Horas críticas Analógica

No escribir y su eco

Reseña de «La flor del rayo», de Juan Manuel Gil

A menudo nos preguntan dónde nacen las historias que narramos. Las posibles respuestas a esta cuestión generalmente suelen quedar cojas. A no ser que exista un pez de colores que nos las susurre en sueños, como afirmó un escritor en los años noventa del siglo pasado, el desencadenante podría fraguarse en el contacto con la obra de otro escritor, ver una película o una exposición de arte o el descubrimiento genuino de un paisaje que se revela como rapto y fuga. Es en ese instante cuando las piezas del puzle se ordenan y aparece la imagen que ejerce de locomotora. Siempre hay misterio, aunque después se le otorgue un esquema lógico y legible a ese desencadenamiento. A Juan Manuel Gil (Almería, 1979) le sucede todo lo contrario. En 2021 gana el Premio Biblioteca Breve con su novela Trigo limpio y después de la euforia de las celebraciones, las buenas críticas, el contacto con los lectores, una mudanza con cambio de barrio, empieza un pequeño desajuste en la rutina que poco a poco se agiganta para convertirse en otra novela.

La flor del rayo, la nueva obra de Juan Manuel Gil, parte de ese desajuste. El escritor siente la responsabilidad de buscar una historia que le permita seguir escribiendo o seguir viviendo. O seguir confirmando que es escritor, más bien. No sabe con exactitud si está bloqueado o si está en proceso de bloquearse. ¿En qué momento se empieza a prestar la suficiente atención al bloqueo del escritor? ¿Cómo seguir escribiendo y con qué actitud? Ahí se resume una vida de posibilidades para cualquier escritor que tome en serio su oficio. Y si el escritor en cuestión es un reciente premiado, la sensación de vértigo y desenfoque es infinitamente mayor.

Los peldaños del desajuste al que se enfrenta el protagonista de La flor del rayo, a veces Juanma, a veces Juan Manuel, comienzan con un hombre que llora y una ambulancia frente a la casa vecina. Sacar a pasear al perro implica abandonar las fronteras cómodas del hogar y salir a investigar el exterior mientras el chucho hace sus necesidades. Luego, la curiosidad por descubrir qué sucede en ese exterior que se le presenta ajeno. A falta de información evidente y de datos concretos, fuerza la maquinaria para escarbar en los motivos que llevan a ese vecino a llorar. Merodea alrededor de aquella casa y desencadena una serie de pequeñas catástrofes que confabulan para unir ficción y realidad. O para suprimir la fina lámina que separa los deseos de los hechos.

El primer peldaño, el musical, es una sinfonía de angustia, desasosiego e inseguridades. El protagonista, con tal de hallar una historia que contar, arrasa con los pilares sobre los que se sustentan sus relaciones afectivas. Su pareja lo abandona, tras intuir que Juanma está alcanzando el cénit de escritor atormentado y pesado. Su madre le echa la culpa por la desastrosa vida que lleva. Y su psicóloga le ofrece un consuelo que se ajusta demasiado a la realidad y lo aleja bastante de su objetivo: escribir una nueva novela.

El escritor Juan Manuel Gil (Almería, 1979). / Foto: Ivan Giménez — Seix Barral

El peldaño arquitectónico en el que se construye La flor del rayo intercala pequeños capítulos donde salta del diálogo directo (las grabaciones de la psicóloga, por ejemplo) a digresiones sobre el proceso creativo y sus frustraciones. Reflexiones amenas sobre la necesidad de cultivar un jardín, cuidarlo con mucho mimo y, en primavera, con las flores en su esplendor, contemplarlo para sentir que el esfuerzo ha merecido la pena. Juan Manuel Gil parece decirnos, con tacto e inteligencia, que la literatura necesita que ocurran cosas y, si no sucede nada, hay que provocarlo. Y si lo que nos ocurre acarrea consecuencias desastrosas, mejor todavía. «Escribir no solo es escribir», afirma en un capítulo de la novela. Y conecta con la tradición que Marguerite Duras resumió con lo de que escribir es aquello que hacemos mientras pensamos en escribir.

El peldaño textil de la novela es un tejido de un sentido del humor finísimo, donde encontramos resonancias de Verano, de J. M. Coetzee, o de París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas. La virtud de Juan Manuel Gil de mirarse en el espejo y ofrecerse al mundo sin filtros ni máscaras, exponer su fragilidad como persona, como amante, como hijo, como vecino y, por qué no, como escritor, es su divertida y peculiar ofrenda a la literatura.

Además, sitúa la trama en Almería. Esto ya lo hizo en su anterior novela, Trigo limpio. Deposita su mirada en la periferia para dirigirnos con sutileza al centro de gravedad de una ciudad sencilla, provinciana, de gente humilde y trabajadora, donde supuestamente nunca sucede algo digno de ser novelado. Y convierte su paisaje en un gesto de amor y en un homenaje a todas aquellas ciudades que habitan las esquinas del mapa.

La insustancial tragedia de cualquier escritor, esa viscosa percepción de estar permanentemente bloqueado y sin poder escribir, encuentra en La flor del rayo su eco más amable y lúcido. Un retrato de todos los escritores que se toman a sí mismos muy en serio y toman su obra muy poco en serio. Con su destreza, sensibilidad y humor, Juan Manuel Gil nos pone entre manos la cara oculta del escritor después de alcanzar el éxito. Y nos expone su manifiesto con un solo propósito: tomarse a sí mismo muy poco en serio y tomarse a pecho su literatura.

 


 LA FLOR DEL RAYO 
Juan Manuel Gil
SEIX BARRAL
(Barcelona, 2023)
416 páginas
20 €

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