Horas críticas

Víctimas colaterales

Reseña de «Salir de la noche», de Mario Calabresi

Dos proyectiles, disparados uno en la espalda, otro en la nuca, bastaron para matar en Milán al comisario Luigi Calabresi, de 31 años, a las nueve y cuarto de la mañana del 17 de mayo de 1972, a manos de dos miembros de un comando de Lotta Continua, un movimiento de la izquierda extraparlamentaria, protagonista junto con las Brigadas Rojas y las facciones de la ultraderecha, como Ordine Nuovo, del periodo violento que la historia conoce como «los años de plomo». El periodo en cuestión abarca desde la década de los sesenta a los ochenta y se inscribe en esas guerras civiles no declaradas que alteraron la normalidad de países europeos en el contexto de la guerra fría que enfrentaba a los dos grandes bloques, Estados Unidos y la URSS. A las maniobras de la CIA y de Estados Unidos para evitar pactos de partidos comunistas como el italiano, que abrazaba posiciones realistas de alianza con partidos de centroderecha para llegar al gobierno del país, se refiere Enric González en el sucinto y certero prólogo de la crónica que Mario Calabresi, hijo mayor del comisario asesinado, publicó en 2007 y que hoy nos llega traducida por Carlos Gumpert.

Salir de la noche. Historia de mi familia y de otras víctimas del terrorismo vendió en italiano cientos de miles de ejemplares porque el conocido como «Omicidio Calabresi» no solamente señala el arranque de los años de plomo sino también porque sus protagonistas, el comisario Calabresi y el anarquista Giuseppe Pinelli, son exponentes trágicos de los errores de la violencia de Estado, ejercida tanto desde las instituciones (detenciones ilegales, tortura) como desde organismos secretos a su servicio (Gladio, CIA, estrategia de la tensión), y de los errores de la violencia de grupos de ultraizquierda y ultraderecha.

A Luigi Calabresi lo apodaban «Comisario Ventana» desde que el anarquista Giuseppe Pinelli murió al caer el 15 de diciembre de 1969 desde la ventana del cuarto piso de la jefatura de policía de Milán mientras era investigado en el contexto de la matanza de la Piazza Fontana (12 de diciembre de 1969), de la que era responsable la ultraderecha, como se demostró luego. Calabresi, que no estaba presente en la sala cuando murió Pinelli porque fue convocado para llevar información a un superior, sufrió una campaña de difamación desde varios frentes, prensa de la izquierda legal incluida, que tachándolo de asesino lo puso en el punto de mira de los movimientos de extrema izquierda partidarios de la respuesta armada a la represión policial. El atentado contra el comisario fue unos de los episodios inaugurales de la campaña de desestabilización política que debía inclinar a los italianos hacia posiciones reaccionarias. Muerte accidental de un anarquista, la brillante ópera bufa que Dario Fo estrenó en 1970, contribuyó a fijar para la historia algunas circunstancias que Mario Calabresi desmiente en su libro, empezando por la presencia de su padre en la sala donde el anarquista —con el que Luigi Calabresi mantenía una relación cordial, con intercambio de libros incluido— encontraría la muerte. Calabresi insiste en afirmar que ha quedado probado que la muerte resultó de la pérdida de equilibrio al desmayarse, cuando el sindicalista se asomó para fumar con el estómago vacío y sometido al estrés de varios días de interrogatorio que superaban el límite legal.

A las víctimas colaterales, especialmente a viudas jóvenes y huérfanos de corta edad, se les ha reservado en Italia un papel políticamente complejo, sobre todo para ser utilizados como justificación de medidas represivas contra los acusados, mientras las nociones de justicia y reparación pasaban a segundo término. Salir de la noche describe el dolor de su familia y explora también el de otros hijos de asesinados por el terrorismo de ultraizquierda. Al buscar estos testimonios, que complementan su propia experiencia, el autor sabe extraer partido de su experiencia periodística.

Mario Calabresi (Milán, 1970) ha sido director de diarios como La Stampa y la Repubblica —considerado de centroizquierda por la mayoría, y de ultraizquierda por Berlusconi y sus simpatizantes, según le da a entender el amigo de las velinas—. La esposa del comisario, Gemma Capra, quedó viuda a los veinticinco años hallándose al principio de la gestación de su tercer hijo, Luigi. Desde el atentado hasta la redacción de la crónica, los Calabresi experimentaron la dificultad de cerrar heridas a causa del discurso prevalente en aras de una reconciliación que ha llevado a antiguos miembros de las Brigadas Rojas a ocupar escaños en el Parlamento, cargos universitarios o una visibilidad pública a través de libros y apariciones en los medios; mientras el reconocimiento de las víctimas inocentes, como el comisario Calabresi o el doctor Luigi Marangoni, director médico del Policlínico de Milán asesinado por las Brigadas Rojas en 1981, se retrasaba forzando a los familiares a un estoicismo y a racionalizar sus emociones hasta límites rayanos en la santidad, como demostró desde el principio la admirable Gemma Capra. Esta, de clase media en cómoda posición, ha sabido mantener la memoria del marido y aglutinar a sus hijos en torno a la idea de querer el bien de la mayoría, con todo lo que implica en relación a las filigranas de la justicia, a los juicios que se prolongan durante décadas, a sentencias recurridas, al resentimiento cuando vuelven las difamaciones contra el asesinado, a la indiferencia de la población.

Gemma Capra Calabresi sigue al coche fúnebre con los restos de su marido

Junto a la narración del fatal día de mayo, de las circunstancias en que la madre recibió la noticia, de cómo determinó la vida del futuro periodista, huérfano con dos años y el único de los tres que aún atesoraba un recuerdo vívido del padre, relata cómo la madre se concedió la oportunidad de rehacer su vida, con un pintor con el que forjó una relación que Mario Calabresi elogia y considera una especie de emblema de las dos Italias políticamente distantes pero enemigas por igual de la violencia.

Salir de la noche tiene el acierto de contar muchas cosas con gran economía de medios, buscando el mayor número de lectores. Trata del plano personal, es decir el impacto sobre la familia de la campaña de difamación, la formación del autor cuando en la secundaria empezó a recopilar toda la información en torno al atentado, como del plano jurídico y periodístico, que requiere claridad y concreción. En el capítulo «Tenemos que despedirnos» da voz a Francesca Marangoni, hija del médico asesinado, que como Calabresi se supo desde un momento concreto amenazado al ser delatado por «brigadistas de la columna hospitalaria». De boca de Francesca salen las condenas más vehementes a la política que brinda visibilidad a los terroristas en su regreso a la sociedad —«Lo mínimo sería que los condenaran al silencio social»— y al origen de la lucha armada —«las Brigadas Rojas llevan consigo un aura de personas comprometidas, de luchadores, cuando en cambio eran solo unos desgraciados que llegaron a la lucha armada para redimir sus vidas sin perspectivas»—. Precisamente por la búsqueda del matiz, del diálogo, el comisario Luigi Calabresi resulta más interesante, tal y como nos lo descubre su hijo, a través de testimonios diferentes. Por momentos me ha parecido que la figura del comisario asesinado por la espalda sirvió de inspiración al joven escritor Giorgio Fontana para dos novelas suyas muy recomendables que tratan del mismo periodo: Muerte de un hombre feliz y Por ley superior (las dos en Libros del Asteroide).

También resulta elocuente, porque deja ver prismas nuevos de ese caleidoscopio que es la historia de los años de plomo, la contraposición del avance legislativo en la protección de las víctimas del terrorismo —que no llegó hasta 2004— y la larga «danza» burocrática en torno a la condena y liberación de los autores del crimen. El autor material de los disparos, Ovidio Bompressi, sería indultado con la llegada del partido del Ulivo al poder; el segundo ejecutor, el arrepentido Leonardo Marino, señaló como ideólogos del crimen a Giorgio Pietrostefani y Adriano Sofri, ambos fundadores de Lotta Continua. El segundo era el director del diario del movimiento cuando publicó los textos más beligerantes acusando a Calabresi de la defenestración de Pinelli.

Aunque se declararon inocentes y las defensas pusieron en duda el testimonio de Marino, fueron condenados a más de veinte años, que no llegaron a cumplir entre retrasos de las vistas, apelaciones y beneficios legales. Pietrostefani tuvo tiempo de renegar del marxismo, de ser director de empresa y escritor. En los años 90 se refugió en París, acogiéndose a la doctrina Mitterrand que brindaba protección a los terroristas italianos que hubiesen abandonado las armas. La doctrina considera que «las leyes especiales (encarcelamiento basado únicamente en la sospecha, interrogatorios sin presencia de un abogado, castigo igual para los individuos que pertenecen al mismo grupo independientemente de la naturaleza de los delitos individuales cometidos, etc.) puestas en práctica por las autoridades italianas para combatir a los terroristas son contrarias a la concepción francesa del derecho». Pese a cierto teatro entre ambos países, solicitando uno la extradición y concediéndola el otro, en última instancia Francia la deniega cada vez.

Como sucede con otros libros en que los hijos rinden homenaje al padre, todos ellos víctimas de diferentes maneras de los años de plomo —recuérdese Ciudad sumergida, de Marta Barone, o Senior Service, la biografía de Giangiacomo Feltrinelli obra del también editor Carlo Feltrinelli—, se iluminan con potencia los aspectos que apoyan la tesis de base y se omiten o dejan en penumbra otros. En Salir de la noche se echa en falta, especialmente tratándose de un periodista del rango de Mario Calabresi, una contextualización más fina de los años 70, en el marco del rápido desarrollo industrial italiano y de las concesiones de los partidos de centro y derecha a la política exterior de Estados Unidos, que solo en esos veinte años promovió y financió más de cuarenta golpes de Estado en todo el mundo, incluido el más bien vodevilesco «Golpe Borghese» de diciembre de 1970.

 


 SALIR DE LA NOCHE. Historia de mi familia y de otras víctimas del terrorismo 
Mario Calabresi
Prólogo de Enric González
Traducción de Carlos Gumpert
LIBROS DEL ASTEROIDE
(Barcelona, 2023)
192 páginas
19,95 €

2 Comentarios

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