Horas críticas

Libros de la semana #91

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Espacios sin aire, de Shulamith Firestone (Muñeca Infinita)

La violencia institucional es una realidad que hoy día podemos reconocer, del mismo modo en que sabemos cómo la precariedad económica marginaliza a determinados sectores de población y se ensaña o se agrava en las personas con algún trastorno mental. Hace medio siglo, en cambio, no era tan común identificar que el problema de raíz podía estar en el sistema, el capitalismo que expulsa y excluye a quienes no pueden seguir su ritmo implacable, insensible: «Soñé que estaba a bordo de un barco que se hundía. Era un transatlántico de lujo, como el Titanic. El agua subía lentamente; todos en el barco sabían que estaban condenados. Pero en la cubierta superior reinaba una alegría jocosa; la gente vestida de gala, circulaban tragos y tentempiés bajo una nube de diversión porque, sí, todos nos vamos a morir». Así comienza este libro Shulamith Firestone (1945-2012), activista y autora fundamental del feminismo en su juventud —suyo es el decisivo La dialéctica del sexo, de 1970— , que poco después empezaría a padecer esquizofrenia. Una enfermedad que la acompañó hasta su muerte con ciertos periodos de tregua, como el que le permitió publicar en 1998 este Espacios sin aire, colección de estampas memorialísticas que evocan sus sucesivos internamientos en hospitales psiquiátricos, su tratamiento y su convivencia diaria con los fármacos, a través del relato ficcionalizado y encarnado en terceras personas. El modo clínico en que describe las atrocidades cometidas en estos sanatorios supone un brillante testimonio como radiografía y espejo de la sociedad que los justificaba. Como su compañera a la vanguardia del movimiento por los derechos de la mujer Kate Millett (Viaje al manicomio), la escritora canadiense-norteamericana retrató una opresión que se ejercía dentro y fuera de los muros de aquellas instituciones, pero de la que tan poca noticia se tenía, y aún menos por boca de sus propias víctimas. Como si se tratara de cuentos breves, Firestone va describiendo terribles escenas cotidianas relacionadas con las duchas en condiciones infrahumanas, el trato vejatorio y degradante, el estado de adormecimiento diurno y el insomnio nocturno en el hospital; junto con el desafío y el disimulo de parecer normal, la «parálisis emocional» y la falsa estabilidad de la vida en el exterior —de la vida—. En los siguientes bloques del libro, completa una galería de «perdedores», un conjunto de obituarios y una escalofriante semblanza de «suicidas que conocí». En su epílogo, la periodista y Premio Pulitzer Susan Faludi rinde tributo a su legado y a la energía feminista audaz e incendiaria de Firestone, autora de ideas clave como la de que «lo personal es político». La liberación para ella era nada menos que «el derecho a quererse a una misma». La pregunta que surge al leer este libro es por qué se lo pusieron tan difícil.


Como dicen en mi pueblo, edición de Ana Estrada, Beatriz Martín y Carlota de Benito (Pie de Página)

Este libro subtitulado El habla de los pueblos españoles parte de un loable proyecto fundado y coordinado, desde hace más de treinta años, por la filóloga, catedrática de la UAM y miembro de la RAE Inés Fernández-Ordóñez: el Corpus Oral y Sonoro del Español Rural (COSER), que ha contado con la colaboración de sucesivas generaciones de alumnos, entrevista cada año a los mejores conservadores de las hablas rurales de España, sus personas mayores, para analizar la dialectología, actual e histórica, de nuestro país y sus variaciones gramaticales. En su prólogo a este volumen recuerda cuando empezó a impartir esta especialidad, un momento en que «la variedad lingüística rural apenas se observaba, no generaba preguntas de investigación ni se aplicaban a ella las novedades teóricas que sí recibían las variedades urbanas». En este volumen colectivo de divulgación cada capítulo, escrito por algunos de los colaboradores más activos del proyecto, contiene un ejemplo de investigación lingüística: desde los pronombres reflexivos al estilo arcaizante, de la morfología del adverbio así (o asín) a los sufijos diminutivos, del uso afirmativo del ya a los leísmos, laísmos o loísmos, estos académicos nos recuerdan que nada es tan grave como para ser juzgado muy severamente si se rastrea su origen; de ahí el tono de humor que recorre todo el libro, dado que el lenguaje puede ser algo menos sagrado de lo que algunos pretenden. Se trata en estas páginas, más bien, de priorizar el conocimiento y el respeto a los usos regionales frente a la perpetuación de estereotipos nocivos, llenos de ideas preconcebidas, en torno a lo supuestamente cateto. Por eso en los agradecimientos finales las editoras de Como dicen en mi pueblo, Ana Estrada, Beatriz Martín y Carlota de Benito, mencionan a todas aquellas personas encuestadas que han regalado a esta iniciativa «sus formas de hablar, que no solo son plenamente válidas, sino también joyas para la ciencia que es la lingüística», y formulan un deseo: «Esperemos que este libro sirva para que otros muchos aprendan también a apreciar sus formas de hablar y a verlas desde una luz nueva, más justa y desprejuiciada». Este esfuerzo coral apunta a ese objetivo y al de sacar la enseñanza del español de las aulas y acercarla a la realidad, a aquellos secretos de la lengua preservados por sus hablantes en los más remotos lugares. Cuenta Fernández-Ordóñez cómo, desde que pusieron en marcha el COSER, se revelaron multitud de aspectos lingüísticos desconocidos o mal leídos, y se plantearon nuevos horizontes de investigación. El testimonio del habla rural ha prestado nuevos ojos a los analistas: esa vuelta al campo ha desencadenado «una feliz epifanía y este libro trata de llevar a cualquier lector la buena nueva». Con éxito indiscutible.


La insomne felicidad, de Pier Paolo Pasolini (Galaxia Gutenberg)

No podíamos dejar pasar el año del centenario del nacimiento de uno de los más grandes artistas del pasado siglo sin recordar una de sus facetas menos exploradas —en profundidad— de su abundante y magnífica producción creativa. Que Pier Paolo Pasolini fue, casi por encima de cualquier otra cosa, un poeta es algo que podrían decir quienes solo se hubieran dejado cautivar por su cine y por sus textos en prosa, pues su mirada siempre estuvo ahí, preeminente. Así lo reconocía su compatriota y amigo del alma Alberto Moravia, quien percibía la pura poesía en su inteligencia. Pero esta magnífica antología bilingüe (que suma el friuliano en algunas composiciones), uno de los acontecimientos editoriales imprescindibles que nos deja 2022, resultaba necesaria para comprender la importancia revolucionaria de su escritura lírica. La insomne felicidad, editado por Martín López-Vega —que a su vez sigue la edición monumental para Mondadori de Walter Siti en 2003, de tres mil páginas—, parte de un poema recuperados de Los confines (1941-1942) para recorrer algunas de las piezas más significativas de sus obras magnas La mejor juventud (1954), El ruiseñor de la Iglesia Católica (1958), Diarios 1943-1953 —casi inéditos hasta la recuperación de Siti—, La religión de mi tiempo (1961), Poesía en forma de rosa (1964), Transhumanar y organizar (1971) y, finalmente, Sombrío entusiasmo (1973-1974), que precedería a su asesinato. Entre todas ellas se recoge aquí, de forma íntegra, el poemario Las cenizas de Gramsci (1957), epítome de su intensidad subjetiva y su oratoria pública, adorado por Italo Calvino; un extenso poema narrativo sobre la historia de Italia y su propia decepción política en el que dialoga con el intelectual marxista: «Es un zumbido la vida, y quienes se pierden / en ella la pierden serenamente, / con el corazón colmado; aquí están / disfrutando, desdichados, la tarde; y potente / en ellos, inerme, por ellos, el mito / renace. Pero yo, con el corazón consciente / de quien tan sólo en la historia tiene vida, / ¿podré jamás actuar con pura pasión / a sabiendas de que nuestra historia ha terminado?». Dice en su prólogo el editor que el pensamiento de Antonio Gramsci sobrevuela toda la obra y el pensamiento pasolinianos con proclamas tan contundentes y radicales como su «Odio a los indiferentes», una actitud extrema que está en el centro de su poesía y de su lucha por la libertad. Un afan debido al cual, señala López-Vega, «hurgó sin anestesia en los rincones más ocultos de su formación, de su biografía, de sus impulsos y de su inteligencia para arrancar las malas hierbas de lo impuesto, de lo asumido sin crítica, de lo obligatorio, de lo mal llamado moral». Su inteligencia de poeta, que diría Moravia.


Una chica tan ligera y una chica tan pesada, de Kirim Nam (Fulgencio Pimentel)

En apenas una treintena de páginas, la editorial Fulgencio Pimentel nos ha regalado uno de los álbumes ilustrados más sencillos y, al mismo tiempo, hermosos y emocionantes de la extraordinaria cosecha que, en este género, nos ha deparado este año declinante. Kirim Nam (Incheon, 1990), artista multidisciplinar que se acabó decantando por la ilustración y formándose en la Weißensee School of Art de Berlín, debuta con esta obra que, a través de figuras abstractas y en un puñado de colores, logra conectar con valores esenciales, conmovedores y trascendentales por lo que sugieren. «Muchos días me sentía liviana, insignificante, zarandeada por miedos sin sentido, buscando algo a lo que agarrarme. Otros días me veía superada por el cansancio y el hastío de la vida cotidiana, sin fuerzas para seguir», ha explicado sobre el origen de Una chica tan ligera y una chica tan pesada, cuyo original formato en díptico vertical resalta esa dualidad de lo ingrávido o lo aparentemente libre (pero también lo solitario, lo aislado) y lo grave o lo atribulado (pero también lo estable, lo independiente). Además de la experiencia de la autora coreana, en la base de este relato bien podría residir la filosofía taoísta de Lao-Tse y sus fuerzas activas/pasivas, que no se oponen sino que se complementan en un vínculo de interdependencia, evocando el equilibrio de los famosos yin —literalmente, ladera sombría de la montaña— y yang —ladera luminosa—. El resultado es un poema gráfico donde lo humano se impone al desconcierto, el desarraigo, la devastación y el desamparo de un mundo hecho de incomunicación; fábula mínima con una verdad sutil y clamorosa que aspira a la transformación y que, como mínimo, deja profunda huella en quienes la leemos; lo que no es poco. A veces, parece decirnos Kirim Nam, es necesario perderse en la búsqueda de la propia identidad para preguntarse dónde está uno y qué puede hacer al respecto, para decidirse a no ser una mera presa fácil de los elementos, a no dejarse llevar por el viento, sea cual sea la dirección o el destino hacia los que nos impulse o nos arrastre. Perderse hasta encontrarse a sí mismo y darse cuenta de que nuestros modos de ser y transitar por el mundo, tanto el que suele presentarse de forma más visible como el oculto o el proyectado —igual que una sombra—, están condenados a entenderse. Acaso, terminan por sugerir estas preciosas láminas de arriba a abajo o de abajo a arriba, no somos ni tan frágiles ni tan fuertes como podamos creer. Dice su autora que «este libro no es un final, sino un comienzo». Y lo mismo se podría pensar, puestos a imaginar, de este 2022. Feliz año.

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