Ficción

Podría seguir

Foto: C. Kennedy Garrett / Flickr (CC BY 2.0).

El largo plazo ablanda las cosas, las cosas íntimas de las que tanto reparo me da hablar. No se me da bien, me sabe mal. No sé por dónde empezar.

Debe de ser la madurez, que nos inunda, el hastío insoportable de vivir, la mediana edad llamando a la puerta. Cada noche el mismo lado de la cama, cada tarde la mesa camilla, cada mañana el mismo sonido del café. La tele siempre puesta, la compra online, mi codo de tenista, su punto de ganchillo.

Podría seguir.

Con el deseo exasperante de reconducir la situación, intenté de todo. Hasta retomé los escritores latinoamericanos. Al fin y al cabo, son los libros que inspiraron gran parte de mi juventud, y aún hoy, aunque muy en el fondo. Así que decidí sacarlos de la caja del desván en la que los metí el día que nos mudamos juntos, a ver si así conseguía salvar la relación.

Empecé con un Cortázar cronológico. Su Bestiario de lectura vivaz, condensada pero dulce, terrenalmente surrealista, rítmico, me volvió a cautivar desde la primera tarde.

En una pausa en la lectura para preparar un café, le pregunté a mi mujer si ella quería uno también. ¿Querés un cafesito?, salió mi voz desde la cocina. A lo que ella respondió con una explosión de risa. ¿De dónde sacas ese acento argentino de repente, quién ha poseído a mi maridito?, se jactó la muy condenada.

Era cierto, mi voz ya no era la mía. O sí lo era, pero con el acento de Julio. Se me había agarrado a las cuerdas vocales. Las erres se salvaron, gracias a Dios.

Las cosas se pegan, ¿viste? Tus referentes están ahí.

Volví al libro. Esta vez poniendo atención consciente a la acción de leer. Ciertamente era su voz la que sonaba en mi cabeza. Línea a línea. Como si el mismo Cortázar se hubiera instalado en mi cerebro en forma de audiolibro y me estuviera recitando sus propios textos al oído. Si Audible hubiera existido entonces… Ah. Una delicia.

Pero lo más curioso vino después. El acento que se había apoderado de mí nos acompañó durante la cena. Y más tarde, incluso a la cama. Mi mujer, excitada como un volcán, me pedía que le hablase y que no parase mientras me arrancaba la ropa y besuqueaba los lóbulos de las orejas. Jamás me había besado ninguna oreja. No era ella, pero tampoco era yo, ¿era Julio?

Este nuevo frenesí en el que se encaminaba nuestro sexo, me impulsó a seguir experimentando con otros escritores leídos en mi juventud.

Empecé con Aura, y en la misma tarde me alcanzó para leer algo de Vargas Llosa. De él poseía nada más que un librito gastado y viejo con sus relatos de juventud limeña: aquellos chicotes desafiándose entre las playas y cerros de Miraflores. Tragos mezclados con cuchillos, carreras de autos, olas y relinchos de caballos salvajes. Ya durante la lectura, se agrandaba mi excitación al imaginar el amor bravío que nos esperaba esa noche.

Sin duda, los acentos que menos conseguí fueron el mexicano y el peruano. Se entremezclaban con un apabullante francés y muchas palabras en un inglés impecable.

Durante esas noches, salimos mucho, eso sí. Yo, que nunca he sido muy espléndido, nos llevé a cenar a varios de los restaurantes de postín de la ciudad. Engalanados como diplomáticos en visita oficial. Carlos y Mario me dotaron de un saber estar, de un flequillo y una sonrisa que en mi vida había llevado, cautivando no solo a mi doña, sino a cada mâitre de cada restorán, y desembocando, cada noche, en un amor elegante aunque pasional, de galán de cine.

El reencuentro con los escritores latinoamericanos nos estaba rejuveneciendo, ayudando a cultivar nuevos brotes en nuestra relación. Hacíamos el amor como nunca antes. Especialmente mi mujer, completamente extasiada con mis nuevas maneras y mi repertorio de acentos. Nosotros, que no solíamos hablar durante el acto, platicábamos sin parar. Más bien yo —mis otros yoes—. Ella gemía, convencida de que había redescubierto el amor, quizás el poliamor, decía la muy fresca, ese del que tanto hablan hoy en día.

Una semana entre esos días no pude leer nada, un pico de trabajo me anegó, y el marcador de páginas se me quedó perdido entre Cien años de soledad, igual que cada vez que lo empezaba.

Y nada de amor.

Volvimos a la seriedad del pijama, al tedio de la pareja de largo alcance. Mis acentos vespertinos desaparecieron, mi voz me inundó de nuevo.

Ese parón en la lectura provocó en mí una desazón fulminante, un enfado general.

Al día siguiente desempolvé a Bolaño de los estantes del desván. Que a pesar de no ser del llamado boom, sí que había hecho mella en mi joven yo.

Igual me pasó.

Tenía tan presente su voz de las entrevistas colgadas en internet, su actitud chulesca y agria, que así iba leyendo cada párrafo de sus cuentos de detectives. Pero sobre todo, me hizo recordar nuestro viaje a Blanes el año pasado —ni que fuéramos del IMSERSO—: la librería Sant Jordi, el aperitivo en Els Terrassans. Qué rica aquella ensaladilla, le comenté a mi esposa para intentar animarme. Le dije que estaba leyendo a Roberto Bolaño y que me había traído a la memoria aquel gris mediodía en Blanes, resguardados de una tormenta bajo el arco del Carrer de Gibert. Aún sigo preguntándome cómo después de leer Últimas tardes con Teresa, Bolaño había decidido mudarse a Blanes, de todos los sitios posibles.

Mi mujer ni siquiera levantó la vista de su crochet.

Totalmente contrariado, esa noche me la cogí rápido y sin piedad, por detrás, sucia y solitariamente, como un sabueso borracho y sin dar posibilidad de réplica. Me volteé a dormir sin miramientos después de terminar.

Solo alcancé a oír a mi mujer, en la duermevela, que mejor volviese a los cuentos de Cortázar.

 


Anto Ojeda Ballesteros nació en El Puerto de Santa María, Cádiz, en 1983. Se licenció en Publicidad y RRPP por la Universidad Rey Juan Carlos en 2006. Después de trabajar como productor en varias agencias y productoras de Madrid y Londres, acaba de finalizar el XVI Máster de Escritura Creativa en la escuela literaria Hotel Kafka. Ha escrito un libro de cuentos, que intenta publicar, y está finalizando su primera novela. Ha colaborado con diferentes medios como El Diario de Cádiz y la revista Freek.

6 Comentarios

  1. Antonio Ojeda Guerrero

    Quién no se ha sentido poseído por las lecturas que lleva entre manos. Tanto por los autores como por los protagonistas de sus escritos.

    Creo que Anto Ojeda lo ha verbalizado magníficamente en este delicioso cuento.

    Me ha gustado muchísimo.

  2. Begoña Ballesteros

    Me ha encantado.
    … Mejor vuelve a los cuentos de Cortázar.
    Perfecta la descripción.

  3. Qué buen relato!! He disfrutado una barbaridad leyéndolo!!

  4. “el tedio de una pareja de largo alcance”, “coger […] sucia y solitariamente”, me ha encantado tu cuento. Muy original y divertido!

  5. Me ha encantado Anto y estoy totalmente de acuerdo con tu madre , vuelve a Cortazar ……. Aunque el final «boloñés» también tiene su punto.

  6. Efendi Corvino

    Muy bueno!

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