Cristo se detuvo en Éboli es la obra más conocida del pintor, médico, periodista, político y escritor Carlo Levi (Turín, 1902 – Roma, 1975) desde que se publicó en 1945, a diez años de distancia de los acontecimientos que recoge en una crónica que se presenta como novela: la experiencia de destierro, condenado en 1935 por el régimen mussoliniano por su actividad antifascista, en un pueblecito del Mezzogiorno, Gagliano, sito «en las desoladas tierras de Lucania», y los vínculos que estableció con sus habitantes gracias a su formación como médico y a su especial bonhomía. Describe la vida sometida a la ley del confinamiento, siempre seguido de cerca por policías, obligado a firmar regularmente, soportando la censura de su correo, en unos parajes de vida arcaica y donde los campesinos subsisten con muchas carencias, abandonados de todo progreso y desarrollo, que solo conocen por las leyes del norte y de los señores, propietarios de tierras que les devoran la vida con impuestos, despojándolos prácticamente de sus recursos con leyes que no tienen en cuenta el clima ni las costumbres. El título se refiere al lamento de los habitantes, que Levi recoge en las primeras páginas, síntesis perfecta que luego desarrolla en escenas, reflexiones y conversaciones con los personajes representativos de todos los estratos:
«Nosotros no somos cristianos, decían, Cristo se detuvo en Éboli. En su lenguaje, «cristiano» quería decir «hombre» y la frase proverbial que tantas veces oí repetir tal vez no fuera en sus labios otra cosa que la expresión de un desconsolado complejo de inferioridad. Nosotros no somos hombres, no se nos considera hombres sino bestias, bestias de carga, y aún menos que las bestias, que los duendes, los duendecillos que viven su libre vida diabólica o angélica, porque nosotros debemos, en cambio, padecer el mundo de los cristianos, que está allende el horizonte, y soportar su peso y su comparación.»
Los diez meses de destierro —confino di polizia era la expresión legal— de una condena a tres años cambiaron la vida del entonces treintañero Levi, cristalizando no solo sus convicciones políticas, que antes de la condena se habían expresado en una militancia intelectual y de resistencia al fascismo dentro del grupo Justicia y Libertad —Levi era, como su apellido delata, de origen judío—, y luego en su defensa del federalismo como única forma de gobierno capaz de sacar del atraso y de la indignidad a la población del Mezzogiorno. También y sobre todo, maduró su mirada pictórica y su expresión literaria.
El lector moderno no ha de temer encontrarse con una obra sin mayor interés que el histórico; al contrario —y gracias a la excelente traducción de Manzano, como ya se nota en el párrafo reproducido líneas arriba—, es de lo más amena con la mezcla de descripciones de la cultura popular, detalladas observaciones del paisaje, rostros, arquitectura, costumbres, casi siempre con mirada de pintor y de humanista, reproduce conversaciones con los «señores», con los que tienen un oficio y los campesinos, hay chismorreos, escenas y situaciones a veces graciosas —como las que protagoniza la mujer que se ocupa de la casa o las anécdotas de los que volvieron de América con la crisis del ’29 y ya quedaron atrapados en la aldea—, otras dramáticas, como la imposibilidad de salvar de la muerte a enfermos o malheridos y los obstáculos para ejercer por su condición de confinado. Uno de los episodios más brillantes es el de la visita de su hermana, médico en ejercicio, y el relato que hace de la miseria de Matera, la crítica de las condiciones de vida y sus reflexiones sobre mejoras posibles… o imposibles. Lo fundamental, con todo, es cómo Levi, siempre acompañado de un simpático perro llamado Barone, se convierte en el polo de conexión entre lo bueno del norte —él es un «señor», médico, artista, escritor, miembro de la burguesía turinesa— y las realidades del sur. Los campesinos lo consideran uno de ellos porque es un «exiliado», castigado también por el Estado –aunque no tanto como los «peligrosos comunistas», a los que se prohíbe compartir vivienda y no entrarán en el grupo de amnistiados en celebración de la conquista de Abisinia. Los tambores de guerra y el sueño imperial de Mussolini resuenan como quimeras más increíbles que las criaturas de ultratumba con que se comunican a veces niños y labriegos. También los señores —el alcalde, el podestà, el cura— quieren tenerlo de su parte, dando por hecho que su condena «seguro que ha sido un error: Mussolini no puede estar informado de todo».
El buen carácter de Levi se granjea las simpatías de unos y otros, pero por su formación como médico —sin práctica al principio, pues muy pronto había optado por la pintura para hacerse una gran reputación— se integra en la dinámica del pueblo, aunque con las reticencias y oposición de algunos notables: el médico es una especie de brujo para una población supersticiosa, lo mismo que el artista, que también ejerce de pedagogo enseñando a los niños no solo a sostener el lápiz y a dibujar sino a mirar. Critica el sistema educativo de la época, inapropiado para las realidades y perspectivas de los muchachos del campo. Acostumbrados a la resignación, el pueblo se rebelará contra el alcalde y todo el que se atreva a negarle los cuidados de un médico que los trata como a personas: «somos perros», protestan, para el estado, para el norte, para los propietarios, «somos menos que las bestias». Esa rebelión trae ecos del bandidismo que ha marcado época en la zona, la única respuesta política a su medida; no solo continúan circulando leyendas de las hazañas de los bandoleros sino que quedan supervivientes. El pueblo y, por extensión la Lucania, es una versión invertida de la historia italiana.
Cristo se detuvo en Éboli no tiene un argumento o una intriga, sino que se ordena mediante situaciones y temas, con valor etnológico. En el sur Levi descubre una humanidad abandonada y su relato traduce para la sociedad civilizada a la que él pertenece, por posición, por compromiso político, el sentido que el fascismo les niega. No conviene ser ingenuos en la lectura porque tampoco lo fue Levi al redactar sus memorias, refugiado en casa de una de sus amantes para escapar de la persecución fascista cuando terminaba la guerra: en el sur conoció una libertad inusitada, pese a no haber podido escribir, porque todo escrito debía pasar la censura. Probablemente la combinación del servicio médico que prestó y la pintura transformaron un compromiso intelectual en una práctica cotidiana despojándolo de los aspectos narcisistas que critica en sus compañeros del norte cuando regresa del exilio. Al revés que sus correligionarios, él ha conocido el fondo del problema con sus matices de los diferentes bandos. Lo que veía lo relató en sus cuadros en unos colores que nada tienen de sombrío, y que inspirarán los encuadres y la fotografía de su adaptación al cine por Francesco Rosi. Esos mismos retratos abren la película con la mirada y la memoria de un Carlo Levi-Gian Maria Volontè maduro que rezuma carisma.
Como crónica, Cristo se detuvo en Éboli se integró de manera natural en varias corrientes literarias, no demasiado conocidas en España: la literatura de desterrados —el futuro presidente socialista Sandro Pertini fue condenado en los años ‘30 a la isla de Ventotene y soportó casi catorce años de confinamiento; las colonias de confinados también han dado algunas memorias—, y la literatura del llamado «problema meridional», que arranca con Conversación en Sicilia, de Elio Vittorini (1941) —traducida al español también por Carlos Manzano— y a la que seguirán obras de diverso género, que influirán en otros países. En España, los célebres títulos de Juan Goytisolo Campos de Níjar y La Chanca (1960 y 1962) beben de esa mirada de Levi, empática y con propuestas políticas reformistas, con una expresión poética compensada por la información etnográfica para hacer una crítica feroz al triunfalismo franquista en su retrato de un sur miserable, de la explotación y la represión política. En la década en que Rosi adapta el libro, el cine estadounidense tiene su propia corriente de películas sobre el enfrentamiento norte/sur con la denuncia del racismo como eje.
Dicho en pocas palabras: Cristo se detuvo en Éboli es un clásico imprescindible para conocer el ventenio de Mussolini y la literatura de confinados. Carlo Levi, un ejemplo de talento humanista.
Cristo se detuvo en Éboli Carlo Levi Trad. de Carlos Manzano Editorial Pepitas de Calabaza (Logroño, 2022) 280 páginas 21,90 € |