Desconexión, de Roisin Kiberd (Alpha Decay)
«Soy la nueva carne», declara en el prólogo a este libro su autora, citando la expresión acuñada en la película Videodrome, de David Cronenberg, y en alusión a cómo su cuerpo ha mutado por efecto del uso y abuso de los medios y las pantallas. También dice en ese preludio considerarse una «cíborg emocional» por cómo gesta opiniones, recuerdos e identidad en su ordenador, con el que —como muchos de nosotros— pasa más tiempo a diario que con cualquier ser humano, y en este caso la referencia la llevará a Donna Haraway, quien apunta a la escritura como la tecnología de los cíborgs. Esta colección de nueve ensayos, más un epílogo, los alumbró la periodista y escritora irlandesa Roisin Kiberd (Dublín, 1989) mientras se curaba de internet; cuenta que su adicción a navegar la sumió en una dinámica mental nociva hasta el punto de buscar el suicidio: «Evidentemente, sobreviví. Después de una temporada de baja laboral y de terapia cognitiva-conductual de grupo, entendí que había perdido la perspectiva, pero que escribir podía ofrecerme una manera de recuperarla. Supe, también, que no podía echarle la culpa de mis problemas a la tecnología, y tampoco a la gente, pero que, en mi caso y probablemente en el de otras personas, internet y la salud mental estaban íntimamente relacionadas». Desconexión. Un viaje personal por internet describe el abismo de soledad existencial y la manipulación a la que nos someten las tecnologías de la (in)comunicación, que la mayoría —millennials o no— consumimos desde que nos tomamos el primer café hasta que nos echamos en la cama y (también) echamos un último vistazo a whatsapp. Kiberd, articulista especializada en subculturas digitales, ha sabido de primera mano hasta qué punto ese submundo lo abarca todo y contagia la tendencia a la gresca de «un tiempo de rencores, tribalismo y furia desbocada en el que los elementos más tétricos de la vida online se deslizarían sigilosamente desde las pantallas para introducirse en la realidad». Este excelente ensayo (auto)analiza esa distorsión cibernética del pensamiento, las implicaciones psicológicas y las sociológicas de este escenario y el aislamiento del que se nutren, paradójicamente, las redes sociales. Escribir le ha servido a la autora para conectar con un lector o lectora que (crucemos los dedos) no responderá a un algoritmo, alguien que —preferiblemente en papel— la entienda «como nunca lo harán los datos».
El baile del oso, de Irena Dousková (La Fuga)
Bajo la magnífica coartada que brinda el centenario de la muerte del novelista y periodista checo Jaroslav Hašek (1883-1923), La Fuga Ediciones, que hasta la fecha ha publicado cuatro libros de relatos suyos, nos brinda esta novela cuyo argumento gira en torno a los últimos meses de vida del escritor. El baile del oso recrea aquellos días en los que, retirado por su enfermedad a la pequeña localidad de Lipnice, perteneciente a la recién nacida Checoslovaquia de la Europa de entreguerras, se halla en pleno proceso creativo de Las aventuras del buen soldado Švejk, sátira antimilitarista y obra cumbre de la narrativa checa. Su compatriota Irena Dousková (Příbram, 1964), también periodista y escritora —de novela, teatro, poesía y guiones—, de la que esta obra, escrita en 2014, es la primera que nos llega traducida al español, ha sabido aproximarse a la singular y vehemente personalidad de Hašek a través de las historias, fabuladas y fabulosas, de sus vecinos en aquella aldea, homenajeando el tono entre absurdo e hilarante propio del gran literato, que no empequeñecía —sino al contrario— su hondura existencial: «Si bien resulta innegable que hasta ahora habría sido posible reprochar a Hašek, no del todo sin motivo, cierta ligereza o falta de seriedad en sus textos exclusivamente humorísticos, hoy me atrevería a a afirmar que estos defectos forman parte del pasado. […] El envoltorio de esta obra, por lo demás muy divertida, oculta un interior de un carácter sustancialmente más serio», escribe en El baile del oso un profesor de escuela local sobre la obra del soldado Švejk, en un logrado juego metaliterario que dice mucho sobre este otro libro. La escritura de Dousková, que reunió durante diez años el material para elaborar su novela, brilla en esa suerte de microrrelatos y en los frescos diálogos que sostienen cada capítulo. Pero, sobre todo, la autora ha logrado un retrato profundamente humano (y humanista) de Hašek, de quien contrasta su mordacidad y tendencia burlesca al escándalo con la fatiga y el miedo de quien vislumbra el final de su propia historia con media sonrisa.
La excepcionalidad permanente, de Ignasi Gozalo Salellas (Anagrama)
Entre enero de 2020 y mayo de 2023, un total de 1.191 días, la Organización Mundial de la Salud mantuvo vigente un estado de emergencia sanitaria motivado por la pandemia de covid-19. En España, el 14 de marzo de 2020, el presidente del gobierno anunciaba la declaración del estado de alarma como medida excepcional; era la segunda vez que se aplicaba en la historia de la democracia, tras la crisis de controladores aéreos que propició la de 2010. El libro que nos ocupa, no obstante, argumenta que este tipo de excepcionalidad indefinida en nombre de la democracia se remonta al 11-S y sus consecuencias globales, lo que supuso como toma de control y alarma extendida por parte de los estados. Doctor en filosofía, docente y ensayista, Ignasi Gozalo Salellas (Darnius, 1977) expone en La excepcionalidad permanente sus «ideas y delirios escritos en tres lenguas y en un estilo a medio camino entre el ensayo y la crónica de una era» para, partiendo de los estados de excepción del pasado siglo, revisar esa noción en el escenario actual, donde representan una especie de nuevo dios, analizando sus síntomas y manifestaciones en la vida diaria. Según el autor, la actual era se caracteriza por una sobredimensión del concepto de emergencia, que ha pasado a convertirse en una constante: «El abuso del término responde a la lógica de un pánico colectivizado, propagado tanto por medios de comunicación como por intereses políticos y económicos, pero también a un catastrofismo acrítico y desmovilizador». Así es como lo excepcional, sostiene, se convierte en moneda corriente y nos paraliza como sociedad en una suerte de ruta inexorable hacia lo que Marina Garcés, aquí citada por el autor, denomina «la condición póstuma». Gozalo Salellas aborda seis de esos estados colectivos que son expresión de una política «sádica y teológica»: el estado de excepción, el estado total, el de guerra, el de vigilancia, el de alarma y el de emergencia o catástrofe. También inserta una serie de microexcepcionalidades como la ola autoritaria de Estados Unidos y Europa, las crisis de refugiados, el agotamiento de recursos energéticos y alimenticios o los desastres medioambientales, todas amplificadas por «la omnipresencia de las redes y su capacidad para hacernos vivir agónicamente». Excepciones no solo políticas sino somáticas, administradas mediante algoritmos y dispositivos tecnológicos que, bajo el control de instituciones públicas y privadas, ejercen un nuevo tipo de violencia, según el autor, y nos llevan hacia esa condición de vulnerabilidad que señala Judith Butler y que desemboca en estas vidas precarias, en las que se ampara toda excepcionalidad. Una conclusión contundente la de esta obra que, inevitablemente, dará que pensar a sus lectores.
El amor no lo es todo, de Edna St. Vincent Millay (Random House)
Se cumple este año un siglo desde que ganara el Pulitzer de poesía Edna St. Vincent Millay (Rockland, 1892), la segunda vez que se concedía y la primera en que la vencedora era mujer. No una mujer cualquiera: la suya fue una mentalidad muy avanzada a su época que se expresaba sobre todo en sus convicciones feministas, su autonomía innegociable, su resistente bisexualidad —es notoria su tormentosa relación con Djuna Barnes— y su personalidad provocadora, pero también su escritura vanguardista e innovadora; motivos por los que, pese a aquel galardón a los 31 años de edad, acaso sea una de las grandes poetas norteamericanas menos leídas del siglo XX, habiendo quedado a la sombra de sus coetáneos T. S. Eliot o Robert Frost, pese a su maestría poética. No es de extrañar, no obstante, que haya sido un referente fundamental para muchas generaciones de escritoras posteriores, herederas de esa visión de la literatura en la que quedan reflejados dos axiomas: el de que, sin duda, lo personal es político y el de que lo político tiene, a su vez, mucho que ver con la cuestión de género y las diversas realidades sexo-afectivas. Entre otras, Luna Miguel, que se encarga de la selección de los poemas (traducidos para la ocasión por Ana Mata Buil, quien ya se ocupó de la antología más completa que hay de su obra en castellano, de 2020) incluidos en este enjundioso librito editado por Random House, como parte de su interesantísima colección Poesía portátil, en la que ya han visto la luz los versos de Anne Sexton o Elizabeth Bishop, entre otras. «El amor no lo es todo: no es carne ni trago, / ni lecho, ni cobijo cuando la lluvia acude, / ni un madero siquiera para el náufrago / que flota y se hunde y flota y se hunde», abren el compendio los versos que le dan título, desmitificando o desrromantizando la palabra de cuatro letras. En El amor no lo es todo muchos descubrirán a una autora rebelde con la condición adulta y los hábitos que acarrea («doméstica como una tetera»); maldita y castigada por las circunstancias melancólicas de la infancia («el reino donde no muere nadie») o la juventud («temo que la lluvia / conmigo otra vez se ensañe»); existencialista por el confinamiento al que la somete la mirada masculina («los hombres me observan, una larva alargada y muerta, / encerrada en una casa de acero de sedoso canto»); admiradora de la naturaleza espléndida y tenebrosa, indómita y reservada a las formas del cisne, la libélula, la alondra, sobre todo los seres alados («Y sí, ya tienes plumas y vuelas; / y un proyecto propio te espera»), pero también a la maleza, los juncos, los lirios y los jacintos, el bosque en toda su grandeza, penumbra y esplendor de hojas y ramas podridas por el paso de las estaciones; testigo de funerales, lamentos y agonías que se le derraman por la página («La angustia del mundo tengo en la lengua»). Dorothy Parker se maravillaba con la forma en que la autora de estos poemas hacía que parecieran algo sencillo, que cualquiera podía asumir; cuando en realidad eran todo menos eso. En aquellos felices años 20 —tan felices como lo puedan ser estos—, Edna St. Vincent Millay se negó a traicionarse a sí misma con palabras: «Entre cosas familiares, ahora extrañas / me abro paso, lenta, y palpo sin cesar, hasta acostumbrarme a la oscuridad».