Horas críticas

Cruda realidad cruda

Reseña de «Tasmania», de Paolo Giordano

En el acto de presentación en la madrileña librería Antonio Machado, el escritor Paolo Giordano (Turín, 1982) hizo una puesta en escena perfectamente adherida al núcleo central de su nueva novela, Tasmania (Tusquets, 2023). Los asistentes al acto pudimos ver al autor italiano, que ganó fama mundial gracias a su celebrado La soledad de los números primos (Salamandra, 2009, y reeditado por Tusquets, 2023), con un talante taciturno, reflexivo y además algo cansado física y mentalmente. Se notaba que había sido una larga jornada de entrevistas y promoción y que todavía estaba rumiando todos los temas que habían salido en tantas conversaciones a lo largo del día. Esto lo contamos no por puro cotilleo sino porque el acto parecía un capítulo más de su novela, una bonus track disponible solo para algunos afortunados. «Me apetecía escribir sobre el presente, no del pasado ni sobre distopías futuras. Tampoco me interesan las grandes historias, en estos momentos prefiero lo íntimo», comentó en algún momento de la presentación. ¿La realidad superando a la ficción, pues? En este caso no, porque aquello era simplemente realidad añadiéndose a la pura realidad del libro.

Porque lo bueno y lo malo de Tasmania está justamente en eso, su apego fiel hasta el exceso a nuestro día a día, sobre todo al día a día del protagonista: P. G. de nombre, tal cual, igualmente físico, periodista y escritor, adulto italiano que vive en pleno siglo XXI, perdido entre las pesadillas de la geopolítica mundial, las dudas y frustraciones de una potencial paternidad, además de los desvelos por encontrar, como autor, una historia emocionante que contarnos. Leyendo Tasmania y viendo en persona a Giordano hablando sobre su libro, uno puede pensar que efectivamente Paolo Giordano/P. G. no llegó a encontrar la historia que quería escribir y no pudo hacer más que contarnos eso mismo, la lucha vana contra lo vano. Uno de los hilos narrativos de Tasmania es este: P. G. está intentando escribir un libro que jamás escribe sobre la bomba atómica, entona en varias ocasiones el ya manido y desmoralizante «qué más se puede contar sobre esto que no se haya contado», llega incluso a entrevistar a víctimas de Hiroshima y Nagasaki, viaja a actos conmemorativos en estas ciudades; esfuerzos de documentación que el Giordano real también nos confiesa que llegó a hacer en la «cruda realidad». Realidad cruda.

Tan cruda que se nos indigesta a veces mientras avanzamos en el libro, acompañando a un protagonista que se lleva toda la novela con los hombros caídos, dando tumbos entre la culpa y la desgana, preso de un nihilismo que a veces nos hace sentir pena pero otras nos lleva a que directamente nos saque de quicio, nos caiga verdaderamente mal (algo que, por sí mismo, no es malo sino coherente): «Me avergonzaba de todo el tiempo que había pasado solo, de equivocarme con las personas, es verdad, pero también conmigo mismo, sobre todo me equivocaba conmigo mismo y con lo que creía que eran mis deseos; no sabía qué quería, a los cuarenta años no es normal, ¿no?». En este fragmento podemos ver perfectamente las principales características de la novela, incluido esto que decimos: un personaje perdido, que a veces provoca empatía y a veces rechazo, un pesimismo muy propio de los tiempos actuales y un estilo que raya con lo enunciativo, que no aspira a grandes exigencias lingüísticas ni de estilo ni siquiera compositivas, sino simplemente a exponer de primera mano lo que va pasando por la cabeza (y el corazón y a veces hasta el estómago) de la persona/personaje.

«No tengo nada en contra de las autobiografías, siempre y cuando el que la escriba tenga un pene en erección de treinta centímetros. Siempre y cuando la escritora haya sido una puta y a la vejez sea moderadamente rica. Siempre y cuando el pergeñador de semejante artefacto haya tenido una vida singular». Esto lo dice, a lo bruto pero como siempre lúcido, Roberto Bolaño en algún momento de Entre paréntesis (2004) y, tirando de este esclarecedor contraste, podemos concluir que Giordano no nos trae precisamente una epopeya con su, en gran parte, autobiográfica Tasmania. Pero se nota que hay una intención que vertebra el libro, una literatura sintomática, una radiografía (que no una biopsia) del tuétano de lo que somos, de lo que estamos siendo, por suerte y por desgracia, justo ahora, mientras leemos esta crítica, mientras miramos el telediario o por la ventana de nuestra hipotecada casa.

El escritor turinés Paolo Giordano, autor de «Tasmania». / © Ivan Giménez — Tusquets

Quizá uno de los puntos más interesantes que Paolo Giordano/P. G. aborda en el libro (aunque lo hace casi susurrando, como no queriendo levantar la liebre del todo) es la amistad entre hombres, con todas sus limitaciones y sus torpezas. En los encuentros del personaje principal con los distintos personajes de sexo masculino que le rodean, amigos de toda la vida (Giulio, que está viviendo una separación dura, con peleas de custodia infantil incluidas), conocidos de la etapa adulta (Novelli, un extravagante científico especialista en nubes), encuentros fugaces (en entornos paradisíacos aderezados con alcohol y desinhibición), siempre hay una muy sintomática barrera física y sentimental que les impide ser todo lo sinceros o espontáneos que igual les gustaría. Hay conversaciones que se quedan a medias o directamente en la superficie, hay dudas de cuándo abrazar, dónde hay admiración y donde, por qué no, atracción (o podemos decir incluso necesidad) física o sexual. Aunque, como decimos, el libro lo muestra de manera muy taimada, podemos adivinar que P. G. se siente preso de su educación en una cultura masculina que, en los tiempos actuales, choca con situaciones para las que igual no está tan preparado. En este sentido es también muy acertado cómo se cuenta la forma en la que P. G., en su faceta de profesor, encara las exigencias de sus jóvenes alumnos en materia, nada más y nada menos, de suicidio y feminismo. «Podría vivir así eternamente, me decía, teniéndolo todo quieto, evitando cualquier interferencia», sentencia el personaje principal en algún momento de la novela. Cruda realidad, en efecto.

«Me han hecho muchas preguntas sobre cuestiones globales, el cambio climático, el terrorismo, grandes temas que me parecen realmente abstractos», dijo el Giordano de carne y hueso en su presentación madrileña, y en relación a su experiencia con la prensa de aquel día. Y, aunque esos y otros temas, pandemia incluida, están en Tasmania (en algunos momentos incluso como capítulos con mera información enciclopédica/periodística), el autor real y el P. G. de la novela quieren deshacerse de esa carga que llevamos como colectividad, como masa occidental, capitalista, blanca y heteropatriarcal en plena crisis existencial, para llevarlo todo al núcleo más esencial, al punto de vista más último o más primero: a lo que siente y vive el individuo aislado, a los temblores y los errores y los miedos, e incluso a veces los aciertos, de esa persona que trata de sobrevivir en el centro justo de la tormenta. Por supuesto que no la vamos a reproducir aquí, pero la última frase del libro (que igualmente podría haber sido la primera, como muchas veces ocurre), construida tan solo con diez palabras, contiene todo esto que hemos tratado de decir aquí con muchas más. Vayan a leerla.

 


 TASMANIA
Paolo Giordano
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona
TUSQUETS
(Barcelona, 2023)
352 páginas
20,90 €

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