Horas críticas

Libros de la semana #2

Breve historia del marcapáginas, de Massimo Gatta (Fórcola Ediciones)

Quienes, en su experiencia como ávidos lectores, hayan adquirido ese para muchos censurable hábito de doblar la esquina de la página como forma de recordar dónde se habían detenido, podrían no estar interesados en este libro. O tal vez sí. Porque esta microhistoria del marcapáginas, más allá del fetiche y las manías, pretende considerarlo como un objeto filosófico y simbólico capaz de revelar cuestiones paraliterarias que amplifican ese recorrido por las hojas. Bibliotecario de la Universidad de Molise, prolífico editor y experto en bibliofilia, Massimo Gatta (Nápoles, 1959) desmenuza aquí el sentido de este accesorio que no lo es tanto. Al fin y al cabo, como señala David Felipe Arranz en su prólogo, el marcapáginas es «testigo de nuestra memoria, trozo de biografía anclado en el tiempo, voluta emocional en forma de cartulina u otro material que encuentra refugio dentro de una novela o un poemario y que, ay, otro recogerá como testigo de nuestro paso por la lectura… y la vida».

La investigación de Gatta por la evolución de este señalador —que pudo tener su origen en el dedo índice de San Agustín— abarca desde un marcapáginas de cuero procedente del antiguo Egipto (siglo VI) o uno en marfil de origen indio (siglo XVI) hasta todas las tipologías actuales, incluyendo los electrónicos, que no desprecia. Entre medias hay tiempo de registrar las manecillas dibujadas en los márgenes de los manuscritos en la España del siglo XII, así como su mención o representación en misales, en novelas y en pinturas de Jan van Eyck, los Parmigianino y Bronzino o el gran Piero della Francesca, entre muchos otros artistas que dieron testimonio visual de su existencia. Por encima de todo el sinfín de curiosidades y referencias que contiene este «librito de capricho, juguete de fino diletantismo» en palabras de Arranz, se trata de un ensayo riguroso (del que da cuenta una extensísima bilbiografía final) y apasionado a su manera, pero convenientemente alejado de la pedantería que la erudición de su autor podría conllevar. Un recordatorio de la función esencial de este preciado asistente que, para Gatta, cumple «el objetivo de no perder el rastro de nuestro paso, como lectores, por el alma del texto».

 

Deslengua, de Carmen Camacho (Libros de la Herida)

«Desandar el lenguaje» es uno de los propósitos explícitos en los versos de este libro-joya que la autora jienense Carmen Camacho (Alcaudete, 1976) dedica a los pliegues, las contradicciones y las paradojas de la expresión oral, que aquí florece en escrita. Una cajita de cantares, proverbios, brevedades influidas por formas exóticas —japonesas y mexicanas— y juegos líricos al son del habla común, ese legado capaz de liberar todo lo que las gentes saben de la vida, un patrimonio al que no tantos escritores han hecho justicia. Hablando de esta, aquí se pretende dar voz a quienes carecen de ella, porque son muy humildes como para decir en alto y solo se permiten hacerlo en petit comité, como todas esas mujeres a las que algunos acusan de darle a la sinhueso. A las de su familia, que le dieron la bien llamada lengua materna, dedica Camacho esta obra: «De ellas mamé habla y brecha, mis palabras de leche, la música gramatical». Y es que por algún lado tiene que salir cuanto han aprendido en sus años de autoconsolarse los oídos, por falta de quien las escuchara, para decir lo que se les viene a la boca.

Las composiciones de Deslengua tienen mucho de la musicalidad y la fuerza emocional de los versos flamencos, citados varias veces en estas páginas: «Amores que son así, / como un castillo sitiao, / yo, llorando por salir, / tú, por no haber entrao». Porque hasta en su desenfado, los versos de Camacho no rehúyen el cara a cara con los desamores traducidos en rupturas de lo más cotidianas: «Tiro tus trastos / y en mi corazoncito / nace un espacio». Algunos son para tener una boca prestá, como se suele decir y como se titula el primero de los capítulos. De ahí vienen los ayeos, también presentes: «Mira si soy desgraciada / que me miro en el espejo / y me retiro la cara». Poeta y referente del aforismo en nuestro país durante las dos últimas décadas, donde ha destacado con sus libros Minimás (2008) y Zona franca (2016), Carmen Camacho se desboca en esta entrega, en coqueta edición para Libros de la Herida que podríamos llevar siempre cerca del pecho y cerca de la boca. De donde brotan las mejores intenciones y las verdades como puños.

 

La banda (The Gang), de Frederic M. Thrasher (NED Ediciones)

Hace cosa de un siglo ya hubo unos locos años 20 —lo de felices no está tan claro— que poco tuvieron que ver con los de ahora (otro tipo de desquiciamiento vírico, climático, político…). Pero fue entonces cuando se consolidó un fenómeno que esta mítica y monumental obra analizaría en profundidad por primera vez: el de las pandillas juveniles o gangs, ese subgrupo que quedaría asociado al crimen organizado en la era de la Gran Depresión y de figuras como la de Al Capone. Originalmente publicado en 1927, este ensayo del sociólogo Frederic M. Thrasher (1892-1962) procedente de su tesis doctoral y basado en un lustro de investigación sobre la materia, constituye un detallado estudio de la historia, morfología y funcionamiento de 1.313 bandas de Chicago, en una época donde la ciudad se había convertido en laboratorio social por excelencia. Un libro de sonado impacto e influencia en su momento, que no ha perdido interés por su avanzada forma de poner en relación urbanismo y sociología, y que ahora por fin ve la luz en castellano de la mano de la Biblioteca de Infancia y Juventud.

Thrasher describe la génesis de estas bandas, entendidas en el marco de la búsqueda de nuevas experiencias, como una consecuencia del entorno específico de los barrios empobrecidos (los slums) de la urbe, atados a la inestabilidad residencial, las migraciones y la miseria, más que de la raza o las decisiones inidividuales, como se tendía a sostener en aquellos años. Emparentando la aparición de estos grupos —inspirados por los principios del honor— con el feudalismo y el tribalismo, para este investigador «representan el esfuerzo espontáneo de los chicos de crear una sociedad para sí mismos donde no existe ninguna adecuada a sus necesidades». Es decir, que aquellas pandillas eran una forma de escapar a la vida monótona y la falta de oportunidades, como de manera bellísima han reflejado relatos como el de Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984). El ensayo de Thrasher analiza también el modo en que esos primeros escarceos dan paso a la organización y el estatus de poder en la banda, desembocando en su vinculación a hechos delictivos, si bien el autor se cuida de reducir la complejidad de esta realidad al retrato grueso y prejuicioso: «La banda es una manifestación proteica: no hay dos bandas iguales; algunas son buenas, otras son malas, y cada una debe ser considerada de acuerdo con sus méritos», concluye.

 

Venecia de Casanova, de Félix de Azúa (Athenaica Ediciones)

«Una de las razones por las que Venecia resulta tan abrumadoramente literaria es la de que todo en ella es falso, pero verosímil». Es una de las primeras sentencias que Félix de Azúa (Barcelona, 1944) regala en este ensayo publicado en 1990, que ahora recupera Athenaica bellamente ilustrado con lienzos y grabados de la época, en el marco de su colección Itinerarios. Corrosiva crónica del hundimiento en el siglo XVIII de la que había sido trascendental ciudad-estado en el comercio con Oriente, el autor retrata desde lo cotidiano los factores decisivos de aquella decadencia, fundada en su condición de rara avis: su sistema de república a contrapelo, su nobleza sin tierras y superada por las circunstancias, y su galopante corrupción que desencadenó la dilapidación de su fortuna. Empezando por las altas esferas y acabando por el pillaje entre la población más pobre, nadie supo ver que aquella potencia mediterránea iba a convertirse en uno de los últimos vestigios de un mundo a extinguirse.

Con prosa tan certera como despiadada en su mirada irónica sobre los hechos históricos, Félix de Azúa aborda el papel de la diversión —o el ridículo— en el desarrollo de los finalmente trágicos acontecimientos que llevaron al desprestigio de La Serenísima. Los burdeles, el famoso carnaval y los casinos serían testigos de su entrega a todo aquello que podía hacerla caer y desfigurarla hasta que pareciese un «teatro sobre las aguas». Una forma de vida burlesca de la que los propios ciudadanos venecianos se convirtieron en rehenes, pese a haber sido como poco consentida por un patriciado que pensaba tener entretenidas así a las clases populares. «Era el propio terror a la muerte lo que había convertido la vida en una comedia», escribe el autor respecto de las Memorias de Giacomo Casanova, testimonio que enmarca aquel periodo de Venecia en este libro. Y así cuenta De Azúa, entre otras fascinantes historias, la de cómo el gobierno de la ciudad (en la que no estaba permitida la entrada de cuadrúpedos desde el siglo XIII) dispuso picaderos de aprendizaje para que los nobles aprendieran a montar a caballo, «pues un hidalgo o gentilhombre sin experiencia de equitación era, en el mundo civilizado, algo inconcebible y de muy mal agüero». Paradojas de una ciudad descabalgada y a borde de la ruina.

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