Crónicas desorbitadas

«Zalamero»: un donjuán en los tiempos del poliamor

Teresa Carril y Diego Lillo (ambos nacidos en Madrid, en 1998) son los responsables de Zalamero, un mediometraje que acaba de estrenarse en Filmin y que ya fue proyectado con notable éxito en los Cines Embajadores de Madrid. Su extraordinaria juventud no impide atisbar, tras esta primera película, las genuinas maneras de dos autores con una estética cuidadísima y unos inusuales referentes que se contonean entre lo retro y lo viral, entre la peineta folclórica y el perreo propio de su generación, la Z. Juntos han compuesto un cuento de verano —à la Rohmer— sensorial y sensual como el ruido de las olas, protagonizado por una suerte de donjuán en los tiempos del poliamor y la fluidez de género. Una obra que resulta, al mismo tiempo, sorprendentemente anacrónica y que bebe igual de Jonás Trueba que de Pedro Almodóvar, de la naturalidad de la Nouvelle Vague que de la afectación teatral, del espíritu de Julio Iglesias que de C. Tangana.

El Zalamero del título es Martín, un chico inspirado por el tenorio de Zorrilla (aunque le parezca «un cabrón») y que, desde el prólogo de la cinta y en una precoz ruptura de la cuarta pared, cubata y gafas de sol en mano, lo cita: «El orbe es testigo de que hipócrita no soy, pues doquiera que voy va el escándalo conmigo». Un amante del amor, como los que dibujaba Truffaut, pero centennial. «Me interesaba mucho reconstruir la figura del donjuán», explica Teresa Carril, guionista y codirectora, «y me puse a investigar sobre cómo se había tratado en la Historia y en las ficciones. Decidí escribir un personaje en torno a ese concepto, pero dándole una vuelta. Quería subvertir la idea del típico conquistador que ya conocemos; que fuese, sí, un chulo, pero que tuviese otras cosas». Le gustaba la imagen de un crío de 20 años leyendo esa obra fundacional. Del mito Martín conserva «ese ansia de protagonismo y de querer coger todo con las manos. No solo el amor, sino también aspiraciones vitales, experiencias. Desea que todo gire en torno a él y pretende que todo hable de él».

Definida ya desde los créditos como «una película de verano», Zalamero es una crónica de esa época del año en que las relaciones pueden ser superficiales y efímeras, intensas y hermosas, pero también amargas cuando llega a su fin. «Me gustaba para ambientar el relato porque en verano es como que todo vale, puede pasar cualquier cosa». Teresa empezó a escribirlo en diciembre de 2019 y lo acabó en abril del pasado año, durante la cuarentena. Sin plantearse un formato determinado, vio que el guion se quedaba en 36 hojas y que iba a ser algo más que un cortometraje. El confinamiento les ayudó a acelerar el proceso y a finales de julio ya estaban rodando. «No era un verano normal en el que cada uno tiene mil planes, sino mucho más tranquilo», recuerda la cineasta. Lo hacía también más fácil el hecho de que el equipo se reducía a ocho personas, cuatro en la parte técnica y cuatro intérpretes, que en la película dan vida a dos chicos y dos chicas jugando a ser adultos: cocinan, fuman, conversan, seducen.

Teresa Carril y Diego Lillo. / Foto: Arthur Ribeiro

Algo parecido podría pensarse de los propios autores del film, pero no hay ninguna pose en ellos y la palabra que más repiten es orgánico. Se conocieron en el instituto, siendo compañeros de clase. Luego, al iniciar la universidad en centros distintos, ella empezó el doble grado de comunicación audiovisual con periodismo y él, comunicación audiovisual. Empezaron a trabajar a cuatro manos, como rememora Diego Lillo: «Hubo un momento en que dijimos: ¿Qué tal si le ponemos un nombre y un distintivo a todo lo que vamos a hacer conjunto?». De ahí nace la idea de alumbrar, en mayo de 2019, el colectivo cinematográfico Superglu Films, bajo el que desde entonces producen sus proyectos compartidos. Al principio solo fue algún videoclip, algún corto. Más tarde hicieron un curso de iniciación a la dirección cinematográfica en la ECAM. Diego, que acabó la carrera, sigue ahora estudiando dirección artística en el Centro Universitario de Artes TAI, mientras que Teresa anda liada con los trabajos de fin de grado.

De vuelta a Zalamero y al estío de 2020. El rodaje se iba a localizar en Benicàssim para aprovechar el apartamento donde Diego, codirector del film, ha veraneado «de toda la vida» con su familia. Un entorno conocido que facilitó mucho el desarrollo del guion técnico, con planos concretos que ya podían visualizar en su cabeza. Los ocho del equipo se metieron en aquel piso en lo que acabó resultando una convivencia de lo más íntima: «Fue como un campamento», dice Teresa, «un caos, pero muy guay. Creo que eso ayudó mucho a cómo entendieron la historia los actores, porque de alguna forma era lo que estaban viviendo realmente». De hecho, para algunos —que tienen incluso un par de años menos que los cineastas— era la primera vez que iban de viaje con sus amigos, según cuenta Diego: «A veces nos decían: “Joder, nos habéis regalado un viaje a la playa”, y así lo recuerdan, como su viaje de verano que quedó grabado por las cámaras». Los cuatro intérpretes, dos de los cuales ya eran amigos suyos, son de la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático), incluido el protagonista Javier Mendo, al que vimos en La madre, e Isabel Gigorro, todo un descubrimiento. Ambos tienen la frescura y el desparpajo de Javier Bardem y Penélope Cruz en Jamón, jamón. Pero, aunque algo de aquel Bigas Luna se filtre entre los gustos de estos dos jóvenes cineastas, las referencias principales son otras.

Hijos de Jonás

«A Jonás», se puede leer en los agradecimientos de los créditos finales, aunque ya durante la película se siente el influjo del menor de los Trueba, tanto en la autoproducción como en el estilo y el tono de algunas de sus obras («Todas las canciones hablan de mí», dice Martín en un momento de Zalamero). «Queríamos dedicársela porque fue desde cuando lo conocimos que por fin tuvimos claro que queríamos hacer algo y sobre todo encontrar la manera porque, cuando quieres hacer cine, no sabes por dónde empezar. Él te da pautas muy sencillas pero que te hacen pararte a pensar lo que quieres contar», explica Teresa. Jonás Trueba fue profesor de ambos en la ECAM y ya desde entonces han mantenido cierto contacto con él. «Básicamente ha sido nuestro maestro en esto y este proyecto existe gracias a él», asegura Diego. Del autor de la excelente La virgen de agosto han heredado ese espíritu Do It Yourself: «Son proyectos pequeñitos y te cargas con muchas cosas distintas, pero lo guay es que tienes toda la libertad del mundo, que es justo lo que pretendía Jonás con Los Ilusos cuando la creó, de una manera muy humilde y muy honesta».

También y salvando las distancias, Zalamero es hija de ese cierto naturalismo cinematográfico que deja espacio para lo inesperado. Antes de empezar el rodaje en la Costa del Azahar, la pareja de cineastas organizó una semana de ensayos con los actores donde, más que hacer lectura de guion, hablaban mucho sobre los personajes de cada uno y les planteaban situaciones que podían transcurrir, por ejemplo, antes de las escenas en sí mismas. Hay conversaciones en la película que surgieron fuera del guion y se han quedado. Y hay una fiesta en el apartamento que se rodó a base de dinámicas de improvisación. Pero, junto a ello, también hay un calculado y potente planteamiento estético que cautiva desde el propio teaser. Su gusto por lo costumbrista y lo castizo, el estilismo de los personajes, la viveza de los colores, recursos como la pantalla partida o el propio aspecto de Benicàssim dan personalidad al relato y evocan otras inspiraciones para Teresa y Diego: desde los propios Almodóvar y Rohmer, pasando por el cine quinqui o Carlos Saura, Suc de síndria de Irene Moray, La piscina de Jacques Deray e incluso Call me by your name de Luca Guadagnino.

Lo viejo y lo nuevo se funden en el ADN de estos dos cultos mancebos, que en Zalamero (adjetivo ya de regusto añejo) introducen elementos extemporáneos como una videocámara o un «guateque» en el que, no obstante, se le da al rebujito y a los porros. Esa querencia por las antiguallas se deja notar también en lo musical, como cuando uno de los personajes se arranca a entonar el Como una ola o cuando suena una versión del Soy un truhán a manos de Irenegarry, autora de la banda sonora. Irene, que es una de las novísimas voces del indie viral y lo petó con una celebrada versión —surgida como audio de wasap— de un tema de Lana del Rey, es amiga de Teresa de la universidad, y fue una de las primeras personas a las que esta le contó su idea. Irene le sugirió que le mandara una playlist como inspiración para hacer la música de la película: ahí estaban Jeanette, Esteban & Manuel, Compay Segundo, The Smiths, Concha Piquer, Pink Martini… «Me salió un compendio de cosas que no sabía si tenían algún sentido, pero ella les vio un espíritu común», cuenta Teresa. «Es una crack, en dos tardes sacaba una canción». De hecho, el tema principal lo compuso en el rodaje, mientras el resto bajaba un rato a la la playa. Al volver les dijo: «Ya está, ya lo tengo».

Zalamero se estrenó el pasado 22 de octubre en los Cines Embajadores de Madrid y se proyectaron hasta seis pases con todas las entradas vendidas. Sus creadores querían que su gente lo viera y, aunque no podían hacer un evento como les hubiera gustado, decidieron hablar con los propietarios de este cine de barrio que abrió justo en aquel verano, después del desastre. Les pidieron alquilar una sala para hacer un par de pases en familia, pero de pronto, sucedió lo improbable: «Los pases empezaron a llenarse en cuestión de horas y nos escribían por Instagram para preguntar si íbamos a hacer más», recuerda Diego. «Fue una locura, la verdad, de las cosas más bonitas que hemos hecho. Es una pasada estar ahora en Filmin, pero que la gente pagase por ver nuestra película en una sala de cine… fue algo maravilloso». También Teresa vivió el momento en que desde los Cines Embajadores les preguntaban qué estaban haciendo para lograr aquello: «Y nosotros en plan “no tenemos ni idea” [ríen]. De tanto ir cada jueves, ahora tenemos mucho trato con ellos. Son supermajos, como una familia, y hasta hemos grabado una escena de nuestro último videoclip allí».

Y así, creando familia allá por donde van, continúan su trayectoria ascendente en paralelo Teresa Carril y Diego Lillo, al frente de Superglu Films. De momento siguen grabando vídeos musicales para artistas con tanta identidad como ellos mismos, como el trío barcelonés Penélope o el solista madrileño Ralphie Choo. En cuanto a cine, aunque visto su potencial uno se aventuraría a augurarles un resplandeciente futuro, no llevan prisa. «Ideas hay muchas, pero antes de hacer otra peli tenemos que ahorrar [ríen]. No tenemos intención de quedarnos cruzados de brazos, lo importante es ir paso a paso. Y ponerle cariño a lo que vaya saliendo». A diferencia de Martín, que de Don Juan Tenorio prefiere aquel pasaje en el que habla «de las chispas fugaces y de los incendios que duran poco», Teresa y Diego no lo quieren todo ni lo quieren ahora. Otra cosa es de lo que parecen capaces estos dos.

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