Ficción

Hijos de Caín

La tormenta de ayer se llevó a dos chaveas de La Línea que andaban con las lanchas. Soplaba de Poniente y el mar se encabrita que no veas. Hay que tenerlos grandes para cruzar el Estrecho con este tiempo. Pero la bolsa que se llevan es para pensárselo. Estos, ni veinte tendrían. Y aquí estamos el resto de muertos de hambre para recoger las migajas como buitres. Esta noche las olas comenzarán a escupir los fardos de hachís entre las ruinas de la lancha. Medio Barbate estará al liquindoi aguantando la respiración. Y los primeros, los picoletos. ¡Ahí van con el mosquito de los cojones! Pero esos no me van a parar, con lo malamente que está la cosa. Si te encuentras con un kilo, te sacas unos mil. Con eso me arreglo un par de meses. Cuantos más kilos, mejor, porque tengo que repartirlo con el Gordo. Uno solo no hace nada. A veces, los fardos pesan demasiado. Y hay que vigilar. Lo suyo son tres, pero toca a menos por cabeza. La Navidad sin dinero es muy dura. Y mis niños ya se dan cuenta. Así que somos dos, el Gordo y yo. Tiene el cigarro apagado en la boca y lo chupa. Está nervioso. Siempre que le llamo para estas cosas me dice que es la última vez. Es la última hasta que se acaba el dinero, le digo. Esto es como pescar, pero más lejos de la orilla, entre la retama y tumbados en el suelo, sin la litrona y el canuto. Solo hay que esperar y las cosas llegan casi siempre. Por lo menos no llueve. Pero este viento te cala. Da igual lo que te pongas porque al rato te muerde los huesos. ¡Mira! Uno que ha tenido suerte. Va solo. Corre como un galgo, así que el paquete no debe de ser muy pesado. Gordo, vamos… Si de verdad está solo, se lo quitamos. Va hacia la duna. Le esperamos entre las retamas, a ver qué hace. Se sienta en la arena a descansar. Ahora, Gordo, ponte a su espalda. Se envalentona y saca una navaja. El Gordo se achanta. ¿Te vas? Pues yo no. Si me pincha, peor para mí, pero yo lo intento, por mi mare. Este gachó es un prenda de los buenos. Maneja bien la navaja y casi me raja. Otra embestida así y no lo cuento. Arena a la cara, se queda ciego y me da la espalda. Ahora o nunca, una pedrada en la cabeza. Un golpe más y que se deje de quejíos. Está vivo, pero sangra mucho. Me guardo la navaja, no vaya a ser que quiera la revancha. El Gordo regresa ahora. Me felicita, claro, se cree que lo vamos a repartir. Este fardo es mío, carajote, no lo comparto que casi me ensarta por tu culpa. Yo creo que son tres kilos. Lo enterramos en la arena y a seguir esperando. Ahí va otra vez el moscardón. Ojalá se estrelle, con sus muertos. Suerte que no llegara en mitad de la pelea porque nos habría estropeado la noche. Ya se aleja. Ahora es el momento de bajar a la orilla. Yo cubro al Gordo desde aquí. Si viene la guardia civil, le aviso con la linterna y a correr. A lo mejor le doy un trozo al Gordo de lo mío. Está canino, peor que yo. Mala suerte que le salieran mellizos. Ya uno es difícil, pero dos a la vez, una ruina. Ha visto algo. Se mete en el agua. Debe de estar helada. El Gordo sabe nadar. Yo no. Más allá de la cintura no me meto. Ya sale. Arrastra un bulto enorme. Me hace señas y se vuelve a meter. Debe de haber más. ¡Hemos triunfado! Voy a bajar. ¡Quieto! Alguien habla. El ruido roto de un gualquitalqui. Tengo que avisar al Gordo, pero si lo hago me descubren. Mejor espero, a ver por dónde salen. No me quiero vender así, tan fácil. Ahí están. Son cuatro. A punto de pisarme y no me han visto. Corren hacia la orilla y el Gordo sigue en el agua. Ya da igual que lo avise. Mala suerte. Lo esposan y lo empujan hacia la carretera. Otra vez a Puerto II. Este no me perdona. Pero lo importante aquí es mi familia. No me quedaba otra. A ver cómo se lo cuento a su mujer. Les daré la mitad, es lo que toca. Ahora, paciencia, esperaré a que se vayan para acercarme a la orilla. Estos ya tienen suficiente con el Gordo y los dos fardos. Se irán a beber o de putas para celebrarlo. La noche aquí no me la quita nadie. ¡Qué frío! Tirito. Y el cielo parece que se cubre de nubes. Se viene otra tormenta, seguro. La humedad me atraviesa los huesos como si me mordiera. Sobre todo en la rodilla derecha. Tengo que moverme un poco. Y tengo hambre. ¿Dónde lo habrán metido? Hoy duerme en el calabozo. Pero si no hay trabajo, es lo que nos queda. Entrar y salir del trullo. Los ladrones grandes se quedan en casa. Nosotros, los chicos, no tenemos opción. Espero a que pase el helicóptero y salgo. Con otro paquete de tres kilos me quedo contento. Mejor no tentar a la suerte. Ahí viene. Casi no se oye con la mar tan picada. Vuela muy alto. Será que se marcha. La gasolina, tal vez. Corro todo lo que puedo, pero esta rodilla parece fuera de sí. La noto hinchada. ¡Ahí hay algo! Dos fardos. Solamente puedo con uno. Son veinte kilos, por lo menos. Estoy de suerte. Con esto vivo todo el año. Ahora lo entierro y mañana regreso. ¡Qué alegría! Unas Navidades en condiciones. Ni noto ya el dolor de la rodilla. El agujero más profundo, que si llueve lo descubre el agua. Esto no se lo cuento a nadie, por mi mare. Al Gordo le doy el primer paquete, entero, pero de esto nada. Tampoco hay que exagerar. Ya está, bien escondido. Ahora a casa. Una luz. No veo. Me apuntan con un arma. Tranquilo, que no me resisto. Me tiro al suelo, sí, como tú quieras. No hace falta que me claves la rodilla en la espalda. El cabrón lo hace por gusto. Desentierran los fardos. Estoy jodido. Las esposas aprietan demasiado, pero les da igual. Se ríen. Claro, se quedan con algo de chocolate y hacen sus chanchullos. Queda poco para Navidad y a todo el mundo le hace el apaño. Qué desgracia. Todo iba tan bien. ¿Qué dice este picolo? ¿Mi amigo? Ahí está el Gordo, esposado dentro del furgón. Me sientan dentro junto a él para que hablemos. Que me ha delatado, dicen. Y se ríen los muy perros. El Gordo y yo no nos miramos. No tenemos nada que decirnos.

 


Alejandro Cid es licenciado en Comunicación Audiovisual y trabaja como montador de vídeo. Así que se dedica a contar historias, pero a través del sonido y la imagen en movimiento. Ha cursado seminarios en la Escuela de Escritores y en la plataforma Domestika, y recientemente fue galardonado con una mención especial en el II Concurso Artístico Grandes Simios.

7 Comentarios

  1. Buen relato, interesante, real y crudo. Enhorabuena y a seguir.

  2. Muy bien, Ale! Se lee con soltura, tiene ritmo. Recoges con maestría la dureza de la situación. ¡Enhorabuena!

  3. Excelente!! Muy real y muy bien contado.

  4. ¡Hay acaso un Joyce en Cadi, una Woolf en el estrecho!

  5. Antonio Ojeda Guerrero

    Enhorabuena Ale!
    Qué hornada de artistas dio aquel piso de Usera. @aleantojavinono ?

  6. Un crudo relato contado con un estilo sencillo, directo y que llega al corazón . Un placer conocer esta faceta tuya, Alex.

  7. Termino de leer y me quedo temblando por el frío de la madrugá en el agua. Muy bueno!

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