La idea de volver a Juilliard y ver de nuevo a su hermana Marie la emocionaba, no podía evitarlo. Con ella procuraba pasar el máximo tiempo posible, y eso solía ocurrir los fines de semana, o los diez minutos antes de que el profesor Fifth pasase con su silbato, habitación por habitación, para asegurarse de que estaban listas para dormir.
El profesor Fifth negó en varias ocasiones, frente al señalamiento del resto del profesorado, estar sacando rédito de la compleja situación que Anne padece, y aseguró que le exigía más disciplina que al resto de alumnos para inducirle a seguir el camino del éxito.
Anne trabajaba mucho y contaba con uno de esos deseos tan poderosos que definen un camino de vida al completo: el de hacer el concierto para flauta y arpa de Mozart junto a su hermana Marie. Y como sucede con los artistas de verdad, se excusa Fifth cuando llega la ambulancia, a la pobre le ha sido difícil separar la realidad de la fantasía. Creía que solo se trataban de pequeñas excentricidades, por eso le seguía la corriente con lo de su hermana, dice para ampararse frente a la policía, pero en todo caso fue una imprudencia y nada más. En Anne solo existía una razón para volver a la escuela a cursar el tercer año, y no se debía a su pasión por la música, como quiere resaltar ahora el profesor, sino a que deseaba reencontrarse de nuevo con Marie, a la que era imposible ver una vez estaba fuera de Juilliard.
Anne había vivido en un pequeño pueblo de Normandía con sus padres y su hermano pequeño. Su padre se pasaba el día elaborando camembert, y su madre alternaba los ingresos en sanatorios por delirios con la impartición de clases particulares de música en Ruan. El hermano todavía era pequeño, iba a la escuela. Es por eso que Anne, incapaz de encontrar un rastro de Marie en alguna parte, la echaba tanto de menos en las temporadas de vacaciones. Con su padre, al igual que con su hermano, no se entendía: la miraban como a una extraña cuando les pedía que dejasen la puerta de casa abierta durante las noches porque quizás su hermana Marie iba a darles una sorpresa. ¿Quién es esa?, le preguntaban.
Todos los del pueblo describen a Anne como una muchacha solitaria envuelta por el mismo destino que su madre. Por eso, cualquiera que se la encontrase paseando y moviendo los dedos en el aire, cerrando los ojos como si se encontrase frente a un auditorio, o haciendo muecas con la boca como si hablase con alguien, no se sorprendían. Es igualita a la madre, dice el padre de Anne, pero ella parecía destinada a una vida sin complicaciones, la becaron en Juilliard. Aunque, la pobre, desde que estudia ahí, está delgada y pálida y tiene alucinaciones. Porque si no está ensayando es porque busca a Marie, y si no la encuentra se pone a hablar de ella, con quien sea, eso es lo de menos, y mientras lo hace se le pone una voz cantarina y hasta se le suben los colores a las mejillas. Que si es alegrísima, inteligentísima, buenísima hermana. Que si tiene los dedos mejor que los de ella: fuertes pero gráciles, delgados y largos, hechos para la música. El padre asegura a la policía que esto ocurre desde que el profesor Fifth comenzó a ser su tutor.
Cuando Anne gritaba desesperada en las clases el nombre de su hermana Marie, el profesor Fifth la llamaba al orden mientras que al oído le decía: se ha vuelto a ir porque quiere que te entregues a la música todavía con más pasión, ¡esfuérzate todavía más!, ya verás que aparecerá en cuanto termines de ensayar, siempre ocurre igual. Así es como Anne, en su desesperación, conseguía ser la número uno, y como el Señor Fifth, gracias a la entrega de su alumna, refrendaba su imagen internacional como el mejor profesor de la escuela.
Anne, en la ambulancia, grita y llora y pide que la dejen en paz, que quiere bajarse, que sin ella Marie va a estar muy sola en Juilliard. Que si no la dejan, Marie volverá a desaparecer, como hace durante las vacaciones; que para cuando ella salga del sanatorio, ya habrá conocido a un hombre y habrá nacido su primera hija; que Marie, sin ella, dejará el arpa a un lado, que sentirá los días demasiado largos; que si no están juntas, les asegura, no hay quien vaya a hacer comer a Marie; que la dejen bajar de la ambulancia, que en Juilliard todo es más suave que cuando la encierran, y si no que le pregunten al profesor Fifth, que él también conoce a Marie. ¡Diles que es cierto!, grita desesperada desde la camilla al ver que el profesor Fifth levanta los hombros, hace muecas de incredulidad y luego esconde sus manos tras la espalda, ante el escrutinio de la escuela, de la policía y de la ambulancia; que si no la dejan bajar, Marie volverá a desaparecer, porque es vengativa; que ya la última vez le advirtió que sería para siempre, y que si eso ocurría, jamás podrían representar el concierto para flauta y arpa de Mozart.
María Cabré Solé (Barcelona, 1993) ha escrito y codiridigo la obra de microteatro Ahora es demasiado tarde, que se estrenó en el Real Cercle Artístic de Barcelona en 2019. Acaba de finalizar el máster de escritura creativa del Hotel Kafka, y está revisando su primera novela en aras de una futura publicación. De manera simultánea, colabora en diversos medios de comunicación como eldiario.es, El Salto, La Pajarera Magazine y Zenda.
Qué exquisita nebulosa, qué escalofriante ficción.
Muy bueno!!
Bonito nudo para un desenlace aparentemente abierto,pero intuitivamente claro.
Me has transportado a la situación y a la descripción de los personajes. Me he ido a tu relato por unos instantes. Gracias Mary.
Me encanta leerte!!!
Entrañable relato y magistral descripción de la soledad extrema del ser humano y la función compensadora del delirio para mitigar el dolor.
Genial de veras!
Felicidades