¡El gran Pan ha muerto!, de Ernesto Castro (La Caja Books)
El intelectual mexicano José Vasconcelos alumbró hace setenta años el concepto todología, con el que aludía a «los caminos que conducen a la armonía del saber total». En este ambicioso libro editado por La Caja Books, el pensador y ensayista Ernesto Castro (Madrid, 1990) rinde tributo al dios del todo, uno de los más temibles de la mitología griega, y presenta como en un cajón de sastre —o acaso una caja de Pandora— una colección de textos que indagan en el presente partiendo de lo perdido en el fuego de los últimos tiempos. Los denomina en el subtítulo Palimpsestos todológicos, porque han sido reelaborados conservando la huella de su planteamiento original y porque se refieren a esta era donde absolutamente todo se mezcla y se pone a bailar en la misma pista, confusa pero a menudo falta de luces como las que el joven filósofo es capaz de disponer. Con su habitual mirada provocadora e iconoclasta tan heredera de un rendido admirador de la citada deidad como es el cofundador del Movimiento Pánico, Fernando Arrabal, uno de los personajes de este copioso volumen, como del constructor de El Aleph, Jorge Luis Borges, Castro enmienda la plana a sus propias ideas por vía de alargarlas y clarificar las frases que les daban forma, por lo que reconoce que es la primera de sus obras en que sacrifica su exhaustividad y su referencialidad masiva. En ¡El gran Pan ha muerto! ofrece desde una crónica sui generis de la pandemia de 2020 («tal vez sea lo más democrático que veré nunca»), acompañada de una teoría general e historia del aplauso; a reflexiones sobre la inexistencia de una tradición filosófica patria, el pensamiento realista poscontinental del siglo XXI o los clichés a los que somete a su generación milénial una sociedad imbuida de «adolescencia permanente»; pasando por la antipsiquiatría y psicofilia de Jordan Peterson, los fundamentos filosóficos de Marine Le Pen, las fuentes intelectuales y justificadoras del terrorismo, obras de Naomi Klein o Paco Fernández Buey, las ciudades de Barcelona y Madrid o los obituarios de filósofos como Toni Domènech, Jesús Mosterín y Miguel Romera. Hoy día, la RAE recoge la voz todólogo, de connotación despectiva, con el significado de «persona que cree saber y dominar varias especialidades». Según Castro, detrás de ese insulto habría también un desprecio a la erudición, o lo que es lo mismo, el odio a la reflexión: «Vale que el pensamiento crítico no se agota en el enciclopedismo, en el amontonamiento de datos, pero tampoco es posible sin él». Por eso se propone en estas páginas reformular la propuesta de Vasconcelos, «no como la pretensión absurda de decirlo todo de todas las cosas, sino —más modestamente— algo de cada una». No es mal propósito de año nuevo, incluso para una revista como Mercurio.
Un par de manos, de Monica Dickens (Alba)
Hoy día seguimos (mal)hablando de «servicio doméstico», con un fondo despreciativo, para referirnos a las trabajadoras remuneradas del hogar. Pero el conflicto de clase sigue igual de vigente, en realidad, que lo estaba cuando se publicó originalmente este singularísimo libro tan avanzado a su época, el año 1939. Subtitulado en esta edición de la estupenda colección «Rara Avis» de Alba como Doncella y cocinera en la Inglaterra de los años 30, en efecto recoge la propia experiencia de su autora, Monica Dickens (1915-1992), a cargo de las tareas asociadas a las mansiones de familias nobles y estiradas de la época. Bisnieta del autor de Cuento de Navidad —como sugiere su apellido— y formada en una familia bien, sin intención de doblar el lomo, finalmente se obligaría a buscar empleo en estas áreas de las que tampoco sabía gran cosa. Justo en ese impasse encontramos a la autora al inicio de Un par de manos: «Qué existencia tan absurda esta de dejarse llevar con la esperanza de que ocurra algo que alivie la monotonía. Tengo que hacer algo que me saque de este hoyo». Así es como empieza una carrera algo extenuante y fallida de fregonas locas, leche escaldada, platos hecho añicos y suflés precipitados al vacío, que la lleva a explorar los dramas cotidianos del primer mundo, pero también a observar esos acaudalados entornos —los muchos hogares por los que va pasando, de un fracaso en otro—, escuchar a hurtadillas a los señores y sus distinguidos invitados, y hacerse una idea de lo que separa a aquellos aniñados ricachones (a menudo empleadores abusivos) de quienes se dedican a servirles desde que se levantan hasta que se acuestan. La galería de excéntricos personajes con los que se irá cruzando es el combustible ideal para el estilo hilarante de la autora londinense, cuyo ojo aguzado para el detalle y su recreación del absurdo colman de mordacidad su comentario crítico hacia las familias de la clase alta británica. Tampoco le falta amargura a su crónica social, especialmente hacia el tramo final: «A la gente de vez en cuando le gusta hablar de la doncella y divertirse con la tronchante idea de que pueda tener vida propia. […] Una vez te haces a la idea de que te han sacado del olvido de la servidumbre para iluminarte con los focos de la atención, con la esperanza de divertirse un rato hasta que se cansan de ti y deducen que ya has dicho tus frases del papel, es un juego que resulta muy fácil». Fascina la lucidez de Dickens, agazapada tras la pretendida ligereza de sus recuerdos y anécdotas; la misma que, a fin de cuentas, la hizo revelarse al mundo con esta obra como una escritora que llegaría a ser muy popular en las siguientes décadas, aunque haya permanecido hasta cierto punto olvidada tras su muerte, de la que se acaban de cumplir treinta años —el día de Navidad—. «Formaba frases trascendentales, de una construcción preciosa, que no significaban nada, a la vez que limpiaba mecánicamente como una esclava», pero por suerte hoy su significado aparece reluciente a nuestros ojos.
Bestia, de Irene Solà (La Bella Varsovia)
Este debut literario anunciaba la escritura magnética y libérrima de una autora mayúscula, exprimiendo las posibilidades del lenguaje y dotando a las palabras de contextos inesperados para dar un giro de ciento ochenta grados al modo en que asumimos la realidad, el modo en que la pensamos. De esa mirada oblicua procede la capacidad de fabular de Irene Solà (Malla, 1990), su habilidad como cuentacuentos ya demostrada en prosa —donde, por otro lado, lo poético estaba tan presente— y que en los poemas de Bestia evocan unos versos iniciáticos e intrigantes que bien podrían dar pie a una historia breve. Este libro, Premi de Poesia Amadeu Oller 2012, se publicó en catalán cuando la escritora apenas contaba 21 años y estudiaba bellas artes, lo que junto a su trayectoria híbrida posterior nos lleva a recordar que la plasticidad es una condición inequívoca de su arte literario; la sensorialidad, la corporalidad. Ahora que el poemario nos llega en nueva edición bilingüe, con traducción al castellano del poeta Unai Velasco y formando parte del exquisito catálogo de La Bella Varsovia, reconocemos ese universo propio de su aclamado Canto yo y la montaña baila (2019) y su magnífico Los diques (2021), donde se encuentran el candor y la llaga, lo familiar y lo extrañado. También ciertos motivos y tonos nos tientan a conectar las tres obras, como el protagonismo de los animales, que aquí encarnan el componente irracional y brutal de las relaciones de pareja, junto con ciertos destellos de surrealismo. La primera parte de Bestia (Boca roja y desagradecida), más encendida, se abre con una cita de Sylvia Plath y mezcla escritura confesional («Me arrancaron como una cebolla, / me pusieron nombre / y me agujerearon las orejas») con imágenes expeditas («[T]engo una bola de pelo en el esternón / como las vacas. Y los pechos húmedos / de gata resabida»), canciones retorcidas y juegos de palabras nonsense, desconfianza del mandato patriarcal («ya no me creo a ningún padre»), justicia poética («dejáis de ser hombres / para ser literatura») y algún rencor («Pero yo ya quería haberme curado, / y no era tu madre»), junto con secretos de chicas raras —por el hecho de solo querer divertirse—. El segundo bloque (Sangre contenida y buena), más conciliador aunque no exento de ironía, lo estrenan unos versos de Antonio Gamoneda y habla de la naturaleza temeraria y feroz, de la deconstrucción de mitos locales y lejanos, de memorias de infancia propia y ajena («Los recuerdos son peligrosos / como huesos de pollo»), de actos cotidianos convertidos en aventura y selva («Cuando matas un mosquito, / la mitad de sangre es tuya»), del sexo como —eterno— retorno de la piel envuelta en sensaciones y, sobre todo, de cuerpos como casas literales o figuradas («Dices que te gusta mi barriga redonda, / que un día tendrá niños / no sabemos de quién»). Bestia es, entre otras muchas cosas, un viaje a través del deseo, una indagación en el peso de la intimidad y sus recodos sombríos que, pese a su carácter inefable, la autora se empeña en expresar por un medio, el escrito, que resulta tan abstracto y tan concreto como cualquier visión. Una revelación indómita dispuesta a nombrar tabúes en voz alta, como quien hace una travesura, es esta obra de asombro y madurez. Todo lo que escribe Solà suena a algo que solo podía decirse de esa forma. Viva la bestia.
Josephine Baker, de Catel & Bocquet (Salamandra Graphic)
Este cómic biográfico es una de las obras gráficas más importantes de un año editorial cargado de alegrías, que nos llegaron de la mano de autores como Nick Drnaso, Keum Suk Gendry-Kim, Simon Hanselmann, Nadia Hafid o Will McPhail, por citar algunos. En el caso que nos ocupa, el enjundioso propósito de llevar al arte secuencial la vida de todo un icono de la música, el baile y la actuación como fue Josephine Baker (1906-1975), además de modelo de compromiso social para tantas generaciones posteriores, llega a buen puerto de la mano de la dibujante Catel Muller (Estrasburgo, 1964) y el guionista José-Louis Bocquet (Neuilly-sur-Seine, 1962). Este tándem creativo, que desde hace quince años ha obtenido reconocimiento por sus semblanzas con enfoque feminista de artistas como Kiki de Montparnasse o Alice Guy, ha emprendido aquí un exhaustivo trabajo de investigación —atestiguado por la impresionante bibliografía incluida al final— partiendo sobre todo de las dos obras autobiográficas de la actriz francesa nacida en Misuri, así como de la memoria de uno de sus doce hijos adoptados, Jean-Claude Bouillon-Baker, que ha ejercido de asesor histórico para otorgar fidelidad a los hechos. La gran trayectoria vital de su madre, el ritmo vertiginoso de los acontecimientos que la convirtieron en un mito de los locos años veinte con su singular joie de vivre (pese a las muchas desdichas que sufrió) y sus maneras absolutamente rompedoras sobre el escenario, se trasladan a la energía que desprende el trazo clásico y dinámico, redondeado y vitalista, que imprime Catel a sus elegantes ilustraciones en blanco y negro. Precisamente sobre ese contraste en el color —de la piel— tuvo que lidiar la genial artista una dura batalla durante toda su existencia, en la que pese a su enorme fama se le seguirían negando sus derechos. Pionera del New Negro Movement o Renacimiento de Harlem, trabajó como vedette, pin-up y actriz desafiando todas las convenciones del mismo modo en que lo hacía en su vida personal, un continuo ejercicio de liberación. Se relacionó con algunas de las mayores personalidades de su época, algo de lo que en este libro deja constancia un apéndice de 54 semblanzas que incluyen a Sidney Bechet, Man Ray, Ernest Hemingway, Max Reinhardt, Georges Simenon, Colette, Luis Buñuel, Le Corbusier, Luigi Pirandello, Charles De Gaulle, Grace Kelly, Martin Luther King, Sammy Davis Jr., Brigitte Bardot y Fidel Castro, entre otros. Celebridades que asoman por estas más de quinientas páginas y con las que se cruzó en sus múltiples giras por el mundo, donde a la explotación de su exótica y deseada imagen fue uniendo una conciencia y una militancia que la situarían siempre en primera línea del frente a favor de las minorías oprimidas, la población más vulnerable. El espectacular volumen Josephine Baker nos devuelve su romántica, azarosa y excepcional peripecia vital en viñetas que, con una escenografía precisa y documentada capaz de evocar aquella era de luces y sombras, ponen el foco en algunos de los hitos de su fascinante legado. A base de veneración y respeto, Catel y Bocquet han logrado una obra apasionante que recrea el talento de Baker con más talento —gráfico y narrativo—: el mayor homenaje concebible a una artista difícil de olvidar y, ni mucho menos, de repetir.