Ireneo Funes podía reconstruir sus sueños, todos, percibir cada uno de los vástagos y racimos que comprende una parra. Le costaba comprender que el símbolo genérico «perro» abarcara individuos dispares, de distintos tamaños y formas; que el perro que veía de perfil a las tres y catorce se llamara igual que el perro de las tres y cuarto visto de frente. Incapaz de ideas generales, el mundo de Funes el memorioso era intolerablemente preciso. Porque, como concluye Jorge Luis Borges en su cuento, «pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer».
Admirador del universo borgiano, el físico y neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga dice tajante: «El olvido es la característica esencial de la inteligencia humana». La inteligencia general, es decir, la capacidad de abstraer y transferir conocimiento, es lo contrario del mero detalle. Va más allá de los elementos sueltos: recordamos las cosas en conjunto, sus generalidades, los conceptos. Eso es lo que nos diferencia de las máquinas.
El autor de Borges y la memoria (Ned Ediciones, 2021) vuelve al ensayo divulgativo con Cosas que nunca creeríais (Debate, 2024), en el que también usa la literatura y la ficción para explicar los avances neurocientíficos, pero esta vez con el hilo conductor de un género específico: la ciencia ficción. Cada capítulo utiliza un clásico del género como gancho para abordar los grandes interrogantes ya no solo de la neurociencia, sino de la filosofía del siglo XXI. 2001: Una odisea del espacio, Blade Runner, El planeta de los simios, Hasta el fin del mundo, Minority Report, Robocop, Inception (Origen), Total Recall (Desafío total) y Abre los ojos marcan las paradas para hablar sobre la inteligencia de las máquinas, los androides, los cíborgs, la manipulación de los recuerdos, la inmortalidad, sobre los entresijos de la conciencia, el libre albedrío y la ilusión de lo real. En otras palabras, sobre qué es lo que nos hace humanos.
Mientras la inteligencia artificial se esfuerza por entrenar a las máquinas con cada vez más datos, con cada vez más información, el cerebro humano hace todo lo contrario, «no busca hacer una reproducción detallada de la realidad, sino que enfoca sus recursos en tratar de comprenderla». Allí entra el rol de las «neuronas de Jennifer Aniston» —descubiertas, precisamente, por Quian Quiroga—, que tienen una sorprendente particularidad: no responden a un estímulo visual específico, sino al concepto, al significado que hay detrás. Por tomar las palabras de Quian, «no necesitamos entrenarnos con millones de ejemplos para cada tarea que resolvemos, porque somos el resultado de millones de años de evolución».
Y para ello ha sido fundamental el lenguaje. Este ha permitido una evolución característica de lo humano: no solo comunicarnos y transmitir conocimientos, sino desarrollar la capacidad de categorizar y conceptualizar, el pensamiento abstracto. Quian Quiroga vuelve a Borges con un verso: «El lenguaje es un ordenamiento eficaz de esa enigmática abundancia del mundo». Ya decía Ludwig Wittgenstein: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente». Y Miguel de Unamuno: «La lengua no es la envoltura del pensamiento sino el pensamiento mismo».
Al igual que la mayoría de los científicos de hoy, Quian sostiene la idea del materialismo: la mente no es algo separado del cuerpo; cerebro y mente son la misma cosa. Así, la percepción de la realidad, la conciencia, la memoria y, por consiguiente, la identidad y el yo son elaboradas construcciones cerebrales. «El cerebro es el almacén de la identidad», afirma. Entonces, si esto es así, ¿cuán cerca estamos de que nos puedan implantar recuerdos? ¿Modificar nuestros sueños? ¿Leernos la mente?
Quizá no hay que ir tan lejos ni echar mano de la ciencia ficción especulativa para imaginar futuros distópicos. Hay quienes creen, como Shoshana Zuboff, autora de La era del capitalismo de la vigilancia, que ya «vivimos en una distopía accidental». En tiempos de incertidumbre y polarización, de economía de la atención y posverdad, es más necesario que nunca entender cómo funcionamos, por qué somos como somos.
Explica Quian que diariamente nos exponemos a una cantidad de información equivalente a la contenida en ciento setenta y cuatro periódicos, cinco veces más que en la década de los 80. Y ahí radica el peligro: «Tal bombardeo de información atenta contra aquello que nos hace humanos y que nos distingue de otros animales o de las computadoras». ¿Estamos demasiado distraídos, hiperestimulados, permanentemente (des)conectados? A lo mejor las bases para imaginar futuros utópicos pasen por la atención, por darle espacio —y tiempo— al pensamiento profundo.
COSAS QUE NUNCA CREERÍAIS Rodrigo Quian Quiroga DEBATE (Barcelona, 2024) 352 páginas 18,90 € |