Horas críticas

Los vínculos escogidos

Un asunto de familia, Kore-eda. Traducción: Rumi Sato. Nocturna Ediciones, 2019. 232 páginas. 15,50 €

La Palma de Oro obtenida en el Festival de Cannes de 2018 por Un asunto de familia sancionaba finalmente a Hirokazu Kore-eda (Tokyo, 1962) como el más exportable representante del nuevo cine de autor japonés en esa vertiente humanista que, superado el inicial efecto kimono de los filmes de geishas y samuráis de Kurosawa o Mizoguchi o la etapa más radical y militante de la nuberu bagu (con Oshima e Imamura al frente), ha conformado cierto canon crítico del cine nipón desde la perspectiva occidental, en especial a partir de la creciente apreciación de Yasujiro Ozu como maestro y quintaesencia de un estilo fílmico y unos temas eminentemente japoneses.
Es pues un lugar común de la crítica situar a Kore-eda como heredero contemporáneo y posmoderno de esa tradición del shomin-geki (que podría traducirse como drama de gente común) centrado en personajes urbanos de clase media y en los avatares de las relaciones familiares observados desde una cierta mirada realista, intimista y reposada.

Un asunto de familia culminaba con este reconocimiento una fructífera trayectoria de más de dos décadas en la que Kore-eda (su debut se produce en 1995 con Maborosi), junto a otros compañeros de generación como Naomi Kawase, había desarrollado un cierto estilo reconocible en el que el Japón contemporáneo podía encontrar cierto eco en aquel país de los años 50 y 60 que retrataran Ozu o Naruse en sus películas postreras, un eco reescrito bajo el prisma de la posmodernidad, una estética sensorial y atmosférica, los cambios de costumbres en plena globalización y un sentido de la japonesidad civil a partir de la pervivencia de las tradiciones culturales, filosóficas o incluso religiosas.

La película en cuestión, de la que este libro editado por Nocturna Ediciones es, literalmente, una versión novelada a posteriori por el propio autor y no un guion previo, aborda como en títulos anteriores (pienso en Still walking, De tal padre, tal hijo o Mi hermana pequeña) una trama que bien podría estar sacada de una crónica de sucesos de actualidad, a saber, el descubrimiento de una suerte de falsa familia avenida en particulares circunstancias delictivas y por voluntad propia de la que también formaba parte una pequeña niña desaparecida.

«Kore-eda dibuja aquí un modelo disfuncional de familia que refuerza aún más si cabe el sentido de la normalidad perdida»

Al Kore-eda cineasta y escritor no le interesa tanto la pesquisa policial o el morbo del caso (de hecho lo satiriza cuando aparecen los periodistas y la policía) como el retrato, siempre con distancia de seguridad y objetividad, de cada uno de los miembros de ese núcleo y de las relaciones dentro del mismo, un núcleo con seis personajes duales que van a suplantar y redoblar, en renovada y artificial armonía, los roles tradicionales de la abuela viuda (Hatsue, interpretada en el filme por la veterana Kirin Kiki en el que sería su último papel en el cine), el padre Osamu, la madre Nobuyo, y los tres hijos, una joven veinteañera que se gana la vida en un local sexual para adultos (Aki), un niño (Shota) que ha aprendido de su padre postizo el arte del hurto en pequeños establecimientos, y la niña (Yuri) encontrada escapada de un hogar de maltratos y escaso afecto paternal.

Kore-eda dibuja aquí a un modelo disfuncional de familia que refuerza aún más si cabe el sentido de la normalidad perdida, un modelo además que visibiliza ese espectro social normalmente silenciado formado por aquellos grupos limítrofes con la marginalidad en tiempos de crisis, lejos de la opulencia o las rutinas de la clase media de los salary man y sus familias: los integrantes de esta peculiar familia desplazada trapichean, engañan y extorsionan, son perezosos con el trabajo, coquetean con la prostitución, realizan pequeños hurtos, viven literalmente y casi invisibles al margen de la ley, y así es como a Kore-eda le interesa retratarlos, en esa escalada de pequeños afectos, suplantaciones y vínculos construidos en las rutinas cotidianas (la comida, el descanso, el robo, una visita al mar…), en el pequeño espacio del hogar que comparten, resistente aún a la especulación inmobiliaria entre los altos edificios de un barrio en transformación.

Un fotograma de ‘Un asunto de familia’. Kore-eda, 2018.

Podemos hablar así de una historia sobre unos vínculos elegidos y voluntarios que delimita un mapa de cariños y deseos lejos del ruido, unos afectos que tanto el filme como la novela van cocinando a fuego lento entre pequeños detalles líricos, roces prosaicos y cambios de estaciones, con un narrador que se sitúa a distancia prudencial de la sobrecarga sentimental o el subrayado de las motivaciones y el peso con el que acarrea cada uno de los personajes.

«El libro proporciona información adicional que queda eludida en el filme, en un interesante ejercicio de relleno biográfico o psicológico»

Bien es cierto que, en la puesta en papel, Kore-eda nos proporciona alguna información adicional que en el filme queda eludida o apenas sugerida, en un interesante ejercicio de relleno biográfico o psicológico que podrá ser objeto de un estudio más atento por aquellos interesados en las relaciones entre el cine y la literatura. Para el lector que haya visto previamente el filme, la novela Un asunto de familia materializa pequeños matices que en la película quedaban abiertos a la interpretación, pero sorprendentemente, y contra todo pronóstico (nos hemos tomado la molestia de volver a ver la película después de la lectura), también insufla una carga de lirismo y melancolía, no puede ser de otra manera tratándose de una historia sobre la fugaz ilusión de los desarraigados de formar parte de una familia, que en ocasiones se escapan en el relato cinematográfico.

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