Horas críticas Analógica

Una violencia vitalista

Reseña de «Difuntos bajo los almendros en flor», de Baltasar Porcel

En su prólogo a esta nueva edición de Difuntos bajo los almendros en flor, Ángel L. Fernández Recuero se refiere a Baltasar Porcel (Mallorca, 1937 – Barcelona, 2009) como un autor «caído en el olvido». Aunque exagerada, la expresión no es del todo inexacta, lo que apunta a una serie de precariedades inherentes a nuestro sistema cultural. Y es que Porcel, en vida, lo fue todo en el mundo de la literatura, el periodismo y la sociedad catalanas, y no fue poco para la española. Tuvo cercanía con el poder (e incluso, alguna cuota del mismo), presencia mediática, prestigio artístico. También tuvo lectores; al menos, en tanto que columnista, porque arrastraba fama de narrador alambicado, minoritario. Eso no impidió que su nombre sonara para el Premio Nobel, quizá con ciertas dosis de voluntarismo nacional. Oh, y un detalle: Harold Bloom lo menciona en su canon occidental. En fin, no hablamos de un marginal precisamente. Que un hombre culto como Fernández Recuero nos cuente que desconocía su existencia cuando escuchó hablar sobre él en 2019, sólo diez años después de su muerte, me temo que no delata un problema individual sino colectivo, un cortocircuito doble que incomunica, primero, a las culturas en lengua catalana y castellana; y segundo, a las sucesivas generaciones entre sí. No en vano, la memoria de Porcel también se ha desvanecido más de lo previsible en el interior de su propia tradición literaria.

Por todo ello, resulta estimulante asistir a un proyecto editorial que busca reavivar la vigencia porceliana y, además, tiene su gracia que esté vinculado a un sello periodístico como el de Jot Down. Con nueva traducción al castellano debida a Teresa Galarza Ballester (espléndida, pese a la dificultad del empeño), Difuntos bajo los almendros en flor demuestra de sobras la perdurabilidad del estilo y el universo propios del autor, ambos caracterizados por un vitalismo descarnado, anárquico, solar. La novela pertenece al primer ciclo narrativo de Porcel, protagonizado por su pueblo natal, Andratx, de modo tan recurrente que roza la identificación o la simbiosis. En 1970, Difuntos fue probablemente su primera obra maestra, anticipo de aquel absoluto desparrame posterior titulado Cavalls cap a la fosca (1975; también recuperada por Jot Down Books como Caballos hacia la noche, 2022). Juntos, los dos libros cuajan un Mediterráneo violento, sensitivo, primitivo y pulposo, un tejido de historias e individuos poderosos latiendo bajo el impulso de los elementos naturales, desafiándolos o entregándose a ellos. Se trata de una literatura que venía de digerir los dilemas del existencialismo europeo mientras repasaba la tradición catalana, deconstruía las raíces del temperamento isleño y se inventaba una idea de individualismo nihilista a la medida del Ego nada despreciable de su autor… El estallido setentero de semejante mezcla iba a ser memorable.

Difuntos está construida por acumulación de una serie de cuentos que Porcel había publicado previamente en La Vanguardia (su casa periodística durante toda la vida), pero eso no le resta la coherencia interna propia de una novela, sobre todo si tenemos en cuenta que las estructuras caleidoscópicas pueblan gran parte de su narrativa. Pese a la apariencia desbordante de las historias que va desplegando, tan intensas que invitan a atribuirles carácter imaginativo, lo cierto es que el autor se nutre en no pocas ocasiones del anecdotario real de Andratx, con su puerto y alrededores. La guerra civil resuena de fondo, casi como el ojo de ciclón originario (por parafrasear el título de otra novela suya) del que provienen los aromas de violencia y muerte omnipresentes en estas páginas: muertos ahorcados, sangrantes, revinientes, pútridos, hermosos, horribles. En el otro extremo está el sexo, para cuya evocación Porcel tira de voluptuosidad rabelaisiana, sin restricciones ni romanticismos (el autor sería muchas cosas, pero no, desde luego, un partidario de la levedad), a menudo obscena.

En todo caso, quien quiera comprender bien a Baltasar Porcel a partir de esta magnífica Difuntos debería fijarse en dos aspectos. El primero, estilístico, se refiere a la densidad barroca de la frase y los estímulos sensoriales. La prosa original de Porcel ha sido discutida a veces, considerada por unos y otros como modelo excelso, excrecencia monstruosa o genial, amalgama, caos… En cualquier caso, lo imposible sería no reconocerla al instante. Por eso hay que insistir en la impecable labor de Galarza Ballester. Luego, está la forja a beneficio propio de un modelo (a)moral de comportamiento: el conquistador/explorador individualista, el hombre que desafía al mundo entero para obtener cuanto desea, que no es sino plenitud del instinto vital. Lo cierto es que Andratx es uno de los pueblos mallorquines que históricamente ha dado más aventureros, emigrantes o colonos, pero Porcel extrae un jugo verdaderamente mítico de esa tradición, entre la carcajada pirata y la insolencia estraperlista, a mayor gloria del ambicioso destino que proyectaba para sí mismo. Un proyecto que se intuía desde aquella inaugural Solnegre que marcó su debut narrativo en 1961 y que, al menos para mí, alcanzaría su punto máximo con El cor del senglar en 1999, una novela que en un futuro próximo también integrará la colección editorial de la que forma parte Difuntos bajo los almendros en flor.

 


 DIFUNTOS BAJO LOS ALMENDROS EN FLOR
Baltasar Porcel
Traducción de Teresa Galarza Ballester
JOT DOWN BOOKS
(Sevilla, 2023)
224 páginas
18 €

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