Las cartas sobre la mesa: ni sabía quién era John Franklin Bardin ni el título de la obra, El percherón mortal, me había atraído demasiado a pesar del regusto a novela pulp. Ah, pero llegué a la breve sinopsis que Impedimenta compartía en su nota de prensa y leí lo de «Doctor, creo que estoy volviéndome loco», lo del narrador psiquiatra y lo de la trama que se sumerge en personajes estrambóticos y situaciones surrealistas que le hacen a uno, como al protagonista de todo esto, dudar de qué está sucediendo, o de si realmente está sucediendo. Y, para colmo, traducida por César Aira. ¿Cómo me iba a resistir a semejante tentación?
Según cuenta la leyenda, Bardin pasó una vida algo triste y más bien insulsa hasta que, a los 30 años (esto es, hacia 1945), sufrió un arrebato creativo que le llevó a escribir sus tres novelas más populares en unos frenéticos 18 meses: El percherón mortal, El final de Philip Banter y Al salir del infierno. Tres novelas que, siendo muy distintas entre ellas, ya contenían los rasgos característicos de la producción literaria de este autor: la presencia de la locura o la enfermedad mental (como apunte anecdótico, o no tanto, muchos de sus familiares fallecieron por problemas de salud y su madre estuvo ingresada en un manicomio por esquizofrenia), la confusión entre realidades y la presencia de elementos discordantes y capaces de crear atmósferas que se mueven entre lo onírico o lo simplemente extraño. Tres libros apenas apreciados por público y crítica, lo que es toda una injusticia para un autor tan peculiar que, por suerte, ha contado con la complicidad de distintas editoriales a lo largo de las últimas décadas a la hora de rescatar sus principales obras.
Por todo lo anterior, mi lectura de El percherón mortal arrancaba cargada de expectativas pero, para mi sorpresa, daba un vuelco inesperado a las pocas páginas. La novela lograba escapar de lo que a priori era la etiqueta que había creado en mi mente (noir psicológico) para convertirse en… otra cosa. Que sí, no deja de ser una novela negra, y contamos con su asesinato y correspondiente asesinada, pero como digo, esto no era más que el punto de partida. Un inicio en el que un misterioso personaje, Jacob Blunt, hijo de un millonario a la espera de cumplir la edad de poder disfrutar de toda la fortuna paterna, visita al psiquiatra George Matthews, nuestro protagonista, para pedirle asesoramiento sobre lo que no tiene claro si es una locura. Dice ver duendes (leprechauns, en concreto) que le dan dinero a cambio de, digamos, hacer recados, como ofrecer dinero a personas o llevar flores en el pelo, pero lo que le inquieta no es participar en ello, sino la posibilidad de que sean reales. Blunt necesita entender que está loco porque, de lo contrario, sería el mundo el que lo estaría.
Matthews, hombre serio y cabal que se encarga de narrarnos los acontecimientos a la vez que aporta su mirada clínica sobre cada elemento, personaje y hecho, se siente obligado a acompañar a Blunt para demostrarle que el mundo sigue siendo tan normal como siempre. Oh, pero para su sorpresa, el duende existe. ¿Se están riendo de él, de su cliente, o hay algo más detrás de toda esa aparente pantomima? Sin desentrañar mucho más de la trama, un ¿accidente?, un complejo periodo de convalecencia acompañado de amnesia y un cambio radical de vida e imagen llevarán a nuestro protagonista a darle un giro al relato que todos habríamos esperado, transmutando la clásica investigación criminal en algo mucho más cercano a la venganza. Es de lo más interesante observar cómo el psiquiatra no solo vive una enorme cantidad de sucesos, sino que los analiza e incluso nos va lanzando sus teorías o sus juegos psicológicos a la hora de tratar de desentrañar qué ha sucedido, y por qué motivos.
La habilidad de Bardin para construir personajes y situaciones es fascinante. No solo logra darles profundidad con muy pocas líneas, sino que es capaz de presentarnos a una larga lista de nombres a cada cual más extraño. Si a esto sumamos un gran control del ritmo a la hora de irnos dosificando la información, para mantenernos enganchados a una trama llena de intriga ya de por sí peculiar por los escenarios en los que se mueve, la lectura de El percherón mortal se convierte en un entretenimiento de lo más satisfactorio. Sí, es cierto que los planes de ciertos personajes pueden parecer demasiado enrevesados para el fin que hay tras ellos, y que hay destinos entrecruzados que le deben demasiado a la Divina Providencia, pero estas hipérboles argumentales no dejan de estar en la línea de la extrañeza que puebla todo el relato.
¿Está nuestro autor matando moscas a cañonazos? Por favor, que estamos hablando de una novela que arranca con un leprechaun pidiendo a un pobre loco (rico) que regale un percherón a la actriz principal de un musical de Broadway. Lo único que me atrevería a achacar al autor es un desenlace en exceso precipitado, al que no le hubieran sobrado algunas páginas más donde dar un poco de aire al atropellado episodio de confesiones y revelaciones con que da cierre la obra. ¿Será que me quedé con ganas de más? De momento, corro a informarme sobre la traducción de las otras dos novelas que escribió durante el mismo periodo. Por algo será.
EL PERCHERÓN MORTAL John Franklin Bardin Traducción de César Aira IMPEDIMENTA (Madrid, 2024) 224 páginas 20,95 € |