Ya el hecho de aceptar que van a ocurrir es un avance. ¿Cómo sé que las acepto? Cuando no me asustan, aunque no me gusten, claro. Algo en lo que insisto mucho en terapia es en poner en foco en la capacidad de la persona para sobreponerse a estas situaciones y lo basamos en su propio historial. Muchas personas se cuentan el relato de su vida de maneras desastrosas. En todas nuestras fantasías de catástrofe las desgracias nos pasan por encima, y nos vemos impotentes para hacer nada, cuando no es verdad. Ir por la vida con la confianza de que, si me pasa algo desagradable, un conflicto o una pérdida, voy a saber qué hacer da mucha tranquilidad. O que no habrá nada que hacer, pero de alguna manera sobreviviré. La pérdida puede ser un evento devastador del que no me recupere del todo nunca, por supuesto. Pero los humanos somos bichos resistentes, tenemos una capacidad de echarnos a la espalda grandes dosis de sufrimiento y salir adelante francamente admirable. Una herramienta que infravaloramos es el mecanismo del olvido, aunque funcione muy bien, pero claro, es involuntaria y hay que dejar que haga su trabajo. Así que no confiamos en ella.

¿Qué crees que dificulta que las personas desarrollen una relación saludable consigo mismas?

En primer lugar, toda esta retórica de la competitividad, la ambición, ese rollo de “el mundo es una jungla”, “si no eres el depredador, eres la presa”, “no te fíes ni de tu padre”. Esta basura nos la tragamos desde bien pequeños. Las personas no somos tontas, tú oyes esto, te miras y piensas “¿y cómo se supone que voy a hacer yo todo eso?”. No eres un Terminator T-800, nadie lo es. Que lo más probable es que ni quieras pisar cabezas ni comerte a nadie. Además, a la mínima que tienes algún rasgo visible que no entra en la norma social, la has cagado. Si estás muy gordo, muy delgado, eres demasiado alto o demasiado bajo, no ves bien, se te cae el pelo, hablas lento o no pronuncias bien… te van a señalar. Así es complicado llevarse bien con uno mismo. No estoy diciendo que una persona no necesite desarrollar habilidades para defenderse en la vida, porque las dificultades van a aparecer, y en ciertos momentos es verdad que solo podrás contar contigo, pero la presión social negativa es excesiva. En general, tendemos a ser más tolerantes con los demás que con nosotros mismos. Y a creernos más importantes de lo que somos, en el sentido de imaginar que los otros piensan más en nosotros de lo que realmente lo hacen. Menos mal que somos irrelevantes.

¿Son las altas expectativas causa de conflictos internos y con otros? ¿Qué papel tienen las RRSS en la generación de altas y poco realistas expectativas vitales?

Las altas expectativas son una consecuencia de altas exigencias sociales. Solo nos querrán si somos perfectos, si no nos equivocamos nunca. Hay un tipo de protagonista de películas que es el tipo que lo sabe todo, que ha anticipado lo que va a pasar y lo que van a hacer sus oponentes. Se anticipa a todo y lo hace bien, acierta. Estos personajes son agentes secretos, exmarines o científicos, pero también pueden ser psicópatas, con todo lo que conlleva. A muchísimas personas les encantan porque representan el mito de la infalibilidad, del que sabe lo que hace. Yo también he estado ahí, pero ahora me aburren mortalmente. Acertar siempre es mentira, y si fuera verdad, sería un rollo patatero. Si se lo pedimos a los demás, ni te cuento dónde nos colocamos, en la antesala de la soledad. Las redes sociales han desbordado todo esto, porque el sesgo de deseabilidad se multiplica exponencialmente. Encima con el efecto reforzador casi infinito que tienen los algoritmos estos que te ofrecen más de lo mismo a diario. Aunque esté en el sofá haciendo el bichobola porque estoy triste, si me voy a un restaurante, le tomo una foto a un plato y la subo, automáticamente otras personas van a pensar que tengo una vida chulísima. Pero yo seguiré triste, y ellos quizá también por comparación. Las redes son un reflejo de un estereotipo, el éxito vital medido en una foto o un vídeo corto. Es increíble hasta donde llegamos a trampear con filtros y trucos de cámara para que parezca que somos felices y perfectos. Además, hay un componente clasista tremendo en lo que consideramos qué es una vida feliz.

Cuando hablas de que además de buscar la solución de problemas también es necesario adoptar puntos de vista más sanos ¿A qué te refieres?

Los occidentales sobre todo, pero no solo, nos enfocamos mucho en hacer. Encontrar una acción resolutiva, una intervención que finiquite cualquier problema de forma definitiva. Tomar iniciativas. Nos cuesta un horror aplazar, esperar o diferir. Le llamamos procrastinación a cualquier táctica dilatoria, incluso a tener paciencia y esperar el momento oportuno para actuar. Somos un desastre dando soporte emocional, por ejemplo, porque suele consistir en estar y no en hacer. Si tu pareja está triste por algo, no le vas a quitar tú la tristeza, no eres el protagonista. Pero puedes quedarte a su lado por si te necesita. O le preparas un caldito, con eso basta. Nos ponemos misiones que nos superan, muchas veces movidos por las ganas de ayudar. Con puntos de vista más sanos me refiero un poco a esto: valorar opciones alternativas que no nos supongan ser los actores principales en todo, pasar a segundo plano no está mal, tampoco el adoptar una posición de espera, abandonar el pensar mal de los demás preventivamente … en el libro dedico un capítulo entero a hablar de tratarse con respeto, otro a valores como la compasión o la aceptación. Estamos sosteniendo un mundo inhóspito.

¿Se puede aprender a reenfocar? ¿Cómo?

No te voy a decir que yendo a terapia, porque no todo el mundo lo necesita, pero algo de eso hay. La terapia no deja de ser un proceso de reenfoque asistido por un profesional. Supone una revisión y una reflexión crítica de cómo he estado haciendo las cosas hasta ahora. Por eso precisamente muchos tiran de psicólogo, apostaría a que piensan que seremos más objetivos con ellos, aparte de la fantasía de que se lo arreglaremos en un plis. Ni una cosa ni la otra, pero el psicoterapeuta es un contraste y, si está bien preparado, va a ayudarte a abrir perspectivas nuevas adaptadas a tu idiosincrasia. Pero lo puedes hacer solo, siempre que no te maltrates en el proceso. Maltratarse no sirve para nada. Todos tenemos motivos para haber tomado tal o cual decisión, y podemos cambiar de opinión más adelante, cuando tenemos conocimientos nuevos sobre la cuestión. Una reflexión crítica no es sinónimo de hacerse daño, aunque hagamos descubrimientos poco agradables sobre nosotros. Pero sin cierta disposición a cuestionarnos, reenfocar es imposible.

¿Cómo pueden las personas desarrollar una mentalidad más abierta y curiosa ante la vida y los demás?

En corto, reconectando con su parte infantil, tal como Berne la entendía. La curiosidad, las ganas de divertirme, el hacerme preguntas sobre el mundo, la capacidad de fantasear y sobre todo, la convicción que tienen de que no están haciendo nada malo cuando se interesan por lo que ocurre a su alrededor. La inocencia se puede recuperar en la edad adulta. Preguntar desde la curiosidad auténtica funciona sorprendentemente bien con los humanos. Ojo, que no estoy hablando del rollo ese del Niño Interior y su herida primigenia, porque creo que es un concepto que encierra una idea dañina. Si llevas diez años tratando de sanar una herida antigua, pues igual estás haciendo algo mal. Quizá estás volviendo a hacerte la misma herida cada vez, y entonces es presente y no pasado remoto. ¿Qué pasa si sano y ya no hay herida? Hay que tener cuidado con las metáforas que usamos en psicología. Yo soy más de trabajar en la Cabra Interior, porque eso lo veo en terapia cada día. Todos tenemos una cabra que tira al monte, hay que descubrir cuál es el tuyo. Muchos pacientes ni se dan cuenta de que vuelven una y otra vez a los temas que les tocan el alma hasta que se lo señalas. Puede ser el mar, la literatura, los deportes de aventura o cuidar gatos. Muchas veces la clave está en estos montes sencillos, pero es que somos una especie que necesita poco para maravillarse. Mirar cosas bonitas da calor al espíritu. Nos encanta la música, el arte en general. ¿Has probado a mirar un acuario lleno de peces de colores? Es un éxtasis.

“Vivimos en un vagón de metro lleno hasta los topes: según cómo nos colocamos, o nos intentamos mover chocamos con otros usuarios”. ¿Cómo deberíamos abordar esos inevitables “choques” en nuestras interacciones diarias?

Sí, todo el mundo busca su lugar bajo el sol, así que chocaremos con alguien tarde o temprano. Es inevitable no lesionar los intereses ajenos, sean más o menos legítimos. En principio todo el mundo te dice que evita el conflicto, pero lo tenemos demasiado asociado a una discusión, y no es lo mismo. Negociar es una habilidad maravillosa, por ejemplo. Pero si voy por la vida pensando que no hay que dar ni un paso atrás y que siempre voy a tener razón (como si tenerla me asegurara algo), pues me estoy bloqueando esa opción. La imposición y la resistencia a brazo partido son estrategias que generan mucho dolor. En general, si no es esencial, puedo plantearme si evitarlo o dejarlo pasar no es lo mejor. La otra opción, la confrontación, mejor reservarla para cuestiones más importantes, porque es mucho más costosa en cuanto a esfuerzo físico, mental y emocional. ¿Qué estrategia elegir? Como siempre, nuestra vivencia interna, o la cantidad de malestar que soportamos, nos va a dar pistas sobre el curso de acción a tomar. Nuestro sistema de valores éticos tiene mucho que decir aquí, es importantísimo tener uno en el que apoyarnos, y que esté abierto a mejoras.

¿Cuáles son los mecanismos de defensa más comunes que utilizamos para protegernos del daño emocional, y cómo podemos superarlos?

En el libro comento que la evitación tiene mil padres, pero también podría decirse que tiene mil formas. Están los que tratan de complacer a todo el mundo para evitar sufrir. Huir todo el tiempo de los conflictos es horroroso, porque además no funciona, te acaban encontrando. Es imposible ir por la vida siendo neutral a tiempo completo, además acabas no gustándole a la gente. Y también están los que tiran balones fuera a la mínima ocasión, deshaciéndose de sus responsabilidades. No se comprometen, no dicen que sí ni que no … estos te pueden volver loco si les prestas mucha atención, es como pescar anguilas con las manos. Después tienes los insensibilizados, que mantienen distancia emocional con el resto de la humanidad. Superar una tendencia a la evitación, pues depende del caso concreto, claro. Pero en principio, ir exponiéndose progresivamente y trabajarse el miedo al rechazo. En una vida humana satisfactoria y bonita nos van a rechazar decenas de veces.

¿Cómo podemos enfrentarnos a las pérdidas o conflictos sin que estas experiencias nos paralicen?

Esta pregunta no tiene una respuesta fácil, porque para empezar hay pérdidas tremendas o conflictos que no vamos a poder resolver de forma satisfactoria porque no tenemos poder para ello. Por ejemplo, cuando no me queda otra opción que irme de mi casa, mi ciudad o mi país. Es una situación que supone un cambio permanente y de la que cuesta recuperarse. Los cambios indeseados impuestos desde fuera son un drama. En las empresas se dedican a impartir seminarios sobre “gestión del cambio”, normalmente cuando van a hacerles alguna faena a los trabajadores, y en realidad son técnicas para fomentar conformismo, resignación o aceptación de que no te queda más remedio que joderte. La happycracia esta tan hipócrita sale de aquí: “míralo como una oportunidad de alcanzar tus sueños”, cuando te acaban de poner en la calle. Pero sea cual sea la pérdida o el conflicto, la primera impresión es que nos va a costar una vida remontar, y eso es una predicción emocional que sale del malestar y la tristeza que sentimos. Aquí va a ser clave nuestra capacidad de ser pacientes y compasivos con nosotros, empezar por lo más inmediato y sencillo y no exigirnos más de lo que podemos abarcar.

Hace poco se criticó en un programa de divulgación científica la práctica psiquiátrica. ¿Cómo te relacionas con esta disciplina?

Como puedo jajajajaja. La práctica psiquiátrica y la psicoterapia no se parecen, y me da bastante pena la incomprensión que veo entre profesionales de ambas ramas. Supongo que para los psicólogos es más fácil detectar cuándo un psiquiatra hace una intervención dudosa en nuestro campo de actuación, pero nos cuesta más ver que muchos psicólogos hablamos de psicofármacos, reacciones químicas cerebrales y demás, cuando dependiendo de a qué nos dediquemos, no tenemos más que nociones básicas. Los psiquiatras sensibilizados con la psicoterapia y una visión más humanista y colaborativa de su profesión son un amor. También hay conflictos de intereses que nada tienen que ver con la salud mental del paciente. Como pasa con la libertad, la salud mental la invoca todo el mundo para defender cualquier posición. Pero que la hipótesis de la serotonina es un camino que no ha dado resultados, eso es más que sabido y aceptarlo no implica menospreciar la psiquiatría, ni mucho menos.

¿Qué mensaje clave te gustaría que los lectores se lleven de tu libro?

Qué pregunta más difícil. Quizá que vivir ya es suficientemente complicado como para que anden por ahí aporreándose por cualquier contratiempo. Creo que es mejor que vuelvan a conectar con la curiosidad por ellos mismos y por los demás, por explorar el mundo y atreverse a exponerse a situaciones. Preguntar, interesarse y pedir sin malicia. Recuperar cierta inocencia, porque la necesitamos para confiar. Ah, y ser amables y compasivos. Es increíble el poder de la amabilidad, creo que no está valorada como se debería, funciona muy bien.

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