Horas críticas Analógica

William Gay, un escritor con el culo pelado

Su tío le recomendó no trastear con esta historia. Pero William Gay, el forajido de Tennessee, el escritor que después de Faulkner y Cormac McCarthy mejor ha hecho aullar al viento, no le hace caso a nadie. Ni siquiera cuando la bruja de esta leyenda es, como él mismo escribió, clarividente. Una entidad malvada, larvada en la tierra de Adams, en el condado de Robertson, desde antes de que John Bell se mudase con su familia y una tropa de esclavos a la granja junto al río Rojo, en territorio sagrado de los nativos, a comienzos del siglo XIX. Ahí empezó lo que los Bell, eufemísticamente, llamaron «nuestros problemas familiares».

Risotadas siniestras; tirones de sábanas; apariciones de perros fantasmales con cabeza de conejo entre los maizales; ¡una infestación de ratas en la casa! Y hedor a vómito… Una niña vestida de verde columpiándose en la rama de un árbol y, de repente, ¡zas!, va y desaparece. Aquella cosa, a la que los Bell llamaron «bruja» a falta de otra palabra mejor, no era ni buena ni mala. Es decir, tenía sus antojos, como todo el mundo: matar a John Bell, sí —bueno, es que Bell tampoco era lo que se dice una persona amigable y tal vez ni siquiera era un padre decente, igual tenía la mano un poco larga…—; también quería fastidiarle el matrimonio a su hija Betsy, ¿o tal vez era Betsy la que no quería casarse, o incluso papá? Sin embargo, a la bruja Kate Batts la esposa de Bell le caía de miedo.

Entonces la bruja Kate empezó a cantar salmos religiosos y a soltar chismes muy comprometedores de los vecinos que venían de todo el condado para ver a Betsy desmayarse y a la bruja hacer de las suyas. ¡Menuda boca de rayo tenía Kate! Incluso el general Andrew Jackson, al menos eso se cuenta, fue a ver a la bruja de la casa de Bell, donde todo el mundo comía y bebía a costa de John. Eso debió de ser parte de la maldición.

William Gay visitó sus ruinas a los 25 años acompañado por ese tío suyo duro como el cemento, «un hombre con el culo pelado», así lo describió. Y dos décadas después, cuando ya no era sólo William el chapuzas, el tipo que se deslomaba trabajando para enclaustrarse por la noche a escribir, sino el escritor William Gay, ¡el autor de El hogar eterno!, regresó con la intención de escribir una novela de terror.

El resultado, que jamás llegó a publicar en vida, es Hermana muerte (Dirty Works, 2023). La historia de David Binder, un escritor que vive ese momento tan típico de todo autor que ha pegado un pelotazo con una primera gran novela, al que los editores ignoran después. Por recomendación de su agente, Binder decide escribir un bolsilibro de terror para ganar algo de dinero. No se le ocurre otra cosa que mudarse con su familia a la casa Beale (es decir, Bell) para escribir sobre ella y acabar viviendo su propio encuentro con la maldad de una forma bastante sureña, donde lo cómico y lo grotesco se entretejen. Sí, de acuerdo, el argumento lo hemos visto cientos de veces: tiene algo de Sinister (2019) y sobre todo de El resplandor —la versión de Kubrick, no tanto la novela de Stephen King—. Pero no es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta.

Si alguien sabe hacer bailar a la maldad en el paisaje como reflejo del hombre ese es William Gay: «La sangre se fue anegando a orillas del arroyo, espumando en la tupida avena silvestre, arremolinándose hacia el camino trillado, manchando el sendero blanqueado por la luna que serpenteaba hasta el puente. Sintió las lengüetadas de la sangre en torno a los tobillos», escribe.

La narración va dando saltos en el tiempo para contarnos las historias tenebrosas de la casa y sus gentes, y llevarnos de nuevo a David Binder, a la cabeza de Binder, de hecho. Sus ciclos circadianos e incluso los latidos de su corazón acompasados con los de la casa y lo que diablos hubiese ocurrido en aquel cobertizo de herramientas. Hasta el punto de no saber muy bien si Binder escribe con palabras o su imaginación desbocada y su deseo de ver son los que hechizan el lugar. O, como dice el protagonista, una versión fantasiosa del propio William Gay: «Al final es uno mismo el que deja entrar esas cosas».

William Gay, autor de «Hermana muerte»

Hermana muerte sigue la senda que el autor marcó con Twilight (2006), por alguna razón aún no publicada en español (aloha, Dirty brothers), una novela que impactó a Stephen King, donde la dureza de la vida sureña y especialmente la muerte tienen los matices cenagosos de un cuento de hadas macabro. También es un homenaje al Santuario de Faulkner y, bueno, sí, como toda novela póstuma encontrada en un archivo, tiene algo de inacabado, que los albaceas y amigos del escritor trataron de hilvanar siguiendo sus notas como buenamente pudieron. Así que si William Gay no ha llegado aún a tu vida, empieza con El hogar eterno.

Porque lo que descubrirás es a un autor que, siguiendo la tradición del gótico sureño llena de alabanzas y demonios, del sentido de la vida de la gente de los Apalaches que Gay conoció como parte de una generación de escritores que escucharon a la naturaleza y sobrevivieron a la carretera (no esos niños envarados de Iowa), hace poesía del polvo y de los surcos en la cara de los curritos. Podría ser un personaje de Steinbeck, como su tío. Podría ser la versión simpática aunque igualmente misántropa de McCarthy o un hijo menos beato de Flannery O’Connor. Qué narices, es William Gay.

 


HERMANA MUERTE
William Gay
Prólogo de Tom Franklin
Traducción de Javier Lucini
DIRTY WORKS
(Barcelona, 2023)
240 páginas
24,40 €

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