¿Es la locura o la demencia condición indispensable para la creación artística? Ejemplos célebres ha dado la Historia del Arte de creadores que sucumbieron al desequilibrio emocional y fueron arrastrados al límite de la alucinación, la bipolaridad y otras demencias. Sin redundar en lo ya conocido, recorremos la existencia de otros artistas que también enfermaron, indagamos en teorías psiquiátricas en torno a la relación –o el conflicto– entre el arte y la locura, y dejamos que sea el lector quien extraiga sus propias conclusiones: ¿Su visión artística les llevó más allá de los límites de la razón o llegaron al arte por ser capaces de ver más allá? ¿Puede el arte preservarnos, aliviar nuestro desequilibrio mental en situaciones extremas como las que hoy vivimos?
Si el arte comenzó siendo la representación de la realidad en su orden primitivo, cabe pensar que las escenas de caza o las invocaciones a la diosa de la fortuna fueran realizadas por aquellos intelectualmente más dotados y equilibrados de la tribu. Pero el orden social se sofistica y fuera de él irán quedando aquellos que lo cuestionan o fantasean otros modos posibles: outsiders no acomodados a quienes la duda y la angustia conducirán por tortuosos senderos emocionales y a quienes solo la imaginación de otra realidad procurará consuelo. ¿Outsiders o artistas? Una pregunta en apariencia sencilla pero que solo las mentes preclaras han logrado responder. Porque ¿qué fue antes, el desasosiego o el cuaderno del desasosiego, el desequilibrio emocional o el arte como alternativa de vida? ¿Es entre los psicópatas donde encontramos la expresión artística más libre y genuina, como quisieron demostrar los defensores del art brut, o es la duda errabunda lo que precipita al artista al sótano de su particular infierno?
Tal vez nunca lleguemos a una conclusión, y las sonoras afirmaciones en uno u otro sentido no hagan sino acrecentar nuestro extravío. Axiomas preclaros ha habido contra la noción aristotélica de arte como catarsis. «El misterioso esquizofrénico habita en todos los artistas, porque sin esta presencia –desengáñense– el artista no aporta nada esencial» (Jean Cocteau: Pequeños maestros de la locura, 1961). Y ejemplos de este parecer, tantos como para empapelar las paredes de un castillo; por ejemplo el Château de Beaulieu en Lausana, que acoge la Collection de l’Art Brut creada por Jean Dubuffet, André Breton y Michel Tapié, y formada por más de 7.000 obras de esquizofrénicos y otros enfermos psiquiátricos. A la posteridad, entre el millar de autores expuestos, pasaron nombres como Adolf Wölfli, Aloïse Corbaz o Heinrich Anton Müller.
Pero también en el sentido inverso los casos son profundamente ilustrativos, y tratando de no caer en los tópicos de Munch, Van Gogh, Rothko o el mismísimo Francisco de Goya y Lucientes, echemos un vistazo, por ejemplo, a las vanguardias históricas que se empeñaron en poner en duda todo orden preestablecido, buceando en ciénagas tan peligrosas como las del subconsciente, los sueños y la inconsciencia, el futuro imaginado, el color supremo o el más puro e imaginativo sinsentido dadaísta.
«¿Es entre los psicópatas donde encontramos la expresión artística más libre y genuina, como quisieron demostrar los defensores del art brut, o es la duda errabunda lo que precipita al artista al sótano de su particular infierno?»
El origen de las vanguardias rupturistas hay que buscarlo en los primeros síntomas opuestos a la fiel reproducción de la realidad. Corrientes como el impresionismo, o el arte naíf, que tiene en Sèraphine de Senlis a una de sus más reconocidas representantes. Nacida en la localidad francesa de Arsys (1864) en una familia extremadamente humilde, y huérfana desde la infancia, Sèraphine, analfabeta, trabajó desde niña como limpiadora en un convento y cultivó dos devociones: la Virgen María y la pintura. Descubierta de manera fortuita por un marchante de arte alemán cuando aún se ganaba el sustento en duras labores de limpieza y cocina, tuvo cierto reconocimiento que no evitó que en 1932 su pasión o su lucidez, en constante enfrentamiento con la realidad, la arrastrara a la locura y fuera internada en un psiquiátrico, donde murió diez años después a causa de las dosis masivas de tranquilizantes que le administraban, y de pura inanición, debido a la penosa situación que padecieron los psiquiátricos franceses durante la ocupación alemana. Fue enterrada en una fosa común, pero las obras que de ella se conservaban llamaron mucho la atención de insignes surrealistas como André Bretón, lo que le reportó su gran y tristemente póstumo reconocimiento artístico.
El nuevo siglo eclosionó artística y poderosamente generando lo que ha dado en llamarse vanguardias históricas, cuya diversidad apenas tiene un nexo en común: el cuestionamiento de todo canon anterior. No es de extrañar que, especialmente el dadaísmo y el surrealismo, vieran en la locura una vía aventajada hacia la libertad de creación y la contraposición al precepto burgués. No son pocas las biografías de vanguardistas que caminan por el lado salvaje de la existencia. Paul Joostens (Amberes 1889-1960), considerado el precursor del dadaísmo, fue autor de los primeros collages y objets dada en 1916, ensamblajes que frecuentemente hacía con cajas y otros materiales encontrados en los que combinaba el constructivismo con fantasías surrealistas, y de pinturas en las que deconstruía y fundía la figura humana y los paisajes y que lo sitúan entre los primeros cubistas y futuristas. Formó parte de destacados círculos y publicaciones de vanguardia hasta que en 1927 rompe toda relación con el entorno y se aísla como un ermitaño. Sus obras a partir de entonces reflejan un gran misticismo religioso —Joostens era católico estricto— y a la vez erotismo, lo que finalmente derivaría en una temática claramente alucinatoria, superponiendo, por ejemplo, figuras de la Virgen y de prostitutas. Vivió no obstante largo tiempo Paul Joostens, en su solitario delirio, artístico y alucinatorio.
«No es de extrañar que, especialmente el dadaísmo y el surrealismo, vieran en la locura una vía aventajada hacia la libertad de creación y la contraposición al precepto burgués»
El relevo de esta simbiosis arte-locura de las primeras vanguardias lo toman el expresionismo abstracto y, a continuación, el mencionado arte marginal o art brut que tiene en el artista francés Jean Dubuffet a su gran valedor: «Claro que este arte está loco. ¿Qué arte no es loco? Cuando no está loco no es arte«, asevera en 1945 tras una visita a los manicomios de la vecina Suiza, a donde había sido invitado por el embajador cultural del país helvético, y donde conoció al psiquiatra Walter Morgenthaler, autor de Ein Geisteskranker als Künstler («Un enfermo mental como artista»), análisis clínico-artístico de los trabajos del interno Adolf Wölfli (cantón de Berna, 1864). Huérfano a los 8 años, Wölfli fue pasando por diversas instituciones y tutelas, y otros tantos abusos físicos y sexuales hicieron de él un ser inadaptado y depresivo que en su juventud reproduciría las conductas de abuso sexual, lo que le reportó primero la prisión y, a continuación, su internamiento de por vida en un psiquiátrico, donde se le diagnosticó esquizofrenia paranoide. De conducta altamente violenta, vivió los primeros años en aislamiento hasta que un psiquiatra le proporcionó un lápiz y un papel, en un ensayo de terapia; proverbial ocurrencia porque el paciente se reveló como un sofisticado creador que, a su muerte en 1930, dejaría más de 25.000 obras. El doctor Morgenthaler, especialmente sensible al arte, llega a este hospital de Waldau en 1907 y enseguida considera que los trabajos del interno Adolf Wölfli tienen auténtico valor artístico. Su tratado le convierte en el primer enfermo psicótico reconocido como artista por el establishment.
Pero no fue Morgenthaler el único psiquiatra en consagrar su brillante carrera a la creación de los enfermos mentales. En 1922, el psiquiatra alemán Hans Prinzhorn publica su ensayo Bildnerei der GeistesKranken («Expresión artística de la locura») en el que sostiene que la creatividad de los psicópatas procede de la misma fuente emocional que alimenta cualquier expresión artística: una necesidad instintiva la del artista que, en su opinión, sobrevive a la locura y a la destrucción de la personalidad. Reunió en su Sammlung Prinzhorn, colección que se conserva en el Hospital Universitario de Heidelberg, donde el psiquiatra ejerció, unas 5.000 obras que inspirarían no sólo a Dubuffet sino a muchos y renombrados artistas como Paul Klee, Picasso, André Breton, Dalí, Miró, Kandinsky, Tàpies o Max Ernst, que reconocieron en aquellas obras un arte libre y espontáneo.
«Prinzhorn conduce a preguntarse si hubieran sido igualmente innovadores y extraordinarios los trabajos de algunos artistas consagrados en caso de haber sido tratados por psiquiatras igualmente brillantes»
Es curioso constatar que, para su estudio, Prinzhorn elegía únicamente pacientes que no estuvieran medicándose, y les pedía que dibujaran para evadirse de su sufrimiento. Lo que conduce a preguntarse si hubieran sido igualmente innovadores y extraordinarios los trabajos de algunos artistas consagrados en caso de haber sido tratados por psiquiatras igualmente brillantes. Es la misma duda que con frecuencia asalta al artista melancólico tumbado en el diván, sugiriendo a su médico que no le medique, porque necesita seguir «creando».
¿Es pues la locura fuente de inspiración y talento artístico? O en todo caso ¿qué relación guarda el trance creativo con las psicosis y neurosis? No son pocos los psiquiatras que estudiaron y quisieron llegar a conclusiones sobre este asunto que, como veremos, analizaron sin obtener respuesta, ni filosófica ni clínica. Entre los trabajos más recientes citaremos el de Pérez-Rincón desde la Asociación Psicoanalítica Mexicana, que sostiene que «si delirare es apartarse del surco, toda creación original, aquella que abre nuevos campos y expande las fronteras del espíritu, tiene necesariamente algo de delirante«. A lo que su coetáneo Luis Féder rebate: «Es el profundo esfuerzo espiritual, anímico y vital que requiere el proceso creativo y que muchos artistas no son capaces de soportar sin sucumbir en el desequilibrio». Pero quedémonos con esta otra apreciación del mismo Féder: «El artista vence la depresión, embelleciendo, a la vez, la tiniebla de nuestro origen y el horror de nuestro irremediable destino final». La contemplación del arte como terapia, no solo en tiempos de pandemia. ¡Larga vida al arte! O ¿será locura?
Elena Pita es periodista cultural especializada en arte y responsable de comunicación de la Colección Roberto Polo de Castilla-La Mancha.
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