Horas críticas

«Grimmish», de Michael Winkler: que la realidad no te estropee una buena historia

Confieso que leí Grimmish (Mutatis Mutandis, 2024) hace ya unas cuantas semanas y aún sigo estupefacto. Hacía mucho tiempo que no me enfrentaba a una lectura tan exigente y disfrutona a la vez. Porque sí, es probable que, al finalizar la lectura de esta cosa, el valiente lector o lectora exclame algo parecido a qué demonios acabo de leer. Pero, eso sí, que no lo diga indignado, ¡ni mucho menos!, sino presa de la fascinación por una obra que, sí, lo siento, lo voy a decir: es incatalogable.

Grimmish es un libro que empieza con su propia reseña (ficticia, por supuesto), para luego introducirnos en una conversación entre el autor/narrador y su (supuesto) tío, un tío que más adelante se irá convirtiendo en otro sosias del autor, pero perdón, no quería adelantarme, ya que después de esa (digamos) introducción, pasaremos a lo que se esperaría como cuerpo principal de esta pretendida obra de no ficción con abundante y nunca disimulada carga ficcional, es decir, una narración de la vida de Joe Grim, un boxeador italoamericano que se hizo ¿mundialmente? conocido por servir básicamente de saco para sus rivales. ¿Han visto aquel capítulo en el que Homer Simpson se hace boxeador y lo único para lo que sirve es para recibir mamporros sin moverse del sitio? Pues eso mismo. Grim lo perdió casi todo (me refiero al ámbito del boxeo, aunque me sirve para el resto de espacios de su vida), pero él no combatía por eso. Él combatía para demostrar que por mucho que le atizaran, siempre se levantaba. Y así lo hizo hasta el final de una carrera que le llevó entre 1908 y 1909 a Australia, donde tras un tour diremos que triunfal (si nos movemos en los términos de lo antes descrito, ya que el triunfo para Grim no era ganar sino evitar a toda costa besar la lona), acabó siendo ingresado en un centro psiquiátrico de la ciudad de Perth.

Pero, en realidad, si nos quedáramos ahí, estaríamos faltando al titánico trabajo de Michael Winkler a la hora de construir esta rocambolesca obra de tintes quijotescos en la que uno no deja de saltar entre lo que se cuenta y el cómo se cuenta. Porque el libro no va de eso, o no solo va de eso. Trata de muchas otras cosas. Trata, sobre todo, del dolor. Del dolor físico y de la masculinidad. Y del fracaso, tanto de Grim como del propio Winkler. Así, ante nuestros atónitos ojos, lo que era una especie de metacrónica de la vida de Grim se convertirá en una conmovedora novelización de su infancia, y de ahí pasará a una suerte de fábula del periplo de Grim por tierras australianas en compañía del tío del narrador, que también es narrador, y un chivo parlante (y muy malhablado) que se irá alternando con capítulos donde Winkler reflexiona sobre la propia naturaleza de la ficción, o sobre escribir novelas, o sobre las diferencias entre ficción y no ficción, o sobre teoría literaria. Y siempre, maldita sea, sin que nada suene a impostura (cuando no debe, porque en otros casos, lo hará, y muy pretendidamente, además) o se vean unas costuras que muy fácilmente podrían asomar. Grimmish es rara de cojones, pero su rareza es, cómo decirlo, redonda.

Grimmish es por tanto una novela tramposa en el mejor sentido posible de la palabra. ¿Recuerdan aquello que dijo Hans-Robert Jauss sobre el horizonte de expectativas? Vale, sí, tal vez no sean expertos en teoría de la recepción, pero coño, algo podemos rascar del nombre. Jauss decía, y me disculparán si ahora tiro de memoria, con lo cual tal vez me invente algo, que el lector se enfrenta a la obra a través de la creación de dos horizontes distintos: el interno, propio del avance de las páginas del libro, y el entornal, o contextual. Del segundo no hablaremos demasiado porque poco aporta a la reflexión que quiero llevar a cabo (aunque no sobraría decir que Winkler es muy poco conocido por estos lares y, por ende, nos dificulta aún más el trabajo de situarlo en la tradición adecuada). Pero si hay un horizonte que no es que se rompa, sino que es dinamitado continuamente, es, tal como decíamos, el interno. ¿Qué hacer ante una novela que se torna en un ensayo que trata de ser realista en su descripción de una vida real pero que luego se convierte en algo no sabemos si onírico que luego se vuelve casi una pieza de teatro del absurdo dentro de un universo muy de Cormac McCarthy y que al final no sabemos ni quién dice qué?

Probablemente, y lo digo sin ánimo de reproche sino todo lo contrario, Winkler recurre a todo ese arsenal de variaciones, giros y retruécanos por no contar con material suficiente para construir una crónica fiel de aquel año por Australia de Grim del que apenas se sabe nada. Haciendo de la necesidad virtud, el autor nos deja maravillados por la rapidez con que va alternando fragmentos que recuerdan, como acabamos de decir, a la prosa e intereses de Cormac McCarthy, con otros que evocan la obra de Enrique Vila-Matas (ambos mencionados en algunas de sus múltiples notas al pie), y luego a algo con el sabor de Samuel Beckett, cuando no se va a las reflexiones de (y sobre) Roland Barthes. Mis alabanzas en este punto también para Eduardo Iriarte, porque su labor en la traducción es soberbia al lograr mantener esos cambios bruscos entre prosa poética, crónica deportiva y palabros propios de un registro puramente académico del que el propio Winkler se cachondea a continuación.

Michael Winkler, autor de «Grimmish». / Foto: Joe Winkler — Mutatis Mutandis

Idas y venidas que llevarán al lector curioso a preguntarse qué pasa aquí, y de dónde ha salido todo esto. Y eso nos lleva al otro gran interrogante que es el propio Michael Winkler. Un autor australiano que, viendo que ninguna editorial se atrevía a publicar Grimmish en su país (cabe aquí destacar la valentía de Mutatis Mutandis por traerla desde las Antípodas con semejante historial), acabó viéndose obligado a recurrir a la autopublicación para, ah sorpresa, convertirse en la primera obra autopublicada finalista del Miles Franklin Award, el premio literario más prestigioso de Australia.

En definitiva, no puedo más que recomendar la lectura de Grimmish a todo aquel que considere que en la literatura hay espacio para el juego y el atrevimiento de sus creadores. Una obra que promete algo que después se convierte en otra cosa. Un libro que no deja de sorprendernos en cada capítulo, buscando, supongo (oh, mira que estaba evitando las metáforas pugilísticas y voy a colar una en la penúltima frase), que como en el caso de Grim, seamos capaces de llegar al final de la lectura apaleados pero aún en pie, porque llegado ese momento, y llegado en esas condiciones, no podremos más que disfrutar de esa experiencia casi religiosa y completamente catártica que es llevarse una buena tunda. ¿No es acaso esta advertencia la mejor recomendación posible?

 


GRIMMISH
Michael Winkler
Traducción de Eduardo Iriarte
MUTATIS MUTANDIS
(Barcelona, 2024)
256 páginas
19,80 €

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