Black Boy, de Richard Wright (Alianza)
«Cada acontecimiento se expresaba con un lenguaje críptico. Y los momentos que se vivían con lentitud revelaban sus significados codificados. […] Como el anhelo de identificación que desencadenó en mí la visión de una solitaria hormiga transportando su carga para emprender un misterioso viaje». Este pasaje, uno de los primeros de Black Boy, sucede al momento en que su autor, Richard Wright (1908-1960), a los 4 años, incendia la casa familiar por accidente, y sobre todo, a la paliza posterior que recibe hasta perder el conocimiento. Implacable retrato de la pobreza, el hambre, la enfermedad, el miedo y la violencia en el sur de los Estados Unidos en la era de las leyes Jim Crow, esta obra es el testimonio de cómo la visión de los conflictos raciales fue generando conciencia en aquel niño como testigo de la injusticia social y el sufrimiento. Originalmente publicada en 1945 con gran contraste de opiniones, desde quienes la calificaron de obscena a los que, como el crítico de The New York Times, dijeron que si se escribiesen más libros de ese tipo algún día habría «una democracia más verdadera», convirtió a su autor en uno de los primeros escritores afroamericanos que abordó la lucha por su identidad antes de la llegada de los derechos civiles y de los pocos que alcanzó reconocimiento en aquellos años. Más que un libro de memorias, lo que hallamos en estas páginas es una vida novelada (que tendría una segunda parte, publicada póstumamente), bastante parecida a lo que hoy día conocemos como autoficción, desde un tono visceral, tan oscuro como conmovedor. Wright, que apenas había alcanzado los cuarenta años por entonces, narra en paralelo a esa toma de conciencia —social— una de otra índole: la del poder de la lectura y la escritura para releer o reescribir el mundo, al menos en parte, usando las palabras como arma o como escudo frente a un mundo mayormente hostil hacia los nacidos en una situación de vulnerabilidad que planea sobre ellos como una eterna condena. Además los autores clásicos que le influyeron, como Stein, Dostoiévski, Proust o Lee Masters, cita aquí a quienes como él criticaban la asfixiante atmósfera estadounidense, los Dreiser, Masters, Mencken, Anderson o Lewis. A través de sus libros quiso alejarse de su propia opresión, y llegado el final de este volumen Wright parte hacia el norte buscando una vida mejor que la que había conocido: «El sur blanco afirmaba que conocía a los negros, y yo era lo que ellos llamaban un negro. Bueno, el sur blanco jamás me había conocido, jamás había sabido lo que yo pensaba, lo que sentía». Con ganas de revelarse/rebelarse emprende entonces el protagonista un viaje parecido al de aquella hormiga; también él lleva su propia carga existencial: la losa que otros le han impuesto por el color de su piel.
Democracia y cuidado, de Joan C. Tronto (Rayo Verde)
Digámoslo ya: todas y todos dependemos, en algún momento, de alguien que nos cuide. En los últimos tiempos, las dificultades que acarrea la labor de cuidados (a personas mayores, a niños) o incluso autocuidados (adultos con estrés o con una frágil salud mental) en una sociedad de alta demanda donde prima el rendimiento profesional y también personal, están en boca de cada vez más gente, sea de forma explícita o más o menos inconsciente. La tesis central de este ensayo es que existe un vínculo entre ese déficit y nuestra desafección política, y que solo reconectando ambas cuestiones seremos capaces de llevar algo de justicia al ámbito de los cuidados, tan ajeno a los parlamentos: «Formar parte de la ciudadanía en una democracia significa cuidar de otras personas tanto como de la propia democracia», leemos en el prefacio de Democracia y cuidado. Su autora, la especialista en ciencias políticas y estudios de género Joan C. Tronto (Minnesota, 1952), denomina a esa práctica concuidar. En estas páginas argumenta que la política ha estado históricamente mucho más cercana de lo que hoy pueda parecer a eso que llamamos vida doméstica, la cotidianidad, algo que va bastante más allá de la economía, y que la hegemonía de esta última ha ido alejando y relegando como tarea secundaria, pese a revelarse cada día como fundamental. El primero de los tres bloques en que se divide el libro expone el marco teórico de la democracia del cuidado concebida como una resolución de conflictos, partiendo de autoras como Margaret Urban Walker y su ética de la responsabilidad o Eva Kittay y su defensa del cuidado a los cuidadores como base de la justicia social. El segundo bloque analiza los marcos de género en el actual no-sistema de cuidados, su complejidad y sus círculos viciosos, asociados a la cuestión de clase y a la perspectiva neoliberal del cuidado dentro de las lógicas de mercado. Finalmente, el tercer bloque mira hacia el futuro, mostrando cómo cambiar el valor de los cuidados podría transformar temas tan complejos como la inclusión y la dependencia, mejorando ostensiblemente nuestras democracias. Como señala en su prólogo la enfermera, filósofa y escritora Iris Parra Jounou, «el cuidado supone un reto para la democracia por su naturaleza desigual, particularista y plural», y de ahí la trascendencia del debate en el que ahonda Tronto, y que concluye con una paletada de honestidad, una de las principales cualidades de este libro de absoluta vigencia: «Si oteamos por encima del muro veremos la posibilidad de un mundo en el que nuestras capacidades de cuidarnos y cuidar de los demás aumentarán solo si tenemos el valor de admitir que necesitamos, y nos resultará beneficioso, reconocer la gran red de relaciones asistenciales dentro de la cual nuestras vidas cobran sentido».
La vida en la sombra, de Andy West (Ariel)
«Mi culpa me granjeó, además, el derecho a la inteligencia», se cita al inicio de este libro a Jean Genet, cuya fallida carrera en el mundo del robo, como sabemos por su Diario del ladrón, lo llevaría a convertirse en escritor admirado por Cocteau o Sartre. El autor de La vida en la sombra se unió a The Philosophy Foundation (con sede en Londres) en 2010 y desde entonces enseña filosofía en las prisiones y en las escuelas británicas, además de contar en medios de comunicación como The Guardian su inusual labor, un relato que ahora ha convertido en su debut literario. Explica Andy West en una nota introductoria que «mientras trabajaba en este libro era consciente de que estaba escribiendo sobre personas que no suelen la oportunidad de escribir sobre sí mismas»; no pueden usar redes sociales ni publicar nada que escape a la férrea supervisión del Ministerio de Justicia. Así que, de alguna forma, él se convierte en canalizador o altavoz de sus ideas, partiendo de una capacidad empática que tiene que ver con otra cita contenida en este libro, donde Simone Weil define la justicia como «estar dispuesto a reconocer que el otro es bastante distinto de lo que interpretamos cuando lo tenemos delante». No existe algo como la cárcel o el preso, asegura West, quien se acerca de forma desprejuiciada y a través de grandes cuestiones filosóficas a sus muy diversas historias, dando lugar a paradojas interesantes: presos que se preguntan qué es la libertad, gente con penas incondicionales que tratan de definir la noción de tiempo, culpables que reflexionan sobre el perdón, mujeres encarceladas que hablan de feminismo, jóvenes negros que se plantean cuestiones de raza, niños drogadictos que se cuestionan la naturaleza del deseo; todos tienen preguntas que originan, de algún modo, revelaciones sobre la vida, cualquier vida. Pero no menos importante es el modo en que West cuenta su propia experiencia, cómo el logró escapar de ser encarcelado en un entorno familiar donde lo más común era acabar entre rejas. Así pues, escribe desde la memoria personal, pero al igual que en sus clases, se deja guiar por el pensamiento de los grandes filósofos, como Locke, Boecio, Audre Lorde o Schopenhauer, pero también el de los grandes escritores, clásicos y contemporáneos, de Kafka, Pessoa o Pushkin a Minna Salami, Michael Ondaatje o Zadie Smith. Todas esas voces, como las de los presos con quienes conversa, dan forma a una narración que, entretejida con sus propias vivencias, ofrece un retrato de la libertad que se parece mucho a la verdad. El filósofo Epícteto, cuenta a sus alumnos West, nació en la esclavitud, pero estaba convencido de que en lo esencial no había dejado de ser libre: «Afirmaba que las cadenas eran una limitación para su cuerpo, pero no para su capacidad de elección». Sus ideas volaban más allá de cualquier restricción, como sus palabras.
La inevitable ceguera de Billie Scott, de Zoe Thorogood (Reservoir Books)
«Siempre me ha interesado mucho lo diversas que son las personas y cómo se ven a sí mismas, cómo ven quiénes son, qué quieren y sus metas y sueños», decía Zoe Thorogood (Ipswich, 1998) en una reciente entrevista para el blog Le Cabinet de McCoy. En ella rememora el momento en que hizo su entrada en la escena del cómic, a los 21 años, con una ópera prima que sigue impresionando por su madurez en esta traducción al castellano de Juan Naranjo que nos ha llegado de forma reciente gracias a la excelente edición de Reservoir Books. Su protagonista, artista emergente que trata de abrirse paso en un mundillo que «tiene mucho de inversión financiera para millonarios inseguros», sufre un intento de robo que la dejará ciega en breve. Retrato de una deprimida y precaria generación post-Brexit, esta historia de iniciación va más allá de su premisa gracias a lo punzante de su construcción de personajes y de su trazo expresionista: dibujado en una apropiadamente austera gama cromática, con interiores exentos y exteriores deformados que reflejan la tensión que emana del contexto social, pero también el ritmo inexorable de la narración. En ese contexto formal, influido por el dibujante de manga Inio Asano, la autora inglesa habla del proceso creativo, de la soledad del artista, de la amistad y la empatía como inspiración, de la autoestima personal (que a menudo pasa por la profesional) y del poder de transformación del arte: «No cambié el mundo. Pero sí que lo sacudí», concluye su esperanzada mirada al futuro, que en su caso es presente. Tras este existencialista e inspirador debut, a caballo entre el manga y el undergrund europeo, Thorogood ha sido nombrada mejor nueva promesa de 2023 en el marco de los Premios Eisner, donde estaba nominada en hasta cinco categorías. Su capacidad de cumplir lo que promete reside en estas pasmosas viñetas, de las que a día de hoy habla en estos términos: «Veo a Billie y este libro como a mí misma cuando era más joven. Tenía unos 20 años cuando lo escribí y hay en él mucha esperanza, optimismo y una especie de amor incondicional por las personas y el arte». La inevitable ceguera de Billie Scott es, desde luego, una obra inspiradora y muy recomendable para quienes aún piensan, en este mundo descreído y fatalista, que el riesgo no está reñido con los finales felices (en la ficción y en la realidad).
Muy buen análisis del cómic. Muchas gracias por nombrar a quienes traducimos los libros de los que habláis. Ojalá fuera más habitual. Un abrazo.