Horas críticas

Un viaje hacia el caribe pampeano

Reseña de «La infancia del mundo», de Michel Nieva

En los últimos años el cambio climático se ha vuelto un tópico tan recurrente en la ciencia ficción que acabó por inaugurar, dicen algunos, un nuevo subgénero: la «eco-ficción» o la «ficción climática», cuyas obras suelen transcurrir en un futuro signado por todo tipo de desastres ambientales.

Algo de esto hay en la novela La infancia del mundo, pero el escenario que plantea Michel Nieva es tan delirante que uno duda si acaso hay que leerlo en clave de parodia, que es una figura central en sus novelas anteriores. La trama transcurre en el año 2272. El mundo, por entonces, ya no conoce el frío. La temperatura media es de noventa grados. Los polos se derritieron tiempo atrás y gran parte del sur de Argentina quedó bajo el agua. La Pampa, lo mismo que la Antártida, son ahora nuevos caribes, no solo por efecto del clima, sino también por la intervención de una empresa inglesa de «geoingeniería planetaria» que se ocupó de «terraformar» los ecosistemas. Las deforestaciones son cada vez más salvajes y hacen proliferar virus desconocidos que las compañías de «virofinanzas» se encargan de usufructuar, a partir de un indicador de «virus financiero» que no solo es «capaz de determinar con un 99,99% de efectividad cuál de estos virus desataría una nueva pandemia», sino que reúne las acciones de las empresas que saldrían favorecidas por los efectos de estas y las ofrece al mercado en paquetes que se cotizan y venden «como pan caliente», dice el narrador.

Cabe aclarar que esta idea de las «virofinanzas» ya está presente en el libro anterior de Nieva, Tecnología y Barbarie (Santiago Arcos, 2020), ensayo donde plantea que ya no estamos en una época biopolítica, como la que propuso Foucault, sino en una «Vir(o)política» que utiliza «huéspedes precarizados de la periferia» para que sean «en nombre de una vida mayor (la del mercado, la de la economía extractiva) meros soportes de lo no vivo (el virus, el capital) que a través de sus cuerpos se transforma, multiplica, reproduce y transmite».

Así, y leída desde su propio ensayo, podría decirse que La infancia del mundo trata sobre uno de esos «huéspedes precarizados», que es el «niño dengue», una especie de híbrido entre humano y mosquito del que sus compañeros de escuela no dejan de burlarse:

—Che, niño dengue, ¿es cierto que a tu mamá la violó un mosquito?

—Eu, bicho, ¿qué se siente ser hijo de la chele podrida de un insecto?

—Che, mosco inmundo, ¿es cierto que la concha de tu vieja es una zanja rancia de gusanos y cucarachas y otros bichos y que de ahí saliste vos?

La violencia que atraviesa algunas escenas recuerda por momentos a Osvaldo Lamborghini, escritor al que Nieva suele tener presente. Incluso el título del primer capítulo, «El niño dengue» —capítulo que, por cierto, le permitió a Nieva ganar el Premio O. Henry de ficción corta—, en cierto modo remite a «El niño proletario», cuento donde un grupo de chicos burgueses viola a un niño «proletario» hasta terminar con su vida.

Por supuesto, ya no es la variable económica ni social la que distingue a los chicos, porque en este caso todos son pobres. Lo que los enfrenta es el hecho de que uno está infecto y los otros no. Uno es un mutante, un híbrido, y los otros son humanos completos.

Por eso no es descabellado pensar que el niño proletario, que corresponde a la biopolítica, se transforma en el «niño dengue» de la «vir(o)política»; y en este desplazamiento la opresión, que ya no es una opresión de clase sino entre especies —la cosa va de Marx a Donna Haraway—, encuentra por fin un punto de fuga.

Michel Nieva (Buenos Aires, 1988). / Foto: Agustina Battezzati

Digamos que, si en una de sus novelas anteriores, ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? (Santiago Arcos, 2013), se opera un movimiento inverso al de Martín Fierro, en el sentido de que el gaucho —o «gauchoide»— que la protagoniza no va hacia una adaptación, como en José Hernández, sino hacia la revolución; en este caso se advierte un movimiento parecido pero en relación a ese relato de Osvaldo Lamborghini, ya que el niño dengue finalmente logra ponerse en pie, ajusticiar a sus pequeños verdugos y adquirir una suerte de «conciencia de especie».

En realidad, y para ser más exactos, quien hace tronar el escarmiento no es el «niño dengue» sino la «niña dengue», porque en algún momento hay un salto ontológico, o genérico, y el personaje se da cuenta de que «un error gramatical lo acompañó toda la vida». Es recién en ese momento de anagnórisis en el que se advierte mujer —todo un signo de época—, cuando logra llevar a cabo eso que el narrador del cuento de Lamborghini dice que es el objetivo de todo niño proletario: «Perpetuar la enfermedad a través de las generaciones».

Claro que la novela, aclaremos, no es una mera reescritura de ese relato. Michel Nieva es una suerte de homo ludens en el que conviven varias tradiciones —desde Borges al ciberpunk, desde César Aira hasta Cronenberg, desde la literatura gauchesca hasta Philip K. Dick—, y de todas ellas parece tomar una distancia irónica cercana a la parodia. Parodia en dos sentidos distintos. Por un lado, aquel que se advierte en Leónidas Lamborghini —hermano de Osvaldo—, para quien se trata de una figura que permite expresar lo trágico desde lo cómico y desde lo grotesco; por otro, en el sentido que le da Gérard Genette, teórico que la pensaba como una «transformación lúdica», cuyo objetivo no es tanto la crítica como la diversión, que es por cierto lo que debería recuperar la literatura que se viene produciendo en los últimos años.

 


 LA INFANCIA DEL MUNDO 
Michel Nieva
ANAGRAMA
(Barcelona, 2023)
168 páginas
17,90€

2 Comentarios

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