No sabemos si ayudará a Can Xue (seudónimo de la escritora Deng Xiaohua) el hecho de estar reiteradamente entre los candidatos al Nobel de Literatura en los últimos años. Puede ser positivo que lo sea en las casas de apuestas, no en los cenáculos literarios. Suponemos que el que se juega el dinero maneja otro tipo de información que los cercanos al ámbito de comunicación de la Academia sueca, puesto que estos últimos nunca aciertan, y si no que le pregunten a Murakami, o mejor a Bob Dylan.
Tras la lectura de autores chinos traducidos al español como Yan Lianke, Mo Yan o Wang Shuo, la propuesta de Xue pareció extremadamente enriquecedora en comparación con otros compatriotas suyos ya vertidos a nuestras letras, más ligados a una lectura materialista de la vida, aunque con un cierto componente fantástico. El libro de Can Xue que se publica en noviembre en Hermida Editores, Nubes flotantes ya envejecidas, también está dominado por el ámbito material de la vida. Es una novela en la que la violencia material cobra un papel relevante. Los celos, las envidias, la exploración y el desarrollo de los instintos más bajos quedan reflejados mediante la acción, como si de un film se tratara. Esta novela, que es anterior en la producción de Can Xue a La frontera, se entiende como la cima de una literatura que luego va a evolucionar hacia el desarrollo de otra más centrada en el diálogo de la conciencia consigo misma y la búsqueda de los límites (fronteras) entre lo real y lo irreal, desde varios puntos de vista y en varios planos: micro-macro, sueño-vigilia, materia-espíritu.
En la escritura china siempre se ha revelado una transparencia de la existencia, en el sentido de que muestra claramente la distancia entre el mundo material y el espiritual: dos mundos totalmente separados por la forma en que en China se entiende la vida. La frontera, sin embargo, sirve de trampolín al diálogo con la conciencia. Los personajes de Can Xue vagan por un mundo que no es real, pero tampoco onírico; efectivamente ha conseguido hacerlos vivir en un territorio limítrofe. Son habitantes de frontera y, como tales, personajes cargados de simbología y complejos, incluso diferentes, casi aturdidos. Can Xue los pone en esa tesitura. No parecen capaces de discernir cuál es su frontera y qué están buscando, sino que van encontrando. Qué pesa más en la vida de un hombre: lo material o lo espiritual; qué busca y qué es lo importante de la vida. De esa duda eterna surge en el lector la posibilidad de ejercer su libertad en cuanto a elegir qué sentido dar a lo que está leyendo en función de su experiencia y del peso que otorga a la vida del espíritu o de lo material.
Es tan complejo el ejercicio que propone Can Xue que hasta ahora no se la ha conseguido encasillar en una categoría. En algún momento ha protestado contra los que la han incluido en el movimiento surrealista o la han tachado de irracionalista. Más bien se ha definido como «la nieve que se derrite», que es el significado de su seudónimo, y como unos y otros no se ponen de acuerdo, se ha quedado como escritora de vanguardia.
A mí se me ocurre definirla como una escritora universal, un extraño caso que me atrevo a calificar como clásico viviente. Su propuesta es totalmente original: una relectura del «Infierno» de Dante, mezclado con los personajes de Kafka o Dostoievski que tanto la han marcado como lectora y escritora. El resultado es un cóctel maravilloso del que no sabemos apreciar todos sus matices, hasta que alguien en el futuro sepa explicarnos qué clase de ingredientes han dado lugar a la magia que opera sobre los que hemos tenido la suerte de leer sus libros. Su literatura y sobre todo su magna obra, La frontera, se han ganado un hueco entre los grandes.
Los que gusten de vuelos más cortos y mundanos leerán con placer Nubes flotantes ya envejecidas. En un pequeño núcleo familiar y vecinal, ya desgastado, como las nubes del título y como los habitantes de la sociedad china de la época (fue publicada en 1986), se resuelven las cuestiones más variadas de la vida y la riqueza de las relaciones humanas casi desde un punto de vista trágico, dado lo grotesco y salvaje de algunas de las relaciones y comportamientos allí narrados. El fresco de esa pequeña comunidad es como las instantáneas de época de Polaroid. El tiempo se ha detenido, y en sus 170 páginas se nos da una idea vívida del rumbo de aquellos días. Igual que en el libro de relatos Hojas rojas, donde parece que sí, que la ficción a veces supera la realidad en una riqueza imaginativa fuera de lo común.
Can Xue ha construido una obra inmensa, y ahora podemos leer tres de sus obras en español.