Felicidad perversa, de Tove Ditlevsen (Seix Barral)
«Una pena sin nombre me atenaza el alma», leemos en una de las últimas líneas de Felicidad perversa, que reúne dos libros de cuentos de Tove Ditlevsen, El paraguas (1952) y el que da título a este volumen (1963). A su vez, ambos se titulan como sendos cuentos: el primero retrata la desesperación de una joven recién casada que «siempre había esperado de la vida —contra toda lógica— mucho más de lo que esta podía darle» y que se sorprende ansiando un paraguas; el segundo también retrata a una chica con un fuerte deseo, irse de casa, aunque lo de emanciparse sigue siendo cuestión de género: «Da igual con quién nos casemos», le dirá su madre. Recuperada en los últimos años, la autora de la obra maestra de literatura confesional Trilogía de Copenhague también fue un portento del relato breve con su prosa precisa y descarnada, su amarga ironía. Estas veintiuna historias o escenas de parejas o familias de mediados del XX retratan a personajes recorridos por pensamientos y pulsiones subterráneas, sombrías, entre los que se crea un muro de incomprensión y «no existe ya ningún lenguaje». Como esas madres que espían y vigilan y que quizá querrían evitar a sus hijas los destrozos de la terca vida; o como esa niña de siete años que «ya iba por el mundo llena de un miedo grande e informe». Una nueva oportunidad de encontrarse con la obra sutilmente devastadora de la escritora danesa.
APTO PARA: Devotos de las historias breves que encierran toda una visión del mundo.
NO APTO PARA: Aquellos a los que toda ficción que no esté sobrexplicada se les queda corta.
Impugnar las normas, de Pere Portabella (Galaxia Gutenberg)
Más de un centenar de textos de Pere Portabella, incluyendo discursos, presentaciones, artículos, cartas, ensayos, notas, conferencias e intervenciones, recopila este volumen imprescindible para comprender y redimensionar su valiosa independencia como cineasta-autor, pero también su trayectoria política. Esta fértil actividad escrita, que Impugnar las normas presenta en edición anotada de Esteve Riambau, abarca seis décadas: desde sus comienzos produciendo películas de Saura, Ferreri y Buñuel (cuya Viridiana le llevaría al ostracismo franquista); a su relación con artistas como Tàpies, Brossa o Miró; la proyección de su Vampir, Cuadecuc en el MoMA; su periodo de senador en la joven democracia española y sus ideas sobre memoria histórica, libertad y otras cuestiones sociales; su vuelta al cine coincidiendo con la caída del Muro de Berlín; el diálogo con otras artes (Bach, Lorca) en sus últimas obras, la continuación de su activismo en la Fundación Alternativas y su interés reciente por nuevas políticas culturales y de sostenibilidad. Reveladoras reflexiones que dan cuenta de su personal visión, comprometida e innegociable, y de un cine políticamente intervencionista en el mejor sentido: el de su transgresivo legado, que lo ha situado en los márgenes y a la vanguardia de las mutaciones estéticas que reivindicaban una verdadera cultura europea a base de «democracia contra la barbarie».
APTO PARA: Cinéfilos que valoran el compromiso estético de este arte con su tiempo más allá del canon impuesto.
NO APTO PARA: Los que creen que el cine político es solo el que ofrece un discurso explícito, o que el cine es solo una cosa.
Legado, de Agustín Márquez Díaz (La Navaja Suiza)
«El nacimiento tan solo es el preámbulo de la muerte; aun así, nos empeñamos en seguir naciendo». Desde el mismo inicio de esta novela, la distancia irónica que maneja con soltura el narrador es clave para entender la tristeza que atraviesa su relato; también su humanismo vitalista. Tendemos a olvidar el reconocimiento del legado —término infrautilizado en esta sociedad utilitarista— como una de las fases de la memoria personal, y también del duelo. Tras debutar ganando el Festival du Premier Roman de Chambéry, Agustín Márquez Díaz muestra en su segunda novela que la adversidad es el escenario en el que brota el aprendizaje, donde la experiencia es compartida y transmitida sin interferencias. «Mi padre se fue como lo hizo para que yo no me fuera de ninguna de las maneras», dice el protagonista, testigo del ocaso de su progenitor y de un cambio de dirección en los cuidados y consejos. Esta historia sobre genes incurables e irrenunciables consolida la voz de su autor, cuyo estilo ágil y fragmentado brilla especialmente en unos diálogos cargados de gracia, así como en algunas frases contundentes a modo de aforismos, punchlines o verdades como agujas. Legado habla con ligereza y hondura de enfermedades imaginarias y de herencias inadvertidas, de pensamientos lúgubres que lo ocupan todo hasta que alguien necesita que se ocupen de él, de vidas imperfectas vividas en presente, pero con el recuerdo de que somos quienes somos por alguien.
APTO PARA: Quienes valoren las complejidades emocionales de un relato sobre la estirpe y la herencia inmaterial.
NO APTO PARA: Aquellos que se deprimen solo de pensar en que todo esto (spoiler) se acaba.
No soy un robot, de Juan Villoro (Anagrama)
El autor de este ensayo híbrido sobre la lectura y la sociedad digital considera que «reflexionar sobre la cultura de la letra resulta imperioso en un momento en que la especie pierde facultades que son asumidas por las máquinas». Juan Villoro funde pensamiento, memorias y crónica en un libro donde dialogan sus propias lecturas, en todos los estratos y formatos, en torno a dos bloques temáticos: la desaparición de la realidad, cifrada en asuntos como las alertas de móvil, la minería de datos o el reality show en una época con déficit de lo real; y las formas de leer, atendiendo a cuestiones como los relatos colectivos de internet, el océano de lecturas fragmentadas o el periodismo en el umbral de la escritura poshumana, aunque la prueba de que no somos máquinas «no está en lo que se escribe sino en lo que se lee». Erudito y ligero, hondo e irónico y también poético, No soy un robot trata justamente acerca de esa «tecnología remota» que es la lectura como habilidad que nos hace humanos, sobre todo al descifrar las posibilidades de un texto, interpretar sus múltiples sentidos. Lejos del manifiesto ludita, el autor mexicano emprende en estas páginas una defensa del lector por su capacidad de conectar textos y de llevarlos a otros con-textos: «Quien lee esta frase la transforma», asegura Villoro, para el que no hay mejor autenticación que este acto eminentemente personal.
APTO PARA: Quienes sigan confiando en la capacidad creativa e inimitable de la lectura.
NO APTO PARA: Los que creen que la inteligencia postiza es capaz de leer el mundo por nosotros.