Al hilo de mi anterior ‘caso’ en la sección Historias Naturales de esta revista Mercurio, decir que he recibido un correo del arquitecto riojano XXX en el que narra la siguiente historia, no ficcional según sus palabras.
Define primero un término, ‘engalaberno’, acudiendo, por lo que veo, a Wikipedia: «Se denomina engalaberno, a veces ‘casas superpuestas’, ‘casas a caballo’ o ‘casas empotradas’, a la parte de una edificación que no se encuentra dentro de los límites del solar sobre el que se alza, sino que excede a estos en algún momento de su desarrollo, se introduce o apoya en el inmueble construido sobre la parcela colindante, invade lo que normalmente constituirían sus aires o subsuelo».
Luego, XXX, cuenta que alguien hereda una casa con una habitación en engalaberno con la casa contigua y comienza pasando ratos en esa habitación, luego abre un agujero para espiar a los vecinos, después abre una puerta y va frecuentando la otra casa y conviviendo con las dos familias, hasta que surge un problema amoroso con una de las criadas, por celos la mata, la amortaja, la mete en una caja de latón que encierra en la sala en engalaberno, tapia la puerta, tapona el agujero, se olvida de los vecinos, tapia la puerta de acceso desde su casa, y la habitación deja de existir, hasta hace un par de meses, en que un incendio la deja al descubierto.