Cultura ambulante

Gerardo Vielba: así se capta la experiencia de vivir

Exposición «Gerardo Vielba, fotógrafo, 1921 – 1992» en Sala Canal de Isabel II

 

«Lector duro (Calle Narciso Serra)», 1961. / Foto: Gerardo Vielba

«No me interesa la fotografía sino la vida», dijo el maestro Henri Cartier-Bresson en una de esas máximas que cualquier artista de esta disciplina lleva tatuada en el pecho. Sin duda fue uno de los principios que debió de inspirar a Gerardo Vielba (1921-1992), al que la Sala Canal de Isabel II le dedica una exposición, incluida en la sección oficial de PhotoESPAÑA 2021, cuando se acaba de cumplir un siglo de su nacimiento. Una buena oportunidad de admirar una selección de 120 obras —todas en blanco y negro— de quien fue uno de los mayores transformadores de la fotografía española del siglo XX. En primer lugar, contribuyó a cambiar la obsoleta consideración académica y social, más bien nula, de la fotografía en la España de los años 50, 60 y 70 en la que su trayectoria tomó vuelo, defendiéndola como un ámbito para la creación artística y no una mera herramienta de reproducción.

Por eso no es de extrañar que Vielba siga siendo, en buena medida, un perfecto desconocido para el gran público, a pesar de sus notabilísimos méritos y reconocimientos obtenidos desde que cogiera la cámara a los 14 años. Fue uno de los asiduos de la pionera revista que el grupo fotográfico AFAL comenzó a editar en 1956, Premio Nacional de Bellas Artes en 1962, presidente de la Real Sociedad Fotográfica entre 1964 y su muerte tres décadas después, y uno de los más reputados críticos y teóricos que ha dado la fotografía en nuestro país, a la altura de su coetáneo barcelonés Josep María Casademont. Su rasgo más identificativo, no obstante, fue el de erigirse en uno de los padres de la llamada Escuela de Madrid y, sin duda, uno de los que más influencia ejerció entre sus colegas Gabriel Cualladó, Leonardo Cantero o Juan Dolcet, por citar algunos.

«Figura en el paisaje, Llanes», 1966. / Foto: Gerardo Vielba

La principal aportación de aquella generación fue su ruptura con la tradición pictorialista que hasta entonces había dominado la fotografía dentro de nuestras fronteras. En ese sentido, la muestra de la Sala Canal permite apreciar sus aproximaciones hacia tendencias modernas europeas que tienen en el neorrealismo y el realismo poético algunas de sus líneas de fuga, pero también los coqueteos con un surrealismo espontáneo que, gracias a su portentosa imaginación visual, apelaba al subconsciente casi de forma inadvertida, con un registro de la realidad que en sí mismo traslada la mirada a otras zonas. Presenta una cierta abstracción su mirada sobre lo cotidiano que lo distingue del costumbrismo y de la fotografía documental. Lo explica muy bien el comisario de la exposición, Antonio Tabernero: «Hay una constante en las imágenes de Vielba, en las que lo visible es una apuesta por lo invisible. Su obra guarda, en lo más recóndito, algunos de los atributos mágicos que tuvo el arte en sus fases iniciales, cuando era poco más que un tótem, un fetiche, una energía engendrada por un singular impulso creativo».

En ese sentido, algunas de las estampas más icónicas que pueden verse en el espacio expositivo madrileño se miran en el espejo del citado Cartier-Bresson en lo referente a un completo dominio del lenguaje fotográfico que, como dijera el de Chanteloup-en-Brie, sitúa «en un mismo eje» cabeza, corazón y ojos. Como en el autor francés o en su compatriota Robert Doisneau, la de Vielba es una fotografía humanista, en la que no importa tanto el reflejo fiel de la vida en la ciudad, en los muelles o en las calles como su resonancia universal, que es lo que conecta, por ejemplo, una instantánea de un tranquilo pueblo como Liérganes con otra del París cosmopolita e inquieto que habitó a principios de los 60 (algunas de las cuales, procedentes del archivo familiar, se ven aquí por vez primera). En todas ellas hallamos respeto hacia sus protagonistas, dignidad, esperanza, ternura.

«Paseo en el muelle al atardecer, Santander», 1973. / Foto: Gerardo Vielba

En cualquier caso y como decíamos antes, la importancia de la figura de Gerardo Vielba en la fotografía no se mide por su reflexión social, aunque su cámara fuera testigo de unos años, en la España aún franquista, de grandes miserias en todos los ámbitos de la existencia. Lo que da fuerza y un valor incalculable, en cambio, a sus imágenes es su anhelo por apresar la gozosa —al menos a ratos— experiencia de vivir, su extraordinaria sensibilidad casi a prueba de balas para capturar la sencillez de un instante que lo es todo para las personas que ocupan el encuadre.

Estos días en que la saturación de imágenes en torno a un suceso real (como el de la crisis de refugiados) es tal que se está continuamente tratando de opinar o comentar sobre su sentido iconográfico y ético y su impacto social, quizá convenga volver la vista por un rato a ese otro potencial al que se refiere Tabernero cuando habla del fotógrafo madrileño: «el alusivo, en cada imagen fotográfica, a toda la historia del arte y de la representación mimética en una cultura». Una cultura visual de pasaporte internacional cuyos tropos esculpieron o contribuyeron a fijar en el canon estético artistas como Vielba a través de estos retratos con aire y tiempo, como se tituló la retrospectiva que le dedicó el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad en 2009. Ahora el rescate de su obra tiene una segunda parada indispensable.

«Retrato en Le Tertre, París», 1962. / Foto: Gerardo Vielba

 

Gerardo Vielba, fotógrafo, 1921 – 1992
PhotoESPAÑA 2021
Comisariada por Antonio Tabernero
Organizada por la Consejería de Cultura y Turismo de la Comunidad de Madrid
Sala Canal de Isabel II, Madrid
Hasta el 25 de julio de 2021

3 Comentarios

  1. Luisa García Gumiel

    La fotografia de Vielba no es una reproducción de la realidad externa, es la proyección de SU realidad interna como expresión de su vivencia de la belleza. Eso en el caso de que realidad interna y externa puedan separarse.

  2. Pingback: 'Perfect Days', de Win Wenders - Jot Down Cultural Magazine

  3. Pingback: «Perfect Days», de Wim Wenders | sephatrad

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