Crónicas en órbita

Unas musas sevillanas: sus calles.

En las calles de la capital del sur están presentes los cinco elementos considerados motores de la inspiración artística. El amor, lo espiritual, el arte, la vida cotidiana, y la naturaleza. A lo largo de los siglos, y sin excepción, sus visitantes han mencionado estas características, definiendo a la propia ciudad como un espectáculo, donde la arquitectura, los colores y la gente ponen el escenario. Considerada una de las mejores del mundo para recorrer paseando o en bicicleta, sus recorridos fueron inspiradores en el pasado, y lo continúan siendo hoy.

Comencemos por lo espiritual y el amor, en la calle del ataúd, que pudo inspirar el arquetipo del Don Juan. Al personaje real que protagonizó su historia lo mencionó Antonio Machado en su verso «Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido». Miguel Mañara, un noble del siglo XVII, de los de la capa y espada, era una especie de capitán Alatriste. Gran mujeriego, que se hizo célebre por sus excesos, juergas y amoríos. Y que en la calle Ataúd salvó la vida. Allí, el sonido de un entierro inexistente, y una fuerza invisible que le empujó al suelo, le avisarían de que un hombre le esperaba en su casa para matarlo. Sobresaltado por la experiencia, y arrepentido de su anterior vida, se entregó desde entonces a la religión y al cuidado de los pobres. Dejando como legado el poco conocido Hospital de la Caridad, y uno de los personajes históricos que inspiraron la figura literaria de Don Juan Tenorio.

La calle del ataúd ya no existe, pero sí otras tres, en el Barrio de Santa Cruz, que nos trasladarán a aquella época. En la calle Mariscal, de 101 centímetros, apenas puedes cruzarte a duras penas con otro paseante. La de Lope de Rueda, más conocida como Barrabás, apenas tiene un centímetro más, 102. Y la calle Reinoso, 106, conocida por todos como callejón de los besos. Al parecer, tan juntos quedan los balcones de las fachadas, frente a frente, que algunos vecinos se asomaban para besarse. Buen lugar para ir en pareja, y para viajar con la imaginación a las noches sevillanas del XVII. Sin más luz que la de la Luna, o el farol que uno llevara consigo, sería fácil ver en las sombras a un aparecido, un fantasma. A plena luz son tres hermosos rincones del Barrio de Santa Cruz, que recrean aquel momento en que las murallas obligaban a pegar las casas unas a otras, único modo de albergar más habitantes en un recinto que iba quedándose sin espacio para nuevas viviendas. A este trío habría que sumar otros tres lugares, para completar un recorrido imprescindible. El callejón del agua, cuyas estructuras metálicas con plantas techan un tramo. La calle Susona, antigua calle de la muerte, con el azulejo de una calavera que recuerda dónde estuvo clavada la cabeza cortada de una mujer, a la que felizmente sustituyó el azulejo. Y la plaza de Doña Elvira, que huele a azahar y a naranjas, y donde se oye el rumor de una fuente a cuyo son, aseguran, muchos se han enamorado.

Callejón de los besos

Sigamos por el arte, y la vida cotidiana. Otro verso, también de Machado, resume a la perfección la característica más destacada de las casas palacio sevillanas. «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla donde madura el limonero». Entrar en ellas es una oportunidad para transportarse a otro tiempo, y a la vida cotidiana de sus habitantes. Los ricos, originalmente, pero también la gente común. Machado, cuya familia no era precisamente rica, nació en una de las viviendas de alquiler del Palacio de Dueñas. Había muchos alquilados viviendo allí, sus propios abuelos también. Luego sería cerrado, y usado en exclusiva por la última duquesa de Alba, pero hoy vuelve a estar abierto al público. Desde su entrada, en la calle del mismo nombre, veremos enmarcados los árboles de su interior, y la fuente a la que aludió el destacado miembro de la Generación del 27: «Esta luz de Sevilla… Es el palacio donde nací, con su rumor de fuente». Una vez se traspasa la entrada, puede entenderse, en un vistazo, por qué los palacios sevillanos son tan famosos. Este lo reúne todo: arquitectura, desde el gótico-múdejar hasta el renacentista; azulejos, ladrillos y tejas de inspiración sevillana; y una gran colección de objetos artísticos. Un rincón que resume lo muy inspirador que resulta el arte en Sevilla, un arte entendido en sentido amplio, expresado en la belleza de los detalles, y del conjunto. Con un extra interesante: no está tan masificado como el resto de monumentos de la ciudad.

Entrada al Palacio de Dueñas

Terminemos por la naturaleza, usando las palabras de otro poeta sevillano, Gustavo Adolfo Bécquer. «Figuraos al través de la gasa de oro que finge el polvo, su llanura, tendida y verde como la esmeralda, el cielo azul y brillante, el aire como inflamado por los rayos de un sol de fuego que todo lo rodea, lo colora, y lo enciende». Así describía el poeta romántico la luz y la naturaleza de la ciudad, que siempre ha tenido, por clima, latitud, y abundancia de agua, algo de oasis. A los miles de naranjos que llenan de olor a azahar la primavera los complementan espectaculares parques, como el de María Luisa, hoy destino de recreo favorito de los sevillanos y lugar para la práctica habitual del deporte al aire libre. Uno de sus rincones más singulares es la glorieta donde se erige el Monumento a Bécquer. En él, tres mujeres sentadas simbolizan los tres estados del amor: el «ilusionado», el «poseído» y el «perdido», tal como lo describió en su rima El amor que pasa. El parque entero es una delicia para los sentidos, y para la inspiración.

Detalle del monumento a Bécquer y sus tres amores.

En marzo hay que mencionar, además, el Parque Fluvial Fernando de Magallanes, y sus cuarenta mil metros cuadrados al lado del Guadalquivir. Durante el mes de marzo se celebrará allí el Gastrogarden. Una feria de tapas de alta cocina que se podrán degustar por un precio único cada una de 5 euros. Servidas por catorce destacados restaurantes sevillanos. Acompañada de showcookings y talleres vinculados con el universo gastronómico, además de música en directo. La tapa ha sido siempre, y es, un referente sevillano, y su deliciosa variedad puede disfrutarse todo el año en sus bares. Completando con el placer gustativo, olfativo y visual, siempre imprescindible en Sevilla, este quinteto inspirador de la ciudad de las musas callejeras.

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