Horas críticas

Libros de la semana #111

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Los Ángeles de Charles Manson, de Julio Tovar (Akal)

«Esta obra es un mapa a tu interior a través de la contracultura de Los Ángeles: su propósito es permitir a una persona entender la realidad de la conciencia ilimitada y servir de cartografía para nuestros territorios interiores», sugiere la nota de presentación de este libro, atribuida a Timothy Leary; una broma que, no obstante, deja entrever su asunto más de lo que parece. El periodista, crítico cultural e historiador Julio Tovar (Salamanca, 1982), habitual colaborador en algunos de los más destacados medios del país, dedica su ópera prima literaria a uno de los temas más oscuros y a la vez transitados de la iconografía popular, pero afinando su enfoque hacia algo mucho más original —y hasta cierto punto experimental—. Lo que propone en estas páginas es un frenético tour por la ciudad angelina en la década de 1960, con un guía tan excepcional como macabro: el sin par asesino y gurú Charles Manson. Entre el rigor y la acidez, entre el relato intenso de unos hechos que se leen casi como leyenda y la profusa contextualización, construye un reportaje inédito sobre el contexto del que emergió aquella secta, aquella locura; la urbe de las estrellas, el cine clásico y las discográficas legendarias, asomada al reverso tenebroso de aquello que la cortina había estado ocultando, la trastienda de la fama, la fiesta y la furia de las libertades y las conquistas sociales. Los Ángeles de Charles Manson hace dialogar aquella era con las posteriores (de David Crosby a Tom Wolfe, de Abbie Hoffman a Roger Corman, Vincent Bugliosi o Rob Zombie), con figuras contraculturales de allí y de aquí (como Antonio Escohotado o Paul B. Preciado), a fenómenos y movimientos de extraño vínculo (teosofía, beatniks, conductismo, Lebensreform, psicodelia, New Deal, Hermandad Aria, cienciología…), incidiendo en las implicaciones y las influencias que el caso y la sombra de Manson ejercieron sobre artistas y pensadores de lo más heterogéneos; aunque, casi siempre, poco ortodoxos. Hay algo de juego o provocación en el modo en que Tovar dispone los hechos y deambula por sus episodios y protagonistas, como en una especie de collage que recuerda el caos y la riqueza de estímulos —creativos, políticos, mercadotécnicos, experienciales, sin duda lisérgicos— de aquella década. Una crónica polimórfica y multitonal que contiene listas, reseñas, semblanzas, entrevistas reales y testimonios ficcionados, así como numerosas ilustraciones —en blanco y negro o a todo color— que aseguran la infalibilidad de esta colección de diapositivas con las que el autor salmantino retrata la ciudad de la luz y de la noche, como la llamaron The Doors en la famosa canción (L. A. Woman) con que se abre esta muy recomendable lectura: «Are you a lucky little lady in the city of light / Or just another lost angel, city of night».


Teatro completo, de Ana Caro de Mallén (Cátedra)

Esta importante publicación de Cátedra culmina el rescate de una figura bastante desconocida, pese a su indudable trascendencia en la historia del teatro de nuestro país, fuera del ámbito académico. No en vano, sus datos biográficos esenciales se desconocían hasta hace bien poco y su figura se mantenía, en buena medida, como una gran incógnita. Fue cerca del 2020 cuando Juana Escabias, estudiosa de la dramaturgia femenina del Siglo de Oro, remataba una exhaustiva investigación que le permitió hallar una treintena de documentos inéditos que arrojaban algo de luz sobre la vida, y también la obra, de Ana Caro de Mallén (1590-1646). Aun con ciertos interrogantes sobre su trayectoria, la valiosa introducción de este volumen sobre la autora andaluza resalta su dominio de los clásicos, sus amplios conocimientos de mitología e historia, además de su admiración hacia autores coetáneos como Góngora o Calderón; a la altura de los cuales se sitúa la que es tenida hoy día por nuestra mejor dramaturga aúrea, y que ya en su tiempo obtuvo la admiración generalizada tanto en directo, con la representación de sus funciones, como en el mundo de las letras, a través de sus libretos. En este compendio de su obra dramática sobreviviente, titulado Teatro completo, podemos apreciar su destreza en la escritura en verso —era conocida su habilidad en las justas literarias— y su hondura psicológica avanzadísima, con personajes femeninos sorprendentemente autónomos. Muestra de ello es, sobre todo, la pieza que abre el volumen, Valor, agravio y mujer, obra de madurez inspirada en un texto de Tirso de Molina, en la que la autora se atrevía a cuestionar los comportamientos masculinos. Atención al diálogo entre dos tipos en el que uno dice que la única novedad que encontró en un viaje a Madrid fueron los «innumerables» poetas, «tanto que aun quieren poetizar las mujeres, y se atreven a escribir comedias ya»; el otro se escandaliza: ¡Válgame Dios! Pues, ¿no fuera mejor coser e hilar? ¡Mujeres poetas!». A lo que responde el primero: «Sí; mas no es nuevo, pues están Argentaria, Safo, Areta, Blesilla, y más de un millar de modernas…». Nótese la ironía, primero, y la sagaz introducción de esos referentes femeninos, luego. A continuación otra comedia, El conde Partinuplés, reinterpreta el mito de Eros y Psique partiendo de un poema caballeresco francés del siglo XII y quizá de los lais de María de Francia. Le sigue una Loa sacramental que se representó en el Corpus Christi de Sevilla en 1639, donde a través de las variaciones del habla de cuatro personajes de origen diverso (portugués, francés, morisco y guineano), la autora demuestra su excelente dominio del lenguaje lírico. Cierra el conjunto la pieza breve Coloquio entre dos, diálogo de carácter irónico que tiene como fondo la representación de la pasión y muerte de Jesucristo. Como señala la editora, por fortuna se le ha dado vuelta a la invisibilidad de Ana Caro de Mallén y «en el presente se ha generado una corriente de permanente revalorización de su obra que se extiende por los cinco continentes, en los que los textos de la autora despiertan el interés de hispanistas, investigadores, docentes, literatos y profesionales del teatro». Así sea a partir de ahora.


Cartas, de Kurt Vonnegut (Ediciones B)

Hacia el final de este libro se incluye uno de los últimos consejos que el autor redactó para su público: «¿Y cómo deberíamos comportarnos durante este Apocalipsis? Deberíamos mostrarnos extraordinariamente amables los unos con los otros, desde luego. Pero también deberíamos dejar de ser tan serios». Una recomendación que bien podríamos aplicarnos hoy, como muchas de las que nos legó este gran maestro de la literatura norteamericana del siglo XX, cuya obra no deja de ganar alcance según pasan las décadas, sobre todo por haber sabido apuntar hacia algunas de las cuestiones esenciales de la era contemporánea. Apenas unos meses después de que se haya cumplido el centenario del nacimiento de Kurt Vonnegut (1922-2007), asistimos a todo un acontecimiento literario con la publicación de esta extensísima —pero jugosa— selección de la correspondencia personal y profesional del autor, inédita hasta ahora en español, que abarca unos sesenta años. Dirigida a sus amigos de toda la vida, hijos, colegas profesores, editores, críticos y hasta a sus censores. También, por supuesto, además de las numerosas menciones a autores ya desaparecidos entonces, se incluyen sus cartas a otros escritores como Allen Ginsberg, José Donoso, Anne Sexton, Norman Mailer, William Styron… Una colección de escritos privados que sirve como autobiografía apócrifa de esta figura emblemática de la contracultura estadounidense, autor de obras fundamentales del pasado siglo como Matadero cinco (1969) y El desayuno de los campeones (1973), o incluso su sorprendente primera novela, La pianola (1952), distopía en la que las máquinas han ocupado el lugar de los trabajadores —igual les suena de algo—. Lo interesante de estas Cartas es que permiten al lector explorar la dimensión humana de Vonnegut, al fin y al cabo el elemento más trascendente de sus visionarias fábulas experimentales, así como el proceso creativo de su fascinante producción, tan singular y a la vez con resonancias tan universales. Señala en su introducción el escritor y periodista Dan Wakefield, aquí en labores de editor, que sus misivas resultan «tan personales, ingeniosas, entretenidas y arrebatadoramente profundas como la obra que publicó en forma de novelas, relatos, artículos y ensayos». Lo sabe de buena tinta, pues estas las eligió entre un millar, nada menos. Se trata de escritos que, al igual que sus ficciones, hacen reflexionar, animan o indignan pero siempre cambian la perspectiva sobre las cosas, cuestionan nuestras preconcepciones y el mismo mundo del que su autor fue testigo y del que nos legó un testimonio difícilmente igualable en su hondura, así como en su capacidad de tomarse la tragedia existencial con cierto humor. De Vonnegut sabemos, por estas y otras páginas, que fue un gran lector de los clásicos como Mark Twain —al que se le ha comparado a menudo—, así como de sus coetáneos más afines como Hunter S. Thompson, pero también admirador de comediantes satíricos como Bob Elliott y Ray Goulding, cuyas parodias le dieron «permiso para ser, igual que ellas, inteligentes y absurdas». Dice en una carta de 1989 que, tras haberse pasado «dos años sin ir a ninguna parte», aquellas bromas le permitieron seguir adelante haciendo lo único que sabía hacer, escribir. «Ahora creo que estoy bien», concluye.


Los noventa, de Chuck Klosterman (Península)

«El pasado es un vertedero mental: está lleno de recuerdos de los que nadie se acuerda». Hasta hace no mucho, la década de 1990 parecía haber quedado denostada y sepultada por el revival ochentero. Menos brillante y más abúlica, no obstante fue la era de fenómenos culturales decisivos en el mundo de hoy: Seinfeld, la Generación X, el nacimiento de Google, OK Computer de Radiohead, el estreno de Twin Peaks, el asesinato de Tupac Shakur, La broma infinita de David Foster Wallace, Napster, Kids de Larry Clark, el grunge, la paliza a Rodney King, la World Wide Web, etc. «Ahora los noventa parecen un periodo en el que el mundo empezaba a volverse loco, pero no tanto como para ser ingobernable o irreparable», sostiene el autor de este ensayo, el periodista y crítico especializado en cultura popular Chuck Klosterman (Breckenridge, 1972). Con enorme perspicacia, conocimiento del terreno y un estilo que atrapa y sorprende a cada nueva referencia, la radiografía que emprende va más allá de los hechos de aquella época y sirve al lector para entender cómo se construye el imaginario de cualquier momento histórico. Dice Javier Aznar en su prólogo a Los noventa que no hay nostalgia ni tráfico de emociones, ni se juzga aquella era con la mirada de nuestro siglo XXI, y que del autor admira «su capacidad de observación, su erudición inútil, su inagotable interés por temas que otros desdeñan, su disposición a hacerse preguntas incómodas, la elegancia con la que es capaz de convivir con ideas aparentemente contradictorias en la cabeza y su talento para lograr escribir libros enteros en una cabaña con las paredes pintadas de color naranja sin perder por completo el juicio». Según el propio Klosterman, cada década comienza antes de realmente empezar, es hija de otra que le aporta buena parte de sus rasgos. Los 90 fueron la era de no aspirar a mucho, de apostar por lo opuesto a «la actitud, tan indecorosa, de esforzarse demasiado». Fue tal vez la época de la reciente historia de Estados Unidos en que el compromiso, tanto personal como político, se entendieron como algo optativo. La vida era relativamente fácil en aquella bonanza económica sostenida; había angustia, pero «lo que estaba en juego era impreciso» (al menos hasta la masacre de Columbine en 1999, justo en el gozne de la década). Aunque, explica el autor, no se puede interpretar toda una época como un monocultivo, primaba esa desgana en torno a la profecía autocumplida de que la vida sería decepcionante: «Es difícil exagerar hasta qué punto la apatía autoimpuesta y autoconsciente que se convertiría en la caricatura de una época que parece ya olvidada lo invadía todo, sobre todo porque a quienes la encarnaron les daría vergüenza insistir en que fue importante. […] En los noventa, no hacer nada a propósito era una opción válida, y molar de una forma muy concreta se convirtió en casi más importante que cualquier otra cosa». Los tiempos han cambiado mucho desde entonces, pero algo de aquello, nos planteamos leyendo este certero y apasionante análisis, habremos heredado.

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