Entrevistas

Alejandra Parejo: «Si no tienes una gran ambición y una casa de Pinterest, parece que no eres nadie»

La escritora Alejandra Parejo. / Foto: Marta Wall — AdN

Una madre. La madre. Nunca tan importante como aquí el artículo que elijamos en el sintagma nominal. Madre no hay más que una. Pero a la vez hay muchas, tantas como mujeres posibles. Alejandra Parejo (Mallorca, 1990) nos cuenta con un estilo sencillo, coloquial, cercano a los tiempos actuales —tanto que a veces se entrega al lenguaje oral, cotidiano, de las notas de voz—, una de esas madres posibles en su segunda novela, titulada precisamente Una madre (AdN Alianza de Novelas, 2023). Y nos da una versión dura, muchas veces amarga, otras destruida y destructora pero guardando siempre un hálito de entereza, de querer seguir luchando, de tirar para adelante por muchos obstáculos que se crucen en el camino.

Y aunque la historia familiar de este libro sea muy particular (la primera novela de la autora, Una familia normal, de 2019, ya nos mostró muchas aristas de esa utopía que es «crear una familia»), la autora también nos ofrece en la voz de Bruna, su protagonista, un retrato generacional que habla de precariedad —laboral, afectiva, vocacional…—, del eterno ir y venir de la vida urbana a la vida rural y viceversa, con una amplia visión de sus pros y contras, así como de la enfermedad psiquiátrica, todo ello sin concesiones ni incómodos victimismos.

Una madre. Empezamos por el principio, el título. ¿Cuántas capas hay dentro de algo tan aparentemente sencillo? ¿Cómo llegaste a él?

Supongo que las capas del título tienen que ver con las mismas que tiene el personaje de Bruna, con esos anhelos, frustraciones, con las expectativas que ha puesto en la maternidad. Al final, Bruna se ha pasado toda su vida a la espera de que llegara su madre, queriendo tener una madre, ser hija, y eso tiene un impacto en lo que ella es ahora. El título no solo apela al anhelo que tiene, también representa lo que es y debe ser tanto de su hijo como de su propia madre.

En algún momento del libro, el título se revela también como una petición, casi un ruego, algo así como: «¡Una madre, quiero una madre!».

Sí, hay algo de esa petición que casi suena como un mantra en la cabeza de Bruna. Al deshacerse de ese concepto, cuando por fin tiene a la madre anhelada, resulta que no se han cumplido las expectativas que había construido. No tiene esa mesa puesta con un plato caliente ni una conversación agradable al lado de una chimenea, nadie la sostiene. Bruna descubre que tiene que responsabilizarse y que ya no puede agarrarse a esa historia que se ha contado. Hacerse cargo de tantas otras cosas que aparecen en ese momento coloca a Bruna frente a otros conflictos: cómo ser hija y cómo gestionar su maternidad.

El progreso (o lo que hemos supuesto que es progresar) es uno de los temas fundamentales del libro. Bruna, en pleno siglo XXI, rodeada de tecnología y oportunidades que generaciones previas igual no tuvieron tan accesibles, vive casi una invalidez sentimental, no tiene un hogar reconocible, tampoco un trabajo que la haga sentirse realizada ni aparentemente una vocación o un proyecto de vida estable. ¿Hasta qué punto nos han engañado? 

Buena pregunta. Pues no sé si tiene que ver con engañarnos, pero sí que hay algunas cuestiones que todavía necesitan tiempo para asentarse. Todo cambia tan rápido que a veces no nos da tiempo a asimilarlo o a aprender lo que tenemos que hacer para asumir esos cambios. En la novela he querido reflejar el abismo al que nos enfrentamos con este avance tan veloz de la tecnología y de nuestros roles. A veces tengo la sensación de que, como ahora todo se ve a través de las redes sociales y, además, parece alcanzable e incluso de una manera aparentemente sencilla y fluida, si no tienes una gran ambición, una vocación que te mueva, éxito en lo profesional y en lo personal, premios, una casa de Pinterest y una familia feliz, parece que no eres nadie. Es un poco exagerado decirlo así, pero siento que muchas de las frustraciones de hoy en día vienen de ahí. En la novela, Bruna busca elementos más esenciales, menos ficticios. Busca una familia, pertenecer a algo, deshacerse de creencias que no le pertenecen, pero claro, supongo que hay matices de ese progreso que todavía no están ubicados en ella, en su identidad, y por eso tiene tantas dudas. Yo también las tengo, sinceramente.

Alejandra Parejo, autora de «Una madre». / Foto: Marta Wall — AdN

«Va vestido de nieve. Nunca había visto a alguien vestido así más que a esos maniquíes de Decathlon». No se me ocurre frase más definitoria (y trágica) de nuestro presente que esta que entona en algún momento Bruna, la protagonista del libro. ¿Estamos en un punto de no retorno?

Espero que no, pero francamente no lo sé. Me produce mucha angustia pensar en todo lo que puede venir y a veces no soy capaz ni de pararme a pensarlo porque me genera unas emociones que no sé gestionar bien. Aunque en este caso, la protagonista tiene una intención distinta con esa frase. No ha tenido la oportunidad de ir a esquiar y eso abarca más situaciones que se suelen hacer en familia en otras circunstancias. Tiene que ver con la presencia de la familia y los cuidados y, por supuesto, con la clase social. Haberse criado con sus abuelos también influye en este sentido.

«Me paso el día cambiando cosas de mi casa, compro alfombras diferentes, vendo muebles por Wallapop para llenar de nuevo sus vacíos…». Y en otro momento del libro: «Me da envidia la gente que tiene fe y se agarra a algo», haciendo alusión a la iglesia del pueblo. ¿Sabemos dónde están nuestros problemas, sus posibles soluciones, pero estamos incapacitados ya para cambiar?

Estamos muy distraídos, ¿no? Hay tantas cosas en las que poner nuestra atención que a veces se nos olvida lo esencial. De todas formas, a mí me da que no siempre somos tan capaces de ver el problema y todavía menos la solución. A lo mejor vislumbramos alguna cosa, pero no nos cala de verdad hasta que nos estalla en la cara. Y ahí, cuando no hay más opción, empezamos a comprender lo que sucede. Me pasó con la pandemia. Mi madre me decía que comprara mascarillas, botes de conserva, que estuviera preparada para quedarme en casa, y yo me reía de su plan de acción y de sus pensamientos neuróticos. Imagínate lo poco que me reí cuando se hizo realidad. Me cuesta un poco darme cuenta de la magnitud de estos problemas, aunque intento darles espacio.

¿De dónde surge la idea del libro?

La idea surge en una conversación con un amigo. Hablamos sobre la importancia de los cuidados y de cómo se complica la vida cuando esos cuidados están unidos a una enfermedad mental. Nacemos con el papel de cuidadores intrínseco, tenemos esa responsabilidad latente. Quizá nunca se materializa, pero hay bastantes posibilidades de que suceda. No lo digo como algo negativo, simplemente me parece importante pensarlo, ser consciente, tener en cuenta que se puede dar esa circunstancia. En la conversación que te comento surgieron diferentes temas, entre ellos el privilegio que tenemos los que hemos sido cuidados por nuestras madres y nuestros padres. Al preguntarme qué hubiera pasado si a mí no me hubieran cuidado, me di cuenta de que quería profundizar en esa historia.

En los agradecimientos se deja entrever que hay una historia cercana que inspira la narración.

Sí, tuve la suerte de sentarme una tarde con una mujer generosa que decidió abrirse y contarme una parte de su historia. No es la de Bruna, para nada, pero sí me ayudó a comprender algunas emociones que tienen que ver con el papel del cuidador, a resolver dudas que me surgían en algunos comportamientos y sentimientos que tienen las personas que sufren una enfermedad mental como es la bipolaridad. Estoy muy agradecida, me ayudó mucho.

La pareja heteronormativa, la crianza monoparental, las relaciones abiertas, la vida en comunidad… Todo esto se afronta en el libro en relación a los distintos modos de organizar la maternidad. ¿Cuándo vamos a estar preparados para otras formas de vida menos normativas que igual podrían ser más sanas, o quizá menos hipócritas, para la crianza de nuestros hijos? 

Me gustaría mucho saberlo. El otro día hablaba con mi psicóloga de lo importante que es hacerle espacio a todas las preguntas que tenemos para que la incertidumbre tenga menos fuerza. Plantearnos otras formas de vida menos convencionales ya es dar un paso hacia un lugar nuevo. Yo misma me planteo situaciones que nunca pensé que me plantearía, pero todavía no estoy preparada porque tengo unas creencias adheridas y me cuesta despegarme de ellas. Pienso en mis padres y en su divorcio y eso me lleva a darme cuenta de que quizá no es que seamos hipócritas, es que lo hacemos lo mejor que sabemos y estamos en el proceso de asumir que el mundo cambia y con ello, inevitablemente, nuestra manera de relacionarnos. No sé, quizá es una cuestión de probar, equivocarse y que lleguen otras generaciones y nos señalen, como nosotros a nuestros padres, y digan: ¿veis? Es más fácil así.

La forma del libro también merece ser analizada: el apego a un lenguaje oral, muchas veces alejado de lo puramente literario, siguiendo la voz de Bruna (que en algún momento del libro alardea o lamenta que no puede o no sabe leer un libro); también toma gran protagonismo lo que podemos llamar el lenguaje de mensajería de texto y la ausencia total de marcas de diálogo. ¿Te sientes cómoda en este registro o lo tuviste que trabajar de manera concienzuda?

Pues no pretendía alejarme de lo puramente literario, pero sí quise acercarme al pensamiento de Bruna lo máximo posible. Tantas preocupaciones convierten su cabeza en un ovillo de rumias constante. Me impacta la velocidad y la fuerza que tienen los pensamientos cuando estamos en alerta y sentí que era necesario escribirlo de esta manera. Las notas de voz me parecían cruciales. No sé si es porque yo las utilizo mucho y soy de las pocas personas que no odian las notas de voz largas. Sea como sea, me parecía importante colocar uno de los elementos que utilizamos a diario y que forman parte de nuestra manera de comunicarnos. Somos capaces de hablar de temas relevantes y sin ningún tipo de cargo de conciencia cambiamos de tema, los mezclamos con otros banales y absurdos como si al final nada fuera tan importante. Me sentí cómoda, pero trabajé mucho para que fuera un tono creíble y cercano a ese pensamiento que quería plasmar. Lo mismo con las notas de voz. Siento que ese tipo de conversaciones o diálogos tienen que sonar orgánicos, como lo hacen en la vida. En cuanto hay un diálogo que suena un poco impuesto, salgo de la historia.

Llama la atención lo aislados que están los hombres en la forma de contar su vida la protagonista. Su padre sale fugazmente cerca de la página 200, su pareja es apenas el esbozo de un fantasma, ¿por qué esta omisión tan dura?

Bueno, también está Hugo. Un gran hombre. En él está puesta toda la esperanza. Existen hombres que se abren, que son capaces de profundizar en sus emociones y están dispuestos a aprender y a cuestionarse, a cuidar. La poca presencia del padre (que efectivamente aparece de forma fugaz) está pensada así porque quería mostrar la fuerza con la que recae la responsabilidad en las mujeres, en las madres. Sucede mucho todavía. A veces me da pereza decir estas cosas aunque las piense porque me cae el típico mensaje de feminazi o el de «si ya estamos genial», pero bueno, es lo que pienso y siento. Hay muchos ejemplos de mujeres conocidas que se separan y a las que se les pide explicaciones por todo. Sin embargo, a ellos no se les exige tanto. Con esto no quiero decir que todos los hombres sean así ni mucho menos. Hay hombres maravillosos en mi vida.

En este sentido, teniendo en cuenta la asimetría evidente entre los hombres y las mujeres en el libro, ¿crees que es más necesario que lo lean los padres o las madres actuales?

Me gustaría que pudieran leerlo por igual y que la premisa no parta de ser padre o madre, sino que sea más bien la de tener ganas de leer y disfrutar de esta historia.

Hay un evidente juego de ida y vuelta con la maternidad: Bruna es en todo momento la madre de Encarna, así que no es una madre sino varias madres. ¿Retrasar la maternidad nos va a llevar a vivir estas dinámicas de doble cuidado con mayor frecuencia?

Me entristece pensarlo, pero creo que sí. Es otra de las cosas que me llevó a escribir esta historia. Parece inevitable retrasar la maternidad hoy en día. Yo misma lo estoy haciendo. Y entiendo que también tiene sus riesgos, claro.

¿Qué libros has tenido cerca como referentes, como modelo a seguir, durante el proceso creativo?

Durante el proceso recuerdo que leí Apegos feroces de Vivian Gornick, Las estrellas de Paula Vázquez, Una familia en Bruselas de Chantal Akerman, La azotea de Fernanda Trías y seguro que algún otro y ahora no caigo. Me pasa mucho, tengo muy mala memoria, pero desde luego todas esas historias fueron un buen lugar en el que entrar durante el proceso de la escritura de la novela. También recuerdo que entregué la primera versión del manuscrito y, al poco tiempo, me crucé con la novela de Lorena Salazar Masso Esta herida llena de peces, y me pareció impresionante.

Imagina que alguien cercano te pide referencias literarias de una maternidad más luminosa, que sea capaz de hacer ver a la futura madre que, aunque sea un proceso exigente, hay que vivirlo con alegría. ¿Qué le recomendarías?

No lo sé, sinceramente. Creo que hablar con crudeza de la maternidad nos puede ayudar a vivir el proceso de forma luminosa. Se me ocurre El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tîbuleac, aunque es una historia dura, pero dentro de lo doloroso se vislumbra el amor inmenso e incondicional que existe entre madres e hijos.

¿Te apetecería a ti hacer otra versión en la que aparezca precisamente una maternidad más sana, más disfrutada, más bajo control?

Puede ser. Quizá más adelante. A lo mejor algún día tengo hijos, me doy cuenta de que mi maternidad es totalmente distinta y escribo otro, pero por ahora quería contar esta historia y no tengo en mente escribir otro libro sobre maternidad. Por lo menos no ahora.

¿Qué mundo crees que le espera a Íñigo, el hijo de la protagonista? ¿Por qué decidiste que, ahora así, fuera un personaje masculino?

Decidí que fuera un personaje masculino porque siento que los hombres también están en este proceso de aprender nuevas herramientas que les permitan otro tipo de masculinidades y tengo esperanza absoluta en las generaciones que vienen.

¿En qué proyecto estás trabajando ahora? ¿Vas a completar la trilogía o te apetece cambiar de aires?

Por ahora estoy aterrizando algunas ideas. No sé si cambiaré de aires, me iría bien, pero hay algo en las familias que me absorbe sin querer. ¡Veremos!

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