Existe una simpática leyenda urbana que atribuye a Cleopatra la creación del primer vibrador. Según cuentan, la famosísima reina del Antiguo Egipto disponía de una cajita diseñada de tal modo que podía albergar abejas en su interior. Al parecer, el aleteo de las mismas produciría un nivel de vibración tal que podría llegar a ser estimulante si la cajita se situaba estratégica y libidinosamente.
Esta idea la recogió la sexóloga checa Brenda Love en un libro que publicó en 1992, titulado The Encyclopedia of Unusual Sex Practices («Enciclopedia de prácticas sexuales atípicas»). Unas décadas más tarde, en 2015, el psiquiatra francés Philippe Brenot publicó, junto a Laetitia Coryn, un cómic titulado Sex Story, y en una de las viñetas aparece dibujada Cleopatra con una especie de calabaza con forma fálica y cubierta de papiro, que vibra por estar repleta de aquellos insectos voladores.
Una pena que una anécdota tan divertida no vaya a ser cierta. A pesar de lo prolífica que fue la cultura egipcia y la infinidad de testimonios que nos dejaron en piedra, papiro y estuco, no hay ninguna evidencia de que este hecho sea real. Ni Love ni Brenot citan fuente alguna, lo que nos lleva a suponer que esta historia es más una historieta fruto de la imaginación que se ha ido transmitiendo, vaya usted a saber desde cuándo, por el boca a boca.
Sin embargo, no deja de ser curiosa y puede que tampoco esté muy alejada de una realidad de la que sí tenemos evidencia: que los artilugios con forma genital no son algo nuevo. Los paleodildos existen (no te molestes en buscar esta palabra en la RAE, es inventada; pero ¿a que, al leerla, sabes perfectamente a qué me refiero?). El más antiguo del que se tiene constancia data de hace treinta mil años. Se trata de un objeto de unos veinte centímetros de largo y tres de ancho. Está tallado y pulido en piedra, y fue encontrado en las cuevas Hohle Fels, en Alemania, durante una excavación realizada por investigadores de la Universidad de Tubinga.
Que presenta forma fálica no tiene discusión; el debate viene cuando se intentan establecer las funciones que cumplía aquel objeto. Los menos libidinosos afirman que este tipo de piezas tenían una función ritual y simbólica relacionada, probablemente, con la reproducción. Otros, entre los que me incluyo, los vemos demasiado pulidos como para que solo hayan estado cogiendo polvo en un altar paleolítico. Lo cierto es que no tengo ninguna prueba, pero tampoco ninguna duda.
Desde entonces y hasta la actualidad, el ser humano no ha dejado de emplear su inteligencia y creatividad para crear más y más artilugios semejantes. Por ejemplo, en la cultura grecorromana, la ciudad de Mileto no solo era conocida por ser la cuna del famoso filósofo y matemático Tales. Existen fuentes escritas del siglo III a.C. que la sitúan como una de las principales urbes fabricantes y exportadoras de dildos. Una de dos: o había muchos templos a los que surtir, o muchas personas con una imaginación sexual desbordante. O ambas. Como se puede ver, no son un invento reciente.
Si googleamos un poco, veremos muchos artículos que hablan del «consolador más antiguo del mundo». Por cierto, la palabra «consolador» me chirría bastante, y no lo digo por un gusto personal, sino porque no es fiel a lo que la juguetería erótica representa o debería representar. Los juguetes eróticos no son un consuelo, ni tampoco un sustituto de penes, vaginas o parejas ausentes. Son un maravilloso complemento. Son el resultado de la implementación de la tecnología al servicio del placer, ya lo estemos buscando a solas o en compañía. ¿Cómo llamarlos entonces? Se ha extendido el uso de la palabra inglesa «dildo», que nuestro diccionario define como «consolador», así que estaríamos en las mismas. Es mucho mejor que empleemos palabras como masturbador, estimulador o —si vibra— vibrador.
¡Ay, los vibradores! Sobre el artífice de este invento sí tenemos constancia. Fue un médico británico, Joseph Mortimer Granville, quien en 1880 diseñó un dispositivo eléctrico que vibraba y se empleaba para realizar masajes pélvicos. A mí me recuerda a un secador de pelo, pero tamaño viaje. Quizás te preguntes qué dolencia se estaba tratando al hacer masajes tan peculiares e impúdicos para la moral de la época. Pues para una que andaba muy de moda por entonces: la histeria. Desde hacía siglos se sostenía la teoría de que el útero, que en griego se dice hystéra (ὑστέρα), era el causante de muchos malestares nerviosos de las mujeres. Lo que hoy se trata con psicoterapia y psicofármacos, en los siglos XVIII y XIX se paliaba con duchas vaginales o masajes pélvicos.
Hoy en día son de sobra conocidos los beneficios de alcanzar el clímax. Sabemos que tiene efectos analgésicos, descongestivos, que produce la segregación de endorfinas y oxitocina, que ayuda a conciliar el sueño… y que nos da un placer indescriptible al alcance de todos. Supongo que en aquella época también, pero entiendo que el entorno sociocultural obligaba a contextualizarlos médicamente, de lo contrario hubiera sido poco virtuoso. De modo que quién mejor que un médico para suministrarlos.
Ahora bien, imagino que facilitar masajes pélvicos, paciente tras paciente, podría producir una tendinitis de lo más recurrente. Con lo que no es de extrañar que el buen doctor quisiera mecanizar el tratamiento. Al parecer, fue tal la revolución que provocó el doctor Granville que los síntomas histéricos se apoderaron de la mitad de la población inglesa.
Este furor puede resultarnos ligeramente familiar si pensamos en el que ha sido el vibrador por excelencia de lo que llevamos de siglo XXI: el Satisfyer, también conocido como «succionador de clítoris»; que, dicho sea de paso, no succiona. Hay quien, con ese nombre, se imagina que se va a poner entre las piernas el último modelo de aspiradora con filtros HEPA y reconocimiento automático de suelo… y no. Lo que hace este aparato es emitir pulsaciones de aire («ondas sónicas») que estimulan la zona clitoriana. Podríamos decir que masajea el glande del clítoris a soplidos más o menos intensos.
He de reconocer que el éxito de este juguete en particular me produjo sentimientos encontrados. Por un lado, le debemos haber sacado la masturbación femenina del armario y que por fin haya un artilugio para nosotras que no se haya diseñado para penetrar, ¡aleluya! Pero, por otro, ha generado tales expectativas acerca de orgasmos intensísimos, rápidos y casi sin estimulación que ya me he encontrado a más de una paciente reconociendo que ha mentido a sus amigas sobre los orgasmos que (no) tiene con el revolucionario estimulador.
Además, tenemos el infundado temor y recelo que ha despertado en algunos cónyuges y compañeros de alcoba. Cierto es que algunos de nuestros comentarios, del tipo «este sí que sabe cómo hacerlo, y no mi Manolo», no han ayudado mucho y, en este sentido, se está cometiendo un error. Como decía antes, nada sustituye a la pareja. He escuchado a muchas mujeres, después de probar el estimulador de clítoris, llegar a la (errónea) conclusión de que sus parejas son sexualmente incompetentes para favorecer su orgasmo, pero no es justo comparar a una persona con un aparato.
El juguete puede ser más eficiente —esto es, eficaz en el menor tiempo posible— porque es constante, no se cansa, no cambia de ritmo y sigue tus instrucciones al pie de la letra porque eres tú quien lo maneja. Y es así de eficiente precisamente por eso, porque es una máquina. Pero nunca el vibrador (ni ningun juguete erótico diseñado hasta la fecha) te va a dar un abrazo ni a felicitarte por tu cumpleaños. Tampoco se va a alegrar por ti al ver que disfrutas tanto estando con él. Manolo, en cambio, sí.
Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, voy a decir que el ilustre Gregorio Marañón, a quien se le atribuye la frase «no hay mujer frígida sino hombre inexperto», en esto se equivocaba. Cada persona es responsable de su propio placer y de su propio orgasmo. Podemos indicar a nuestro partenaire cómo, dónde, cuánto y cuándo, pero para disfrutar acompañados cada uno de nosotros debemos, antes de nada, conocernos bien para guiar a nuestro compañero de juegos, darnos permiso para abandonarnos a la excitación y dejarnos llevar: es importante confiar en la compañía y concentrarnos en pasarlo bien. Porque de eso se trata.
Dicen los expertos que el sexo tiene tres funciones principales que, pueden darse a la vez, aunque no es necesario ni obligatorio; a saber: la reproductiva, la relacional y la lúdica. En estas líneas he querido hablar sobre la última de ellas. Sirvámonos del sexo para pasarlo bien, a solas y en compañía. El sexo debe ser divertido, placentero, lúdico. ¿Y qué puede haber más lúdico que jugar para disfrutar y disfrutar jugando? Si usamos una baraja para jugar, ¿por qué no vamos a emplear juguetes eróticos para orgasmar? Prueba. Comprobarás que jugar y orgasmar, todo es empezar.
Laura Morán es psicóloga, sexóloga, terapeuta familiar y de pareja, además de divulgadora a través de charlas, talleres y artículos. Ha publicado, entre otros, los libros Orgas(mitos) (2019) y ¿Por qué (no) deseo? (2022), ambos en Next Door Publishers.
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