Ficción

Historias clínicas

Fshoq! (CC BY 4.0)

DIABLO ROJO

Hoy ha muerto papá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí la historia clínica del hospital: «Falleció su papá. Entierro mañana. Sentidas condolencias». Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer. Dice «falleció» cuando debieron decir «suicidó». Tenía 63 años. Vivía en Rionegro. La historia clínica sigue así: «No tenía antecedentes patológicos relevantes. Ingesta alcohol diario. Tabaquismo pesado activo». Sé que lo encontró una vecina. Mi papá había tomado un vaso preparado con Diablo rojo. Luego vomitó sangre y otros líquidos que le quemaron el cuerpo. Dice el parte hospitalario: «Ingresa con quemaduras en la cara, tórax anterior y posterior y glúteos. Se realiza IOT para asegurar vía aérea». El médico queriendo salvar al suicida. Dijeron, inicialmente, que perdería la voz, disfagia, quemadura de garganta. Pero no. No perdió la voz. Perdió la vida. Y menos mal.

 

¿OTRA VEZ POR ACÁ?

Si de verdad le interesa lo que voy a contarle, lo primero que le gustaría saber es dónde ocurrió, qué hacían los vecinos de doña DoraLigia antes de esa situación y otros chismorreos. Pero no les voy a contar nada de eso. Lo mejor es entrar derechito a la historia. A las ocho de la noche de un miércoles, la señora DoraLigia comenzó a quejarse por un fuerte dolor en la panza y calambres en la pierna derecha, por lo que acudió en compañía de su hija y de su madre a la clínica. La revisaron y le aplicaron líquidos por las venas. El diagnóstico: «Cólicos menstruales». Le recetaron analgésicos, el dolor se le calmó y fue dada de alta a eso de la una de la mañana. Pero otro día le repitieron los dolores y de nuevo al centro hospitalario donde fue valorada, ordenándole exámenes de laboratorio. El diagnóstico: «Infección renal».

Al tercer día, supimos que DoñaLigia volvió en compañía de su madre e hija, pues los dolores en la barriga bajita se hacían más insoportables. Cuando las vio, la médica tratante les increpó: «¡¿Otra vez ustedes por acá?!». Su diagnóstico: «Dolores producidos por el dispositivo anticonceptivo».

Al cuarto día, y debido a la persistencia e intensidad del dolor, la señora DoraLigia volvió a las urgencias donde el médico les explicó, a ella y a sus acompañantes, que hubo errores en los diagnósticos pues, en palabras del doctor, «se le prescribieron drogas para una enfermedad que no tenía». ¿Y qué era, pues, lo que tenía? Estaba invadida de «materia» y era necesario operarla de inmediato. El diagnóstico previo a la cirugía registrado en la historia clínica fue: «Apendicitis aguda con absceso y peritonitis localizada, signos de irritación peritoneal y abundante salida de secreción purulenta fétida».

Nosotros supimos que la operaron, la cuidaron y, al octavo día del inicio de esta historia, le dieron de alta. «Pero cómo así, doctor», dijo el marido, «ella sigue con fiebre y malestar». «Eso es normal», dijo el médico, y siguió medio enojado diciendo que necesitaba de su colaboración porque requería la cama para otro paciente. Le indicó al marido que comprara seis inyecciones de antibióticos, pues la EPS no cubría esos medicamentos tan costosos, por lo que, además, le serían inyectados por una enfermera domiciliaria.

Haciendo la papelería, la coordinadora de la EPS le preguntó al marido su dirección. Al escuchar que vivían en el barrio Santa Cruz, la coordinadora contestó que a ese lugar no enviaban a nadie porque ese barrio es muy peligroso. Se le pidió a la señora que asistiera a la clínica por las mañanas y por las tardes para aplicarle las inyecciones. El marido dijo que le quedaba imposible sufragar los gastos de las inyecciones y el transporte. Además, no le parecía estar llevando y trayendo a su señora, y más sabiendo cómo estaba de enfermita. El médico encargado, a regañadientes, ordenó que continuara hospitalizada por un día más.

Todos nosotros supimos que, al noveno día, le dieron de alta y se le recetó Acetaminofén.

Al doceavo día, la señora DoraLigia acudió a una revisión de rutina y el médico tratante, luego de examinarla, manifestó las buenas condiciones en las que se encontraba. Ya habían pasado quince días desde el comienzo de esta historia cuando amaneció con vómito, fiebre alta, dolores bajitos en la panza y calambres en las piernas. Fue llevada a la carrera a la clínica, en donde el médico que la atendió les informó sobre la necesidad de realizar una nueva cirugía de manera urgente. Debido a su grave estado de salud, la señora DoraLigia fue intervenida quirúrgicamente en cinco ocasiones más durante una semana.

Pasaron veintidós días, cuando nos contaron que doña DoraLigia murió. Su muerte la produjo, según dice la historia clínica: «Falla multisistémica, shock séptico e hipovolemia irreversible, secundaria a peritonitis por fístula intestinal». Eso lo entiende un médico. Descanse en paz, doña Dora, y que Dios la tenga en su gloria.

 

PREMATURO

Esta Ciudad está en las elevadas montañas cafeteras al oriente de la capital, una zona meridional que otros habitantes del centro del país llamaban «allá». A las doce de la noche del 19 de octubre, una muchacha con treinta semanas de embarazo acudió a la clínica presentando dolor «tipo cólico en bajo vientre». La muchacha se llamaba AnaMaria. Durante la atención no se le realizaron estudios ecográficos, ni monitoreo fetal, para verificar la edad gestacional y el bienestar fetal. A las ocho horas del ingreso le hicieron la cesárea sin aplicarle Betametasona para acondicionar los pulmones del niño a punto de nacer, por lo que, a los cinco minutos posteriores al nacimiento, el pequeño comenzó a tener dificultad respiratoria, o como dice en el historial clínico, «síndrome de membrana hialina», una deficiencia presentada en los nacimientos prematuros que no han tenido una maduración pulmonar correcta.

El niño fue trasladado a la unidad de cuidado intensivo neonatal, donde fue atendido por el pediatra de turno, quien realizó maniobras de intubación y aplicó el medicamento surfactante. Por falta de ventilación, la mejoría no sucedió. De manera que la EPS autorizó el traslado del niño a otra clínica, a sabiendas de que en la Ciudad existían a muy corta distancia otras instituciones para una adecuada y oportuna atención.

La responsabilidad del traslado en la ambulancia la asumió el cuñado de la muchacha, un médico general que en el trayecto le proporcionó al bebé respiración manual mediante Ambu, una mascarilla que sella la boca y la nariz para pacientes que no respiran o que no lo hacen de forma adecuada, y así administrar oxígeno. Durante el viaje, la ambulancia chocó contra una moto. No fue nada grave, pero retrasó el traslado; es decir, no fue grave, fue muy grave.

Con serias complicaciones, el ingreso a la otra clínica se hace cuatro horas después del nacimiento. La historia clínica dice lo siguiente: «Se reporta cianosis, palidez de tegumentos con saturación de oxígeno del 80%», lo que quiere decir que la situación es de mal pronóstico médico de supervivencia. El niño no se recuperó y, debido a la atención médica inicial, falleció dos días después, a las 9:53 de la mañana.

 

GASAS

Las cosas pudieron suceder de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Fue el destino. Un día de agosto la señora fue internada en el hospital, donde se le practicó una cirugía para extirpar el ovario y la trompa de Falopio de un lado del cuerpo, denominada salpingooforectomía. Durante el mencionado procedimiento quirúrgico, los médicos le encontraron un quiste torcido en el ovario derecho; por lo tanto, procedieron a extraérselo y a realizar una ligadura de pedículos con la peritonización respectiva, posteriormente suturaron la incisión, sin que se presentara aparentemente complicación alguna.

Dos meses después, la señora ingresó nuevamente al hospital, refiriendo dolores abdominales agudos, vómito biliar y distensión abdominal. Luego de realizar varios exámenes, los médicos que la atendieron diagnosticaron que se trataba de «un aborto en curso» y descartaron cualquier complicación de origen quirúrgico.

El destino es así, torcido, en bajada, dictador. Con base en el anterior concepto clínico, le practicaron un legrado uterino, obteniendo más o menos 50 gramos de restos embrionarios no fétidos. El cirujano que hizo la intervención reportó: «Aborto espontáneo de 10 semanas». Luego del procedimiento anterior, el Hospital dio de alta a la señora, indicando que la paciente presentaba buen estado general y abdomen en condiciones normales.

Un año más tarde, la señora fue hospitalizada. La historia clínica dice: «Absceso pélvico derecho». Los exámenes médicos y de laboratorio indicaban que presentaba una masa anexial derecha. Procedieron a practicarle una laparotomía, una exploración quirúrgica del abdomen para diagnosticar una enfermedad abdominal que no es posible por otros métodos, en la que le detectaron un cuerpo extraño. Con el fin de extraérselo, siguieron abriendo vísceras. Finalmente encontró el cuerpo extraño en el epiplón, un repliegue peritoneal formado por cuatro capas de tejido adiposo, cuya función es limitar la diseminación de procesos infecciosos e inflamatorios. Al finalizar, el médico reportó como hallazgo lo siguiente: «Compresa dentro del plastón, epliploico intestinal con pus y compromiso de pared sigmoide ileal». Luego, procedió a diseccionar el epiplón para liberarlo del cuerpo extraño y posteriormente suturó el intestino, lo cual reportó como un procedimiento quirúrgico exitoso. En otras palabras: sacó una gasa dejada en su cuerpo en alguna de las intervenciones que la señora tuvo el año pasado. Cada vez es menos frecuente que una compresa se quede en una cavidad abdominal; sin embargo, sigue siendo un problema en todos los quirófanos del mundo, lo que sigue siendo prueba de que la vida se rige por un destino, no por una voluntad.

Los hechos tuvieron la probabilidad de ser de otra manera. Pero no. La señora demandó y la defensa del hospital alegó que «la presunta compresa que se dijo haberse extraído del cuerpo de la señora tiene un proceso de degradación rápido». Es decir, no era una gasa lo que tenía la señora, era una «presunta gasa» que ese organismo, por lento, no había asimilado. La culpa no era del hospital, sino de una pereza corporal. Además, la defensa también se lavó las manos, argumentando que la señora, de manera libre y voluntaria, había asumido los riesgos y responsabilidades del procedimiento quirúrgico firmando un «consentimiento informado» donde se expresan todos los riesgos. El destino era perder la demanda.

 


Andrés Delgado (Medellín, 1978) ha sido ingeniero, panadero, guitarrista, militar y periodista. Colabora con diversos medios de comunicación y es autor de la novela Sabotaje (2012), la colección de crónicas Noches de estriptís (2015) y El vértigo del viaje. Buscando a Zafón (2021).

3 Comentarios

  1. FERNANDO YARCE RENDÓN

    ENTONCES LA SALUD ESTÁ DE MAL EN PEOR EN EL PAIS COLOMBIANO*YÁFER*

  2. Libardo Marquez

    Parece ficcion por lo inverosimil. Pero es la realidad superandose. Además muy bien documentada. Buena esa, Andrés.

  3. Esta es solo una pequeña parte del problema con «el negocio de la Salud» ( como lo bautizó el ministro ed salud Diego Palacio) cuando se inicio la ley 100 promovida por Alvaro Uribe. Este negocio ha matado más de 1.000 personas en todo el pais en el «paseo de la muerte» (traslados no aceptados en donde el paciente muere antes de ser atendido)
    Esto es lo que se niega cuando se hable de reformar el sistema de salud y eliminar las EPS, que dan carnet a todo mundo pero no garantizan la atención o no entregan los medicamentos y atrasan las cirugias.

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