Rosa Montero (Madrid, 1951) está de plena actualidad. Acaba de publicar junto al autor francés Olivier Truc La desconocida, que supone su regreso a la novela negra, y está a punto de estrenarse La violación de Lucrecia, producción del Teatro de la Zarzuela basada en su libreto dramático. Por eso hemos querido rescatar su último gran éxito, El peligro de estar cuerda (Seix Barral, 2022), un «artefacto literario» según ella, y también un modo de sentirse, de pensarse. Recuperamos esta conversación en torno a este libro de ensayo y ficción, en la que hablamos sobre la vida, su sentido y lo que llamamos realidad.
Rosa, gracias por acogernos en esta casa. Tienes por aquí una buena colección de salamandras…
Sí, la verdad es que el primer tatuaje que me hice en mi vida, hace veintitantos años, es esta salamandra [se señala un brazo], y entonces a partir de ahí me empezó a regalar todo el mundo salamandras.
¿Tienen alguna simbología especial?
No, me encantan los bichos en general. Me encantan los lagartos porque son como dragones domésticos o como dinosaurios pequeñitos. La salamandra ya sabes que es un mito de regeneración. Se supone que si echas una salamandra al fuego no se quema. No se te ocurra echar una salamandra al fuego, pobrecita, porque se abrasa. Son unos bichos muy bonitos.
¡Vamos con el libro! Has querido explicar que tú tuviste en algún momento un problema mental. ¿Por qué?
No es la primera vez que lo digo. En La loca de la casa, que es otro artefacto literario —este año se cumplen veinte años de su publicación—, ya lo contaba. La loca de la casa no tiene que ver, pese al título, con la locura. Es la manera en que Santa Teresa de Jesús llamaba a la imaginación. Ya entonces decía que había tenido crisis de pánico desde los dieciséis hasta los treinta años. A mí me parece que hay que normalizar los trastornos mentales. Como sabes, la Organización Mundial de la Salud dijo antes de la pandemia que un 25% de la humanidad —yo creo que es mucho más— va a tener en su vida, antes o después, un trastorno mental. Imagínate; esto quiere decir que todo el mundo va a experimentarlo en sus carnes. O en sus carnes o bien en alguien muy cercano: tus padres, tus hermanos, tus hijos, tus amantes, tus amigos más próximos, por lo menos una de cada cuatro personas. El trastorno mental forma parte de lo que somos los seres humanos y hay que hablar de ello, hay que normalizarlo. No hay que tener miedo, existe una enorme ignorancia respecto a esto. Hay que quitar el estigma, el tabú.
Hablas en tu libro del yo como un gato fugaz y a la vez dices que el deseo es algo ingobernable que continuamente reaparece. Podría parecer contradictorio.
Hay una frase que me encanta de Henri Michaux que dice que «el yo es un movimiento en el gentío». Es decir, en el gentío que nos habita —porque dentro de nosotros somos muchos— el yo de repente es como una voluta que va cambiando. Verdaderamente somos muchos a lo largo de nuestra vida y tenemos muchas vidas. Yo ya voy por la cuarta o la quinta; a poco que seas mayor, tienes varias. ¿Conoces a Konrad Lorenz, el padre de la etología? Descubrió que cuando los huevos de los patitos eclosionaban, se pegaban al primer ser vivo que tenían al lado, creían que era su madre. Hay muchas fotos de él con una ristra de patitos detrás, siguiéndole y creyendo que es su madre. A eso lo llamaba Lorenz la imprimación, que es el momento en que se imprimía la idea de la madre. Con el deseo sexual pasa lo mismo, es decir, hay un momento de imprimación en la infancia: eres un 80% heterosexual, un 20% homosexual, te gusta determinado tipo de tíos o de tías…
Cuando hablaba del deseo, me refería al deseo de felicidad, al que tú aludes bastante.
Ah, bueno, pero eso es una pulsión. Cuando yo digo que el deseo es ingobernable me refiero al deseo sexual. Y luego el deseo de felicidad es la pulsión básica de la vida. La vida se regocija con seguir viviendo —el único mandato de la vida es seguir viviendo—, y seguir viviendo en la mejor de las circunstancias posibles. Es un mandato ciego de nuestra carne, de nuestra biología.
Decías en alguna de tus columnas que tú no te vas a proponer la solución asiática o budista de disolver el yo, pero sí la de moderar el deseo.
Moderar el deseo tampoco. Yo soy hija de Occidente, como tú, y desde luego creo que el deseo es la vida: desear cosas, desear ser feliz. Lo que pasa es que hay que intentar saber lo que deseas, es decir, que el deseo no te lo pongan otros. Vivimos en una sociedad muy aturdidora, que además nos impone deseos absurdos. De repente a lo mejor te crees que tu vida va a ser más feliz por tener un coche más grande. Hasta ese punto de estupidez realmente llegamos.
Y con el capitalismo digital, más todavía…
Con la sociedad de consumo caemos todos. Yo me compro demasiada ropa, por ejemplo. Todos estamos pillados, de verdad, salvo que seas un anacoreta que vivas no sé dónde. Esa especie de aturdimiento, ese ruido que es la sociedad, ese ruido atronador, nos impide realmente saber qué es lo que deseamos de verdad, y prepararnos para ello y prepararnos para la frustración, que es otra cosa que no se aprende en esta vida. ¿La frustración qué es? El deseo que no se cumple. Pues hay que prepararse para eso, porque la mayoría de las veces no se va a cumplir.
De hecho, citas a Pessoa cuando dice que la vida no basta.
Qué bonita frase, Pessoa era un genio.
¿Por qué la vida no basta, Rosa?
No nos basta a ninguno. Pessoa lo decía respecto a la literatura. La existencia de la literatura es la prueba evidente de que la vida no basta. La existencia de la literatura, de las películas, de la música, de todo, el arte, el deseo de la belleza… venimos al mundo con muchísimos sueños y con muchísimos deseos de ser mil cosas y con el primer deseo, el deseo de sobrevivir. Ya decíamos que ese es el mandato de la vida. El deseo de seguir viviendo y el deseo de seguir siendo sanos. Y todo eso se nos va yendo al garete.
Pero seguimos empeñados.
De entrada, el hecho de morirse es una maldita cosa.
Ciertamente.
Morirse es un asco, francamente. No solo un asco, sino que la muerte es inconcebible desde la vida. Si decimos que el destino de la vida es seguir viviendo, la muerte es inconcebible desde la vida. Entonces ¿cómo nos va a bastar esta vida tan pequeñita, esta vida individual que por muy grande y maravillosa que sea es más pequeña que nuestros sueños y nuestras posibilidades? Y que encima al final nos enferma y al final nos mata. Es que tiene narices, ¡con lo bonita que es! ¡Yo no quiero dejar de vivir!
Tú te pasaste una buena parte de una de esas vidas que dices haciendo el mejor periodismo que se hacía en una España muy paleta, la de los años 70 y los años 80. Ahí estaba Rosa Montero entrevistando a personajes a los que no se entrevistaba normalmente. Tú has estado detrás de la realidad muchas veces, y me llama la atención que digas que la realidad es una convención.
Totalmente.
Pero tú, que precisamente has tenido tanta pasión por la realidad…
Sí, ¿pero y qué? La realidad es una convención cultural, social, y además yo no me fío absolutamente nada de la realidad, en muchísimos sentidos, empezando porque la realidad es un espejismo. Lo cuento en El peligro de estar cuerda. En el centro de cada ojo hay un punto ciego en el que el ojo no ve nada. Ahí donde el nervio óptico se inserta en la retina, el ojo no ve. No es un punto tan pequeñito como la punta de un alfiler, ni mucho menos, ocupa entre dos y cuatro grados del arco visual. La luna ocupa medio grado. O sea, que son dos grandes pozos negros en cada uno de nuestros ojos y, sin embargo, mira alrededor, comprobarás que ves el mundo como algo coherente y seguido. El cerebro inventa lo que no ve. Entonces literalmente vivimos en un espejismo.
¿La realidad es algo pensado?
Sí, cómo ves la realidad y cómo la interpretas depende mucho de lo cultural. Si yo te digo ahora mismo que estaba lavándome los dientes esta mañana y ha aparecido en el baño el demonio con cuernos rojos iridiscentes y con una lengua verde y oliendo a azufre, que me ha hecho gestos amenazadores, tú te quedarías horrorizado pensando que me he brotado y que hay que llamar a un psiquiatra. Pero si fuera el siglo XII te parecería supernormal. La realidad es una convención cultural y social, también grupal. Un grupo de gente concreta ve la realidad de modo distinto.
Y a pesar de eso, cuentas que tienes la percepción de que la vida es como el reloj de la abuela. Lo has desmontado en piezas y luego hay que reconstruirlo. Eso significa que las piezas tienen que montarse en un determinado orden… no sé si te refieres a un sentido.
Claro, a darle un sentido. Esa metáfora del reloj la uso diciendo que así es como he escrito este libro, que me sentía intentando reconstruir piezas, es decir, pizcas de significado de la vida, de cosas que me han preocupado y me han interesado mucho a lo largo de toda mi vida. Esto mismo: ¿Qué es la realidad? ¿A qué llamamos realidad? ¿A qué llamamos cordura? ¿A qué llamamos locura? ¿Qué relación hay entre la creación y la locura? ¿Por qué tenemos algunos de nosotros la cabeza tan atiborrada de imaginaciones absurdas? ¿Por qué necesitamos meternos en una esquina de nuestras casas durante horas, meses, años para inventar mentiras? Es una imbecilidad, es una cosa estrafalaria y, sin embargo, necesitas hacerlo para poder levantarte por las mañanas a vivir. Todas esas preguntas eran pizcas de significado que iban dando vueltas por ahí en mi cabeza, y es lo que yo sentía que estaba armando como un reloj —lo has explicado tú muy bien— para darle un sentido a todo eso, para intentar encontrarle un sentido. Y lo alucinante es que he encontrado respuestas a esa parte de la vida que me son suficientes.
¿Cuáles son?
Son las que digo en el libro. ¿A qué le llamamos cordura? ¿A qué le llamamos locura?
Dices: «De pronto tengo la sorpresa vertiginosa al levantarme por la mañana de que me he hecho mayor». Entiendo perfectamente esto.
Pero tú eres más joven que yo.
Sí, pero la sensación es la misma. Me pregunto: ¿este señor quién es?
Ya eres lo suficientemente mayor también.
¿Este señor quién es? ¿Dónde está aquel chaval de veinte años? A menudo tenemos la tentación de pensar que hemos perdido la vida viviendo.
Muy bonita frase. La pierdes y la ganas. Decía Oscar Wilde que lo malo no es envejecer, lo malo es que no se envejece. Se refiere a que por dentro realmente sigues sintiéndote igual. Y, por eso, cada vez hay un abismo mayor, una distancia mayor entre tu realidad y tu interior. Y es que sí, vives y vas atesorando esa vida —yo que además no tengo memoria, he perdido mucho de lo que he vivido—, tienes la sensación de que vas viviendo, pero por otro lado dices: ¿cómo ha sido tan rápido? La rapidez de la vida es vertiginosa.
Sí, sí, si ayer estábamos en…
Impresionante, impresionante. De repente me encontré el otro día a un antiguo novio que no había visto en cuarenta años. Estaba hecho una piltrafa —dicho sea de paso—, pero ¡cuarenta años! De repente dices: ¡Madre mía!
¿Por qué crees tú que tienes esta facilidad para plantear cosas que muchas veces no se plantean? Hablamos de economía, hablamos de género, hablamos de política, pero de esto que tú hablas hay poca gente que lo haga.
Pues no lo sé, para mí es muy natural. Yo me paso la vida pensando, me gusta pensar. También me gusta reflexionar sobre lo que vivo y, por otro lado, soy la mar de vitalista y me encanta pasear. Soy montañera y me encanta ir al monte, me encanta oír música, ir a conciertos clásicos y modernos. Pero me gusta reflexionar y luego me interesa la vida, me interesan los otros y me interesa el ser humano fundamentalmente, me gusta mucho la gente. Yo creo que seguramente a ti también, porque creo que escribir novela, por ejemplo, es un viaje al otro, y ser periodista también.
La entrevista es una fórmula.
Evidentemente.
Tú has hecho muchas.
Creo que a quienes nos dedicamos al periodismo—y desde luego a los novelistas—, nos interesa el ser humano más que a la media.
En España el tipo de enfoque que tú haces, el enfoque de sentido, de cuestiones que tienen que ver con el sentido de la vida, se ha censurado durante mucho tiempo porque lo único necesario era la revolución, la revolución conservadora o la revolución de izquierdas.
Actúas en la vida conforme a lo que te interesa. A mí me interesa esto desde siempre. Siempre he reflexionado sobre ello, siempre he procurado intentar sentir la vida con conocimiento de que la estoy sintiendo.
Me llamó mucho la atención una columna que hiciste cuando acabábamos de salir del confinamiento. Contabas que había unos chicos que se lo estaban pasando fenomenal y estaban muy contentos porque por fin podíamos salir a la calle. Y tú en aquella columna venías a decir que luego llegaría la frustración y que no hay más que el presente.
Ah, bueno, pero eso es un gran aprendizaje. No lo digo desde la frustración, lo digo desde aprender a vivir.
¿Aprender a vivir la diferencia de polaridad entre realidad y deseo?
No, aprender a vivir el presente. Es uno de los grandísimos aprendizajes en la vida, no sabemos hacerlo. Si eres capaz de vivir el presente, creo que eres mucho más feliz y que lo vives más intensamente y con menos angustias.
Lo que pasa es que es difícil porque el presente no te satisface.
Bueno, no te satisface porque no lo vives. Siempre estás agobiado por el pasado, por lo perdido, y siempre proyectando cosas a un futuro que es ridículo… porque ese futuro no sabes si va a llegar, cómo va a ser, lo que proyectas nunca se cumple. Cuando llegas al futuro ya no eres el que proyectabas. Entonces se trata de intentar de verdad vivir el presente, ser conscientes de que estamos vivos. Es un lujo que hoy ni tú ni yo nos vayamos a morir, eso es un lujo. Y que estemos bien de salud hoy. Disfrutémoslo porque mañana no se sabe.
Ser consciente del dato de la vida.
Ser consciente de que estás vivo. Y disfrutarlo. Y vivirlo con la mayor intensidad posible. No es nada fácil, es uno de los grandes aprendizajes, yo llevo toda la vida intentándolo.
Ahora recuerdo que contabas acerca de una persona que había tenido cáncer y que cuando llega la noticia se da cuenta del regalo que es la vida.
Maravilloso… fue una mujer que se acercó —yo estaba firmando en la Cuesta de Moyano—, que traía tapado un ojo, venía con su hija. Tenía sesenta años y me dijo que acababan de comunicarle que tenía un cáncer, que se moriría en dos o tres meses. Lo dijo con una entereza… le di mi email y me escribió varias cartas maravillosas. Hice un artículo sobre ella porque decía: «Estoy viviendo con intensidad». Hace un mes me ha escrito su marido para contarme que se ha muerto. Una mujer absolutamente extraordinaria y las cartas que me escribió… la verdad, hay gente increíble.
¿Qué es lo próximo de Rosa Montero?
Lo próximo recuperar mi vida, porque estoy con muchísima promoción, muchos viajes. Tengo que aterrizar para pensarme; como decíamos, hay que pensarse, hay que sentirse, hay que parar, hay que vivir. Estoy retomando las notas que había tomado hace tiempo para el cuarto libro de Bruna Husky. Son estos libros futuristas de un personaje que adoro. Lo adoro tanto… hoy me han escrito para una cosa de trabajo y me dicen: «Querida Bruna». Me ha parecido normal, no me ha chocado que me llamaran Bruna.
Rosa, gracias por recibirme en tu casa y por este ratito estupendo.
Muchísimas gracias a ti, de verdad, me ha encantado.
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