Entrevistas

Jenny Odell: «Hay personas que hablan del agotamiento como una perogrullada, como si a nadie le sorprendiera que la gente está cansada»

Jenny Odell, autora de «¡Reconquista tu tiempo!». / © Chani Bockwinkel

Días y semanas programados al detalle. Relojes en la muñeca, en el móvil, en las paradas de bus, en los aeropuertos, en el metro, en todas las pantallas. Cientos de miles de contenidos en línea que braman con el último tip infalible contra la procrastinación. La pulsión por hiperoptimizar el tiempo, la sensación de que siempre nos falta.

En medio de una presión temporal que parece generalizada —y exacerbada por la aceleración de la vida, el ruido y la ansiedad climática—, la artista y docente estadounidense Jenny Odell (San Francisco, 1986), tras su éxito en ventas Cómo no hacer nada, regresa con ¡Reconquista tu tiempo! (Ariel, 2024), un exhaustivo ensayo en el que analiza la gestión del tiempo, sus raíces históricas y culturales y su impacto social y ambiental. Hablamos con ella a su paso por España.

Parece que hoy en día todo el mundo está cansado, como si hubiera un agotamiento generalizado. Y, a su vez, parece haberse extendido la sensación de que siempre nos falta tiempo. ¿Crees que el agotamiento y la presión temporal son las marcas de nuestra época? ¿A qué se debe?

Sí, así parece, aunque creo que la gente ha tenido sentimientos complicados sobre el tiempo desde siempre, solo que de forma diferente. Pero sí, el agotamiento parece muy frecuente hoy en día. Y no solo en términos de la gente que lo experimenta, sino de que hay personas que hablan del agotamiento como una perogrullada, como si a nadie le sorprendiera que la gente está cansada. Además, tenemos una especie de vocabulario para ello, que en cierto modo amplifica su conciencia. Dictando clases a estudiantes universitarios observé que había en ellos una especie de agotamiento diario, que se debía a estar en un entorno universitario realmente competitivo y altamente profesionalizado —incluso se espera que tengan páginas web profesionales además de estudiar—. Estaban muy preocupados por las calificaciones y por la vida y las deudas después de la universidad. Un tipo de ansiedad económica, pero también una ansiedad por el mundo y las cosas que están sucediendo, por el planeta que han heredado de generaciones anteriores. Siento que ambas cosas están contribuyendo a su agotamiento. Es como que se amplifican unas a otras porque son muy disonantes. Una existe en el nivel de lo cotidiano, simplemente tratar de llegar al día siguiente. La otra está en el nivel de no poder imaginar un futuro.

¿Por qué crees que se ha extendido tanto lo que Michelle Shir-Wise llama «alarde del ajetreo»? ¿Por qué todo el mundo parece estar intentando mostrarse como una persona ocupada? Incluso se ha llegado a hablar del «síndrome de la vida ocupada»…

Creo que es algo cultural con largas raíces históricas. Yo crecí antes de las redes sociales, pero recuerdo que había en general, de manera directa e indirecta, el mensaje —que te dicen desde niño— de que no es bueno estar ocioso. En mi caso, fui a una escuela secundaria mayoritariamente asiática-estadounidense, y había muchas familias de primera generación que tenían expectativas culturales sobre los logros. A mis amigos normalmente sus padres les decían muy directamente que necesitaban tener algo que mostrar y en lo que habían gastado su tiempo. Necesitaban ser productivos. Estar siempre mejorando. Regresaban a casa de la escuela y tenían lecciones de violín, tutorías, todo muy programado. Y a eso se acostumbran. Entonces, cuando yo estaba dictando clases, veía que sí, puede que los padres ya no estén diciendo eso, pero se ha interiorizado. Es algo que está ahí afuera y que ya llevas de base. Luego, si retrocedemos aún más, hay cosas como la ética protestante del trabajo que tiene raíces históricas y culturales muy específicas, como el contexto religioso en el que el trabajo y la productividad económica se equiparan literalmente con los valores (values) y el valor (worth) espiritual. Si miras a cualquier CEO de Silicon Valley, te resultará familiar, como si llevaran una sudadera: no están mostrando su riqueza exteriormente, dicen que se enfocan en el trabajo por el trabajo y no necesariamente en disfrutar de la propia riqueza, sino siempre en acumularla. Es algo que forma parte intrínseca, como si estuviera en las raíces de la cultura estadounidense.

¿De qué manera ha sido el reloj una herramienta de dominación, tanto de la naturaleza y el territorio como de las personas? Lo pienso desde eso que llamas el «autotemporizador incorporado», como también desde el cronómetro que sostiene otra mano (en el extractivismo, el colonialismo, el capitalismo…).

Puedes verlo si te remontas a cuando se inventó esta forma de medir el tiempo, las circunstancias bajo las cuales se inventó, qué problema se estaba tratando de resolver. Es el tiempo tal como lo conocemos: específicamente, la noción de una hora de trabajo, una hora que puede divorciarse de su contexto, puede comprarse y venderse para satisfacer las necesidades de las personas que necesitaban comprar y vender el tiempo de otros. Desde el principio ya existe una relación de dominio en la noción misma de medir el tiempo de esta manera. Se puede ver un contraste con las sociedades preindustriales donde tenían lo que se ha descrito como una economía social, un intercambio de trabajo y objetos de valor similar, pero que tomaba una forma completamente diferente. Eso era más apropiado para el modo en que dirigían sus sociedades. Solo cuando se tiene esta noción de comprar y vender el tiempo de otros se obtiene la «hora hombre» o la hora laboral. Y entonces es menos sorprendente que eso persista en las formas modernas de medición del tiempo, como el monitoreo de los empleados o incluso lo que las personas se hacen a sí mismas cuando intentan administrar su propio tiempo.

Dices que hoy el tiempo libre se ha convertido en un stent para una cultura que no soporta nada que se sienta como un vacío. ¿Por qué no soportamos el vacío? ¿Por qué crees que en la pandemia teníamos la necesidad constante de llenar las horas como fuera?

Es como que has estado condicionado toda tu vida, has estado absorbiendo mensajes de que está mal no mostrarse activo. Creo que simplemente ser consciente de ello es el comienzo de algo distinto, saber que hay algo culturalmente específico que está en el éter, con el que todos estamos lidiando y que es tuyo y a la vez no, proviene de la sociedad en general. Ese es el comienzo para intentar imaginar algo diferente.

Frente a este sentimiento heredado socialmente, ¿cuánto daño le está haciendo a la sociedad la proliferación de los productivity bros y el crecimiento de esa cultura individualista del bootstrapping, la idea de que todo individuo es capaz de mejorarse a sí mismo y sus condiciones mediante la disciplina y el esfuerzo y sin ayuda de nadie?

Creo que depende, pero puede ser potencialmente perjudicial a nivel colectivo. La mujer que entrevisté del grupo de Facebook Working Moms me dijo que, a nivel individual, la autoayuda para gestionar el tiempo realmente no le funciona. Entonces, a nivel individual, a menudo no es efectivo. Pero creo que donde se vuelve realmente dañino es a nivel colectivo, porque si todos siguen este tipo de consejos, no piensan en cosas que podrían estar haciendo con otras personas y que generarían cambios más grandes. Como si eso bloqueara la vista de las posibilidades. Entonces, es como si todo en la sociedad estuviera dispuesto en contra de que uno descubra con otra persona que uno mismo, ambos juntos, y tal vez más personas tienen poder. Y la autoayuda individualista es parte de eso.

En tu opinión, ¿cuál es la dimensión política del descanso?

Creo que es casi como hablar otro idioma. Pensemos, por ejemplo, en lugares donde un idioma está, literalmente, en peligro de extinción, donde todo el mundo habla un determinado idioma, el oficial, y luego tal vez haya otro idioma que sea menos común y esté en peligro de extinción: tiene significado hablar ese idioma porque no es el idioma dominante. Entonces lo pienso de manera similar: la decisión de valorar el descanso, o la decisión de que no eres cien por cien un trabajador, o de que hay más en tu vida que la dimensión laboral, ya es tratar de mirar hacia afuera y cuestionar el marco en el que se supone que todos debemos estar trabajando o simplemente refrescándonos para seguir trabajando después.

¿Crees que una solución es enfocarse, como Georges Perec, en lo «infraordinario»?

Yo pienso que sí, cualquier cambio en los patrones colectivos e individuales de atención puede ser muy útil para ver más allá de lo que es habitual. Creo que la pandemia fue una especie de interrupción en ese sentido: cambió mucho de lo que la gente daba por sentado sobre cómo se estructuraban sus vidas, y en cierto modo creo que nos obligó a prestar atención a cosas diferentes. Algunos hicieron grandes cambios en sus vidas. Como artista siempre he estado obsesionada con lo ordinario, pero porque es algo que ya existe, que está muy disponible. Lo «infraordinario» está constantemente a tu alrededor y siempre es posible acceder a ello. Puede parecer cotidiano y pequeño, pero al mismo tiempo puede ser muy profundo.

También lo que decías sobre el sujeto del rendimiento y el elogio del cansancio, con Byung-Chul Han y Peter Handke: que cuando uno está tan cansado, el yo aminorado permite enfocarse en el afuera, en lo que hay alrededor.

Sí, sí. Creo que parte de esa actitud de control sobre el tiempo es verlo como un material que necesita ser optimizado. Para decidir para qué sirve y cómo vas a sacarle provecho y qué significa este momento para el futuro. Pero entonces es como si tuvieras que apagar eso para poder percibir todo lo que está sucediendo en el momento. Lo cual es muy difícil de hacer. Y, ya sabes, a veces simplemente te ves obligada a hacerlo por agotamiento total, por enfermedad u otro tipo de interrupción.

Además, planteas la duda como una brecha en lo conocido, una salida de emergencia que nos lleva a otro lugar.

Pienso mucho en los hábitos, tanto a nivel individual como social. La primera vez que haces algo es muy nuevo, hay partes que no se han solidificado, tienes muchas preguntas sobre cuál es la mejor manera de hacerlo, todo es muy abierto, hasta que, con el tiempo, se convierte en hábito y ya no piensas en esas cosas. Y creo que eso explica el hábito cultural de ver el tiempo como dinero, que se congeló en algún punto. Ya no es algo que la gente cuestione demasiado. Entonces, la duda es lo que toma el hábito y lo disuelve, le devuelve esa apertura y esa capacidad de cuestionar.

En inglés se dice «time is money». Sin embargo, en español el dicho «el tiempo es oro» funciona como metáfora que iría más allá del valor monetario, pues se juega algo en lo simbólico: el tiempo no solo es valioso, sino también algo preciado, que hay que cuidar. Y quizás esa fórmula de que «el tiempo es dinero» es lo que nos hace creer en todos los términos del time management, como si cada uno de nosotros fuera una empresa: el tiempo se gestiona, se invierte, se ahorra, te lo pueden robar…

Sí, es gracioso, creo que Benjamin Franklin es la persona a la que se asocia la frase de que «el tiempo es dinero»; supongo que la frase es más antigua, o al menos el pensamiento que lleva detrás. Creo que hay un contraste realmente interesante entre esa expresión y decir algo como que el tiempo es esencial, que el timing es importante: importa cuándo haces las cosas, las estaciones y las temporadas para plantar algo… hay un momento adecuado. Decir que el tiempo es importante es una noción muy distinta a la de que todo el tiempo es igual y está formado por unidades monetarias.

Para cerrar, haces un llamado a partir el tiempo en dos, a «mantener el pasado y el futuro tan separados como lo permita la esperanza». ¿Cómo habitar ese lugar entre líneas, ese «mientras tanto» que implica una espera en esta cultura acelerada en la que tenemos a veces, como dices, «la sensación de absurdo de estar corriendo para llegar más rápido al fin de los tiempos»? ¿Ese «tiempo partido» significa que tenemos que quedarnos en el kairós más que en el cronos?

Totalmente. Y eso requiere un tipo de interrupción, al menos en la forma de pensar del cronos. Estar fuera de esa comprensión lineal del tiempo y de la historia, y verlo como un momento en el que algo nuevo puede suceder. Al investigar, lo que uno encuentra no se parece a esa marcha lineal de la historia. En cambio, descubres que cada momento en el pasado fue un presente, y que en cada momento las cosas podrían haber sido distintas. Si pensamos en el cambio climático, hubo un momento en los años 70 en el que la gente tenía la información y el conocimiento, había reuniones, y simplemente no sucedieron las cosas que tenían que suceder. Pero cada momento se ramifica. Cuando miras el pasado de esa manera, el futuro parece muy diferente. Y también el presente. Porque no lo ves como esa línea donde las cosas suceden de forma lógica. Hay una manera muy diferente de ver el tiempo en la que cada momento es una intersección de muchas posibilidades. Y eso es lo que estoy tratando de rescatar, en el sentido de que separar el pasado del presente es simplemente hacer espacio para la posibilidad. Y también mostrar que hubo momentos de posibilidades en el pasado y que los habrá en el futuro porque si la gente no percibe esa posibilidad, no actuará en consecuencia.

Y podría caer en el nihilismo de «no se puede hacer nada», «es lo que hay».

Exactamente. Y entonces lo que tememos acabará sucediendo porque, en efecto, nadie hizo nada.

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