Horas críticas

Libros de la semana #46

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Cartas para la libertad, de Sandra Camps (Maledictio Ediciones)

Desde el año 1987 la organización Solidarios para el Desarrollo, que lleva a cabo programas sociales con colectivos de personas en situación de exclusión, coordina —a través de un grupo de voluntarios— un Aula de Cultura en varias prisiones estatales. En el Centro Penitenciario Sevilla 1 hace dos décadas que funciona, promoviendo actividades con la participación de los internos y la visita de personalidades que acuden a aportar su experiencia en el mundo de la creación artística, los deportes, la historia o la a menudo denostada actualidad. A partir de su acercamiento y en tal contexto («sin funcionarios vigilando, en el módulo de respeto 102»), la periodista Sandra Camps propuso a esta ONG realizar un taller en torno a la escritura de cartas en la cárcel, única vía de comunicación íntima en las vidas de estas personas, que no tienen acceso a móvil ni internet: «Para muchos su único refugio es una hoja en blanco y un bolígrafo para escribir los pensamientos, los miedos, los sentimientos más profundos». Se trata por tanto de un espacio personal y necesario, ajeno al delito por el que están cumpliendo condena, pues «nadie les juzga en ese reflexivo acto de escribir desde las entrañas». De esta iniciativa brotó el libro que edita ahora Maledictio, donde se recopilan algunas de esas misivas junto con la crónica periodística que les sirve de contexto y que retrata una pequeña parte de esas vidas enrejadas. Las hay de todo tipo: la primera carta que escribió en su vida un joven recluso, dedicada a su madre muerta mientras él estaba en prisión; o la que escribe un preso (que a su vez enseña a otros a escribir) a su yo futuro, evocando el día en que pueda leerla desde fuera; hay cartas talegueras, enviadas de prisión a prisión o incluso de módulo a módulo; cartas a amigos imaginarios y de ruptura sentimental tras un vis a vis íntimo. Camps, que en sus 22 años de trayectoria en Radio Nacional de España se ha ganado a pulso el abanderamiento del periodismo social riguroso en nuestro país, ha alumbrado un libro emocionante y terapéutico («hay quien ha encontrado el consuelo en esa hoja en blanco y ha recuperado la ilusión a partir de una carta»), en el que se cuenta con naturalidad lo que supone la existencia en prisión, las carencias, las muchas horas para reflexionar, la soledad; cuestiones que a todos nos atañen. Además, está el acierto de incluir en esta edición las capturas de las cartas reales escritas de puño y letra por los presos, con sus tachones, sus mayúsculas, sus sentidas firmas y su particular jerga: talego, chabolos (celdas), catumba (dinero), tigre (baño), mullaos (muertos)… En el prólogo, una epístola de uno de los internos nos recuerda la relevancia literaria de este género, citando la Carta al padre de Kafka y también la Carta urgente a la juventud del mundo de Marcos Ana, «preso político de la dictadura muchos, muchos años y cuya madre falleció en la puerta de la cárcel». Así se conectan estas Cartas para la libertad, que también podrían serlo para la dignidad o para la esperanza, con el tema fundamental de la memoria pues, como señala Camps, «una carta puede ser el inicio de algo, una despedida, un diario en forma de carta, una reivindicación, una carta judicial, una carta es mucho más que un remitente para estas personas. Porque escribe el hijo, el padre, el marido, el hermano, el amigo o el colega pero no el condenado».


Sobre el anarquismo, de Noam Chomsky (Capitán Swing)

En los últimos tiempos, especialmente desde que concluimos que la democracia occidental es un sistema impoluto y exigible su veneración, todo cuestionamiento del poder establecido es saludado con recelo como una potencial amenaza. Que lo es, aunque acaso cabría examinar aquello que se está poniendo en jaque. En su introducción a este libro, el periodista especializado en movimientos sociales Nathan Schneider expone que hoy día, «más que una elección consciente, el anarquismo es el rincón de la escena política donde nos han ido confinando: un recurso apofático de última instancia que ha resultado muy fructífero, pues nos permite concebir la política más allá de las líneas rojas o azules que suelen delimitar lo que en Estados Unidos se denomina política y hacerlo sin resignarnos a la traición inevitable de los dos grandes partidos». Nos suena. No obstante, sugiere el prologuista, el anarquismo no presupone, como pueda parecer hoy, hacer tábula rasa, sino todo lo contrario: activar la memoria. Capitán Swing rescata con innegable don de la oportunidad este ensayo de 2013 confeccionado a partir de escritos y entrevistas del influyente pensador estadounidense Noam Chomsky (Filadelfia, 1928), donde se propone corregir la habitual distorsión a la hora de evaluar los principios anarquistas, aportando una faceta mucho menos sombría de la que suelen dispensar los propios partidos políticos mayoritarios y sus medios de comunicación aliados. De partida, rebate la noción de que respalde una filosofía social del caos, sino muy al contrario, una organización del todo coordinada pero que contrarresta la habitual jerarquía de arriba a abajo; es decir, se trata de una propuesta que pone en primer término el funcionamiento democrático de la sociedad. Más allá de su condición de estrella intelectual de las últimas décadas, el lingüista, filósofo, politólogo y activista norteamericano representa sobre todo la reivindicación de la colectividad frente al individualismo que sigue imponiéndose y ante el que todos parecemos encantados (esperen, ¿todos?). Con su acostumbrado rigor y humanismo libre de soflamas, Chomsky recupera aquellos principios del anarquismo y de otras corrientes colindantes para evidenciar su vigencia, como en el caso de los movimientos de resistencia, y descubrir toda una tradición seria y una posibilidad real de actuar por el cambio. Como respecto a cualquier movimiento, argumenta el autor, no se puede considerar como fiable una foto fija del anarquismo, puesto que ha evolucionado continuamente desde su origen y aún hoy continúa haciéndolo. No en vano, Chomsky dedica un capítulo a lo que denomina El caso español, analizando la revolución popular anarquista que «transformó buena parte de la sociedad española» y que facultó a los trabajadores a emprender un cambio radical (sí, lo radical también puede ser bueno) de las condiciones sociales y económicas; el mismo anarquismo que sorprendió a George Orwell en su espléndido Homenaje a Cataluña. Chomsky, que nunca ha dejado de cuestionarse la autoridad del capitalismo de Estado, persigue un único fin: «El principio fundamental que me gustaría comunicar es que es preciso demostrar la legitimidad de toda forma de autoridad, dominio o jerarquía, de toda estructura autoritaria: ninguna está justificada de antemano». Que levante la mano quien considere extremo, y no rematadamente razonable, ese ideal.


Viaje a la Grecia clásica, de Antonio Penadés (Almuzara)

«Sea Ulises tu guía / al viajar por tu vida, compañero. / Tapona tus oídos contra toda sirena, / átate al duro mástil de tu barca. / Y, obediente a tu brújula secreta, / pon rumbo a la aventura irrenunciable: / el viaje hacia ti mismo». Este poema de José Luis Sampedro, citado al comienzo de uno de los capítulos del libro que nos ocupa, puede hacer las veces de exordio sobre lo que hallamos en sus páginas. Un volumen, a medio camino entre la crónica de viajes y el ensayo filosófico, que sigue las huellas del periplo de Jerjes, en el siglo V a.C., cuando al frente de su magnífica flota buscó anexionar a su imperio la Grecia que abarcaba de Alexandrópolis a las Termópilas, inmiscuyendo al lector en medio de algunas de las batallas más cruciales y —a qué ocultarlo— sanguinarias de la historia. Continuación natural de su anterior Tras las huellas de Heródoto (Almuzara, 2015), aquí el historiador y periodista Antonio Penadés (Valencia, 1970) rememora cómo le impactó siendo joven «la capacidad de asombro de aquel griego antiguo, esa misma curiosidad y la necesidad de alimentar su espíritu que le llevó a recorrer una nación tras otra»; fue entonces cuando descubrió que «los hechos históricos se asientan de verdad cuando se enlazan con la geografía y se pisan sus escenarios». Esta es la verdad fundamental que mueve esta obra de amplia erudición orgánicamente tejida y asombrosa elevación espiritual, donde se recupera la literatura de viajes que, como el resto de géneros que hoy perviven sería invención griega. Además de Homero, el autor se inspira en autores como Aristeas de Proconeso, Escílax de Carianda, Hecateo de Mileto, Ctesias de Cnido, Agatárquides, Nearco, Megástenes, Apolonio de Rodas o el propio Heródoto («el mejor cronista de viajes de la Antigüedad») para realizar parada en escenarios apasionantes o impactantes de la historia de Occidente: desde los monasterios del monte Athos, donde el estricto control del turismo conserva espacios que se mantienen fieles a las leyes medievales, a los campos de refugiados —que ya existieron en el mundo antiguo— de Drama e Idomeni, condenados a seguir narrándose dentro de otro siglo si todo sigue su (in)humano curso. En esa tradición viajera el autor, también novelista y ensayista siempre comprometido en defensa de las devaluadas humanidades, demuestra que estamos ante uno de los géneros que más tiene de revelador sobre (precisamente) la condición humana, haciéndonos conscientes a cada paso —literalmente— de cuál ha sido nuestro legado a lo largo de todos estos siglos y de cómo la Historia se plasma en el paisaje y en la tierra que aún podemos pisar, acaso constituyendo la parte más evidenciable de eso que llamamos posteridad. No extraña en absoluto que en la entrega del Premio de la Crítica Literaria Valenciana 2021 al mejor ensayo que recibió este Viaje a la Grecia Clásica, la autora y editora Gloria de Frutos destacara en nombre del jurado su «narrativa sencilla, dinámica, a veces dotada con una leve ironía, otras con emoción contenida ante la toma de conciencia del paso del tiempo y sus consecuencias». Como describe el helenista Pedro Olalla en su prólogo, Penadés «certifica la vieja intuición de que todo lugar es, en el fondo, lo que cada uno consiga proyectar sobre él», una proyección que sin duda brilla en esta aventura irrenunciable —que diría Sampedro— de conocimiento y autoconocimiento.


Tiempo sin claves, de Ida Vitale (Visor)

En su brillante discurso tras recibir el Premio Cervantes en el año 2019, antes de que se estrenara la infausta era que atravesamos, Ida Vitale (Montevideo, 1923) reconoció: «Busco una más cómoda aceptación interior de lo nada esperado, ya que suelo ser escéptica o descreo con familiaridad de tantas cosas, pero a la vez tengo una fabulada confianza, sin duda de origen infantil, en los pequeños desajustes con lo racionalmente ordenado, en las coincidencias, sin siquiera razonarlo mucho». Gran parte de esa sabiduría no razonada se halla diluida en el primer libro que publica —acogido por la colección Nuevos textos sagrados de Visor— tras aquel galardón: cerca ya de cumplir un siglo de vida, llama la atención su capacidad de asombro existencial, su humor impertubable como estrategia de supervivencia y su juventud de ánimo y de escritura que se mantiene arrebatadora como en sus mejores tiempos en compañía de la Generación del 45, junto a figuras como Mario Benedetti, Idea Vilariño o Armonía Somers. Para la poesía de Vitale, también estos son los buenos tiempos, aquellos en los que alcanza su cénit sin perder nunca de vista la memoria de lo vivido y de lo desaparecido, y de los desaparecidos: «El registro de pérdidas se suma / al indebido fardo del retorno. / El ayer se nos va con tantos muertos / y apenas pocos vivos verdaderos». A cierta edad, sugiere la poeta uruguaya, «dejarán de angustiarte / las teorías estéticas, / la maldad del azúcar, / el ego, las historias / que la gente se inventa / para alegrar el suyo, / la inabarcable gira / de ajenas cacerías». Con un lenguaje depuradísimo, que repiquetea a la vez que camina con paso inadvertido pero seguro de su peso, este poemario nos conduce a través de una defensa irrefutable de la luz («Si en todo miras lóbregos despojos, / piensa en el para qué de su registro») y de las palabras («Juega a acertar las sílabas precisas / que suenen como notas, como gloria, / que acepte ella para que te acunen, y suplan los destrozos de los días»), al mismo tiempo que su futilidad («Muchas cosas se dan al margen de palabras / que hayan sabido detenerlas»), mientras la autora se pregunta «¿cómo hacerlas vivir en lo precario?», pensamiento lírico del todo aplicable al estado actual de las cosas. Entre menciones a otros creadores Kafka, Mozart, Klee o a su compatriota poeta Enrique Fierro, testimonia el paso de las estaciones, los cambios en los árboles, los pájaros y los cielos, así como los sonidos que nos rinden vivos, al tiempo que expresa una nostalgia de lo concluso, como el mítico dodo, «de tantas extinciones que él resume, / de ese tiempo de cruzar los espejos / y descubrir que el mal podía / abolirse, no ser más que una absurda / figura que escapó de una baraja». Armada de tensión y diafanidad, su poesía riega las claves de la experiencia vital («Caminar despacio, a ver si, tentado el tiempo, hace lo mismo») y deja algunos versos como contundentes aforismos («Como no estás a salvo de nada, intenta ser tú mismo la salvación de algo»). Una obra esencial, otra más en su imponente trayectoria, que nos anima a «dejar de lado flores epidérmicas, / avanzar por memoria y arena hacia aquel mar / en cuya orilla había que eludir cicatrices».

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