Crónicas en órbita

No es exceso de feminismo, es exceso de mercado

Soy de la idea de que expresiones como “demasiado feminista” sólo pueden ser pronunciadas por alguien a quien lo que le sobra es una profunda misoginia. También me considero enormemente entusiasta por lo que algunos llaman “feminismo pop”, sobre todo desde que la periodista Luciana Peker me enseñó que la broma, el goce, lo superficial, la risa o la tontería también podían y debían formar parte de nuestra lucha, porque qué es el feminismo sino la búsqueda de la igualdad en todos los ámbitos, incluso en el del ocio o el del placer.

Si remarco esto es porque a pesar de mis firmes convicciones, en los últimos meses parece que una duda, una sospecha, esté rondando las cabezas de quienes nos dedicamos a la industria cultural, y específicamente a la del libro, donde de la noche a la mañana las mesas de novedades se han llenado de cubiertas teñidas de color rosa y violeta, o de títulos y subtítulos en los que palabras como “mujer”, “feminismo”, “feminista”, “nosotras”, “nuestra lucha”, “juntas”, “olvidadas”, “chicas”, “rebeldes”, y un largo etcétera, lo invaden todo. ¿Se trata de una moda? ¿El mercado editorial fagocita una lucha muy amplia y muy honesta con el fin de desestabilizarla? ¿Nos estamos pasando tres pueblos con esta supuesta revolución de libros que buscan la igualdad? ¿Se publica cualquier cosa? ¿Todo vale si lleva la etiqueta de “feminista”? ¿Actuando así incidimos más en la salud de la industria o en la de la revolución? Lanzadas estas y más preguntas, ¿qué debemos hacer ahora?

El merchandising feminista se ha desbordado. En la imagen, un jarrón con forma de mano de mujer.

Hace tan solo unos meses, la periodista especializada en temas relacionados con la crianza y las maternidades Diana Oliver se hacía la misma pregunta en un reportaje publicado en El País, aunque centrándose únicamente en ese otro supuesto boom de literatura a propósito de la maternidad que, si lo pensamos bien, sólo sería posible dentro de otro boom más grande que es el que aquí nos ocupa. En dicho artículo, escritoras como Laura Freixas o Silvia Nanclares celebran que la cantidad de voces nuevas y diferentes que desde sus propias experiencias están abordando la maternidad: maternidades frustradas, abiertas, maternidades alegres, maternidades precarias, no-maternidades, maternidades deseadas e indeseadas… Como apunta Oliver, tal vez una de las claves más importantes a la hora de pensar el mercado editorial sobre maternidades sea la ambición, la pasión por contar lo no contado y por narrar desde una perspectiva única. De su reportaje se extrae la necesidad de seguir escribiendo. Pues, aunque ya se haya hablado de muchas maternidades posibles, siempre nos seguirán faltando enfoques, siempre nos seguirán faltando referentes. Incluso si parece que hoy lo sabemos todo del acto de dar a luz o de criar, quienes leemos tenemos la sensación de seguir necesitando más.

Algo parecido se me antoja con la superproducción de literatura feminista, que aunque no dejo de ver nuevos títulos salir de imprenta, mi necesidad de más está ahí, muy latente. Quiero leer sobre violencia sexual, quiero leer sobre cuestiones LGTBQ+, quiero entender qué siente en el mundo una mujer trans, quiero conocer la literatura producida por las mujeres más jóvenes de Sudáfrica, quiero un ensayo que contradiga lo que pienso y siento a propósito de la abolición de la prostitución, y también otro que confirme mis teorías.

«Como lectora necesito algo más punki todavía que Teoría King Kong, y algo más delicado aún que los versos de Rupi Kaur»

Portada de ‘Teoría King Kong’, de Virginie Despentes, un clásico del nuevo feminismo editado en España por Literatura Random House.

Como lectora, necesito en 2019 algo más punki todavía que Teoría King Kong, y algo más delicado aún que los versos de Rupi Kaur. Necesito algo más erótico que la narrativa sobre el deseo de Pauline Delabroy-Allard, y algo más contundente —cuando me reponga de ese golpe— que la poesía inmensa y antirracista de Koleka Putuma. A lo que me refiero es a que, en un primer pensamiento, jamás se me ocurriría decir que todas esas autoras, que todos esos libros, son “demasiados”, ni “excesivos”, que no me preocupa la proliferación de feminismos en la literatura porque en los ejemplos citados hay una pasión por ahondar, por ir más allá, por contar de otros modos esta lucha por la igualdad en la que nuestra parte de nuestra sociedad se ha embarcado.

Como lectora, siempre he deseado encontrar libros que me iluminen y que me desafíen, faros entre la niebla y la oscuridad, como quien dice. El problema es cuando esos faros se colocan en mitad de una playa, pero no dan una luz justa. Es ahí donde llegan las dudas. Para qué malgastar palabras y voces si son redundantes o no aportan puntos de vista diferentes. Para qué llenar la mesa de novedades de cuestiones obvias, de feminismos copypasteados, de reivindicaciones injustas: ¿estamos dejando de iluminar con esos libros? ¿Es posible que, después de todo, tal esquizofrenia de luces nos acabe precipitando hasta las rocas?

Visualizar esas bombillas intermitentes, esas luces fallidas, no debería costarnos. Detectarlas, de hecho, es muy fácil porque en seguida chirrían. La enésima biografía de Frida Kahlo —si tenéis que buscar una, id a la de María Hesse, con esa basta—, el enésimo libro de versos configurado por un escritora fantasma para que pueda firmarlo una celebridad —si os gustan no ya los versos, sino la poesía sentimental, buscad a Irene X, pues su lírica ya resume y potencia lo que toda una lista interminable de autores han emulado—, la enésima autobiografía de descubrimiento feminista —id a por las memorias de Deborah Levy, de María Moreno o de Olivia Sujdic—, la enésima incursión en el debate de género de otro hombre-blanco que desea dictar sentencia —para eso salpicad vuestra mirada con el trabajo de Víctor Parkas o Paul B. Preciado—.

«Es nuestra responsabilidad escribir y leer separando el grano de la paja»

No es “exceso de feminismo”, es exceso de mercado. Lo excesivo aquí no tiene que ver con el discurso, sino con quien desea apropiárselo en su favor —económico, tal vez, likeable, si esa expresión existe— y no es capaz de investigar más allá de lo que se ha escrito, de lo que se ha creado, de los discursos que existen, para que su mirada sea una manera hermosa de ampliarlo. Porque escribir feminismo también es hacer genealogía. Tender la mano a lo que estaba y a lo que estará, batallando desde el presente a fin de que el dolor de muchos termine. Es importante tener esto en cuenta porque llegará el momento en el que la tendencia cambie. En el que, en vez de libros de color rosa y violeta, lo que quienes tienen el poder quieran sean libros de color verde o marrón para hablarnos del cambio climático y del futuro más o menos terrible de nuestro planeta.

Se publicarán libros luminosos y se publicarán libros que pertenezcan a la ola. Y no por ello el cambio climático o el futuro incierto será más o menos real de lo que ya lo es; como no por ello la lucha contra el machismo es menos urgente de lo que es. Nuestra responsabilidad a la hora de escribir y editar pasa por pensar en ello. Como es nuestra responsabilidad escribir y leer con la capacidad de separar el grano de la paja. No dejemos que nadie mine nuestro entusiasmo. Que nadie reviente nuestro derecho al conocimiento ni tampoco al ocio. Que el único exceso sea el de nuestra felicidad al descubrir nuevas lecturas, siempre.

 

 

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