[Cuarto de baño de hombres, Joey entra y ve a su gemelo de manos lavándoselas]
Joey: ¡Oh, sí! (Le ofrece unas toallitas de papel) ¡Eso es! ¡Cuida mucho a esas pequeñas!
Gemelo de manos: ¿Cómo dice?
Joey: Soy yo, Joey.
Gemelo de manos: ¿Nos conocemos?
Joey: (Levantando su mano) Joeyyyy…
Gemelo de manos: ¡Oh! Sí, sí… El tío de las manos.
Joey: Exacto. Oye, ¿qué vamos a hacer con eso de las manos gemelas?
Gemelo de manos: ¿Nada?
Joey: Oye, tú y yo tenemos una especie de don, ¿vale? Debemos hacer algo con él, como ser modelos de manos, ¿eh? O… ¡Magos! ¿Sabes que los de la NASA querrán hablar con nosotros?
Gemelo de manos: (Intentando irse) Tengo que volver al trabajo…
Joey: (Parándolo) ¡Alto, alto, alto, alto! Tendremos nuestro propio programa. Podríamos aplaudir los dos a la vez, ¡a la gente le encantará! ¿Eh? Y he escrito una canción. «Esta mano es tuya, esta mano es mía. Esa es tu… No, espera… La mano es mía…» ¿Qué tal?
Gemelo de manos: Oye, vamos a dejarlo correr. (Se va)
Joey: (Siguiéndolo) Pero si aún no has oído el estribillo.
Este diálogo refleja el entusiasmo de Joey por colaborar con su «gemelo de manos», mientras que el crupier muestra desinterés en sus propuestas.
El doppelgänger es esa ominosa duplicidad que, como un reflejo deformado en el cristal, nos devuelve nuestra imagen y algo más: una sombra de lo siniestro. El término en cuestión proviene del alemán “doppel” (doble) y “gänger” (caminante), y fue acuñado por el padre Jean Paul en 1796 que usó el neologismo en una comedia gótica de nombre rimbonbante para describir a un individuo que mantenía un inexplicable parecido físico con otro hasta el punto de ser indistinguibles. Jean Paul, cabe decir, no era particularmente conocido por su alegría vital. El doppelgänger, en su interpretación más clásica, es la encarnación de la duplicidad, el enfrentamiento con uno mismo llevado al extremo: un otro que es uno y, al mismo tiempo, el enemigo.
Desde sus orígenes literarios, esta figura ha sido el terror de intelectuales y burgueses con tiempo para la introspección. En El hombre de arena de E.T.A. Hoffmann, el pobre Nathanael sucumbe al horror de un doble que no solo amenaza su cordura, sino también su ya tambaleante vida amorosa. Más tarde, el maestro Dostoievski, que siempre tuvo una especial inclinación por los estados mentales inestables, nos obsequió con El doble, una obra donde la paranoia adquiere una densidad casi asfixiante. Y no olvidemos al grandioso Stevenson, cuyo Dr. Jekyll y Mr. Hyde reinventó el concepto bajo una pátina de ciencia ficción proto-victoriana, cuando jugar con pociones en el laboratorio todavía era considerado un pasatiempo respetable.
Pero, claro, no solo de libros vive el hombre moderno. En el cine, el doppelgänger ha tenido un recorrido igualmente fascinante. Desde el expresionismo alemán con El estudiante de Praga, que tiene más humo y sombras que un bar clandestino en los años veinte, hasta Persona de Bergman, donde la fusión psicológica de dos mujeres alcanza cotas de angustia metafísica dignas de un ensayo de Kierkegaard. Sin olvidar la más reciente Nosotros de Jordan Peele, que actualiza la figura del doble con la sutileza de un martillazo: el doppelgänger como una metáfora de las desigualdades sociales, todo ello envuelto en una sangrienta ópera de horror.
En la televisión, los doppelgängers también han hecho acto de presencia, a menudo para deleite de los guionistas que necesitan un giro inesperado. Pensemos en Twin Peaks, donde el tristemente fallecido David Lynch, en su habitual estilo de “esto tiene sentido solo en mi cabeza”, nos ofrece versiones paralelas de sus personajes, llevándonos de la mano al corazón de lo inquietante. O en Black Mirror, que bien podría considerarse el epítome moderno de las pesadillas doppelgängerianas, especialmente en episodios como “White Bear” o “Black Museum”.
Sin embargo, hay una excepción muy notable al X de la figura del doppelgänger, se trata del cómico episodio doble de Friends titulado «El de Las Vegas» donde Joey Tribbiani descubre a su «gemelo de manos», un crupier del casino Caesars Palace con manos idénticas a las suyas —qué tiempos aquellos donde Las Vegas era el epicentro del mundo de las apuestas, ya que los juegos de apuestas online aún no existían y nadie perdía el tiempo buscando el mejor comparador de cuotas de apuestas deportivas—.
En esta historia, en lugar de desencadenarse una trama oscura o reflexiva, como suele ser habitual con este arquetipo, el encuentro entre ambos «gemelos» se convierte en una hilarante sucesión de momentos absurdos que reflejan la personalidad optimista y extravagante de Joey. Recordemos el episodio; Joey se encuentra trabajando en el casino tras el fracaso de su película independiente, vestido como soldado romano para atraer turistas. Es en medio de esta peculiar situación cuando se topa con su «gemelo de manos», y su mente se llena de ideas alocadas sobre las posibilidades que podrían explorar juntos. Desde convertirse en modelos de manos hasta colaborar con la NASA; Joey visualiza un futuro brillante para ambos. Sin embargo, su entusiasmo no es compartido por el crupier, quien rechaza repetidamente sus propuestas, añadiendo un toque de comedia al episodio.
Freud, el hombre que podía encontrar simbolismo sexual en una silla, catalogó al doppelgänger dentro de lo «siniestro» (“Das Unheimliche”) dado que no pudo disfrutar de la interpretación de Matt Leblanc. Está claro, que el doble nos perturba porque es familiar y extraño al mismo tiempo al ser una violación del orden natural. Carl Jung, por su parte, lo vincularía con la sombra «es ese ser invisible, astuto y astutamente misterioso, que forma parte de nuestra personalidad inconsciente».
Tal vez la atracción y el desasosiego que sentimos por la figura del doppelgänger radica en la no existencia de un yo único y definitivo. Y, por supuesto, porque nos aterra la idea de que alguien más, alguien demasiado parecido a nosotros, podría estar llevando nuestra vida de forma más eficiente. Es el temor último: no solo ser reemplazado, sino ser reemplazado por una versión mejor de uno mismo. Pero tranquilos, siempre podréis consolaros pensando que vuestro doppelgänger solo lo es en el ámbito de las extremidades, dejando intacta la gloriosa imperfección que os hace únicos.