Tempus fugit

De los derechos humanos a los de los animales

Tempus fugit: XLIX septimana

5 de diciembre de 1901 — Walt Disney

Obra de Jaime Hayon en la muestra «InfinitaMente» del CCCC. / Foto: Nerea Coll — Brava Estudio

El CCCC (Centre del Carme de Cultura Contemporánea) de Valencia muestra la obra del diseñador Jaime Hayon que, bajo el título InfinitaMente, se expondrá hasta el 16 de abril del año próximo. La traigo a colación porque la primera de las piezas que se exhibe es una figura formada por una serie de podios circulares concéntricos que se elevan y se rematan con una cabra. Es de color verde y está situada en un espacio tremendo, rodeada de dibujos del mismo color en las paredes que la circundan. Es una obra magnífica.

La referencia a la Cabra Margarita es inmediata, aunque la mayor parte de sus visitantes no haya oído hablar de ese espectáculo callejero de hace muchos años en el que un grupo de gitanos, tocando algún instrumento, instaban a una cabra a subirse a un artefacto hasta llegar a poner sus cuatro pezuñitas en un espacio diminuto y permanecer ahí guardando el equilibrio, mientras sus dueños pasaban la gorra entre los concurrentes. Una exhibición de destreza impensable en estos tiempos y menos con la proximidad de la aprobación de la Ley de Bienestar Animal, prevista para antes de que acabe el año.

La ley viene con mucha controversia porque disgusta a los cazadores, en especial a los suscriptores de Jara y Sedal, y conmueve los cimientos de una economía muy potente basada en la cría del toro bravo. Las interpretaciones que se hacen desde algunos medios son bastante curiosas, como que no se puede tener perro sin haber hecho un cursillo, ni tenerlo abandonado en un patio o balcón más de tres días, ni permitir que las hembras queden preñadas sin que haya habido un control previo de los aspirantes o utilizarlos para mendigar, por poner algún ejemplo. Se oyen muchas voces interesadas y muy polarizadas.

Pareciera que la protección se esté llevando a los límites del ridículo en un país en el que ya hay más perros que niños entre las parejas jóvenes y en el que las sentencias de divorcio establecen días de tenencia o visita de las mascotas. Sin embargo, resulta necesario poner coto a los desmanes de los desalmados, es decir, a todos aquellos capaces de hacer daño a un animal de manera activa, maltratándolo, o de manera pasiva, no teniendo cuidado de ellos. Los animales son seres vivos y merecen el respeto y la consideración de los humanos, es lo propio de una sociedad avanzada y civilizada.

Dicen por ahí que la culpa de todo este jaleo la tiene Walt Disney por haber humanizado a los ratones, a los perros, a los patos, etc., con los que hemos crecido y que han entrado en nuestro mundo cotidiano a través de sus películas. Disney, nacido en Chicago el 5 de diciembre de 1901, encontró un buen filón en la animación de dibujos, otro mayor en los personajes que inventó y un tercero en la creación de mundos de fantasía de sus parques temáticos. Nos ha familiarizado con el mundo animal cotidiano, cierto; sus dibujos y películas nos han hecho muy felices a unas cuantas generaciones, aunque sean analizados y denostados por sus mensajes intrínsecos.

Y es posible que nos haya conducido a un modelo de cuidado que, en ocasiones, rompe por completo el equilibrio natural porque las ardillas destrozan los cultivos, las palomas no nos dejan tomar el aperitivo en algunas terrazas, los lobos se comen el ganado, los jabalíes se pasean por las ciudades en busca de alimento, las ratas invaden las calles, los gatos no cazan ratas, los perros van siempre atados sin libertad de movimiento y los pajarillos son encerrados en jaulas que les impiden volar.

No tengo muy claro si la Ley de Bienestar Animal no es más que otra forma de control de la naturaleza del mayor de sus depredadores y no se lo puedo preguntar al visionario Disney porque, a pesar de la mitología, no fue criogenizado sino incinerado y, a no ser que exista la pregonada resurrección de los muertos, no podrá resolverme esta duda.

8 de diciembre — La Inmaculada Concepción

La Inmaculada Concepción de los Venerables (1660-1665), de Murillo. / Museo del Prado

Hoy se celebra la Inmaculada Concepción de María, una chica nacida en Nazaret, provincia de Galilea, en Israel, cuyos padres se llamaron Joaquín y Ana. Según algunos textos antiguos, Ana enviudó de Joaquín, se casó un par de veces más y tuvo otras hijas, hermanas de María, que serían las madres de los primeros apóstoles.

La de hoy es la primera, la elegida por Dios para encarnar a su hijo en la tierra, una niña que, como iba a tener el destino que tuvo, debía nacer sin pecado y sin mancha y de ahí viene lo de inmaculada. Eva y María fueron las dos únicas hembras concebidas sin pecado original; las demás, ya sabemos.

La concepción inmaculada no aparece en los primeros cristianos ni en los siguientes y hubo que esperar a 1854 para que el papa Pío IX lo declarara dogma de fe, o sea, hay que creerlo sin hacerse preguntas. Fue apoyada siempre por los franciscanos, que extendieron su culto a partir del siglo XV con el patrocinio de Isabel la Católica, quien tenía mucha querencia por esa orden religiosa.

No se la debe confundir con la Virgen, que es ella misma pero ya asociada a su hijo Jesús, es decir, más mayorcita, y por eso en las representaciones que se hacen de la Inmaculada no tiene niño, porque todavía no ha llegado el arcángel Gabriel para contarle que iba a tener un hijo del Espíritu Santo (Encarnación).

En la iconografía se distinguen perfectamente estas dos etapas: la Inmaculada se representa como una niña de unos 13 o 14 años, rodeada de querubines y otros ángeles y, en ocasiones, de símbolos que proceden de la visión que San Juan tuvo del Apocalipsis: la madre de Dios se aparecía con el sol y la luna y una corona con 12 estrellas, símbolo de las tribus de Israel, como una adolescente que no lleva el Niño (todavía no concebido).

Muchos artistas toman al representarla los elementos descritos en la Letanía Lauretana y se los colocan alrededor: el pozo, el huerto cerrado, la puerta del cielo, el arca de la alianza, el espejo sin mancha, el ciprés, la palmera, la rosa de Jericó, la torre, etc. La letanía era una tradición recogida en el Antiguo Testamento como medio de oración basado en la repetición constante de unas palabras o frases, algo que hacían los pueblos de la antigüedad más remota y que en la actualidad se llaman mantras.

El aspecto de Inmaculada, también llamada Tota Pulchra, ha cambiado muy poco: se la suele presentar rubia (qué exotismo en el Medio Oriente), muy jovencita y dulce, vestida con una túnica que fue rojiza o púrpura hasta el siglo XVI, cuando cambió a blanca, y cubierta con un manto de color azul claro, símbolo de la pureza.

La que pintó Bartolomé Esteban Murillo entre 1660 y 1665 para el Hospital de los Venerables Sacerdotes de Sevilla es muy conocida, gracias a los calendarios y cajas de bombones que hemos visto en nuestras casas de pequeños. Murillo conjugó aquí la inmaculadez con la asunción a los cielos —dos dogmas en un solo cuadro— al dirigirle la mirada hacia el cielo. El cuadro se encuentra en el Museo del Prado, pero hay muchas representaciones de su imagen por doquier. La veremos a menudo ahora que acechan las Navidades.

10 de diciembre de 1948 — Declaración Universal de los Derechos Humanos

Eleanor Roosevelt con el cartel de la DUDH, Nueva York. 1949. / FDR Presidential Library & Museum

En 1946 se constituyó, en el marco de la recién creada Organización de Naciones Unidas, un comité para la redacción de un documento que contemplara los derechos considerados inalienables de cualquier ser humano. Debía ser el instrumento básico de cualquiera de las propuestas para la paz que se pretendían establecer después de la barbarie de las dos guerras mundiales, el destrozo que supuso y la pérdida de vidas humanas.

A partir de la constitución de esa primera comisión, los países fueron sumándose y aportando sus iniciativas hasta que el día 10 de diciembre de 1948, en la sesión plenaria número 183 de la Asamblea General reunida en París, se aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos, considerada la base para la libertad, la justicia y la igualdad de todos los hombres, según reza en el preámbulo que añade como premisa fundamental que todos los seres humanos tienen los mismos derechos inalienables y que son los mismos para hombres, mujeres, niños y niñas, sean cuales fueren sus circunstancias.

La DUDH consta de 30 artículos que tienen la misma importancia y que son universales, estableciendo que no puede haber distinción de ninguna clase, como raza, color, sexo, orientación sexual o identidad de género, idioma, religión, opinión política o de cualquier otro tipo, origen nacional o social, fortuna, nacimiento y cualquier otra situación.

Los países que forman la ONU están obligados a introducir en sus legislaciones esos derechos básicos y así lo hizo la Constitución de 1978, que los recoge en el Título I «De los derechos y los deberes fundamentales».

Una constitución es un conjunto de normas que debe ser desarrollada en leyes, es decir, la protección de derechos y deberes que establecen esas normas debe garantizarse mediante su inclusión en el Código Penal y en los reglamentos que se derivan del mismo. O, dicho en román paladino, las conductas que no respeten los derechos inherentes al ser humano serán castigadas según lo establecido en los códigos.

Los derechos tienen su contrapunto en las obligaciones: derechos y deberes son dos caras de una misma moneda y, por ello, la arriba referida Ley de Bienestar Animal tiene detractores que argumentan la incapacidad de los animales para cumplir con ningún tipo de obligación.

Quizá es solo cuestión de nomenclatura, pero sea como sea, es evidente que, tanto en el caso de los humanos como en el de los animales, queda mucho camino que recorrer. Y el reconocimiento de sus derechos será siempre el primer paso hacia el respeto.

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