Horas críticas

«Derivas», de Kate Zambreno: divagar, escribir

¿A qué se parece escribir? ¿Se parece a pensar? ¿Se parece a deambular, a caminar sin rumbo? ¿Se parece a soñar, a entrar en trance, a despegar del suelo? ¿O se parece a construir un edificio sin que se vean los cimientos y la argamasa? Estas preguntas me ha suscitado la lectura de Derivas, obra de la escritora estadounidense Kate Zambreno (Illinois, 1977). Es cierto que escribir se parece un poco a todas estas acciones humanas. Pero, a la vez, no se parece a ninguna: es un proceso particular que la propia Zambreno deconstruye e interroga a lo largo de un libro fragmentario cuya lógica se explica a partir de la cita inicial: «Debe tenerse en cuenta que el grueso del trabajo que realizaba era preliminar: bocetos, apuntes, anotaciones», César Aira dixit. Derivas.

La narradora ha firmado un contrato con un sello editorial, cuenta. Ellos esperan que les entregue una novela. Sin embargo, ella se encuentra trabajando en algo muy distinto. «Lo que deseaba escribir era un libro sobre divagaciones y animales. Un objeto fino como el papel, un fantasma», confiesa. Y también: «Derivas es mi fantasía de escribir unas memorias sobre la nada», «mi deseo de escribir una novela que contenga la energía del pensamiento». Sobre la nada y con la misma energía del pensamiento. «Quería que mi novela girase en torno al tiempo y su problema: cómo escribir el día cuando se nos escapa», añade. Así pues, ¿qué es Derivas? Diario íntimo, reflexión filosófica, anecdotario literario, autoficción, écfrasis, recuerdos biográficos, marginalia. Zambreno se sirve de los materiales secundarios de la existencia para componer un libro sin género o multigénero. Una novela-dietario que se lee cual cuaderno de bitácora de una mujer a la búsqueda de sí misma.

«¿Quiénes son los personajes de tu novela?, me preguntan desde la editorial, y, ¿Pasan cosas?». Habría que responder que, en las páginas de Zambreno, pasa la vida. Y que los personajes son múltiples y peculiares: gatos callejeros, amigas por mail, Alberto Durero y sus grabados melancólicos, familiares ya fallecidos o el perro Genet. Algunos de los personajes se cruzan con la narradora en la calle. «Hace ya un tiempo que me interesa la escritura que se lleva a cabo cuando no se está escribiendo», apunta. Por eso sale a pasear por la ciudad, emulando la filosofía andariega de El paseo, de Robert Walser. Y así describe a una anciana señora del vecindario obsesionada con los gatos o a un tipo que se parece a Steve Jobs sentado en una cafetería, mirando todos los días el film El hombre que pudo reinar en su portátil. La gente de Nueva York. La misma que la acompaña en sus largos viajes en transporte público para dar clases de escritura creativa en universidades. Allí donde tiene la sensación de que el alumnado desea más el éxito social que la entrega vital al arte. ¿Y ella?

Las condiciones materiales de una existencia consagrada a la creación literaria —una cuestión de interés femenino desde Virginia Woolf— es uno de los grandes temas que atraviesan el libro. La vida precaria de una escritora que se debate entre la necesidad de figurar para ser tenida en cuenta en el sistema literario y el anhelo por holgazanear al estilo de Simon Tanner, por procrastinar mirando series de televisión en bucle o fotos de actrices famosas en instagram.

Para entender qué es escribir y cómo es tener una vida dedicada a ello, la autora se fija en otros autores de la tradición. Rilke es uno de los más referenciados. A Zambreno le interesa su perfeccionismo obsesivo, sus cambios de domicilio y de ciudad, su incapacidad para sentirse en plenitud. El mencionado Walser es otro. De hecho, la autora se incardina en la tradición del suizo cuando anota: «Tal vez estuviese escribiendo una novela en el sentido de las de Robert Walser, con sus formas breves que son como estados de ánimo y digresiones». Asimismo, Derivas es casi un homenaje a varios escritores solteros (o que fingieron serlo) y aficionados a tomar notas: Nietzsche, Kafka, Wittgenstein, Pessoa, Joseph Cornell. En esta línea metaliteraria, Zambreno se emparenta con autores como Sebald, Magris, Vila-Matas o Pitol. Y despliega una nutrida constelación de referencias europeas y masculinas. El problema es que resultan demasiado conocidas para lectores no estadounidenses.

Kate Zambreno, autora de «Derivas». / © Heather Sten

Por eso resulta mucho más sugerente y contrastada la genealogía femenina que también traza Kate Zambreno en sus páginas: May Sarton, Ingeborg Bachmann, Elena Ferrante, Susan Sontag, Sei Shōnagon, Chantal Akerman, Diane Arbus… De hecho, el arte fotográfico —como el fílmico— desempeña un papel importante en este libro: a lo largo del texto se intercalan imágenes en blanco y negro, a la manera de Sebald, para brindar la visualización de aquello que se comenta. Algunas son fotografías hechas por la misma autora.

Mientras leía a Zambreno venían a mi mente algunos nombres de escritoras en castellano: Mercedes Halfon, Valeria Luiselli, María Negroni, Ariana Harwicz, Laía Argüelles Folch. Todas ellas juegan con la indefinición genérica, la hibridez y la inclusión de sus vidas en las creaciones que firman. La originalidad de Derivas viene dada por su condición de diario literario de embarazo y por la importancia de lo corporal —incluso de lo escatológico— que revela la voz narrativa. Coágulos de sangre menstrual, vómitos de perro, pies hinchados. Solo Zambreno sabe unir a Rilke con una barriga enorme de embarazada. Y conseguir que la mezcla salga genial.

 


DERIVAS
Kate Zambreno
Traducción de Montse Meneses Vilar
Dibujos de Clara Sancho
LA UÑA ROTA
(Segovia, 2023)
320 páginas
22 €

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