Horas críticas

Libros de la semana #150

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Cuadernos de la guerra y otros textos, de Marguerite Duras (Tusquets)

«Puedo afirmar de manera rotunda que durante buena parte de mi juventud me esforcé en ser como los demás, lo que me valió una cantidad considerable de dolor y una desesperación latente que no me ha abandonado sino extrañamente tarde». Como dicen en su prefacio los editores de estos Cahiers de la guerre, Sophie Bogaert y Olivier Corpet, del Institut Mémoires de l’Édition Contemporaine, todo lo que escribió en vida Marguerite Duras (1914-1996) parece relacionado y da la impresión de haberse gestado en continuación, como parte de un todo que es su obra completa. Incluidos estos cuatro cuadernos de memorias y esbozos de sus libros, redactados durante y justo después de la II Guerra Mundial, que narran unos tiempos cruciales: su infancia y juventud en Indochina, donde da testimonio de la penuria («Sufríamos mucho por nuestra pobreza, y nuestra miseria era ocultarla») y de la violencia («Tendré que volver a hablar de los golpes. Verdaderamente recibí muchos») con las que creció; su sangrante diario que fue base de El dolor (incluidos los pasajes más virulentos contra la Iglesia y contra De Gaulle), escrito en las semanas previas y sucesivas al regreso de su marido, prisionero de Dachau; sus procesos creativos y sus ejercicios de ficción a partir de una cotidianidad de posguerra que se irá filtrando en sus novelas, de su maternidad («Los que no tienen un hijo y hablan de la muerte me hacen reír. Como las doncellas que imaginan el amor, como los curas»). Además, esta valiosa edición incluye una decena de otros textos inéditos al final del volumen, que arrojan luz sobre la transformación de Marguerite Donnadieu en la Duras y que recogen acontecimientos tan trascendentales en su trayectoria como la muerte de su padre («Debía de estar todo muy silencioso en la gran casa vacía, la habitación apenas vivía aún en el infinito de los últimos momentos»). Al margen de su importancia como documento biográfico que ayuda a esclarecer la tumultuosa y compleja existencia de una de las autoras europeas fundamentales del siglo XX, Cuadernos de la guerra y otros textos contiene ejemplos de su mejor literatura: descarnada y espontánea, poderosa y brutal, audaz y rítmica. Una modernidad estilística que, veteada de vida y ficción —como por otro lado lo está cualquier acto creativo—, crearía escuela hasta nuestros días; y es que la escritura, ya lo dejó dicho Duras, «llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida». Imposible confinarlas a ambas; se abren paso a empellones, como las frases de este libro.


Hasta dónde llega la luz, de Sabrina Imbler (Big Sur)

«¿Qué quiere la luz? / ¿Más como ella? / Sí. / Sí y / un deseo de pertubar la oscuridad». Abren este libro unos versos de Kimiko Hahn, poeta y académica estadounidense —de ascendencia japonesa, hawaiana y alemana— cuya obra suele orbitar en torno a las identidades en conflicto. Una pista de lo que hallaremos en Hasta dónde llega la luz y de la singular propuesta de Sabrina Imbler, periodista y escritora trans cuyos ensayos sobre ciencia aparecen en publicaciones de prestigio como The New York Times o The Atlantic. Otro diario, el Los Angeles Times, premió este segundo libro suyo que se sitúa a medio camino entre el periodismo científico y la autobiografía, de modo similar a como lo hacía en su anterior Dyke (Geology), aunque aquel estaba trufado de autoficción. De su debut también conserva su gusto por un estilo orgánico y cadencioso, huyendo del lenguaje de los papers para sumergirse —nunca mejor dicho— en una evocación poética de la naturaleza, en la que se refleja la especie humana. Estas diez historias sobre criaturas marinas son el modo que Imbler ha hallado de ahondar en temas cruciales de la experiencia contemporánea como la fluidez de género o el mestizaje racial, tan raros y cambiantes como la propia vida. Demuestra la autora en estas páginas, sin pretensiones de sentar cátedra pero con enorme sensibilidad y elocuencia, que el mundo subacuático admite situaciones y comportamientos que para muchos sectores sociales resultan una mera extravagancia, en vez de lo que en verdad son: una manifestación biológica, una realidad. Imbler conecta el pez dorado y su primer amor gay, el pulpo hembra púrpura y su madre forzándola a adelgazar, los cangrejos puravida y el orgullo queer corporativo en la gran ciudad, el gusano de arrecife y los hombres depredadores que se aprovecharon de ella sin consentimiento (sin siquiera conciencia), el pez mariposa híbrido y la taxonomía a la que se ve sometida por su raza, las sepias y su obsesión por un dildo como experiencia extracorporal. Este libro toma su nombre de las zonas verticales del océano, divididas en función de hasta qué punto alcance la luz. Cuenta Imbler que, en un momento dado, empezó a ducharse a oscuras para imaginarse un cuerpo cada vez diferente, que se sumerge en las profundidas del océano, «refractada y dispersa hasta que soy algo parecido a la luz». Su obra comparte esa misma capacidad de evocación, de emoción, de lírica y de valentía que sugiere el medio acuático. Pura luminosidad literaria.


La carta de Joan Anderson, de Neal Cassady (Anagrama)

«Concebí la idea del estilo espontáneo de En el camino al ver las cartas que me escribía el bueno de Neal Cassady, todas en primera persona, apresuradas, alocadas, confesionales […]. Era el escrito más grandioso que había visto en mi vida, mejor que el de ningún otro en América, o al menos suficiente para que Melville, Twain, Dreiser, Wolfe y qué sé yo bailaran en sus tumbas». Con estas palabras se refería Jack Kerouac en una entrevista a La carta de Joan Anderson, así bautizada por él mismo y por su autor, con quien no hacía mucho había atravesado el país viviendo una serie de andanzas que plasmaría en su celebérrima obra, una de las cimas de la literatura beat. Su acabado formal, urgente e insolente, provendría según parece de esta legendaria misiva fechada a finales de 1950 y publicada setenta años después, que ahora nos llega transcrita con similar valía a la de un tesoro (o un santo grial, como se referían a ella Kerouac y Ginsberg) y el añadido del facsímil de aquellas 18 páginas de líneas mecanografiadas sin respiro. Viene precedida de una brillante introducción a cargo del catedrático de estudios norteamericanos A. Robert Lee, quien señala algunas claves de esta suerte de novela corta, llena de meandros, bromas privadas y retruécanos, pero también de alusiones elevadas a los Baudelaire, Proust o Dickens. En primer lugar, dice el académico sobre Cassady que sabe muy bien cómo convertir su mensaje en un relato, expresándose como autor, manejando el ritmo y caracterizando a sus personajes: desde él mismo, autoparodiado como poeta maldito, a la susodicha Joan Anderson u otras chicas con las que se habría liado. La «vena imaginativa» y el virtuosismo en la evocación de los detalles de sus correrías o hazañas serían la inspiración central de la visión estilizada de la realidad que Kerouac volcaría en On the Road. Así pues, este descubrimiento —anticipado por una tardía, eso sí, confesión al Paris Review— nos revela que los «riffs improvisados» del que dio nombre a todo un fenómeno cultural no solo provenían del jazz y de su lírica, sino del ímpetu desbordante, directo y torrencial del que dotó Cassady a su escrito, ya desde sus primeras líneas: «Querido Jack: A la mierda todo, estoy harto de sandeces. Tengo mi pequeña mentalidad de caballo de carreras y el alcance de su paso me satisface todavía. Despierto y veo más horrores que Céline, no es una afirmación vacía porque tengo estremecimientos continuos y escalofríos de pesadilla. He descubierto otra maldición segura, pero ese es mi secreto y, si he de encontrar el placer de su revelación en forma reconocible, debo mantenerme firme mientras soporto el peso de los años». Casi 75 han pasado hasta que los lectores españoles hemos podido aceeder a la expresión de esas telarañas de su cerebro, a la ausencia de caminos inexplorados por su mente que habrían de abrirlos todos, sinceramente, a su amigo y confidente Jack.


La Máscara de Espejos, de M. A. Carrick (Ediciones T&T)

«La Máscara de Espejos estaba revelada, no velada, y eso no implicaba mentiras destinadas a hacer daño, sino dichas por una buena razón». La premisa de la que parten las autoras de esta novela de fantasía oscura es que mentimos por muchos motivos; y quizá por eso, mentimos mucho. Esta historia de ficción especulativa donde nada es lo que parece tiene mucho de juego y de farsa, pero no solo en el plano más irreal, sino aplicados a la intriga política en un mundo donde hasta la magia llega a ser presa de la corrupción. Una trama y una prosa que atrapan y hechizan desde sus primeras líneas: «La pensión tenía muchas clases de silencio. Estaba el silencio de los niños dormidos, apretujados hombro contra hombro en las andrajosas alfombras de las diversas habitaciones, que solo rompía algún ronquido o susurro esporádico. Estaba el silencio del día, con el edificio prácticamente desierto; para entonces, los niños se habían convertido en Dedos, enviados a robar a tantas jovencitas como pudieran, y no volvían a casa hasta tener bolsos, abanicos, pañuelos y otros objetos que demostraran sus esfuerzos. Y luego estaba el silencio del miedo». Llega a nuestro país, en fabulosa traducción de Jesús Goméz Gutiérrez, el primer volumen de la trilogía El Grajo y la Rosa de la mano de Ediciones T&T (que publicarán la segunda y tercera entregas en este 2024), una saga que ha asombrado desde su minuciosa construcción de un universo —vestimenta, cocina, religión, sistemas de magia…— hasta la complejidad de su arquitectura argumental, mezcla de exactitud y sorpresivos giros. Las escritoras Marie Brennan (autora de la serie Memoirs of Lady Trent) y Alyc Helms (The Dragons of Heaven), reunidas en el alias M. A. Carrick, vierten su pasión antropológica introduciendo temas como la lucha de clases, la opresión racial o los problemas medioambientales, que aparecen de fondo en un absorbente relato de aventuras y acción plagado de venganzas, peligros, enredos e identidades secretas. Seleccionada por Booklist como una de las diez mejores obras de fantasía, ciencia ficción y terror de 2021, e incluida en la lista de lecturas recomendadas de Locus, se trata de una recomendación segura para entusiastas de las sagas fantásticas recientes que aspiran a una ficción más crítica e inclusiva; mientras que convendrá mantenerla alejada de aquellos que ni en la fantasía aceptan que los héroes no sean como ellos (tíos blancos hetero). Aunque, más allá de cualquier otra consideración, La Máscara de Espejos es una exuberante demostración de imaginación narrativa y de estilo: en eso ningún lector podrá llamarse a engaño.

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