Horas críticas

«Olor a hormiga»: donde ocurren los desastres

Cuando me senté por primera vez frente a este libro, tuve miedo. Leí la contracubierta y en mi cabeza apareció la piel arrugada y enferma, la soledad indeleble. Lo dejé sobre el escritorio durante varios días, sin atreverme a abrirlo, pero siempre a mi lado. Supongo que era mi manera de acostumbrarme a él, de conseguir perderle el temor a su contenido, como si se tratase de algún tipo de animal impredecible.

Una mañana lo abrí. Resultó que el miedo era mucho más complejo de lo que creía.

A veces, los mayores desastres ocurren en el interior del hogar, donde se supone que está el refugio. A veces, los lugares seguros contradicen su significado y demudan en amenaza. Este es el caso de Olvido, la narradora de Olor a hormiga (Reservoir Books, 2024), primera novela de la poeta Júlia Peró. El vestíbulo de Olvido se ha convertido en monstruo que respira y tiene paredes de piel y manos de aire. Su casa ha terminado siendo el cuerpo de una lagartija enorme, una que se la ha tragado y no le permite salir. Olvido es una mujer enjaulada, y no solo dentro de su propia casa: su cabeza es laberíntica como un hormiguero. Y, por si perderse dentro de una misma no fuese suficiente, Olvido tiene pegado, igual que una mancha obstinada, a un gato que le recuerda con crueldad todo lo que ella querría olvidar.

Esto es así, al menos, hasta que llega la chica. Una muchacha que derrama juventud, «tan bella que la vejez no sabría por dónde empezar a roer», una joven que limpia los pasillos y el cuerpo de Olvido, sí, pero que, sobre todo, la tutea. A ojos de la chica, Olvido no es una anciana dependiente, una paciente, como la llamarían en una residencia. Para la chica, Olvido es una mujer enfadada con su situación de encierro y deterioro y, a la par, una amiga. Para Olvido, la chica es la fuente de un afecto que confunde con envidia, o de una envidia que en realidad se trata de amor. Para estas dos personajes, la otra es un mundo de opuestos.

En Olor a hormiga, la vejez se presenta casi como un personaje más, uno igual de contradictorio: uno que tiene a la juventud en su reverso. «La vejez es una larga enfermedad. […] Pero no es contagiosa, la vejez. Es intrínseca. Porque ningún cuerpo tolera tanta vida», cuenta Olvido. Cuanto más nos adentramos en la novela, más entendemos que la senectud no es tan solo la antesala de la muerte. Júlia Peró ahonda en los pensamientos de su narradora para mostrarnos que envejecer es mucho más que crecer al revés, que morirse a pedazos, que quedarse sola y huérfana. La vejez es el otro lado de la juventud. Un lado igual de oscuro e igual de luminoso, uno igual de complejo.

La historia de Olvido, personaje que nos narra su presente pero que tiene la capacidad para revivir con claridad su pasado, a pesar de la demencia, destruye por completo nuestras ideas sobre lo que significa ser vieja —así, en femenino— y la reconstruye con nuevas piedras, con nuevas imágenes. En esta etapa vital, tal y como nos enseña Olvido con la fiereza de las viejas, también creamos y deseamos. Olor a hormiga es justamente eso: un poema, un canto, un relato sobre cómo el deseo y la curiosidad nunca abandonan los cuerpos, ni siquiera aquellos que despreciamos y que nos negamos a ver.

Júlia Peró, autora de «Olor a hormiga». / © Luis Mario

Así como la vejez y la juventud son dos caras de la misma realidad, también lo son los celos y el deseo, la soledad y los gritos, el terror y la belleza. Esta es una novela que fascina por su capacidad para fundir opuestos: las lectoras quedamos desconsoladas en el mismo instante en el que nos conmovemos. La autora consigue este efecto no solo a través de la historia en sí misma, si no también mediante palabras que obligan a pararse frente a ellas por su hermosura, sencillez y, sobre todo, brutal honestidad. «La belleza siempre es violenta», «Uno de aquellos días entró por la ventana una bandada de remordimientos y ya nunca se fue», o «Una envidia reptil, verde como las cosas que se pudren», son solo algunos ejemplos de esta narración preciosa a la vez que disruptiva, conformada por huecos y olvidos y gemas.

Mientras leemos Olor a hormiga tenemos la sensación de estar frente un largo poema, en parte por su belleza, claro, pero sobre todo por esa cualidad tan propia de la poesía: decir las verdades que desearíamos que quedasen escondidas, aquellas que confiesan demasiado sobre nosotras mismas.

Ahora que he terminado Olor a hormiga, compruebo que el temor a la vejez, al reverso de la juventud, es tremendamente común. Y, a la par, entiendo que precisamente por eso debe ser narrado, enunciado, diseccionado, en lugar de hacer aquello a lo que estamos acostumbradas: ignorarla. Esta es una novela a la que volver. Se siente el deseo de subrayarla, marcar las páginas, leerla en voz alta para una misma o para alguien más, tomarla días más tarde y releer los extractos guardados. Igual que las hormigas dejan el rastro de su olor en los lugares donde hay comida para que la colonia pueda encontrar a su vez estos alimentos, Júlia Peró deja en nosotras, las lectoras, un sabor. Durante la lectura de Olor a hormiga —y después, una vez cerrado el libro, una vez digerido—, en el fondo de mi lengua apareció una sensación, la de comer manzanas ácidas con canela.

Más allá de los sabores que a cada una le dejen estas páginas, Olvido y la chica son quienes definen su propia historia, aunque sin saberlo del todo. A partir de un haiku que la narradora lee en voz alta a la joven, ambas resumen con sencillez todas sus galerías de hormigas, todos los rincones por limpiar, las intimidades ajenas y propias que han presenciado y las manchas imborrables en el cojín:

—Hormiga, / aunque subes a una rosa / el sol está lejos.

—Es bonito, pero un poco triste.

No estaba de acuerdo con la chica. Yo creía que era al revés. Que era triste pero un poco bonito.

 


OLOR A HORMIGA
Júlia Peró
RESERVOIR BOOKS
(Barcelona, 2024)
240 páginas
18,90 €

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