Horas críticas

«Polilla» y la perversa pulsión de deseo

Polilla es una primera novela. Polilla es una novela con elementos autobiográficos narrada en primera persona por un personaje que se llama como la autora. Polilla es una novela en torno a la guerra en Bosnia y sus consecuencias en el tiempo presente. Polilla es una novela sobre el padre, sobre la relación entre padre e hija. Todo esto es cierto, pero ninguna de estas afirmaciones sirve ni por asomo para resumir la novela de Alba Muñoz. Todas estas afirmaciones captan algunas de las características de Polilla, pero no solo no la agotan, sino que, incluso, de manera conjunta, se quedan cortas ante una novela redonda cuyo eje es una indagación en el deseo y la ambición.

En Polilla, Muñoz recurre a su propia experiencia como joven periodista que, nada más terminar la carrera, decide viajar a Bosnia, donde conoce, apenas unas horas antes de regresar a Barcelona, a Darko, un joven que la lleva a su casa. En sus relaciones sexuales, hay deseo, hay violencia y hay dolor: «Empieza a follarme. Puede que su padre ya esté inconsciente en el sofá, su madre se sentirá aliviada. Se corre y me siento humillada: nadie me había hablado nunca así. Se limpia con papel higiénico y dice que baja a por papel de liar. Me pide que cierre con pestillo. […] Cierro los ojos y pienso en Darko, pienso en lo que acaba de suceder desde distintos ángulos —mis pantalones bajados por detrás, sus manos sujetándome las muñecas— y entonces, me corro», cuenta, años después, la protagonista. Ni las muñecas sujetadas con fuerza, ni la mano apretando el cuello, ni los moratones en el cuerpo rompen con el deseo. Su pulsión está ahí, intacta; difícil, quizás, de comprender, pero no para ella, pues, a pesar de todo, él lo desea. Pero el deseo más allá de lo sexual, el deseo de la mano con la ambición —“Para triunfar, sólo necesitaba mala hostia e internet”— y con la búsqueda de la libertad, de la verdad y de una ruptura con la figura de ese padre al que solo ve una vez al mes y al que poco o nada le interesan los proyectos de su hija. Todo ello se da la mano con el riesgo, porque la pulsión del deseo conlleva siempre un riesgo, pues desear es acercarse siempre al objeto de deseo que nunca se alcanza. Porque hay deseo mientras se desea.

Y esto es lo que explora Muñoz a lo largo de la novela, sobre todo a través de la figura de la periodista Margaret Moth, a quien un francotirador voló el lado izquierdo de su rostro en 1992. Muñoz recuerda que Moth, a lo largo de una entrevista, comentó «que le molestaba que la gente dijera de ella que tenía una pulsión de muerte, cuando lo que siempre había querido era sentirse viva». Moth, que significa «polilla», es una especie de espejo para la protagonista: a ella, su padre la llamaba «polilla» sin ser consciente de la trascendencia de este apodo. Porque, como las polillas y como Moth, la protagonista tiende también a la luz, a ese objeto de deseo en el que confluyen distintos aspectos de su existencia, desde el sentimental hasta el profesional, desde el sexual al periodístico.

«Mi pasión investigadora me hizo creer en la compartimentación higiénica de la vida. El periodismo se baja en una compartimentación parecida: te hace creer que te enfrentas a la realidad en crudo y que tu función es ser un transmisor lo más honesto posible. Sobre todo, te hace creer que ocupas un lugar humilde, en la sombra, cuando en realidad el periodismo en la forma más elegante de ser protagonista», leemos en la primera parte de la novela. Esta reflexión anuncia lo que vendrá después, sobre todo a partir de que la protagonista conozca a Nikolina y su estancia en Bosnia, prolongada a lo largo de diversos años entre constantes idas y venidas de Barcelona a Sarajevo, gravite en torno a una investigación sobre los abusos sexuales durante la guerra, el tráfico de mujeres y el auge de la prostitución en los años consecutivos. «Esta devaluación social femenina fue un factor que influirá en el horror que muchas sufrieron después. La guerra de Bosnia fue la primera en la que las violaciones se utilizaron sistemáticamente como arma de guerra entre distintas etnias. Los cuerpos de las mujeres se convirtieron en territorio de conquista y los embarazos en territorio conquistado. La llegada de la paz, con su burocracia, sus recortes y privatizaciones, las terminó de desposeer simbólica y materialmente», escribe Muñoz. En su indagación, como ya anunciaba en las primeras páginas, la compartimentación se revela imposible: el testimonio de Nikolina, así como las historias de tantas otras mujeres —especialmente desgarradora la de Olena Popik—, sitúan a la protagonista en el centro de la indagación, que tiene que ver con los hechos que han tenido lugar —el uso de la violencia sexual como arma de guerra—, pero también con la reflexión, una vez más, sobre el deseo: el deseo y su relación con la violencia —¿cómo puede haber pulsión sexual en medio de la guerra?—, el deseo y su relación con el dolor, el deseo y su relación con el hecho de ocupar el lugar de la víctima. ¿Se puede ser víctima y seguir deseando? «No sé cuál es el deseo de la mujer arrodillada, pero el mío es que me pase algo, que un traficante me traicione y me encierre en un cuarto con un colchón. Ir hasta el final, saber lo que es ser utilizada. Que Darko monte un operativo de rescate y que mi padre sufra tanto que cuando vuelva a verme me abrace sin dejar espacio entre nuestros cuerpos. Quiero ese poder de víctima: ser nada y todo a la vez, como la virgen».

Alba Muñoz, autora de «Polilla». / Foto: Júlia Verdú — Alfaguara

Este párrafo es clave: en su indagación, periodística y personal, sobre el deseo, el sexo y la violencia que lo acompaña —bélica, institucional, doméstica, económica…—, aparece la reflexión sobre la víctima y la percepción sobre ella. La víctima, en un primer momento, son las mujeres, pero, en un segundo, la víctima es ella misma. Desear ser víctima, serlo y rechazar ser considerada como tal: tres estadios distintos que Muñoz observa a través de sus personajes, el de la protagonista y el de las demás mujeres, tres estadios contradictorios, pero que conviven y que tienen que ver con la búsqueda de un espacio propio y, al mismo tiempo, con la asunción del espacio ocupado y por ocupar.

Polilla es una novela profundamente incómoda; una novela que, por momentos, nos puede recordar la literatura de Ariana Harwicz, una literatura que nos confronta con las contradicciones, con los sinsentidos, con los aspectos oscuros del ser humano. No hay espacio para la complacencia ni para las verdades cómodas. De ahí que a Muñoz le interese el después de la guerra: es en este después donde las contradicciones se vuelven todavía más evidentes, donde la violencia persiste, aunque sea en la paz, donde los cuerpos de las mujeres siguen siendo mercancía, donde las víctimas intentan dejar de ser víctimas, pero lo siguen siendo. En el después sigue habiendo riesgo, incluso más, porque no se percibe y allí está. Aquí se sitúa la narradora de Polilla, en el después de la guerra, pero también en el después de su experiencia como hija, como amante, como periodista en Bosnia. El tiempo transcurrido no impide volver, porque las polillas van siempre a la luz y el deseo, con todas sus contradicciones, pervive mientras se siga deseando. En esta insistencia reside el carácter provocador y crítico de esta novela que no deja indemne al lector.

 


POLILLA
Alba Muñoz
ALFAGUARA
(Barcelona, 2024)
192 páginas
19,90 €

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