Horas críticas

Libros de la semana #153

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Anima animalis, de María Flores Rivas (Abada Editores)

La superioridad con la que el —tan asumido y normalizado— antropocentrismo de las sociedades y el pensamiento contemporáneos trata a otras especies nos hace ver con cierta perplejidad cómo, entre ciertos autores de la antigüedad, la noción del alma no era coto privado y exclusivo del ser humano. Anima animalis se zambulle en la literatura (épica y lírica) y la filosofía (presocrática) de la Grecia arcaica para mostrar que hace casi 3.000 años ya se trataban cuestiones concernientes a la ética y los derechos animales, el modo en que nos relacionamos con ellos y la actitud que mostramos hacia estos cohabitantes del planeta, tan cercanos. «¿No crees que este ganado, al ahogarlo y matarlo, habitará la mente del hombre?», se cita a Séneca al inicio de este ensayo de la doctora en filología clásica María Flores Rivas, quien entre otros de los hallazgos de su fascinante investigació rescata —y concreta— el término filozoísmo acuñado por la teósofa fundacional Helena P. Blavatsky: en vez de subrayar lo que nos distancia de los animales, esta corriente incide, desde una perspectiva que hoy diríamos inclusiva, en lo que tenemos en común, que no es poco. De los símiles animalistas de Homero en la Ilíada a las teorías sobre almas transmigradas de Pitágoras y Empédocles, de las que derivan una visión de respeto y empatía (incidiendo incluso en posturas vegetarianas), pasando por unos versos de Safo que comparan a Eros con un «bicho dulce y amargo del que no es posible huir» o las teorías sobre la naturaleza ígnea del alma atribuida a los animales por Parménides de Elea, recorremos una faceta inexplorada y sorprendente en la historia de la antigua Grecia, que se anticipa a los estudios de antrozoología surgidos ya en la segunda mitad del siglo pasado. Como destaca en su presentación Alberto Bernabé, este libro huye de la erudición vacua del mal entendido academicismo sin perder un ápice de rigor y, lo que es más importante, exponiendo con fluidez sus argumentos y sugerentes ideas, que van del análisis puramente filológico a la historia de las religiones o la filosofía. Una obra singular y necesaria con la que su autora ha pretendido aportar un innovador enfoque «que favorezca el creciente abanico de estudios humano-animales, entre cuyos fines se cuentan el detrimento de una visión excesivamente antropocéntrica y la búsqueda de una deconstrucción de límites entre seres humanos y animales». Ojalá se consigan.


Abeja furiosa de su miel, de Mercè Ibarz (Anagrama)

«Aun vencida, quiero ser yo misma, / abeja furiosa de su miel», escribió en París, en 1948, la gran Mercè Rodoreda (1908-1983). El pasado año se cumplieron 40 desde la muerte de una de nuestras autoras más importantes del siglo XX, a la que el hecho de escribir en lengua catalana, y de ser mujer, habían privado hasta poco de reconocimiento, pero que sin duda ha sido y sigue siendo trascendental en la literatura internacional. La escritora y periodista cultural Mercè Ibarz (Saidí, 1954), quien pronto cumplirá 70 años y que desde 1991 indaga en la obra y la existencia de Rodoreda, publicó en 2022 este espléndido Retrat que ahora nos llega traducido de la mano de la propia Ibarz. Una mirada subjetiva y experta, una inmersión a pulmón en las esencias de este «animal literario misterioso y refulgente», escrita en presente y en un ritmo cautivador, de frases breves, punzantes, evocadoras. «Por escribir verdaderamente bien entiendo decir con la máxima simplicidad las cosas esenciales», escribió Rodoreda, y ese decir sin decir es el que trata de desentrañar esta vívida semblanza que no solo se acerca a los hechos biográficos que influyeron —para bien y para mal— en su producción de novelas y cuentos, sino que rastrea la evolución, no racionalizable ni cronológica, de su escritura siempre expuesta a «los caminos del padecimiento mental y del dolor social». Si, siguiendo a Sartre, los autores son historias, «podemos intentar captar la historia de Mercè Rodoreda y los vuelcos de su misterio», y también «el valor que daba a su vida —a su historia— a la hora de escribir, cuando pensamiento e individualidad se funden», en este lúcido relato que es Abeja furiosa de su miel. Más allá de lo que García Márquez dijera de aquella mujer invisible, o de que se la haya considerado la hermana ibérica de Natalia Ginzburg, su libertad, su capacidad de atreverse y transgredir, su exigencia hacia sí misma y hacia el lector en torno a su innegociable estilo musical son reivindicadas por Ibarz, quien además se permite defender especialmente la prosa antirrealista y poética de sus últimos libros, tan experimentales y tan mal entendidos en su día, como por otro lado suele ocurrir con tantas obras visionarias («Ella había devenido su propio futuro», se cita al inicio a Clarice Lispector). Citada desde hace años por escritoras jóvenes —y hoy plenamente consolidadas, que acaso serán tan importantes como ella— como María Sánchez o Irene Solà, la figura de Mercé Rodoreda, por fin parece haber encontrado a sus lectoras y devotas, lo que no es de extrañar pues, como dice Ibarz, «una obra semejante tiene una larga vida por delante». Pues eso: larga vida a la reina Rodoreda.


El ángel de piedra, de Margaret Laurence (Libros del Asteroide)

«En lo alto del pueblo, en la cima de la loma, estaba el ángel de piedra. Vete a saber si seguirá allí, en memoria de aquella que entregó su débil espíritu cuando yo obtuve el mío, tan obstinado, el ángel de mi madre que mi padre compró orgulloso para señalar dónde yacían sus huesos y proclamar su dinastía, como él creía, por siempre jamás». Esa primera frase asienta el tono de esta novela y el carácter de su protagonista, la inolvidable Hagar Shipley, narradora a sus 94 años de edad y lucidez. Durante el proceso de escritura su autora, Margaret Laurence (1926-1987), se preguntaba quién querría leer un libro sobre una anciana «que no coincide con la idea habitual de lo que debería ser una anciana». En eso —y solo en eso— se equivocó. Sesenta años se cumplen desde la publicación de este clásico contemporáneo donde se funden memoria e imaginación para dar cuenta de la existencia de esta mujer autónoma e inconformista en una sociedad eminentemente patriarcal y conservadora. Entre la revisión de lo vivido o lo soñado y el miedo a que se eche el telón, esta obra logra abordar con sensibilidad y crudeza los grandes temas, a base de una narración precisa, inteligente, irónica y demoledora; modernísima, en suma. Se trata de la primera y más célebre de las novelas que Laurence, tras separarse de su marido, ambientó en Manawaka, ciudad ficticia basada en su ciudad de origen real —Neepawa—, que en este caso es escenario de un homenaje a aquella generación de mujeres que vivieron en las llanuras canadienses durante la primera mitad del siglo XX. Se trata de un retrato descarnado sobre las relaciones familiares y la pérdida, la intransigencia y el orgullo, a través de la mirada singular de esta nonagenaria feroz que se niega a dejarse ir siguiendo las convenciones, encerrada en un asilo, a esas alturas de la película. El ángel de piedra convirtió a su autora en una de las más aclamadas de la literatura de Canadá, mostrando su talento y su habilidad insólitas para retratar verdades fundamentales desde un punto de vista tan íntimo y, al mismo tiempo, universal. Pero, sobre todo, nos regaló para siempre a un personaje icónico, mujer en el ocaso sublevada a la idea de marcharse calladamente: «No entres dócilmente en esa noche quieta, / rabia, rabia contra la agonía de la luz», escribió Dylan Thomas, citado al inicio de la novela. No hay modo de prepararse ni de enfrentarse a la propia desaparición, parece transmitirnos Hagar/Margaret, hasta el mismísimo final: «El mundo es aún más pequeño ahora. Se está encogiendo tan rápidamente… La próxima habitación será la más pequeña de todas». Y sin embargo su eco resuena y resuella hasta hoy.


El pensamiento heterosexual, de Monique Wittig (Paidós)

Esta obra parte de una conferencia que, bajo el mismo título, ofreció su autora en 1978 en el Barnard College de Nueva York, que más tarde difundió en la revista estadounidense Feminist Issues —de cuya edición era asesora— y que finalmente vería la luz, junto con otra serie de escritos, en un volumen publicado en 1992. La poeta, ensayista, filósofa y activista Monique Wittig (1935-2003), figura clave del Movimiento Francés de Liberación de las Mujeres, surgido tras la invisibilización de estas en el Mayo del 68, ofrece aquí un conjunto de nueve ensayos inspirado por las ideas de las antropólogas Nicole-Claude Mathieu y Paola Tabet, las sociólogas Christine Delphy y Colette Guillaumin, pero también la literatura de Djuna Barnes y Nathalie Serraute, entre muchas otras de sus compañeras de lucha. El lesbofeminismo materialista de la autora francesa incide en la heterosexualidad como «régimen político que se basa en la sumisión y la apropiación de las mujeres», analizando cómo este «contrato social» legitima el sistema —capitalista y patriarcal— en todos sus ámbitos e implicaciones y adelantándose, así, a autoras de referencia en la teoría feminista y el pensamiento queer, como Adrienne Rich. Como explica en su prólogo Louise Turcotte, la multidimensionalidad del pensamiento lesbiano de Wittig despunta en una enorme revolución conceptual: con sus provocadoras frases «no se nace mujer» o «las lesbianas no son mujeres», cuestiona las categorías universales de hombre y mujer, considerándolas no ya como realidades sexuales —y ni siquiera de género— sino concebidas desde un régimen político. Llega a calificar la categoría de sexo como «totalitaria» y asegura que, para probar su existencia, tiene «sus inquisidores, su justicia, sus tribunales, su conjunto de leyes, sus terrores, sus torturas, sus mutilaciones, sus ejecuciones y su policía». En buena medida es ese estilo directo y punzante el que hace de El pensamiento heterosexual y otros ensayos una obra imprescindible, sin la que no se podrían entender los actuales enfoques feministas que lidian con las dinámicas de poder o la lucha de clases, pero también con cuestiones —no menos importantes— que atañen a lo lingüístico («el lenguaje proyecta haces de realidad sobre el cuerpo social, lo marca y le da forma violentamente»), así como las lecturas interseccionales de la inequidad social. Si hacemos caso a Wittig, hace falta superar la vieja dialéctica, la ideología de la diferencia sexual: «Como no existen esclavos sin amos, no existen mujeres sin hombres».

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