Horas críticas

Libros de la semana #128

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

El hombre de la guerra, de Ramiro Pinilla (Tusquets)

El próximo miércoles se cumplirán cien años desde el nacimiento del autor de esta novela inédita, que dejó lista para su publicación antes de su fallecimiento, hace ya casi una década. Por eso supone un regalo inesperado para los admiradores —y los que estarán por venir— de la obra de Ramiro Pinilla (1923-2014), que se sitúa a la altura de los más grandes nombres de la literatura española del siglo XX, e incluso universal, habiendo sido comparada a la de Faulkner o Conrad, pese al relativo olvido de su monumental figura. Cuenta su paisana, la periodista María Bengoa Lapatza-Gortázar, en una nota a modo de epílogo, que en 2008 pudo leer el manuscrito de El hombre de la guerra y que, pareciéndole una novela más profunda que las de la serie policiaca que por entonces tenía en marcha el autor, le aconsejó esperar a publicarla. Quedó entonces guardada y pareció haberse perdido del todo hasta que, en noviembre de 2022, sus hijos la encontraron en el trastero de Walden, su casa en Getxo, donde «guardaba su vida entera». Escrita entre 1972 y 1974, la protagoniza un niño de la guerra, como el propio Pinilla, que regresa después de un largo exilio de «treinta y seis años de lectura y meditaciones sobre España». Empieza la narración, de hecho, con algo que se parece al final de una etapa: «Urko Pínaga tuvo la penosa impresión de que acababan de abrirle una casa con muerto. El presentimiento no arrancó solo de la bocanada de silencio espeso que brotó del interior. Pensó que era lo menos que podía esperar de aquel mundo acabado que pisaba por primera vez desde la guerra». Desde esas primeras líneas se aprecia la prosa destilada, casi invisible, de este escritor con boina (como lo calificara en estas páginas Enrique Rey, quien lo reivindicaba como uno de sus autores preferidos) del que aquí afloran sus mejores cualidades como narrador: la intriga, el humor, la crítica sociopolítica, su visión romántica del mundo, el elogiable protagonismo depositado en los personajes femeninos… Una obra que llega a tiempo para celebrar el centenario de su llegada al mundo, y que al mismo tiempo será siempre puntual, porque como señala Lapatza-Gortázar, «habla de las guerras que no acaban nunca y de las historias reescritas». La literatura de Ramino Pinilla, igualmente, no se acaba nunca; sus historias parecen estar reescribiéndose cada vez que volvemos a ellas.


Credibilidad, de Sarah Banet-Weiser y Kathryn C. Higgins (Barlin)

Ahora que el grito conjunto de la sociedad española #SeAcabó acaba de encender el foco —a toda potencia— sobre cuestiones relativas a los abusos, acosos y agresiones a mujeres que ni consienten ni callan, parece el momento ideal para rescatar este ensayo publicado de forma reciente en nuestro país, que analiza por qué la Credibilidad de ellas sigue poniéndose en cuestión apenas denuncian hechos de este tipo (de estos tipos); un recelo que hemos visto brotar pronto en el caso de Jenni Hermoso. Partiendo de las consecuencias de otro importante movimiento/hashtag de reacción en los últimos años como ha sido el #MeToo, y su inevitable vinculación al fenómeno de la posverdad y las fake news, sus autoras se sumergen en los juicios sociales paralelos que suelen aflorar en los medios de comunicación, las hordas justicieras de las redes sociales y ciertas obras culturales, como las series televisivas, para desvelar cómo el poder hegemónico patriarcal, blanco y de clase alta se reserva la potestad de sancionar quiénes detentan la verdad (y quiénes no). La docente universitaria y escritora Sarah Banet-Weiser, que ha reseñado títulos de enfoque feminista para Los Angeles Review of Books, y la investigadora posdoctoral en comunicación Kathryn C. Higgins, especializada en temas que abordan la cultura de la violencia, sacan a la luz en estas páginas los prejuicios más sólidamente anclados, pero también la apropiación del feminismo por parte del mercado o el poder de las narrativas de falsas acusaciones. Para ello, se detienen en casos como el de Amber Heard, declarada culpable de haber difamado a su exmarido Johnny Depp pese al sinfín de pruebas que aportó de sus abusos y agresiones, para definir, apoyándose en pensadoras como Donna Haraway o Judith Butler, lo que denominan una economía mediatizada de la credibilidad: «Ese campo de batalla donde nuestra habilidad para decir la verdad es objeto de negociaciones públicas a partir de dos divisas: nuestros rasgos subjetivos —esto es, quiénes somos— y nuestra destreza performativa —lo que sabemos hacer—». Ya no hay casi ningún aspecto de la vida de las mujeres que sea inmune a una política de género de la duda, señalan las autoras. Créanlas, no hablan por hablar; ya no pueden contener más el grito.


El Gorila y el Pájaro, de Zack McDermott (Big Sur)

«Salí de mi piso en la esquina de St. Marks y la avenida A esa tarde y supe que estábamos rodando. Supe que las personas en las aceras eran actores. […] Hasta los vagabundos eran demasiado atractivos». Así comienza este relato autobiográfico de un abogado de oficio de 26 años aspirante a monologuista de stand-up que, un buen día —ese día—, sufre un brote maníaco debido a su trastorno de bipolaridad y es ingresado en un hospital psiquiátrico. Lo que sigue es la crónica hondamente tragicómica de esa locura que define Zack McDermott en el subtítulo de estas memorias donde narra la toma de conciencia de su enfermedad a partir de aquel suceso, sus recaídas y nuevos encierros, la dureza de los tratamientos y la medicación, la deshumanización de las instituciones: «Entregué mi ropa y me puse el uniforme verde, el de los locos. Es una pequeña indignidad, degradante sin duda, el comienzo de una infantilizante pérdida de autonomía». También su particular microcosmos, que no solo incluye su propia figura, apodada aquí Gorila, sino a otros seres, más o menos queridos. Entre otros el amor de su madre, la otra pata del subtítulo y del título de este libro, pues Pájaro es como se refiere a esa mujer tan de verdad, tan cruda y tan terca como la vida misma, a la que el autor retrata de forma bellísima y conmovedora. Con todo, McDermott se aleja del autocompadecimiento y del melodrama para incidir, con su sorprendente estilo narrativo, en lo disparatado —aunque también cruel— de sus vivencias, amparadas por un sistema que no quiere saber nada de salud mental. Formado en Ciencias Políticas y Estudios Afroamericanos antes de intentar librar de las garras judiciales a los desamparados o de al menos conmutar penas por risas, su crítica hacia los estamentos que defienden los privilegios de clase y raza son un retrato nada complaciente de la Norteamérica trumpista y ultraconservadora que se ha atrincherado con fuerza en los últimos tiempos. No es de extrañar que el cineasta Jean-Marc Vallée se interesara, antes de su muerte, por la historia descarnada de El Gorila y El Pájaro, a caballo entre el retrato íntimo y la denuncia social, que parece abocarnos a una inevitable reflexión: la de que acaso nadie en su sano juicio vería con buenos ojos una sociedad que trata así a quienes han enfermado pero nadie presta atención, porque lo que les duele no sangra; hasta que sí.


No me gusta mi cuello, de Nora Ephron (Libros del Asteroide)

«De vez en cuando leo un libro que habla de la edad, y quien lo escribe siempre dice que ser mayor es estupendo. Es estupendo ser una persona sensata y sabia y serena; es estupendo entender por fin qué es lo importante en la vida. No soporto a la gente que dice estas cosas». Este extracto forma parte del primer texto de esta colección, el que le da título, y anuncia la fina ironía cáustica de su autora, su estilo directo que esconde una cadencia plenamente singular, lo afilado de su mirada al mundo —por lo demás, bastante banal— que la rodea. Nora Ephron (1941-2012), directora de cine y guionista que en los últimos tiempos ha sido (re)descubierta como brillante escritora, reunió en 2006 esta colección de quince breves ensayos y reflexiones sobre el hecho de ser mujer, o sobre el hecho de ser persona, vaya. Es obvio que su agudo ingenio y su capacidad de observación se crecen en la deconstrucción de los estereotipos de género en primera persona; por algo habrá llamado la atención de nuevas generaciones de autoras feministas, herederas de ese discurso que hace del desencanto la fuente de su ingenio, como Lena Dunham o Phoebe Waller-Bridge. Pero, bien leído, en este libro los temas son casi lo de menos: pueden tratar sobre el odio a los bolsos, la crianza como imposición social o la obsesión por un strudel de col; sobre las mudanzas y el amor, la vida como reportera en la Nueva York post 11-S o el arrebato por la lectura de Michael Chabon. Lo que de verdad cuenta en la prosa —universal— de Ephron, y el motivo por el que la admiran tantos otros autores de diverso signo y estilo, es su mirada profundamente compasiva y a la vez sarcástica, vulnerable y audaz, en torno a la condición humana. No me gusta mi cuello está lleno de frases de antiayuda para enmarcar, aforismos geniales que dan con la tecla de lo que sentimos al pensar en quiénes deberíamos ser (o quiénes nos dicen que deberíamos ser) y quiénes tendemos a ser en el día a día. Unos textos que funden lo existencial con lo profundamente ridículo a la par que trágico, es decir, descacharrante, de nuestros hábitos de consumo o del culto al cuerpo. Piensen que todo podría ser peor, como se titula uno de ellos: «Ni siquiera he pensado si quiero que me entierren o me incineren, principalmente porque siempre me ha preocupado que la incineración reduzca las posibilidades de reencarnarse». En otra vida, querríamos haber sido Nora Ephron; bueno, o no, ya nos entienden. Pero seguro que habríamos querido que nos leyeran como nosotros leemos a Nora Ephron: con los ojos bañados en lágrimas, ora de risa, ora de lo otro.

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