Entrevistas

Juan Barte: «Mis fotografías son imágenes de las que no te puedes fiar, reflejan la inestabilidad de nuestro tiempo»

Exposición «Ciento ochenta grados» en Bookstock

Isidoro Valcárcel Medina en «Ciento ochenta grados». / © Juan Barte

Mirar atrás para descifrar nuestro futuro, o al menos nuestra idea de futuro: ese parece el propósito del fotógrafo riojano Juan Barte en Ciento Ochenta Grados, el proyecto que muestra parcialmente en el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS) con motivo de la sexta edición del festival Bookstock. Plasmando el espíritu de los protagonistas de un tiempo irrepetible —pero del que todavía podemos extraer muchas enseñanzas y disfrutes—, Barte se define a sí mismo como un contador de historias que siempre invitan a la reflexión. Tras la inauguración y una visita guiada por el propio autor, el viernes 6 de octubre en el marco de Bookstock, la exposición permanecerá abierta al público hasta el próximo 27 de octubre.

Ciento Ochenta Grados, la muestra que desembarca en Bookstock, forma parte de un proyecto en marcha. ¿Qué chispa lo encendió?

Suelo hacer proyectos de larga duración, que a veces pueden llevarme años. Este lo empecé en 2018, paré en 2020 y 2021 por la pandemia, y ahora muestro un avance titulado así, aunque no tiene por qué ser el nombre final. Establece un diálogo con algunos de los artistas más destacados de los años 60 y 70, para contrastarlo con la situación actual.

En el texto de introducción alude a series populares como Black Mirror, El cuento de la criada, La valla, Los 100 o Colony. ¿Tienen que ver con ese contraste?

Claro, son series que nos presentan el futuro como una distopía, es decir, algo que es peor que el presente. Y ante eso, lo que quieres es que nada cambie. Eso me lleva a preguntarme: ¿cuándo no hubo ese miedo al futuro? Pues precisamente a finales de los 60 y principios de los 70, cuando hubo una generación que se atrevió a cambiar los hábitos cotidianos, a unir vida y arte y a formular un ideal de vida más libre, justo y bello, convencida de que lo mejor estaba por llegar.

Esther Ferrer en «Ciento ochenta grados». / © Juan Barte

¿Cómo ha elegido a los cómplices de este proyecto?

Pensé que sería interesante trabajar con los artistas más destacados de aquel momento en España, que lo vivieron en primera línea. Sus cuerpos representan el cambio de costumbres, el desafío a las normas establecidas y esa energía desbordante para afrontar el futuro. Aparecen con sus gozos y sus sufrimientos, con su salud y su enfermedad… Y es gente que todavía hoy continúa con ese compromiso con la vida y esa fuerza vital. El conjunto es una invitación a la reflexión sobre el hoy, como decía, por contraste con aquella situación y aquellas actitudes. No es una mirada nostálgica, no es un revival vacío, sino un acercamiento a las dinámicas, energías y actitudes de un momento concreto.

Tengo entendido que ha trabajado también con personalidades sevillanas y andaluzas de la época. ¿Qué ha buscado en el Sur?

Vivo en Madrid y empecé por lo más próximo para mí. Pero para todos mis proyectos leo mucho, poesía, ensayos, biografías, incluso me meto en la música de la época… Así, poco a poco fui descubriendo que Sevilla fue muy importante en aquel periodo, fue el germen inicial de la contracultura, sobre todo en lo que se refiere a la música, y el teatro independiente sevillano también fue muy significativo en aquel momento. Aunque no van a estar en la exposición del CICUS, fotografié a los supervivientes de Smash, Antonio Smash y Gualberto, que escribieron el primer manifiesto contracultural de España. Y a componentes del grupo Esperpento, que también fue muy importante en la escena de entonces. Pero al estar todavía fotografiando a gente en Sevilla, no tenía sentido que estuvieran unos sí y otros no.

¿No le ha tentado entrar en el ámbito del flamenco, que también vivió su propia revolución?

Sí, desde luego. He leído mucho sobre todo esto, lo último fue Cien hogueras, de Antonio Orihuela, que es una historia fascinante. Y claro que me encantaría meter a alguien del flamenco, veremos…

Ha empleado antes la palabra «contracultura», que no aparece sin embargo en su texto de presentación del proyecto. ¿No es un término muy controvertido?

Sí, yo no tengo problema en usarla, pero parece que no hay unanimidad sobre qué significa exactamente, ni entre la gente que lo vivió ni entre quienes lo han estudiado. No acaba de saberse qué quiere decir exactamente, y de hecho mucha de la gente que participó en el proceso no se considera contracultural, otros sí… Por otro lado, no he querido ceñirme a la contracultura, no es un proyecto concretamente sobre ella, sino sobre una época.

Concha Jerez en «Ciento ochenta grados». / © Juan Barte

Llama la atención el modo en que aborda a las distintas figuras, de un modo que a primera vista parece afín al retrato, pero en el que a menudo el rostro está ausente. ¿Es deliberado?

Podríamos decir que no hago retratos, en el sentido de que lo que intento es contar una historia, y para ello busco la colaboración de otras personas. Para mí una sesión es llegar a un acuerdo con esa persona. Mi fotografía se mueve en la fina línea entre realidad y ficción, lo espontáneo y lo posado, y es una tensión que me gusta, porque son imágenes de las que no te puedes fiar, y por ello reflejan la inestabilidad de nuestro tiempo. Y sí, hay documentación porque esta gente existe y vivió aquella época.

¿Cómo lo plantea desde el punto de vista técnico?

Cierro mucho el ángulo cuando fotografío, eso aísla detalles que adquieren su propia vida, más allá del sujeto fotografiado. El resultado ya no es la representación de ese individuo, sino una metáfora de la historia que estoy contando. E intento evitar la mirada directa del sujeto. Cuando el sujeto nos mira a los ojos, ya no vemos más. Cuando la mirada está ausente, tenemos que buscar en la foto pistas que nos digan cómo interpretarlo. El acto de mirar se vuelve así mucho más activo y hay una complicidad entre autor y público, eso enriquece muchísimo el trabajo y la obra.

Enrique Salamanca en «Ciento ochenta grados». / © Juan Barte

Usted es también editor de fotolibros. ¿Concibe un proyecto como este, desde el principio, también como libro?

Para mí el libro es en sí una obra, como un cuadro o una pieza de teatro. Siempre concibo los proyectos pensando en el libro y la exposición, pero sobre todo en el libro. Coordino con otras dos personas PhotoBook Club Madrid, y soy editor, sí, pero aclarando que en nuestro idioma no se distingue, como en inglés, entre editor y publicador. Yo no publico, pero otros fotógrafos me confían sus proyectos, me pasan el grueso, y yo hago esa labor de selección para contar una historia y establecer el diálogo entre las distintas imágenes. Para un fotógrafo es muy difícil editar su propio trabajo, el apego emocional te hace perder la frialdad y objetividad necesarias, quizá por la dificultad que a veces entraña conseguir una imagen. Alguien de fuera tiene que decirte: esto no encaja aquí.

Una cuestión delicada: ¿Cuándo se le pone el punto final a un proyecto como el suyo?

Buenísima pregunta [risas]. En este caso yo empecé haciendo artistas plásticos, te vas metiendo poco a poco, te van hablando de otra gente, lo fui ampliando a los happenings (lo que ahora llamamos performance), luego pasé al cómic, ¡fundamental!, al teatro independiente… ¿y cuándo acaba esto? El proyecto mismo te va diciendo que se acerca el momento. Creo que ya están cubiertos muchos aspectos, la gente clave está cubierta. Podría seguir hasta el infinito, pero no añadirían mucho más. Me gustaría darlo por terminado este año.

¿Y luego?

Siempre llevo adelante varios proyectos a la vez. Hay uno en el que ya llevo algún tiempo trabajando, aunque con menor intensidad, que me llevó a Ibiza, y ha establecido una línea argumental con este, como una consecuencia lógica… Y hasta ahí puedo leer.

4 Comentarios

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