26 de abril de 1453. – Muere Simonetta Vespucci.
La más famosa de todas las Venus y la más reproducida, es, sin lugar a dudas, la que pintó Alessandro di Filipepi, más conocido como Sandro Bottcelli.
La dulzura en la expresión, el cuerpo fino, el pelo rubio, largo, la amabilidad del gesto y todo lo que todavía nos parece de una belleza extraordinaria, pertenecía a un ser real, a una modelo y musa llamada Simonetta, nacida en Génova en 1453, en el seno de una familia acomodada, que a los 16 años conoció y se casó con Marco Vespucci, un joven florentino, también de familia noble, muy vinculado a los Medici.
Los recién casados se trasladaron a vivir a Florencia donde, de inmediato, Simonetta se convirtió en la mujer más deseada por los jóvenes de familia bien, entre ellos, Juliano de Medici que la nombró «reina de la belleza» de un torneo de justas que se celebraba en la ciudad.
Se dice que Botticelli, muy amigo del marido de la chica, se enamoró perdidamente de ella y la utilizó como modelo en muchos de sus cuadros, no solo en El nacimiento de Venus, también en La Primavera, Palas y el Centauro, La calumnia de Apeles, etc. Ese amor platónico al que dedicó su entera soltería transcendió la muerte de la muchacha, ocurrida el 26 de abril de 1476, a los 23 años de edad, víctima de la tuberculosis.
Botticelli terminó el Nacimiento de Venus nueve años después de la desaparición de su amada, a la que sobrevivió otros treinta. En su testamento, además de las disposiciones normales de esto para este y esto para el otro, dejó bien claro a todos que solo quería ser enterrado a los pies de su musa, en la iglesia de Ognissanti (de Todos los Santos) de Florencia, y allí están sus huesos, debajo de una sencilla lápida con forma de tapa de alcantarilla que, por desgracia, no queda a los pies de la tumba de Simonetta porque, a pesar de los mitos románticos, no se conoce el lugar exacto de su enterramiento, aunque cuentan los guías que su espíritu vaga por algún lugar del templo.
Un año más joven que Simonetta era otro personaje archifamoso de la misma familia, llamado Amerigo Vespucci, que se nacionalizó español, trabajó y murió en Sevilla, y dio nombre al continente que hoy llamamos América gracias al despiste o la ignorancia de un monje cartógrafo, Martin Waldseemüller, a quien le sonaba bien porque empezaba por A, como los ya conocidos Asia y África. No hay nada como estar en el sitio adecuado en el momento preciso para que la suerte te toque con su varita mágica y te convierta en el rey del mambo.
Dos parientes famosos por distinto motivo: hay familias que no pueden eludir la fama.
25 de abril de 1707.- La batalla de Almansa.
En algunas ocasiones, las palabras inducen mucho a error: en términos coloquiales, escaquearse significa quitarse de en medio para no hacer algo; en términos militares significa dispersarse sin orden ni concierto, pero el término escaque es el que define cada una de las 64 casillas de un tablero de ajedrez, lo que sugiere orden y control. Un poco lioso.
Cuando un entendido en la materia militar explica el cuadro que representa la Batalla de Almansa, pintado por B. Ligli y F. Pallota en 1709, hace notar a la audiencia que las formaciones de caballería que aparecen en el centro y derecha de la pintura se colocaban en esos tiempos casi a escuadra y cartabón porque, cuando daba comienzo el combate, la formación se deshacía en orden regular y hacia atrás, en escaque, para facilitar las cargas. Lo que sorprende es la estructura de las operaciones que, en tiempos no muy lejanos, respondía a una especie de mortífera partitura en la que los movimientos seguían un guion establecido para el enfrentamiento.
La famosa Batalla de Almansa, que tuvo lugar el día 25 de abril de 1707, se inició a las tres de la tarde en un gran descampado por el que todavía hoy se puede pasear. Enfrentaba a los ejércitos del duque de Anjou (Felipe V) y del archiduque Carlos de Austria por conseguir la corona española en la llamada Guerra de Sucesión que se desató tras la muerte sin descendencia de Carlos II en 1700.
El francés contaba con un ejército de unos 25.000 hombres de muy diversa procedencia, al mando del duque de Berwick, mientras que el austríaco, apostado en Valencia, contaba con unos 18.000 soldados con los que se inició el avance hacia Madrid. El encuentro se produjo en Almansa: una línea de seis kilómetros de hombres en formación recibió las primeras acometidas de la artillería que, más tarde, daría paso a la caballería. Se calcula que murieron en esa embestida unos cinco mil soldados y que las tropas del austríaco consiguieron partir en dos el grueso de las francesas. A pesar de ello, la superioridad numérica y las estrategias de Berwick consiguieron rodear y hacer prisioneros a los soldados del austríaco esa misma noche, terminando con la victoria rápida del bando borbónico sobre el austríaco. Esta batalla dio un giro de 180º a la Guerra de Sucesión: Felipe V se hizo con los territorios del reino de Valencia, a los que suprimió sus fueros, y arrinconó a los austríacos en Cataluña antes de que el pretendiente se retirara de la contienda dejando el trono libre a los Borbones.
El cuadro gigante y entretenido en el que se cuenta todo esto pertenece al Museo del Prado, pero cuelga de las paredes del vestíbulo de las Cortes Valencianas. Se puede contemplar una magnífica reproducción en el propio Ayuntamiento de Almansa antes de comer un atascaburras o unos gazpachos manchegos acompañados de buen vino del lugar y, para rebajar la comilona, dar un paseíto por los escenarios bélicos. No es mal plan, doy fe.
30 de abril de 1883.- Éduard Manet deja este mundo.
El día 30 de abril de 1883 murió en París el pintor Édouard MANET. Lo pongo con mayúsculas para distinguirlo de Claude MONET al que se considera fundador del Impresionismo con su cuadro Impresión: el sol naciente.
Manet fue un precedente de dicho movimiento y, como otros de su generación, un pintor a caballo entre el academicismo y las nuevas tendencias a cuyo comienzo él mismo contribuiría. Nacido en una familia de juristas, hubo de convencer a su padre para no seguir la tradición y dedicarse, en cambio, a lo que le gustaba: el arte. Uno de sus tíos lo había llevado a ver museos y eso había hecho nacer su verdadera vocación.
Estudió unos años con el maestro Thomas Couture que le enseñó los rudimentos técnicos y le obligó a copiar a los clásicos. Ese bagaje cultural, tomado del Louvre y de sus viajes por Europa, incluyendo España (el Prado), le darían la soltura necesaria para innovar con los pinceles porque solo cuando se conoce muy bien la técnica se puede subir la escalera de la imaginación: he ahí el origen de la maestría.
Una de sus obras más conocidas y, a la vez, más innovadora es la llamada Desayuno sobre la hierba de 1863 que hoy cuelga en las paredes del Museo D’Orsay (París); también fue una de las más polémicas de su tiempo y, mucho me temo, que lo va a ser en tiempos venideros como siga esta ola de esconder desnudos. Se inspiró en maestros de la antigüedad: en un grabado de Marcantonio Raimondi del siglo XVI, en el Juicio de Paris de Rafael (uno) y de Rubens (otro) o en el Concierto campestre de Tiziano, para representar una escena en la que aparecen hombres vestidos y mujeres desnudas.
En los cuadros de los maestros antiguos las escenas de destape, generalmente de carácter bíblico o mitológico, se justificaban, como en las películas de Ágata Lys, Nadiuska o Susana Estrada, siempre por exigencias del guion, pero Manet no contaba en el cuadro una escena mitológica sino una merendola en el campo, con dos tipos jóvenes y dos chicas desnudas, todos modelos de su entorno familiar, que no se justificaba en el olimpo femenino griego reencontrado por los autores renacentistas ni en las bellas asesinas del Antiguo Testamento. Para colmo, el foco de luz se centraba en la piel desnuda de la chica y no en los trajes grises de los chicos y las pinceladas del fondo eran un conjunto emborronado de colores que, si lo hubiera hecho Velázquez o Goya serían tenidos por arte, pero si lo hacía un rebelde de la Academia era basura pornográfica.
El cuadro no se pudo exponer en el Salón de la Academia oficial y sí se exhibió en el Salón de los Rechazados de 1863 donde pudo ser contemplado por un grupo de chavales (y no tanto) que tenían nuevas ideas sobre la refracción de la luz, la pincelada, la pintura al aire libre, etc. Curiosamente, los académicos que rechazaron el cuadro se encontraron de frente con Napoleón III quien, notando su popularidad en entredicho, decidió apoyar a los insurrectos (contra su propio criterio personal) con el fin de atraerse políticamente a las nuevas generaciones que lo tildaban de muy autoritario.
Algunas redes sociales censuran su reproducción por mostrar esta doblez de «machos vestidos y hembras desnudas» denigrante y avasalladora con los derechos humanos. No tengo claro si se prevé un futuro de burkas o de trajes de neopreno.
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