«Esto que veis ahora es el mismo cielo que otro mes de agosto vieron Ulises desde Troya, Julio César al cruzar el Rubicón o Napoleón y su tropa desde las pirámides». Así comienza Universo y sentido de Norbert Bilbeny, con las palabras de un fraile astrónomo y una caminata que no solo recorre un sendero entre pinos y romero, sino que abre un camino de pensamiento. Desde ese instante —humilde, concreto, humano— nace un ensayo que es también un viaje hacia lo más remoto: una exploración del cosmos no como escenario, sino como enigma, como belleza, como espejo.
Este libro no busca respuestas definitivas, sino formas de mirar. Viaja desde las primeras noches en que el fuego permitió salir de la cueva hasta los horizontes abiertos por telescopios como el James Webb. Pero lo que le interesa no es tanto la tecnología como el temblor que provoca una estrella al ser vista, la inquietud que despierta una galaxia que existió hace trece mil millones de años. ¿Qué significa que el universo, a través del ser humano, se observe a sí mismo? ¿Dónde empieza el mundo: fuera de nosotros o dentro?
Poblado de filósofos, poetas y científicos, Universo y sentido es un homenaje al asombro, una meditación sobre la fugacidad, una interrogación persistente: ¿tiene sentido lo que vemos? ¿Lo tiene porque lo vemos? Bilbeny propone que sin testigo no hay cosmos, y que cada noche estrellada es también una invitación a volver a mirar con ojos nuevos. Como Wilde nos recuerda: aunque estemos en el pozo, algunos seguimos mirando hacia las estrellas. Y en esa mirada, el universo se abre, se piensa, se siente.
Defines la curiosidad como una mezcla de miedo y deseo. ¿Cuáles son las raíces del impulso humano hacia lo desconocido?
Vamos a ver: diría que lo conocido y lo desconocido existen juntos. Afrontar lo desconocido presupone que lo damos como tal: conocemos que es desconocido. Por algo será. Y, a su vez, dar algo por conocido nos descubre tarde o temprano que no lo conocíamos tanto. Todos hemos tenido esta experiencia. Entonces, el impulso humano hacia lo desconocido se debe tanto a la fuerza de la curiosidad como a la del conocimiento. De la ignorancia y la indiferencia no brota nunca nada.
¿Una mala pregunta puede conducir a una buena?
Desde luego, pero no todas las malas lo harán. La mayoría de las buenas respuestas han partido de preguntas en apariencia malas, y la mayoría de las buenas preguntas solo lo son en apariencia, porque en realidad son «preguntas contestadas». Quizás el preguntarse sobre el sentido del universo —o de cualquier cosa— sea ya una de éstas. Preguntando contestamos. Mientras que el mundo hoy, que pertenece a la tecnología, no pregunta, sólo quiere respuestas fáciles, gratas y rápidas.
¿Qué diferencia hay entre el vacío y la nada?
El vacío es un concepto físico y la física admite el vacío. Pero hasta cierto punto: siempre habrá en él partículas. El universo partió del vacío, que se sepa no había otro universo antes. Ninguna materia, ninguna energía, pero sí parece que había fluctuaciones cuánticas. Sin embargo, hablamos del vacío en términos metafísicos. Eso es otra cosa. Es una metáfora, para indicar —contra toda ley física— que «no hay nada». La nada misma es otra metáfora, pero correspondiente a cierta modalidad de pensamiento o cierta clase de percepción que pone énfasis en el vacío para oponerlo radicalmente al ser y se le llama «la nada». Pero llamarla ya es hacerla algo…
¿Cree que Panta rei de Heráclito de Éfeso sigue siendo una intuición válida ante un universo donde hasta las constantes parecen cambiar?
Que «todo fluye» no es una intuición, es un fenómeno universal. Todo fluye, y decirlo es lo único que no cambia. Eso sí permanece, hasta que sucediera que nada fluyese… Entonces deberíamos cambiar la frase. Mírate al espejo verás cómo has fluido.
¿Qué había antes del cosmos?
Pudo haber otro cosmos, o el vacío absoluto que niega la física. Pero la pregunta es otra «pregunta contestada»: ya presupone un antes. Para el cristianismo estaba Dios. Otras religiones o mitologías tienen también sus respuestas. La cosmología sostiene la hipótesis del Big Bang que dio origen al cosmos y estuvo precedido por fenómenos cuánticos.
¿Hay o pudo haber varios, o miles, o millones de universos más?
Ya es suficientemente especulativo pensar que pudo haber otro universo antes del actual. Pero imaginar que además pudo haber o que hay más universos —el «multiverso»— es una idea imposible de negar categóricamente desde el punto de vista científico. Ya se avanzó Giordano Bruno.
¿El tiempo cósmico, al carecer de pasado, presente y futuro, es una realidad o una abstracción matemática necesaria para entender el universo?
El tiempo cósmico es una medición matemática. Sin matemáticas creemos que no conoceríamos el universo ni nada. Cualquier niño pequeño sabe que dos caramelos no es un solo caramelo. Cuenta con los dedos. El tiempo cronométrico es el único que podemos considerar objetivo; medimos el cosmos por años luz, puro tiempo del reloj. Pero es un tiempo convencional, como los números. El tiempo no existe en sí mismo.
¿Saber más significa ver menos?
Saber más es saber mirar mejor y por lo tanto ver al final mejor. Porque no se ve bien lo que antes no se ha mirado bien. Por ejemplo, solo ves Las Meninas o un paisaje si has aprendido a mirarlos. Si no, no los ves. Mirar un desnudo pictórico o fotográfico nos entrena para gozar de un desnudo natural. Si no, este se ve menos. Mirar precede al ver de verdad.
En tus palabras: «Tan inabarcable es el espacio como nuestro propio cerebro». ¿Cómo crees que están conectados espacio y cerebro desde la filosofía?
El cerebro ha hecho la mente y esta al cerebro. El cerebro está en el espacio y ocupa un espacio, al igual que la mente no existiría si no se hubiera acostumbrado a un espacio que ella misma ha ido creando con la intuición espacio-temporal. El espacio tampoco existe en sí mismo, aunque lo midamos. Es otra convención. Si el cerebro y la mente producen la idea y la sensación de espacio, éste y el cerebro son un todo indivisible, aunque sean distintos.
¿Está limitado nuestro lenguaje para capturar la magnitud y la belleza del universo?
Se ha dicho que los límites del mundo son los límites de nuestro lenguaje. Si el mundo es el mundo que conocemos, o que, en todo caso, nos podemos representar, la frase es correcta. El lenguaje tiene un límite y nos limita. Pero con la maravilla del lenguaje podemos hacer maravillas, poniendo al límite lo que nos permite jugar con este instrumento. Se llama magia, ensalmo que cura, poesía.
¿Qué dice del ser humano el hecho de que no dejemos de imaginar la compañía extraterrestre?
Dice de nuestra mirada geocentrista y antropocentrista. Hablamos de los «extraterrestres» y de la «vida extraterrestre» como si lo hiciéramos de nosotros y siempre en paralelo con lo que conocemos de la Tierra. Con 400.000 millones de galaxias en el firmamento es más que probable que haya vida en los infinitos planetas y es posible que sea también una vida inteligente. Lo que puede darse por seguro es que esa inteligencia y la forma orgánica o mecánica en que esté incorporada no va a tener ninguna relación con la vida y la inteligencia terrícolas.
Citas a Steven Weinberg, para poner de relevancia que cuando nos encontremos ante teorías alternativas, incluso avaladas por los datos, «hemos de juzgar cuáles tienen la clase de elegancia, consistencia y universalidad que las hace dignas de tomarlas en serio». ¿Crees que la búsqueda de sentido en el universo exige el mismo tipo de elegancia y consistencia que exigimos a las buenas teorías científicas?
Por descontado. Ciencia y filosofía comparten, o debieran compartir, los requisitos de racionalidad y razonabilidad, entre los que destacan la claridad, simplicidad y coherencia del lenguaje utilizado, desde las ecuaciones hasta los argumentos. Un teorema es quizás la obra más perfecta de la ciencia, el arte y la filosofía. El humano más feliz es el que consigue demostrar bien un teorema a los demás. La verdadera felicidad es intelectual.
¿El universo que habitamos es también el que nos constituye?
Es evidente. Literalmente somos polvo de estrellas. Estamos constituidos por moléculas, átomos y partículas, sobre todo de hidrógeno, procedentes del Big Bang. Somos parte del universo, con el que compartimos materia y energía. Pero la humanidad posee además información: ADN, lenguaje, datos, tecnología ¡y mensajes de amor! El universo nos constituye también así, privilegiándonos como seres capaces de información. El universo que conocemos es un agregado de partículas y bits de información: números, fonemas, pensamientos.
¿Por qué el contacto con el cosmos nos puede liberar de los miedos paralizantes?
El cosmos puede paralizarnos también. Un asteroide acabó casi con la vida en la Tierra. Pueden impactarnos otros. O alterarse la bomba nuclear que es el Sol. El mayor de los peligros viene del cosmos, aunque los más inmediatos están en la Tierra y se llaman «los seres humanos». El peor de los miedos es hoy por hoy el que nos provocamos los propios humanos, con el miedo al otro, el miedo a uno mismo, y el miedo resultante por crearnos ambos miedos: al otro y a uno mismo. El miedo al miedo. Saber de nuestra pequeñez y ridiculez en el espacio, pero también de nuestra inteligencia y sensibilidad ante él, nos debería quitar todos los miedos innecesarios: miedo a la libertad, al otro, al fracaso, a la enfermedad y la muerte, y dejarnos solo el necesario para advertirnos de los peligros. Mirar las estrellas lo relativiza casi todo.
Asocias el impulso que lleva a imaginar a Dios al que nos lleva a estudiar galaxias, teorías cuánticas o dimensiones invisibles ¿eso es la famosa equidistancia?
Dios es una creencia y un motivo de fe. Si Dios es infinito y todopoderoso la mente humana no puede pensar a Dios más que con mucha imaginación o simplemente como una creencia más. Pero no le veo equidistancia con el pensar el universo; igualmente rebasa nuestra capacidad de pensar, pero por lo menos es físico y cognoscible, a diferencia de Dios. El gran cosmólogo Lemaître intentó pensar ambos a la vez, como tantos otros sabios y a la vez creyentes en Dios. Contemplar y estudiar el cosmos puede conducirnos no obstante a cualquier pensamiento favorable o contrario a la existencia de Dios.
«Quien ha visto desde tan lejos la belleza de la Tierra no es fácil que soporte después la contradicción que supone saber la cantidad de dolor e injusticia que hay en ella». ¿Crees que ese conflicto entre contemplación y conciencia es también el origen de toda ética?
Así lo creo yo. Yo entiendo la ética como una estética de la coexistencia universal, basada en el respeto y la armonía con los demás seres y con uno mismo. Intentar reducir la ética a la biología, la política o la religión plantea contradicciones de fundamentación. Ética es estética en el sentido original de esta palabra: sensibilidad. Ser sensibles a una coexistencia en paz, confiada, agradable y fructífera.
Pones de ejemplo de honestidad intelectual a Johannes Kepler por que en su obra Astronomía nova reconoce que sus investigaciones están basadas en la de su maestro Tycho Brahe ¿crees que esa ética científica sigue siendo posible —o siquiera valorada— en la investigación actual sometida a tanta presión por publicar y destacar?
Hay de todo. Estamos en una época de tecnología más que de ciencia, que se halla bastante estancada. No hay avances destacables en la física y las ciencias sociales no han alcanzado todavía a conocer a fondo ni predecir la conducta humana. La universidad se ha convertido en una industria del conocimiento, ajena a los valores y al saber en sí mismo. Ya lo denunció Nietzsche. Como sociedad los humanos estamos a medio hacer y vamos de fracaso en fracaso. Abrid el periódico… La ciencia son hoy los jóvenes científicos todavía no comprados por la industria, y los científicos senior que esa industria pronto jubila.
¿Por qué la contemplación del cosmos genera conciencia de lo efímero?
No hay persona mínimamente sensible e inteligente que no tenga la intuición de que esto que ve por la noche ha existido y existirá antes y después de ella por millones de años más, y que ella por tanto es como una tenue llamita que dura menos que un segundo en el universo. Además de efímeros, ver el cosmos nos hace sentir frágiles y vulnerables: Júpiter no tiene problemas de supervivencia, y yo, en cambio, tengo dolor de muelas y sé que puedo morir mañana. Qué contraste.
«Es el momento de sentir que el universo no está arriba; sino aquí, en esta piedra caliente por el Sol y cubierta de reseco musgo sobre la que estamos acostados» ¿Esa forma de estar en el mundo —presente, atenta, tocando el todo desde lo mínimo— es el verdadero horizonte del pensamiento filosófico hoy?
No lo creo. Más bien observo la filosofía actual sin horizontes. La de carácter académico habla sólo de problemas académicos. Es una filosofía técnica. La de carácter popular es una forma de terapia del individuo desorientado, perplejo y solo al que se le vende autoayuda como filosofía. No hay en la filosofía de hoy un horizonte cósmico, ni cosmopolita, ni con una visión global, basada en la ciencia, del problema humano. Kant sigue vigente.
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