Historias naturales

Perros

Me fotografiaron a la salida del hospital tras haberme operado de cataratas. Mi aspecto era realmente catastrófico: cabeza vendada, ojo intervenido cubierto por una gran pieza de plástico transparente, tiras de esparadrapo cruzando de arriba a abajo y de derecha a izquierda y, además, la obsoleta mascarilla, aún obligatoria en el quirófano y que me había olvidado retirar, perfectamente colocada. La foto era tan espectacular que decidí publicarla en Facebook, no en facebook general, sino en un facebook especializado al que denomino Acciones, rótulo que acompaño de un lapidario «Rigurosas alteraciones de la compostura humana». En resumen, un conjunto de elementos que justificaban un pie de foto de carácter humorístico en el que explicaba que había sido atacado por dos perros de raza pitbull terrier americano y, para suavizar el tono trágico, aportaba un dato inverosímil, que a los dos perros pitbull se les había sumado un chihuahua. Pero hubo sorpresa. Empezaron a llegar comentarios de amigos, tanto amigos de facebook como amigos personales, en los que prácticamente me daban el pésame o al menos me daban ánimo y recomendaciones médicas y de mejora de mi comportamiento. Empecé a sentirme incómodo. Me di cuenta de que la inmensa mayoría no era capaz de descubrir el tono cómico o festivo y, cuando la cosa fue a más, cuando se originó una primera disputa entre comentaristas sobre la peligrosidad de los animales de compañía, y luego otra sobre la conveniencia o no de vacunarse de la rabia, decidí intervenir, cortar por lo sano eliminando la entrada.

Queda clara la tendencia generalizada, entre lectores y espectadores, de solo aceptar la realidad, de abandonar, de devaluar la ficción hasta extremos ridículos, una tendencia que se hace patente en los telefilmes cuando, para darles carácter de seriedad y garantía, se incluye el letrero «basado en hechos reales»; la ficción cotiza a la baja, se busca, desde hace ya mucho tiempo, que lo que se cuente sea verídico, que se corresponda con hechos demostrables. Recuerdo hace unos años un mano a mano, hoy diríamos una conversación, que mantuve con el escritor Félix de Azúa a raíz de unas jornadas literarias. Quizá me pasé cuando quise introducir el acto presentando al personaje Azúa y al personaje Lerín como dos viejos amigos cuyo conocimiento se produjo en un canódromo, siendo Azúa el hijo del trapero que confeccionaba las liebres de trapo, y siendo Lerín el hijo del veterinario que cuidaba de los galgos. Ya lanzado en el ejercicio improvisado de la fabulación, narré diversos episodios, desde luego ficticios, condición que ponía de relieve incidiendo en improbables sucesos, para terminar resaltando el alto grado de buena educación y caridad cristiana, por mí ejercidos, pese a la diferencia de clases. Ya digo, quizá me pasé, pero creí que el público estaba reaccionando bien, que entendía el contexto humorístico en el que se desarrollaba la historia. Sin embargo a la salida, ya en la calle, una persona del público, un señor mayor, bien vestido, y de gestos educados, se acercó, se dio a conocer diciendo que era veterinario jubilado y declaró que había seguido con mucho interés mi relato y que entendía que la diferencia social, entre el hijo de un trapero y el hijo de un licenciado superior, hubiera podido desembocar en un desencuentro y que era muy meritorio mi proceder, que no era habitual en este tipo de relaciones.

No admite discusión pues que con determinadas cosas no se juega, diría que con casi ninguna de las cosas, y que situaciones de este cariz, como el diálogo con el veterinario pensionista, nada fáciles de resolver, llevan al convencimiento de que es mejor no utilizar el humor, ni siquiera la ironía ligera, incluso la más volátil, porque, en resumen, sinceramente, qué les vamos a decir a estos crédulos ciudadanos. O sea que voy a permanecer encerrado en mi domicilio una larga temporada, un encierro lógico por otra parte tras las dentelladas cánidas, ya que no sé cuál debiera ser la actitud a adoptar ante las abusivas inquisiciones y condolencias callejeras que, sin duda, iban a producirse.

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