Horas críticas

Libros de la semana #157

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

El vaivén, de Susana Merchán (Pepitas)

La autora de esta novela se la dedica a todas las mujeres de su vida. «Y a mí, que he pasado de odiar los geranios a plantarlos en mi terraza, y que, por fin, me he convertido en la señora que siempre he querido ser». En esa microintroducción a su ficción, Susana Merchán (Madrid, 1985), matemática y docente además de escritora, condensa parte del tono de una obra que tiene entre sus elementos principales: una familia, unas raíces, un árbol genealógico —y otras hierbas—, un espacio doméstico que oculta sus misterios, una indudable conciencia de género y un sano humor absurdo. «Toda familia de alguna antigüedad o importancia tiene derecho a un fantasma», se cita al inicio a Dickens, y aquí se trata de exorcizar a los de la familia Quiñones a base de apariciones y desapariciones, de muerte y de venganza y de caracteres y rasgos cambiantes, magníficamente dibujados por el estilo de Merchán, tan mágico como crudo, resuelto entre la naturalidad de lo cotidiano —lo que crece y lo que se seca sin lugar al júbilo o al duelo— y la excepcionalidad de lo pedestre, lo de andar por casa, mientras brilla su singular poética, cruce improbable de Jardiel Poncela y Tatiana Țîbuleac, digamos. Por ejemplo: «Deseaba hacer con el alma puntiaguda de su marido lo mismo que hacía con sus pies: limarla primero y luego acariciarla. Todas las noches». Entre escenarios del pueblo (de nombre inventado, pero perfectamente reconocible), cosechas y animales, abusos, trabajos físicos extenuantes, crueldades, pequeñas labores, culpas y una casa que se balancea, el lector asiste a la excelencia narrativa de la autora madrileña, que sabe dotar a su segunda novela del lenguaje cautivador de los cuentos populares, junto con la fuerza evocadora de la mejor tradición latinoamericana, como la de Elena Garro. En cualquier caso, hay un estilo propio en su manera asombrada de mirar ese micromundo surruralista de alcance universal: El vaivén de la vida que viene y va,  el incierto deambular por la existencia hasta que tenemos a bien abandonarla; o quizá no del todo, porque las figuras y las sombras de quienes estuvieron nos siguen acompañando. Como el ritmo oscilante y cantarín de la prosa de Merchán, cuyo eco resuena aun después de cerrar esta maravilla de libro.


Quién anda aquí, de Ángeles Mora (Tusquets)

«Donde da la vuelta el corazón / y desanda lo andado / en inocente búsqueda, / y ya sin fe, / en soledad primera, / como el que nada teme, / como el que nada espera, / quien todo lo ha perdido». Este volumen de poesía reunida de Ángeles Mora (Rute, 1952), que abarca su producción entre 1982 y este 2024, puede entenderse como un libro de memorias en el que recorremos su fértil trayectoria lírica. Desde las fuerzas secretas del amor —y del deseo— a las crueles ausencias, los abismos de la noche o la memoria, las ruinas de la educación sentimental, los desastres de la guerra, la soledad de ser mujer, el duelo y el réquiem mal temperado, las contradicciones y las provocaciones, la vida ficcionada y tan real, las luces del poema que le dan sentido sobre el papel y emoción en su enunciación: «Vivir, / ese maravilloso río que gozamos, ¿pesa más que su estrecho margen?», escribe en su último Soñar con bicicletas (2022). La poesía feminista y materialista de la autora cordobesa, donde la libertad se reivindica y se conquista en el día a día, en voz baja y no en base a grandes soflamas, encuentran en las páginas de Quién anda aquí un retrato condensado y al mismo tiempo atravesado por «cuatro décadas decisivas de la historia de una conciencia buscándose a sí misma por la intemperie de la realidad colectiva», según expone en su epílogo el crítico, editor y catedrático emérito de literatura española Francisco Díaz de Castro. Una búsqueda en constante tensión entre el compromiso con la historia y la ruptura de los anclajes formales de una poesía cuya emocionalidad pretende ser compartida mediante un nuevo lenguaje que trascienda lo literario: «Así el lenguaje / acaba también siendo un animal / herido, un topo que no zapa, / mudo, / helado espejo de sus espías». Premio Nacional de Poesía y de la Crítica por Ficciones para una autobiografía (2016), acaso ese título refleje bien esa forma suya de vivir dentro y fuera de la poesía, siempre con apego, apasionamiento y amor a la vida y a la letra. Así se deja ver en ese autodiagnosticado mal de citas que, en realidad, responde a la encomiable voluntad de «no borrar nuestras huellas» y que pone a dialogar sus versos con los de Cernuda, Rosalía de Castro, Garcilaso, Aleixandre, Quevedo, Gil de Biedma, Fray Luis de León, Góngora, Juan Ramón Jiménez… y también con las palabras de Brecht, Verlaine, Blanca Varela, Faulkner, Tennyson, Woolf, Duras, Bernhard, Flaubert, Adrienne Rich, Szymborska, Dickinson, Glück… Como todas ellas y todos ellos, la obra de Ángeles Mora es ya revolución y canon.


Listillo, prepara el petate, de Julien Blanc (El Paseo)

«El camino era igual de malo cuesta abajo que cuesta arriba. Tirando cada uno para su lado, a merced de cualquier tropezón, los gendarmes tarareaban el estribillo con el que hacía un rato habían respondido a mi pregunta; movían la cabeza y ponían una especie de ternura en la voz que me humillaba y me irritaba. Me dolían las cadenas». Así comienza el segundo libro de la trilogía pionera de autoficción La vida, sin más… de Julien Blanc (1908-1951), recuperada hace un decenio en su país y que ahora está vertiendo por vez primera al castellano El Paseo, con excelente traducción y notas de Luisa Lucuix Venegas. Listillo, prepara el petate está dedicada a Jean Paulhan, director de la Nouvelle Revue Française que aconsejó a Blanc iniciar este relato de su atribulada vida entre instituciones opresivas, abusivas y violentas, que comenzaba en la anterior Confusión de penas (El Paseo, 2022), que continuará con Le temps des hommes —en plena guerra civil española— y que aquí se centra en su experiencia como sufrido integrante de un batallón de castigo colonial en el lejano desierto de África. Más de siete años de su vida, a los que llega con menos de veinte, y de los que emerge este testimonio rabioso pero plagado también de camaradería hacia sus compañeros de desgracia, supervivientes de aquel entorno brutal. No obstante, no adolece su narración de ninguna condescendencia, ninguna (auto)complacencia: «Cuando uno llega a analizarlo todo, ya no queda gran cosa de los pretendidos arrebatos de humanidad. Hablo de mí, claro está. Siempre hay un rastro de orgullo escondido bajo un acto de pretendida bondad. Me gustaría (y sigo hablando de mí) equivocarme». La honesta agudeza como cronista y la audacia literaria de Blanc, partiendo de la potencia de su memoria descarnada, logran conmover sin hurgar en el drama, el victimismo o el maniqueísmo de las situaciones en esta obra elogiada por Albert Camus, junto al que fue finalista del Prix des Critiques en el año en que se hizo con él La peste. «Listillo, prepara el petate. / Si no te ven, muy bien, / pero visto, vas listo…», reza la canción militar que le da título. «Pero de todo se cansa uno, incluso de los estribillos que, por una extraña virtud, transforman obstinadamente en una especie de alegría superficial la maldición que portan».


Ilustración pirata, de David Graeber (Ariel)

Este libro tiene su origen en el periodo que el revolucionario antropólogo estadounidense David Graeber (1961-2020), quien cambiaría para siempre el estudio de la cultura, pasó en Madagascar, entre 1989 y 1991, siguiendo el rastro de los afamados piratas del Caribe y sus mucho menos conocidos descendientes en la isla africana. Ampliando su investigación, se dio cuenta de que aquella sociedad de los malgaches de finales del siglo XVII y principios del XVIII, la colonia que se denominaría Libertalia, había supuesto una especie de experimento o promesa antedemocrática y precursora de la Ilustración. Como se avanza en el prefacio, estamos ante «una narración de magia, mentiras, batallas navales, princesas secuestradas, caza de humanos, reinos de pacotilla y embajadores fraudulentos, espías, ladrones de joyas, envenenadores, adoración satánica y obsesión sexual, que es lo que subyace al origen de la libertad moderna». Los primeros griegos eran todos piratas, se cita a Montesquieu en este ensayo lleno de aventuras y correrías que, más allá de la imagen legendaria y romántica de las utopías piratas, establece con rigor el origen cultural de las ideas ilustradas bajo una premisa provocadora y controvertida: la de cuestionarse si aquellos ideales de liberación humana que se implantaron en Europa deberían seguir siendo considerados occidentales o si, como su hipótesis plantea, fueron fruto de una síntesis intelectual que integraba ideas venidas de las Américas, de China o de África. Como mínimo, en Ilustración pirata queda demostrada la importancia de los piratas como puntas de lanza del desarrollo de nuevas formas radicalmente democráticas de gobierno: su advenimiento desató una ola de revoluciones costeras —en gran parte promovidas por mujeres— que se extendió por todo el mundo. Al fin y al cabo, escribió Graeber en esta obra póstuma, «los barcos piratas solían rodearse de relatos de arrojo y terror, pero a bordo de los navíos parecen haber arreglado sus asuntos por medio de conversaciones, deliberaciones y debates». Acaso igual de civilizadas que las de nuestras tertulias.

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