Crónicas desorbitadas

Sidney Franklin, el torero de los estigmas

Estadounidense de origen ruso, homosexual, amigo de Hemingway… en este 2019 la insólita peripecia del matador es reivindicada en multitud de foros

Sidney Franklin fotografiado por Lefkowitz en 1930 en un centro cultural español de Manhattan.

Este año el torero de moda resulta ser un estadounidense, de familia rusa, nacido en Brooklyn y además fallecido ya hace cuatro decenios. Se trata de Sidney Franklin (1903-1976), Frumpkin de apellido original, un norteamericano que pasó sin pena ni gloria por los ruedos y murió en una residencia en su tierra natal. El pistoletazo de salida del repentino culto (reivindicación) a Sidney Franklin parece haberlo dado un artículo en The New York Times (26-6-2019), donde acaso el somero repaso a su vida taurómaca es lo de menos, puesto el énfasis especialmente en su condición de homosexual –condición no declarada abiertamente mientras toreó–, a lo que se añade la de ser judío y haber sido apodado en tiempos El torero de la Torah. La cercanía del Día del Orgullo con el artículo en The New York Times no es casual y al hilo de la información aportada por el rotativo, diarios de todo el mundo, de Londres a Madrid, pasando por exactamente 90 segundos en el telediario de Televisión Española, se hicieron eco de su figura.

El artículo del NYT contribuye no poco a que los méritos de la fugaz estrella taurina quede ahora constreñida a un asunto de orientación sexual más que a su arte. Ello se debe a que se sigue sosteniendo, como hace el articulista, Corey Kilgannon, que la tauromaquia es un asunto de “machos”, lo que le ayudó a enmascarar su homosexualidad. Entre los entrevistados para el artículo, Rachel Miller, trabajadora del Centro Judío de Brooklyn, afirmaba que era permisible pero invisible su “estigma de auto-expresión queer… Era un hombre gay en un deporte muy macho”. Queer, un término que sin duda haría feliz a Michel Leiris, quien sostenía en su libro Espejo de la tauromaquia (1938) que el torero era el elemento femenino de la corrida de toros, por oposición al masculino, el toro, y, ya de paso, afirmaba que los olés eran el culmen del orgasmo. Su nieta afirma, igualmente entrevistada para el mismo artículo, que Franklin nació demasiado temprano para el movimiento LGTBI, pero que si le hubiese tocado en su tiempo “habría liderado el movimiento”.

Cómic basado en la figura de Sidney Franklin.

Esta reivindicación de Sidney Franklin como parte de un colectivo al que, quisiera o no, nunca pudo pertenecer, no debe esconder una vida ciertamente atractiva que recoge el propio Franklin en su autobiografía (Bullfighter from Brooklyn, 1952), aún inédita en español. En 2009, Bart Paul glosaría de nuevo su vida en Double-edge Sword: The Many Lives of Hemingway´s Friend, the American Matador Sidney Franklin. Como puede leerse por el título de esta biografía, Hemingway sería una figura fundamental en la vida de Franklin. El premio Nobel retrataría al torero en su novela Muerte en la tarde, afirmando –exageradamente– que “es valiente con un sentido frío, sereno e inteligente del valor… Es uno de los más hábiles, elegantes, diestros y lentos con la capa que torean hoy día…. Mejor, más técnico, más inteligente… Se encuentra entre los seis mejores matadores de España actuales”. Hemingway se correría numerosas borracheras en España con Sidney Franklin, aunque parece que las simpatías del premio Nobel por los republicanos iban en consonancia con las del de Brooklyn con la aristocracia defensora del golpe.

«Hemingway se correría numerosas borracheras en España con Sidney Franklin, aunque las simpatías del Nobel por los republicanos iban en consonancia con las del de Brooklyn con los del golpe».

Mayores dificultades que las ideológicas encontró la relación de ambos en Marta Gellhorn, reportera de guerra que acompañó a Hemingway a España en 1936 y se convertiría en su tercera esposa. Marta Gellhorn se opuso frontalmente a la relación de ambos y parece que fue debido a que conocía la homosexualidad de Franklin, o quizás sólo sea una leyenda y lo que le preocupaba era su condición de amigote de Hemingway. Quizás para vengarse de Marta Gellhorn, quizás como titular para el siglo XXI, Franklin dejó escrito en su autobiografía que él con Hemingway dormía en la misma cama. Fue una revelación que no escandalizaría a los lectores de Moby Dick, quienes conocen la noche que pasaron durmiendo juntos y abrazados el protagonista Ismael y el salvaje Queequeg. Volviendo a lo taurino, las crónicas españolas de la época, menos amigas que Hemingway de su paisano, no retrataron a Franklin con tanta benevolencia, aunque en su presentación en Sevilla, en 1929 y precedida de una verdadera campaña mediática en los diarios pagada por el propio torero, el crítico Rafael Sánchez Guerra, escribiese en ABC que “obtuvo un buen éxito”. En cualquier caso, recibió muchas cornadas y su valentía siempre se ensalzó.

Vestido de traje de luces en una imagen de época aparecida en The New York Times.

La verdadera carrera de Sidney Franklin en el toreo transcurre en México, el lugar en el que vio por primera vez torear a Rodolfo Gaona y decidió seguir sus pasos, tomando allí la alternativa en 1931, en Nuevo Laredo y con Marcial Lalanda de padrino. Un año antes había recibido en España una cogida espeluznante de un novillo, de la que tardó en recuperarse tras múltiples operaciones. El lugar por el que penetró el cuerno también sirvió para hacer chistes, alguno atribuido a Hemingway y que repetidos aquí nos llevarían primero a los pies de los caballos del Santo Oficio de las redes sociales y posteriormente ante el juez. Baste acaso decir que el cuerno del toro se interesó por el coxis, recto, esfínter, intestino grueso… dicho esto para solaz de la legión de aficionados a las cogidas de los toreros.

En España llegaría a confirmar la alternativa en fecha muy tardía, un 18 de julio de 1945 en Las Ventas, cuando ya pasaba la cuarta decena de su vida. El diario ABC escribía: “Se ha empeñado en ser torero… Pero el toreo no tiene traducción posible… Sólo cabe en el habla española en que nació.” El mismo diario le dedicaría el día 22 una caricatura vestido de corto.

Quizá por ser el primer matador estadounidense –luego le seguiría Barnaby Conrad, quien en su caso dedicaría la pluma en la biografía novelada de Manolete The death of Manolete, 1958–, Franklin causó sensación en su patria. Fue contratado para aparecer en la película del entonces muy popular actor Eddie Cantor The Kid fron Spain (Torero a la fuerza, 1932), y, en 1944, esa manifestación de la cultura popular que es el cómic glosará su vida True Comics nº 40, historieta reeditada en True Comics nº 83 (1950), donde aparece en portada. No siendo esto poco, el propio Franklin se publicitaría por los Estados Unidos en una serie de conferencias por diversas ciudades en las que trataba de explicar el arte del toreo. Comenzaba el torero las conferencias disertando vestido con un impecable frac, para acabar con una parte teórica en la que se vestía de luces y realizaba diversos lances de toreo de salón con el capote. Quizás lo de queer sí resulta una definición acertada. Según la crónica que el corresponsal de La Vanguardia envió a Barcelona y aparecida el 17 de mayo de 1931 en dicho diario, el público yanqui se mostro frío ante aquella muestra de taichí ibérico.

«Si algo fue Franklin es un pionero, un hombre que aunaba demasiados impedimentos para dedicarse al toreo»

Pero, si algo fue Sidney Franklin, es un pionero, un hombre que aunaba demasiados impedimentos para dedicarse al toreo: había nacido en un país equivocado, era practicante de una religión para la que no había sinagogas (capillas) en las plazas de toros, era homosexual en una época en que revelarlo suponía una dificultad añadida para cualquier profesión y era valiente, hasta la temeridad, como afirmaban los críticos de la época. Y en el fondo, esa temeridad era muy del país que originó la tauromaquia, como lo demuestra que Franklin abriese una escuela taurina en Sevilla y una cafetería. Difícil pensar en un joven sevillano aspirante a torero que quisiese aprender de un americano; y qué decir de abrir un café en unos tiempos en los que se chiflaba para llamar al camarero, como si fuese un chucho. En cualquier caso, la valentía le costó cara, pues tuvo que pasar nueve meses en cárceles franquistas, detenido oficialmente por irregularidades con matrículas de coches, y extraoficialmente por estigmas que cualquier valiente callaba en la España de Franco: ser judío en la España de pertinaz sequía y conspiración judeomasónica, y homosexual, una mácula entonces con dos salidas, ocultarse en las sombras o dormir a la sombra de la cárcel por la aplicación de la ley de vagos y maleantes. Ese fue Sidney Franklin, un valiente, tanto que, en términos taurinos, toreó miuras en Tánger, el 13 de agosto de 1952, a punto de cumplir el medio siglo de vida, aunque le devolviesen el primero de su lote al corral al escuchar tres avisos.

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