La Taberna Flotante

Polífidos

Taberna Flotante #18

«El día de los trífidos» (2009), de Nick Copus. / © Power, Prodigy Pictures, BBC

Una clara noche de trilunio entró en la Taberna Flotante una hermosa joven que, tras sentarse en uno de los taburetes de la barra, miró fijamente al tabernero y le dijo con una sonrisa burlona:

— ¿No saludas a una vieja amiga?

— Ni vieja ni amiga —replicó él—. Tengo muy buena memoria y es la primera vez que…

Pero se interrumpió de pronto y clavó atónito sus ojos en los de la recién llegada. Acababa de reconocer en ella, en su mirada penetrante y oscura, a Casandra, la famosa narradora oral.

— No, querido, no estás alucinando —dijo la mujer sin dejar de sonreír—. O, al menos, no más que de costumbre.

— ¿Te has sometido a algún… milagroso tratamiento rejuvenecedor? —acertó a preguntar el tabernero.

— Literalmente milagroso —contestó ella asintiendo con la cabeza—. Y solo te costará un par de tus endiabladas birras conocer los detalles.

Mientras él llenaba para ella una jarra de espumosa cerveza azul, la mujer comenzó a contar su historia, que se podría resumir así:

Hieráticos robots arborescentes de origen desconocido, los polífidos son los dueños absolutos de su pequeño mundo.

La baja gravedad del planeta enano que los alberga permite a estos seres autorreplicantes crecer y ramificarse hasta extremos inverosímiles, aunque también los hay diminutos como insectos, e incluso microscópicos: las más variadas formas y tamaños coexisten (aunque no siempre pacíficamente) en el denso planetoide, rico en los metales que constituyen el alimento básico de las criaturas artificiales.

La mayoría de los polífidos se ramifican al vertiginoso ritmo de las progresiones geométricas. Los bífidos empiezan siendo simples troncos cilíndricos, como postes verticales clavados en el ferruginoso suelo; pero pronto de su extremo aéreo brotan dos ramas, cada una de las cuales se subdivide a su vez en otras dos más pequeñas, y así sucesivamente. Los trífidos siguen la misma pauta, aunque en su caso la razón de la progresión geométrica no es 2 sino 3, y otro tanto sucede con los tetráfidos, los pentáfidos, los hexáfidos…

Hay pequeños pentáfidos voladores que semejan vilanos vibrantes. Hay trífidos inmóviles y espinosos como cactus. Hay colonias de hexáfidos que forman enormes colmenas translúcidas que parecen suspendidas en el aire. Hay un bosque impenetrable que en realidad es un único icosáfido gigantesco…

Pero el más notable habitante del planetoide es el Tetrafidus sapientissimus, que cuando está inactivo es un majestuoso monolito, un esbelto ortoedro de sección cuadrada de unos cuatro metros de altura y uno de base. El despertar de una de estas criaturas es uno de los espectáculos más fascinantes del universo. Su mitad superior se divide en cuatro ramas ortoédricas de dos metros, cuyas mitades superiores, a su vez, se dividen cada una en cuatro subramas de un metro, y así sucesivamente hasta formar, en el último nivel, una nebulosa copa de cilios nanométricos, capaces de moverse a velocidades inconcebibles y de manipular células e incluso moléculas individuales.

Uno de estos seres arbóreos puede acariciar con su nube de cilios un rostro avejentado y devolverle su hermosura juvenil, o conferirle la que nunca tuvo. Podría hacer que los ciegos vieran y los sordos oyeran mediante caricias tan suaves, mediante intervenciones tan breves e imperceptibles, que en nada se diferenciarían de los milagros; pues, como dijera Arthur C. Clarke, un conocido escritor de ciencia ficción del siglo XX, una tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

6 Comentarios

  1. Clarke tenía razón
    Nuestros teléfonos móviles les parecerían magia a nuestros antepasados de hace tan solo dos siglos
    Como nos parecerían a nosotros los artilugios que utilizarán nuestros parientes de dentro de tan solo un siglo si pudiésemos conocerlos?
    Y los seres vivientes de este universo deben ser de lo más variado e increíble.
    No creo que tengan dos ojos una nariz y una boca como nosotros.
    Gracias Carlo por tus artículos!

  2. La historia de la rejuvenecida Casandra nos hace imaginar un planetoide fascinante, con cierto aire fractal.
    Inicialmente me imabinaba robots arborescentes con una simetría casi perfecta; pero al pensar en la posibilidad de que algunos de ellos pudiesen asimilar a otros de diferentes razones geométricas para conseguir nuevas funciones, esas ramificaciones aumentaban en complejidad, pasando de una simetría que se daba a cualquier escala, a una aparente simetría únicamente perceptible a gran escala.
    Por cierto, se podría pensar que lo más fascinante del Tetrafidus sapientissimus ocurre en la capa superior, la zona superior de los cilios nanométricos; pero, probablemente, oculto al espectador, poder adentrarse en la complejidad de los metros inferiores podría resultar sorprendente.

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